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A LA INTEMPERIE, CONTRA LOS ILUMINADOS

Tiempo de lectura: 10 minutos

Reseña de A la intemperie. Diálogos con Jorge Rulli y Julio Bárbaro sobre una vida en el peronismo, de Carlos Mackevicius, Tomás Richards y Juan Manuel Strassburger.

Este libro tenía que existir. La intelligentsia de izquierda, que hoy parece liderar política y culturalmente al peronismo, celebra desde hace décadas su ceremonia alrededor de un tótem tallado en el Estado; este libro tenía que existir, porque es una embestida a ese tótem, una embestida que además proviene del mismísimo corazón del peronismo.

Y si bien otros trabajos, queriéndolo o no, han hecho un gran aporte en esta dirección (destaco Los años 70 a fondo, de Pablo Anzaldi; Galimberti, de Marcelo Larraquy y Roberto Caballero; Historia de la Juventud Peronista, de Oscar Anzorena; Las JP, de Pablo José Hernández; Un militar entre obreros y guerrilleros, de Eduardo Gurucharri, Combatientes de Perón, herederos de Cristo, de Humberto Cucchetti; Partisanos y plebeyos: Historia del Comando de Organización, de Juan Pedro Denaday; El guerrero de la periferia, la biografía de Rulli escrita por Juan Mendoza, o las propias memorias de Julio Bárbaro –Juicio a los 70, Entre sueños y pesadillas-), estos diálogos entre Jorge Rulli y Julio Bárbaro hacen tambalear al tótem no sólo por lo revelador, lo detallado y lo categórico de los testimonios que estampan en este libro, sino porque estos testimonios parecieran inscribirse en la historia de un conflicto que sobrepasa el período al que estas entrevistas remiten; pareciera ser posible (los entrevistados y los entrevistadores lo intuyen) situar estos diálogos alrededor de un problema perpetuo de la política: las catástrofes producidas por el iluminismo, por el enfrentamiento recurrente entre “los iluminados” y “los oscuros”, que inexorablemente termina en la muerte (si “los iluminados” pretenden conducir los procesos de crisis) o en la separación total entre el pueblo y su dirigencia (si “los iluminados” se sienten cómodos con las oficinas estatales y los medios de difusión que controlan en democracia).

Al terminar de leer A la intemperie es posible sentir que se leyeron mil páginas en un minuto. Son decenas y decenas de hitos detallados, de nuevas situaciones tan coloridas y desconocidas como cruciales, que nos permiten recorrer los últimos sesenta años de la política argentina como si estuviéramos allí. Los diálogos descienden y ascienden, desde los más pequeños detalles de la vida cotidiana (doméstica y cultural) hasta los acontecimientos más críticos: Ezeiza, quién mató al Padre Mujica, el vandorismo como cerebro y ya no como columna vertebral, Balbín como heredero de Perón, los asesinatos de los gremialistas Kloosterman, Alonso, Coria y Rucci, la desaparición de Felipe Vallese, por qué mataron a Quieto, China como campo de entrenamiento revolucionario y como locomotora del capitalismo global, Cuba y el foquismo, los orígenes de la Juventud Peronista, las “orgas” como sectas (y una caracterización de muchísimas de ellas, desde Tacuara hasta los Demetrios), la política de las clases medias, el velatorio de Perón en el Congreso y en las capillas ardientes de los pueblos abandonados, el juicio político a López Rega, la línea Massera, la Renovación y la Coordinadora, la burguesía nacional durante el menemismo, el modelo agroindustrial y la producción de alimentos, la izquierda rompiendo asambleas populares en el 2001, Chiapas, la crisis del campo y la Ley de Medios, la apoliticidad de Macri, la Iglesia Católica desde el 55 hasta el Papa Francisco, los mega-empresarios de la FEDE… y creo que no mencioné ni la mitad de todo lo que se discute en los diálogos.

