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23 de octubre 2023

Martín Rodríguez

SAN JOSÉ ERA RADICAL

Tiempo de lectura: 7 minutos

La novedad fue diametralmente opuesta a la de agosto: una parte de la sociedad y su retorno. Su retorno a lo conocido, a lo familiar, a lo malo conocido, pero después de un breve viaje a lo desconocido. El peronismo ganó apenas recuperando su piso. Milei perdió a dos meses de romper su techo. Juntos por el Cambio se quedó en su mínimo (cuando parecía tener todo a su favor). La palabra locura y la palabra normal estuvieron en el repertorio de estos días. El tramo final de la campaña de Massa se hizo personal: votá a una persona normal. Votá “la cosa sana”, el que saluda a la madre el día de la madre, el que tiene hijos humanos, el que no propone mercado de órganos. Discurso básico: familia, fin de la grieta, unidad nacional. La dificultad del peronismo en este 2023 no es la de enfrentar un polo republicano popular, como en 2015, sino algo que también pisa sus bases, un brote de subsuelo sublevado. Cuarenta años de democracia con el piso roto (por todos).

La locura de Milei tuvo dos caras: la de la audacia con que le truncó una elección ganada a JxC, y la del enamorado de sí mismo incapaz de recalcular estrategias, etapas, segmentos. En esta segunda elección su éxito lo envenenó. No se puso límite. Podría haber dicho: “¿soy loco por clonar perros, mientras los normales te enseñan a normalizar la corrida del dólar, la inflación galopante, el país sin crédito ni moneda, los trabajadores pobres?”, o cosas así. Pero no. Frente a un peronismo que Massa unipersonalizó, Milei abrió su coro de lunáticos, personajes cuyo mérito fue arrojarle los frenos inhibitorios a la leonera. Aparecieron los Benegas Lynch, los Marra, Lemoine… y no un santo de los trabajadores golondrina de la economía de servicios que le piden una última esperanza. Era el momento de simplificar y se diversificó. Acaso Victoria Villarruel en el tramo final aparecía con aplomo y gestos de incipiente impaciencia llevando calma y discriminando lo constitucional del tribuneo, los ideales libertarios de la unidad nacional, las “ideas propias” de los oradores de los consensos internos de los dirigentes, proyectando un rol en ese espacio que trasciende el espejismo de los debates revisionistas.

Massa, a través de Milei, reconstruye provisoriamente lo que en diez años traspapeló: su relación con la sociedad. Rompió su estigma de “¿le comprarías un auto usado a Massa?” profundizando una etapa superior de la misma pregunta: “¿a quién le dejarías tus hijos?”

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Y solo un loco puede lograr el triunfo de un candidato que es el ministro de una economía así, como la que tenemos. No hay variable de esta economía que fuera objetivamente prometedora de una buena performance electoral oficialista. Será cierto el condimento romántico de una resiliencia peronista, el plan platita, los ajustes del aparato, que el Norte, que la PBA, los repliegues, la mano de Baby Etchecopar, y la lista sigue. Pero se repitió mucho en los días previos, en quienes olfateaban cambio de clima, algo menos eufórico: ojo que ahora el miedo le gana al cambio. Milei fue hábil en no parecer gorila: nunca se ofreció a romper al peronismo, más bien decía querer romper los pactos democráticos de estos cuarenta años. Su pelea conceptual, más que con 1945, es con 1983. Más que con peronistas, con radicales. El cierre del acto en el Movistar Arena vibró al son de un canto lejanísimo “¡el que no salta es radical!”. Ni los peronistas aceitan tanto la pica con los radicales. No lo hacen por lo menos desde hace veinte años. La democracia salió mal, pero se corrige con democracia. Milei se metió con eso, esa fue su locura final.

En Milei habita una idea: el peronismo es más grande y mudable que el radicalismo. Es parte del problema, pero puede ser parte de mi solución. La UCR es la vieja piedra fría a remover en el corazón de la democracia. Y como el peronismo viene de un gobierno malo y un frente roto, se inspiró en la frase de Germani: será una masa en disponibilidad. El peronismo necesita un nuevo liderazgo. Milei cita dos momentos en la vida del movimiento: el plan de estabilización de Perón y el gobierno de Menem. Había un cántico montonero en los 70, que versaba sobre su propia “genealogía”, que bien podría contenerse en la genealogía democrática, empezaba diciendo: “San José era radical”. El padre adoptivo de Jesús, también era (es) el padre adoptivo de la democracia que nace en 1983 rompiéndole el invicto al peronismo de la mitad más uno automática. Democracia y su lección primera: debe correr mucho cualquiera que quiera bañarse dos veces en el mismo río electoral. Nadie tiene la vaca de los votos atada. El sello democrático constitutivo del nuevo orden civil lo puso el partido más antiguo. Para Milei, la solución argentina a los problemas democráticos parece decirnos: hay que volver a perder la República. Con todo lo “social” que también eso implica. Pero si JxC cometió el pecado de dar por ganada la elección, Milei cometió el pecado de dar por perdido al peronismo y ahora debería, entre tanto, ir a buscar votos… radicales. Parece su tormenta perfecta.

¿Qué hizo posible todo esto? Argentina en un momento extremo del mundo y de su economía quiso poner a prueba una solución imposible: construir una presidencia sin liderazgo. Esto vivimos entre 2019 y 2023. Una presidencia coalicional, de vetos cruzados, coral, disputada entre cristinistas opositores con goce de sueldo y albertistas con antifaz que no se animaban a liderar. El nivel profesional de Sergio Massa tuvo como primer punto la disolución de ese coro infantil interno. El último tramo de campaña lo hizo haciendo de sí mismo. Ser vos o morir. Anoche Massa habló solo, hizo subir a su familia, al candidato a vice con la suya, sin colados en esa imagen, sin fotos llenas de contrapesos y micro guiños a los comités ideológicos de la nada. Cuando terminó la PASO, terminó la asamblea universitaria del frente peronista. La política en balotaje es una convocatoria a una reunión de padres. Massa lo hizo antes que Milei. Por eso sacó ventaja. Milei le dijo a la sociedad: Benegas Lynch es como mi padre. La sociedad un poco le respondió: ¿y cuál será el nuestro?

