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29 de agosto 2022

Diego Labra

¿UN CINE POPULISTA Y SIN IDEOLOGÍA?

Tiempo de lectura: 9 minutos

No recuerdo bien cómo terminé en el estreno de El Hombre de al Lado. El año anterior había empezado a ver todo lo que podía en el Festival de Cine, cosa que no hacía antes a pesar de gustarme mucho el cine y ser oriundo de Mar del Plata, pero era raro que comprara entradas para producciones locales. Quizá me llamó la atención la buena factura del poster, o el protagónico de Daniel Aráoz, quien me divertía en las trasnoches de la televisión pública con Compatriotas. Lo cierto es que fui y la película me pegó como una trompada seca en la boca del estómago.

Cuando terminó la función, ahí en el Teatro Municipal Colón, se abrió el piso a comentarios para los realizadores, presentes en la proyección. Yo levanté la mano para preguntar si pensaban que habían hecho una comedia o un drama, porque el público se había reído a carcajadas, pero yo me había angustiado mucho con su película. Uno de los directores, no recuerdo si Mariano Cohn o Gastón Duprat, contó que cuando estrenaron El Artista el año anterior en esa misma sala, su protagonista Alberto Laiseca se había ofuscado ante la risa de los espectadores sentados a su alrededor. “De qué carajo se ríen, si esto es una tragedia”, creo recordar que habría dicho.

Mi Obra Maestra (2018)

Yo no solo hubiera coincidido con Laiseca, sino que durante la película sentí en carne propia el drama vecinal sufrido por Rafael Spregelburd. Aunque presentado a todas luces como un tipo despreciable, no pude dejar de empatizar con el arquitecto porque yo también, cuando enfrentado con un conflicto donde toda mi acumulación de capital simbólico no servía de nada, estuve más cerca de las lágrimas que de las piñas. Sentí mía la patética impotencia con la que se pone a llorar a escondidas en el refugio de su coche estacionado, atrapado sin salida entre la demanda de su esposa, interpretada por Eugenia Alonso, de que vaya y ponga el cuerpo donde ya no alcanzaron las palabras, y ese boquete que le hizo Aráoz en la medianera. Una ventana improvisada mirando a la vidriada casa Curutchet de Le Corbusier.

El populismo (de mercado) como norte ya estaba preconfigurado en su primer éxito, el ciclo televisivo Televisión Abierta. Subtitulado “el primer programa hecho por la gente” y filmado mediante “delivery de cámaras a domicilio” de quien quisiese sus quince minutos de fama, el programa fue otro anticipo del siglo XXI en el XX

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Todo el cine de Cohn y Duprat es, en sus propias palabras, un misil teledirigido hacia “la clase media y el universo de los artistas y de los escritores”, del que los realizadores se reconocen como parte. Una puesta en pantalla sarcástica que pretende desnudar la impostura de los pares, aun al precio de develar también la propia.

Por eso me llamó la atención constatar que en ciertos círculos sus películas son consideradas más bien lo opuesto, celebraciones mesocráticas hechas para “burlarse de los negros argentinos”. Yo argumentaría, por el contrario, que si hay que contar golpe por golpe, con quien más se ensañan es con la clase media urbana con diploma. Con los “porteños”, no como gentilicio, sino de alma.

El Artista (2008)

Es cierto que el Otro, alternativamente el tipo de clase baja o del campo, es puesto en pantalla por Cohn y Duprat bajo la forma de estereotipos dibujados con un trazo grueso que bien puede leerse como una caricaturización falta de respeto. Recuerdo que, cuando salió El Ciudadano Ilustre, la cual trascendió al mainstream cultural con una potencia que rara vez logra una película argentina sin Ricardo Darín, una compañera que se había mudado a La Plata desde el interior de la Provincia para estudiar me confesó que a ella le había encantado. En cambio, su hermano que se había quedado en el pueblo la había odiado. Ambos, sin embargo, habían puesto el foco en lo mismo lugar: en el retrato de las miserias del pago chico.

Me llamó la atención constatar que en ciertos círculos sus películas son consideradas más bien lo opuesto, celebraciones mesocráticas hechas para “burlarse de los negros argentinos”. Yo argumentaría, por el contrario, que si hay que contar golpe por golpe, con quien más se ensañan es con la clase media urbana con diploma

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Pero en el gran esquema de sus películas, estas caricaturas cumplen la función de sumar presión sobre los protagonistas mesocráticos y bien pensantes. Aunque podría opinarse que terminan por hacer las dos cosas, el objetivo es más exponer a los segundos, que ridiculizar a los primeros. Son el cascanueces con el que la historia busca mostrarnos lo que se oculta por dentro de la cáscara, la verdadera naturaleza del tipo de clase media. Por ejemplo, en 4×4, dirigida por Cohn pero escrita por la dupla completa, acaso la cinta más abiertamente “macrista” de su filmografía, la narrativa presenta al chorro como el héroe de la historia, siendo el villano el “Doctor Samurai” de Dady Brieva, al final de la película vitoreado y calumniado por igual por los medios y los vecinos de la Capital.