Perón lo interrumpe y severamente le dice: “Por favor Rulli, no me ponga como ejemplo a un comandante que se termina comiendo a sus propias mulas”

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Pero, en todos estos escenarios es posible encontrar “oscuros” e “iluminados” enfrentándose entre sí; incluso, es este mismísimo enfrentamiento el que se encuentra en la base de la mayoría de estas situaciones, el que las anima, el que las desata. Esta confrontación es puntualmente así denominada cuando Rulli y Bárbaro describen cómo fue el proceso de “homogeneización compulsiva” en el que una parte de las Fuerzas Armadas Peronistas decide seguir a la Tendencia (Montoneros, FAR, etc.) y al ERP, imponiendo a la militancia peronista el marxismo-leninismo como ideología y como estrategia. Dice Rulli: “Entonces surge gente que empieza a decir: ‘No, hermano, yo soy peronista’, y ahí les endilgan el mote de oscuros porque no los podían ‘homogeneizar’. Entonces están los iluminados por la razón y los oscuros”. Y agrega Bárbaro: “Oscuros, los que creen en la conciencia popular. Iluminados, los que creen en la lucidez de la vanguardia iluminada”.

Más situaciones pueden ingresar en esta tipificación. Oscuros, los que creían que el retorno de Perón era la última etapa de un ciclo interno a la experiencia política del pueblo argentino; iluminados, los que creían que era una etapa intermedia del ciclo de la revolución socialista global. Oscuras, las organizaciones creadas por empleados del Frigorífico Lisandro de la Torre, como la Juventud Peronista o el Comando de Organización; iluminadas, las organizaciones creadas por empleados petimetres del Ministerio del Interior de Onganía, como Montoneros. Oscura, la política que busca conducir actores sociales diferentes; iluminada, la revolución que busca exterminar a los actores sociales diferentes. Oscura, la táctica de ser la “retaguardia ambiental” de las experiencias auto-organizativas barriales, como quiso Guardia de Hierro, o la retaguardia armada de la huelga general, de ese “segundo 17 de Octubre” liderado, no por las “orgas”, sino nuevamente por los sindicatos; iluminada, la vanguardia de la izquierda que aparateó, tiró y mintió en ese frustrado “segundo 17 de Octubre” que fue Ezeiza. Oscuro, “el legado popular de Perón”; iluminado “el legado estatal del Che”, como dice Rulli. Oscura, la prudencia del humilde que rechaza la violencia; iluminada “la voluntad de suicidio de la clase media”, como dice Bárbaro.

Este pasaje de Bárbaro sobre el ingreso de las capas medias en la política y sus efectos sobre la violencia merece ser citado in extenso: “Lo que pasa es que la tragedia es de la clase media, y nosotros hasta ese momento éramos expresión de la clase baja. La clase baja no es trágica y la media sí porque la clase media tiene el suicidio como salida. La clase baja no tiene voluntad de suicidio. Nosotros fuimos clase baja hasta que entraron los montos” (p.94). Y más adelante: “El daño que nos hizo Guevara ha sido brutal porque transforma al heroísmo en suicidio. El suicida heroico queda como la marca de lo que hay que hacer…” (p. 104).

Pareciera ser posible (los entrevistados y los entrevistadores lo intuyen) situar estos diálogos alrededor de un problema perpetuo de la política: las catástrofes producidas por el iluminismo, por el enfrentamiento recurrente entre “los iluminados” y “los oscuros”

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Pero, ¿cuál es la forma mentis de “los iluminados”? Una interpretación de la crítica que Isaiah Berlin dirige al concepto de “libertad positiva” en su clásica conferencia Dos conceptos de libertad (en Cuatro ensayos sobre la libertad, Alianza, 1988) puede ser, por su simpleza, una muy buena puerta de entrada (otras podrían ser Koselleck, Voegelin, o incluso Fermín Chávez). En primer lugar, y antes de partir la sociedad, el iluminista parte al individuo. Para auto-gobernarnos mediante instituciones democráticas, los individuos primero debemos ser auto-nomos, es decir, ser capaces de dictarnos nuestra propia ley. La autonomía es propia del sujeto y no del objeto o del animal, ya que el sujeto es racional y puede fijar sus propias metas, mientras que el objeto y el animal, al carecer de racionalidad, son controlados por estímulos y metas fijadas desde el exterior. Pero la racionalidad no está dada, no es una gracia, sino que debe ser alcanzada, conquistada. Como si la historia personal (luego social) consistiera en atravesar el oscuro túnel de la vida empírica y la luz al final del túnel fuese la razón, se trata de arribar (por ejemplo en Hegel) a un estadio superior de la conciencia tras la liberación de las determinaciones naturales, espirituales, religiosas, culturales, en suma: irracionales. Ya encontramos aquí, entonces, al Yo dividido, partido: hay un Yo de naturaleza superior identificado con la razón, capaz de fijarse objetivos, y un Yo inferior, empírico, incapaz de actuar políticamente porque es esclavo de determinaciones irracionales de toda índole.