Cuando terminó la PASO, terminó la asamblea universitaria del frente peronista. La política en balotaje es una convocatoria a una reunión de padres. Massa lo hizo antes que Milei. Por eso sacó ventaja

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Ahora suponemos que Massa quiere lograr lo que quiso lograr siempre: ser el nuevo capítulo del peronismo post kirchnerista. No le queda otra, él mismo dijo anoche “nueva etapa”, y tiene escrito ese capítulo desde 2013 (el año en que también nació nuestra revista Panamá, Panamassa). Ahora dirá “si no fue por afuera, es por adentro”, porque tiene enfrente los votos de Milei, Bullrich y Schiaretti, o sea, un 60% de robusto electorado no kirchnerista con un cuestionamiento central a los pilares de estos años y una agenda con palabras como trabajo, odio a los planes, campo, escuelas, exportación, dólar. Massa toma atajos, y a través de Milei, reconstruye provisoriamente lo que en diez años traspapeló: su relación con la sociedad. Pero la desconfianza sigue ahí. Rompió su estigma de ventajita, de “¿vos le comprarías un auto usado a Massa?” llevando a una etapa superior la misma pregunta: “¿a quién le dejarías tus hijos?”. Milei te vende un auto, pero no le dejás tus hijos ni ahí. El dato político de la noche fue que los padres de Milei fueron a verlo. En ese juego mínimo estamos.

Ahora tomemos como referencia los dos peronistas que hicieron escuela desde 1983. De Menem se sabía que construía poder, lo que no se sabía es que podía ser tan elástico ideológicamente y darle al peronismo su giro liberal. De Kirchner se sabía que podía darle un giro al peronismo hacia la izquierda, pero nadie vio venir su capacidad de construir poder. Massa insinúa que tiene las dos armas: capacidad de giro y de acumulación. Como dice el colega Tomás Di Pietro: “Disfruta el poder. Se lo vio feliz durante toda la campaña. Scioli en 2015 casi no llega al final. Era gobernador de provincia de Buenos Aires que es una beca al lado de ser el ministerio de economía”.

Cuatro años atrás, el escenario se daba entre dos coaliciones con un ganador claro y un derrotado sólido. La Argentina bicoalicional mostraba la contención pendular, y que el que perdía tendría revancha. Así, sobre ese ideal republicano, Macri y Cristina funcionarían como líderes de sus minorías intensas y custodios a media distancia del sentido histórico de las coaliciones. Macri en nombre del santo grial de su coalición parecía permitir una tensión natural de halcones y palomas que interpretaban a la perfección Larreta y Bullrich. El problema de Macri fue que finalmente no soportó a ninguno. Se dijo siempre: más que líder, dueño de la marca. Y se podía conjeturar que su cercanía ideológica con Patricia la haría su predilecta, pero no. La saga clásica del liderazgo: dificultad por construir el heredero. Cristina se había asegurado en el lugar de vicepresidenta un rol en la misma dirección. La (excesiva) narrativa internista nos hizo saber que los problemas en la coalición peronista comenzaron insólitamente cuando el presidente electo sostuvo que “el dólar a 60 estaba bien” (entre el tiempo y la sangre de gauchos eligió el tiempo), y más tarde ese detalle fue la chispa de una interna tan pero tan dominante que incluso ayer domingo la propia Cristina, ante una pregunta que perfectamente podría haber eludido, respondió repitiendo su cantinela de diferencias. Las coaliciones las rompieron por dentro sus mentores. Salvar la política, hoy, es hacer algo nuevo contra los Yo y Platero.

Lo que aún ayer expresó Milei en las urnas será una parte de la sociedad que tiene un desenganche con la política, con el Estado, con la moneda y prácticamente con la democracia. Y ese desenganche es también el resultado de esta crisis regulada, recalentada pero llena de seguros para no traducirse en estallido. Lo que este año vimos trastornarse es el “régimen político” que solucionó la crisis de 2001. Kirchnerismo y macrismo. Al pacto no escrito de la segunda transición democrática (“no estallar”) le creció un político que hizo todos los deberes (armó partido, fue a elecciones) pero dijo lo prohibido y parece que pagó por ello. Milei dijo: “que estalle”.

El peronismo ganó apenas recuperando su piso. Milei perdió a dos meses de romper su techo. Juntos por el Cambio se quedó en su mínimo.

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La carta del león a otro podría haberla empezado diciendo: “Querida casta, nos enseñaste cómo vivir la crisis y terminaste achicando la sociedad para agrandar la política. Ahora vengo a hacer estallar lo que tenías protegido bajo tu disyuntor. Represento a los excluidos de la segunda transición democrática y su pacto envuelto en esa sola idea: no estallar”. Ayer sonaba en el bunker “Se viene el estallido”. La Bersuit. Pero había mal gusto, tanático, aunque lo hicieran en nombre de “los que tienen poco que perder”, como dice Hernán Vanoli. Lo que reaccionó ayer en las urnas fue contra esa promesa de dolor. La excitación por ser verdugos activó el voto de mas víctimas. Casi nadie la pasa bien en este presente, y Massa en las PASO pasó de ser el candidato y ministro de economía de un antiguo régimen en decadencia para terminar en las generales siendo el defensor de la sociedad. Anoche, nada más ni nada menos, ganó eso.

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