Ese choque de clases tiene un claro clivaje de género. Por diseño, estas situaciones límite ficcionales hacen crujir los mandatos y pretensiones de masculinidad que pesan sobre los protagonistas de clase media. Por eso Spregelburd llora en su auto, y por eso Oscar Martínez se caga hasta las patas ante el Dady de El Ciudadano Ilustre, casi un malo de película de terror pastoral de A24 (la productora indie norteamericana, no el canal de noticias local). Siguiendo una venerable tradición de la literatura nacional, los personajes (y Cohn y Duprat también) miran a esos Otros con la misma desaprobación y miedo y envidia con que Borges escribió a los gauchos malos de “El Sur”. Ahí está el hueso expuesto. Estos tipos se muestran superiores por blandir todo un caudal de capital simbólico, los títulos y también la guita, pero en el fondo quieren ser otro macho alfa más. En ese espadeo, un Nobel no sirve de nada.

Un tema central de su obra es acaso la mediocridad del hombre promedio, de clase media (¿sigue siendo lo mismo el hombre de clase media y el hombre promedio en nuestra patria empobrecida?). Lo último que muere es el imaginario. Esto queda claro en la que es mi favorita entre las suyas, y de seguro la mejor película de fantasía argentina del siglo XXI, Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo. Ahí, un Emilio Disi extraordinario, al que la dupla eleva mediante el tratamiento Adam Sandler, hace de un argentino arquetípico, ese del chiste latino que dice que el mejor negocio es comprarlo por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale. El elemento mágico de la historia, originalmente relatada por su amigo Alberto Laiseca en su opera prima Enciclopedia, con quien además realizaron el recordado ciclo de canal I-Sat Cuentos de Terror, es que a este argentino proverbial se le aparece un diablo, interpretado por el peninsular Eusebio Poncela, que lo tienta con un deseo. Piensen más pata del mono que genio de Disney. Tras todas las desventuras, la cámara se queda posada sobre Ernesto Zambrana y termina casi empatizando con él, mirando con ternura al pobre tipo que, al final del día, es la principal víctima de su propia mediocridad.

Estas situaciones límite ficcionales hacen crujir los mandatos y pretensiones de masculinidad que pesan sobre los protagonistas de clase media

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Claro que en estas producciones hay mucho de esa misma mirada mesocrática que buscan criticar. En este mismo portal se utilizó una de las escenas más memorables de la película realizada en solitario por Duprat, Mi Obra Maestra, la del aguafuerte intempestivo de la sociedad local que articula Francella sentado en un banco de Plaza San Martin, para ilustrar cierto “sentido común” reactivo de las clases bien. Acaso el rasgo más mediocre, más “del medio”, de su cine sea creer que puede ser ecuánime o desideologizado pegándole a todos por igual.

A diferencia de “la mirada de los bien comidos sobre los mal comidos” que, según los directores caracterizó a “buena parte del nuevo cine argentino”, ellos se arrogan de poner la cámara enfrente al espejo, entre sus pares. En este sentido, todo lo que aparece en pantalla es expresión de cierto subconsciente mesocrático, tanto de manera deliberada como involuntaria, porque no importan cuántos pasos de remoción irónica intenten dar, los directores siguen siendo ellos mismos objetos a la vez que sujetos.

Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo (2016)

Diría también que, a diferencia de otras producciones que han establecido recientemente un cable directo a la psiquis de clase media, en el cine de Cohn y Duprat no se encuentran el tono celebratorio desinhibido de, por ejemplo, la taquillera Relatos Salvajes. Ese goce en dejarse llevar por las fantasías de poder reprimidas con que deleita Damián Szifrón a sus espectadores. Está claro acá que Spregelburg es ulteriormente un villano, que Martínez es un forro pretencioso y que Disi es un pobre tipo que es menos de lo que se cree, lejos todos del cuasi heroísmo con que se premia al “Bombita” de Darín. Quizás por efecto de ese desdén con el que se acusa miran a sus personajes, en las películas de la dupla aparecen todos por igual de jodidos y equivocados.