Pero Berlin muestra magistralmente cómo el iluminismo produce luego un desplazamiento que va desde la escisión individual hacia la escisión social, pasamos del Yo partido a la sociedad partida: puede ser que algunos alcancen antes que otros la luz de la razón al final del túnel; y si en el plano individual la libertad se alcanzaba gracias a que la razón transformaba o exterminaba -dejaba en el túnel- a los elementos no-racionales, pues en el plano social será aquella parte iluminada de la sociedad (una mayoría, una raza, un partido, el Estado) la encargada de llevar al resto hacia la libertad, trasformando o eliminando -dejando en el túnel- a los sectores todavía determinados por inclinaciones irracionales, es decir: a los oscuros, a la gente común cuyos objetivos personales son falsos pues difieren de los objetivos verdaderos vislumbrados por la razón de los iluminados. Es en este desplazamiento donde se produce la catástrofe social del iluminismo.

Catástrofe iluminista, agrego, de tipo jacobino, nazi o comunista, durante coyunturas de crisis revolucionaria, o iluminismo soft de tipo populista, positivista o progresista, bajo escenarios democráticos menos conflictivos. Se trata, en definitiva, de diferencias de grado y no de especie, razón por la cual sostengo que la figura del “iluminista” o “iluminado” es propia de la vida política y no de un contexto o época particular.   

Son decenas y decenas de hitos detallados, de nuevas situaciones tan coloridas y desconocidas como cruciales, que nos permiten recorrer los últimos sesenta años de la política argentina como si estuviéramos allí

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En el ¿Qué hacer? de Lenin (1905), texto con el que Firmenich diseñaba ya desde principios de 1974 la estrategia de Montoneros (como narra J. Gaggero en Lucha Armada en la Argentina, anuario 2013, p.73), podemos encontrar un ejemplo perfecto del iluminismo tal como lo explica Berlin. En su discusión con el tradeunionismo Lenin afirma que el sindicalismo sólo es capaz de actuar espontáneamente, y el espontaneísmo “no es sino la forma embrionaria de la conciencia” (¿Qué hacer?, Claves para el Socialismo, 2010, p.50). Para que el trabajador sea “consciente” no alcanza ni con la propia experiencia de trabajo, ni con esa misma experiencia compartida en el sindicato, sino que la conciencia es algo “introducido desde fuera” y “no algo que ha surgido espontáneamente dentro de ella”(Ibídem, p.62); ese afuera será, primero el partido revolucionario y, luego, el Estado. Concluye entonces Lenin: “de ahí que nuestra tarea (…) consista en combatir la espontaneidad, en apartar el movimiento obrero de este afán espontáneo del tradeunionismo [sindicalismo] que tiende a cobijarse bajo el ala de la burguesía” (Ibídem, p.63)… Pero entonces, ¿los asesinatos de dirigentes gremiales fueron la consecuencia lógica del encuentro entre los Comandos Civiles -o sus hijos- y el ¿Qué hacer? de Lenin? ¿O Lenin sólo fue la nueva justificación de una antigua costumbre familiar?

Como dice Rulli en el libro, este legado estatal no concierne al peronismo. La adoración del tótem estatal es ritual de otras tribus, poco propensas a la libertad. En el horizonte del peronismo no estuvo nunca el partido sino la espontaneidad, nunca la conciencia sino la experiencia, nunca la razón sino el sentido común, nunca dijo hacia dónde hay que ir sino cómo acompañar el abierto devenir. En definitiva, nunca el Estado sino las “organizaciones libres del pueblo”: asociaciones vecinales, sociedades de fomento, clubes deportivos, centros culturales, unidades básicas, asociaciones profesionales, cámaras empresariales, sindicatos gestionando gigantescos sistemas de salud propios, gigantescos sistemas de turismo propios, gigantescos paquetes accionarios propios. En este frondoso paisaje, el Estado ¿dónde está?

