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10 de junio 2023

Juan Di Loreto

UNA POLÍTICA PARA CASSANDRA

Tiempo de lectura: 3 minutos

Cuando las cimas de nuestro cielo

se reúnan

nuestra casa tendrá techo

Paul Eluard

1

La ciudad ya está en llamas. Hay saqueos y el humo negro hace que el caos solo pueda oírse. La caída no fue vista, pero todos la sintieron en su ceguera. ¿Cómo nadie lo vio venir? Estaba ahí, delante de todos nosotros. Entre el griterío y las corridas nos acercamos al Templo de Atenea. Ahí está Cassandra abrazada a la estatua de la diosa. Fue atacada por Ayax; ella que dice la verdad que nadie puede reconocer ahora está desnuda. Algunos la llaman “la que confunde a los hombres”.

Se sabe: los griegos no ahorran a la hora de la tragedia. Por algo el drama no es la tragedia. En la tragedia mueren todos. Troya es un mito que siempre funciona. Su destrucción, mejor dicho la forma en que cae: Cassandra advierte mil veces de la caída, pero nadie escucha la verdad. Porque hay que tener un temple para la verdad; cierta apertura. No tenemos acceso a esa verdad, salvo destellos, luces lejanas en el firmamento. Grita Cassandra pero no podemos entenderla. 

La política no acepta Mercado Pago. La política vive una autonomía respecto de la gente y las demandas sociales. Hace la suya. Lo palaciego sin palacio

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Cassandra es una gran metáfora de la política de esta época. Es el pueblo, la gente, la calle, el territorio, el nombre que más guste. Pero la política no escucha esa lengua maldita que dice, que advierte, pero que nadie afina el oído. Es lo que está pasando, es el caballo de Troya en medio del patio, los soldados del interior aguantan, todo es tensión…

Los troyanos hacían oídos sordos. Escuchaban pero hacían que no escuchaban. La política argentina se ha convertido en una conciencia tardía, que no llega, nunca llega. Es peor que eso. Un analista político, de esos que uno lee con confianza, me decía: “La política está muerta”. La política se ha convertido en un zombie, se mueve, hace cosas, pero sabés que ya no es lo que era. Tiene oídos pero no oye, tiene manos pero no hace, tiene lengua pero no habla, solo consume y consume el tiempo de todos.

La política no acepta Mercado Pago. La política vive una autonomía respecto de la gente y las demandas sociales. Hace la suya. Lo palaciego sin palacio, porque en la democracia si hay algo que no hay son palacios. Los círculos, las esferas del poder, los foros / desfile de los candidatos. No es un capricho que ciertos comunicadores hablen de “bajar al territorio”. Hay que autopercibirse en alguna clase de elevación para tener que bajar.

Se sabe que en las alturas todo parece lo mismo. Se pierde el detalle de las cosas. Recuerdo un verso citado por Gastón Bachelard en La poética del espacio: “Yo soy el espacio donde estoy”. La política es esa mirada desde arriba. No por superior, sino por despegada. Elige sin preguntar precio. Pero la política tiene que ser paradójica. Estar por encima pero embarrada hasta el cuello.

Volar bajo, tal vez. 

Se sabe: los griegos no ahorran a la hora de la tragedia. Por algo el drama no es la tragedia. En la tragedia mueren todos

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Traer a los mitos griegos una y otra vez al presente siempre funciona porque, como decía Eduardo Grüner, la tragedia es el fundamento de lo político. Los momentos de verdad total de una sociedad, los estallidos, las crisis (1989 o 2001) son momentos que funcionan a futuro como ordenadores. Ahí es donde la sociedad muestra su nomos, su forma, pongamos, verdadera: el banco no te devuelve un peso ni un dólar, el policía te mata en una estación de trenes, la empresa de la que tuviste siempre la camiseta te raja.

Por eso esos momentos son traumáticos. Nos ponen en el lugar que la sociedad tiene para nosotros sin anestesia. Ahí hace el trabajo la memoria. Hay que seguir adelante; olvidar o recordar otra cosa, desplazar, recortar, sustituir, cambiar, reemplazar, equivocar, retacear, eludir. Es decir, hay que recordar. Porque la memoria planifica el futuro, pero el olvido estructura el presente. Memoria y olvido son como gemelos, muestran y ocultan en igual medida.

Pero nada de eso importa. Porque estamos presos en el presente, que es nuestro “todo es ahora”, donde todas las posibilidades son realidad, donde todo puede suceder. Ya lo había dicho Joyce: la Historia es “esa pesadilla de la que no podemos despertar”.

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