El otro gran tema de la obra de Cohn y Duprat, el mundo del arte, invita a seguir pegando por arriba. Un mundo sobre el que también hablan de primera mano, dando sus primeros pasos en el mundillo del videoarte y el cine experimental de los noventa. Andrés Duprat, hermano mayor de Gastón y guionista de buena parte de las películas de la dupla, es desde el 2016 el director del Museo Nacional de Bellas Artes, acaso la institución más prestigiosa del campo artístico local. Básicamente, es como si el mago enmascarado que develaba todos los trucos de sus pares en televisión abierta se sacara la máscara para revelar ser David Copperfield.

Lectores cínicos de Bourdieu, hacen de intelectuales y artistas meros traficantes de artefactos y opiniones, cuyo único fin es la acumulación de estatus social y de dinero contante y sonante

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Dos personas escuchan atentamente la reproducción de una música atonal, casi cacofónica. De repente, irrumpe entre el ruido un golpeteo arrítmico y violento. Uno de los oyentes empieza a analizar en términos grandilocuentes qué significa esa osada decisión artística. No pasa mucho tiempo hasta que se devela que el golpeteo no era una apuesta musical, sino alguien que efectivamente golpeaba una puerta o pared, dando por tierra el sesudo análisis. En esta escena de El Hombre de al Lado, repetida en Competencia Oficial para el gusto del incauto público internacional, está codificado todo lo que Cohn y Duprat piensan del arte pretencioso (o de la pretensión del arte). Lectores cínicos de Bourdieu, hacen de intelectuales y artistas meros traficantes de artefactos y opiniones, cuyo único fin es la acumulación de estatus social y de dinero contante y sonante. Todo mientras ellos mismos gozan de las mieles de las instituciones y llevan sus películas a festivales europeos.

Tampoco se llevan demasiado bien con sus colegas cineastas. En una vieja entrevista en Les Inrockuptibles se definen como “cero cinéfilos”, y afirman que les desagrada “el cine indie”, “frágil” que se produce mayormente aquí, con su “humor subterráneo”, su “laconismo” y “minimalismo”. Hay que tirar a la basura “el mito de que las películas tienen que ir a morir al MALBA como las ballenas”, definió contundente Duprat.

En su última cinta, la flojita coproducción española/argentina Competencia Oficial, el embate es frontal. Más de uno se quejó de la poco velada ficcionalización de Lucrecia Martel que encarna Penélope Cruz, acaso la directora argentina más celebrada en el circuito internacional de festivales y una escéptica de la cultura masiva. Arriesgaría también que el personaje del millonario productor interpretado José Luis Gómez es una alusión a Hugo Sigman, power player del cine local mediante su productora K&S Films (Relatos salvajes, El clan, Acusada, La Cordillera, El Reino).

Lo que quieren hacer Cohn y Duprat no es el cinearte parodiado en Competencia Oficial, sino cine “industrial”, “que se escuche fuerte, que sea prepotente la cosa”. El modelo es el “gran cine popular norteamericano”, una apuesta artística que por eso no deje de tener “aspiraciones comerciales”. Un proyecto que, dependiendo a quien le preguntes, han podido cumplir.

El populismo (de mercado) como norte ya estaba preconfigurado en su primer éxito, el ciclo televisivo Televisión Abierta. Subtitulado “el primer programa hecho por la gente” y filmado mediante “delivery de cámaras a domicilio” de quien quisiese sus quince minutos de fama, el programa fue otro anticipo del siglo XXI en el XX, primereando a la democratización del Internet 2.0. Luego vendría otro hito del reality vernáculo, Cupido, y el reciclaje del concepto de Televisión Abierta en dos canales estatales, Ciudad Abierta y Digo. Que el artista libre de financiación pública tire la primera piedra.

Hay que tirar a la basura “el mito de que las películas tienen que ir a morir al MALBA como las ballenas”, definió contundente Duprat

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La cámara impávida y naturalista que filma a quien se le pone adelante, menos como gesto vanguardista que como uno como populista, además de uno que se pretende desideologizado. El Nuevo Cine Argentino se hizo un nombre en el mundo de los festivales de cine retratando la marginalidad creciente de una sociedad deshilachada, pero nadie se quiere hacer cargo de ese reflejo. En cambio, ¿quién entre nosotros no se cree de clase media? ¿Quién no quiso un palo verde que le solucione todos los problemas? ¿Quién no quiso matar alguna vez al vecino maleducado? ¿Quién no entretuvo, y luego sintió vergüenza, por la fantasía de ser el que la tenía más grande cuando la amenaza de otro (el Otro) se recorta sobre una silueta con gorra en una calle oscura? Yo admito que sí, y si el éxito del cine de Cohn y Duprat es prueba de algo es que no soy el único aquejado por estas miserias, víctima de esta mediocridad.

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