UNSPECIFIED – DECEMBER 03: argentinian politician Juan Peron and his 3rd wife Maria Estela Isabel Martinez, in the 60’s during exile in Spain (Photo by Apic/Getty Images)

Dos situaciones cruciales, una contada por Rulli, la otra por Bárbaro. Oportunidades perdidas para siempre. En 1969 Rulli viaja desde Cuba a Madrid para entrevistarse con Perón. En el encuentro, Perón escucha con atención pero también con sorpresa los planes que imaginan las organizaciones armadas (las “formaciones especiales” como las llamó Perón) para derrotar a la dictadura militar de la Revolución Argentina. Se trata, le informa Rulli, de lanzar una guerra de guerrillas tal como teorizó y desplegó el Che Guevara. Perón lo interrumpe y severamente le dice: “Por favor Rulli, no me ponga como ejemplo a un comandante que se termina comiendo a sus propias mulas”. En esta sentencia de Perón se condensa todo. Agrego aquí una nota de color: también en 1969 salía el álbum Juguemos en el Mundo volumen 2 de la inmensa María Elena Walsh, en cuyo tema número 10, Gilito del Barrio Norte, decía: “con redentores rojos nos comerían los piojos”. La similitud de esta imagen con la del “comandante comiéndose a sus propias mulas” parece indicarnos que, salvo para unos poquitos iluminados, el destino de miseria al que conducía el socialismo soñado por las clases medias y altas formaba parte del sentido común de la época. A no ser que a alguien se le ocurra dudar de la capacidad que tenían María Elena Walsh y Perón para interpretar el sentido común y la cultura de su época. Pero ¿quién tendría tan poco sentido común como para pensar algo así?

La segunda situación, tal vez menos simbólica, pero igualmente crítica. Durante los meses junio, julio y agosto, Perón intentó imponer la fórmula presidencial Perón-Balbín para las elecciones que tendrían lugar en septiembre. Esta fórmula, que según Bárbaro era la que Perón prefería (ambos líderes venían acercándose desde 1972) era defendida, entre otros, por Ángel Federico Robledo (Ministro de Defensa), Ítalo Lúder (Senador), Ferdinando Pedrini (Presidente del Bloque de Diputados del Partido Justicialista) y el propio Bárbaro (Diputado del PJ). Si esta era la fórmula, sostiene Bárbaro, no tendría lugar el golpe tras el fallecimiento de Perón. Pero (o deberíamos decir, por lo tanto, como sugiere Bárbaro) Montoneros hace una alianza con el lopezrreguismo para imponer a Isabel en la convicción de que un recrudecimiento del conflicto entre facciones era un avance hacia la revolución; según Perdía, recuerda Bárbaro, “más sangre, menos tiempo”.

Oscuros, los que creían que el retorno de Perón era la última etapa de un ciclo interno a la experiencia política del pueblo argentino; iluminados, los que creían que era una etapa intermedia del ciclo de la revolución socialista global

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La imagen de la intemperie, título del libro, no es la del desamparo. La sonrisa y el saludo de Perón en la foto de tapa, en realidad, nos dan la bienvenida allí afuera, en la intemperie; la tapa parece decirnos que Perón está ahí afuera, afuera del Estado, donde estuvo siempre. Invitándonos a la intemperie, llamándonos desde la intemperie, este libro hace las veces de un Decamerón político: una huida hacia donde las luces de la ciudadela estatal no llegan, una huida durante la cual dos compañeros narran cien historias cuyos personajes concretos pasan a ser imágenes alegóricas de las dos fuerzas que han confrontado siempre: oscuros e iluminados. Y aunque en este éxodo deambulemos sin rumbo, estos dos compañeros no pretenden decirnos hacia dónde hay que ir, sino que junto a nosotros van acompañando el abierto devenir.    


* Licenciado en Ciencia Política (UBA), Magíster en Ciencia Política (Universidad Torcuato Di Tella), Doctor en Ciencias Sociales (UBA), docente de Teoría Política Contemporánea (UBA), autor del poemario Mensajes de advertencia grabados en nuestros fósiles (Meridión, 2022).

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