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22 de julio 2023

Juan Di Loreto

BUENOS AIRES, UNA CIUDAD PARA EL ANTROPOCENTRO

Tiempo de lectura: 4 minutos

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Esa calle la conozco, creo saber dónde está. Amplío, miro en detalle. Cada vez que veo una foto de la Ciudad (de Buenos Aires) me pasa. Es una familiaridad de la imagen. Entonces, por esa serendipia que es la vida del buscador de temas di con un artículo de Federico Poore sobre lo iguales que se están volviendo los barrios porteños.

La ciudad busca su identidad de la peor forma: se vuelve una mismidad, una indiferencia, un espejo de sí misma. Las cadenas de comercios llevan su estilo estandarizado a los barrios con sus prácticas seriadas. Se hace lo mismo, se come lo mismo, se toma lo mismo en los mismos asientos..

En algún punto, transforman la ciudad en un shopping pero en el siguiente sentido: un lugar desterritorializado, donde los lugares se vuelven equivalentes. Da lo mismo porque se parecen. “Sin alma”, dirán los líricos de ocasión. ¿Si a uno lo transportaran a un centro comercial de Palermo o Punta Carretas en Montevideo o Miami cuál sería la diferencia? Bueno, esa es la respuesta.

Al humano le fue tan bien, se puede decir, que colonizó hasta los mecanismo que regulan la vida misma del mundo

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La estética urbana se unifica. Con la mismidad de los lugares llega el olvido. La ciudad se vuelve monolingüista: un acorde repetido aquí y allá. Como dice Poore lo que hace que un barrio sea este y no aquel es la particularidad. Una ciudad también es un texto. El lenguaje existe en tanto encadenamiento de diferencias y no en la repetición de lo mismo.

En los pueblos también pasa. Antes las cadenas no llegaban. Estaba el mercadito del viejo Pellegrini o la Farmacia de Blanco. Un comercio era la prolongación de una familia. El dueño existía, estaba ahí detrás del mostrador. Con la llegada de marcas conocidas y la construcción de edificios también llegó la consecuente demolición de las viejas casas chorizo a las pequeñas ciudades. Ya no es tan extraño vivir en un edificio.

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Olvidate del frío. Un bien escaso en esta ciudad. Te parás en pleno noviembre en una avenida de la ciudad de Buenos Aires a las 5 de la tarde y hay pocos “racimos de sombras”, como decía una vieja canción, donde resguardarse. La ciudad no nos cobija de las altas temperaturas. De hecho las potencia y las retiene. Y de eso no podemos escapar. El aire acondicionado de los negocios, el silencio espectral de las galerías contienen el último aire fresco de la urbe.

La ciudad busca su identidad de la peor forma: se vuelve una mismidad, una indiferencia, un espejo de sí misma

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El colapso ya se siente en el mundo. Todas las Black Mirrors y los filmes de ficción científica sufren la obsolescencia de los rápidos cambios del planeta. Uno se pregunta si en una generación o dos no estaremos migrando hacia los polos. O, de no migrar, pasaremos a vivir en forma subterránea para escapar de las olas de calor que se repiten y se prolongan cada vez más.

No parece ser una exageración ni la idea de trasnochados. Hace poco en Girona habilitaron las iglesias como “refugio climático” para que las personas pudieran refrescarse durante las jornadas agobiantes. Hacia el oriente, en China ya hay restaurantes en viejos bunkers antibomba de la Segunda Guerra Mundial para combatir el calor. Aquí, tal vez, la avenida 9 de Julio se transforme en un polo gastronómico subterráneo. Nunca se sabe.   

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Lo que se está viviendo no es el cambio climático, sino directamente un cambio de Era a nivel global. Hasta ahora vivíamos en el llamado “Holoceno”, siguiendo a Maristella Svampa y a Enrique Viale en El colapso ecológico ya llegó, que se caracterizaba por una estabilidad climática que permitió la expansión del ser humano en todo el planeta. Al humano le fue tan bien, se puede decir, que colonizó hasta los mecanismo que regulan la vida misma del mundo.

Así, ahora los autores llaman “Antropoceno” a este nuevo período donde “el humano representa una fuerza transformadora con alcance global y geológico”. La traducción, de ser necesaria, es que tenemos la capacidad de destruirlo todo. “El Antropoceno inicia con una etapa marcada por las narrativas del fin”, como bien dicen Svampa y Viale. De allí la imaginación atrofiada de los factores de poder que se quedaron en el mero extractivismo. Desde fines del siglo XX nunca se pudo constituir un relato del bienestar para la humanidad.

Los que construyen y gobiernan la ciudad raramente viven en ella. Prefieren el silencio de los barrios cerrados, el arbolado, las calles amplias y tranquilas

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Ésa calle la conozco, creo saber dónde está. No, es parecida, o la misma en otra parte. La ciudad del “copy paste” se va homogeneizando. ¿Si el colapso ambiental sigue su marcha este tipo de metrópolis perderán población? ¿Nos espera un futuro de calles iguales y vacías con altas sensaciones térmicas?

El inmortal Martinez Estrada en La cabeza de Goliat comienza hablando de la velocidad de la ciudad y los flujos y el tránsito. Pero en un momento, como si fuera hoy, habla del “aumento de las manzanas edificadas y del volumen de población, a un crecimiento de cualquier clase, al cambio de domicilio, a la superposición de pisos, a la quiebra de negocios…”. Ya en el pasado, Buenos Aires tuvo el ansia del crecimiento a toda costa. Los que construyen y gobiernan la ciudad raramente viven en ella. Prefieren el silencio de los barrios cerrados, el arbolado, las calles amplias y tranquilas. Todo lo que se añora, ya, en estas latitudes, donde todo es gentío, zozobra, cemento. Pero no nos resignamos. Como “los relojes estáticos de los niños pobres”, también damos esperanza dos veces al día. 

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