02 de mayo de 2025

Está dicho. Milei produce efectos melancólicos en la política. No en la sociedad. Hace 110 años Freud escribió sobre el duelo y la melancolía, y la sustracción del objeto de amor. El presidente lleva con él la llama olímpica de la época. Otros la han llevado. Otros creyeron ese fuego eterno. Hoy le toca a él llevarla y creerla eterna, y que en su desesperación el fuego lo queme. Ahora, además, días así, muchos intercambian melancolía por ansiedad: imaginan que de la noche a la mañana un terrible pifie lo saca de la cancha. Listo, vuelta de página. Hagamos como que esto no ocurrió. No dejan de ser oportunistas. Puede ser que se cumpla la regla de oro del boxeo (“cuando entra una mano, entran todas”); aunque eso solo no arma un programa ni una estrategia para el país en la vereda de enfrente. Pero últimamente parece como que los tiempos de las cosas se acortan. Sí digamos que como exégeta de su tiempo, la disposición de Milei a “interpretarlo” es de modo obediente: velocidad y fragilidad. Como su psiquis. El tuit del presidente de la noche del viernes deja todos los dedos pegados en relación a un posible “esquema Ponzi”, justo la semana en que quería saldar su “deuda moral” con la Ficha Limpia. Y el primer intento de solución está a la altura de su visión del mundo: así como muchas veces cree que con tuitear algo “alcanza” (si lo escribo se hace, si tuiteo agua, beberé); ahora supone que con borrar el tuit se borra la estafa, el “error” se subsana. Lo que muestra su “mala noche” además son los nuevos pies de barro sobre los que asienta a la Argentina: la velocidad con que quiere obtener resultados, inversiones, señales, bajas o subas de algo, supera límites institucionales, ponele, pero sobre todo expone a la Argentina a esa ansiedad adolescente por la guita, Masivo, bro. Nada más argentino: nos gusta más la plata que el capitalismo. Pero un presidente puede trabajar sobre ese rasgo, no actuarlo. Milei parece que quiso la presidencia para representarse a sí mismo.
🫠 LA RABIA DE UN CRYPTOBRO CHILENO ESTAFADO POR MILEI.
— Tiempos Convulsos 🍉 (@aquiradiomoscu) February 15, 2025
Este trader que vive en EEUU perdió al parecer bastante dinero invirtiendo en una crypto que era promocionada por un presidente. No es cualquier cosa.
La estafa de $LIBRA destruyó el mercado de las "memecoins" pic.twitter.com/QiQ4r9xW7F
Dirán, con cierta razón, que por la “falla de San Andrés” de nuestra estructura productiva (domada entre bloques que no hacen síntesis, el empate hegemónico, etc.) estamos hace mil años atados a una economía con pies de barro. Pies de barro tuvo el pacto social de Perón, pies de barro tuvo la liberalización de Martínez de Hoz a punta de picana, pies de barro tuvo el Plan Austral, pies de barro la Convertibilidad, y la reconstrucción duhaldista, y pies de barro tuvo la década ganada, ¡y la lluvia de inversiones! Pies de barro tiene este nuevo… dólar.
Sin el tuit no hay negocio. El negocio es el tuit.
— Marcelo Gantman (@marcelogantman) February 15, 2025
¿Pero qué impulsa Milei con su “desesperación” y cinismo? Un balance entre el bronce y el oro. Un balance en el que, pudimos decir a nuestro modo, que la democracia “salió bien”, pero la economía no. Nos llenamos de bronce (derechos, símbolos, prestigio ciudadano) y nos empobrecimos. La cuña histórica del libertario, entonces, a la luz de ese “balance”, siempre, y obsesivamente, va más contra la herencia de Alfonsín que contra la de Perón (de hecho, hasta los populistas teóricos defienden el “consenso alfonsinista”). Va más lejos en el tiempo (al peronismo, en última instancia, lo imagina sin liderazgo hegemónico en los términos de Germani: “una masa en disponibilidad”). Entonces va contra el origen de la democracia y su relato de “República Perdida”. Para Milei existe, de fondo, una solución inconfesable: volver a perderla. La República, tal como la conocimos desde el 83, dice, y la pobreza no miente, no sirvió de nada. Quizás por eso no parece obsesionado en las cosas que obsesionan a la ciencia política: bloques, coaliciones, federalismo. Y tampoco a los economistas de Palacio con sus cámaras, asociaciones, lobbys cruzados y subsidios. La casta es un palacio quemado. La fragilidad la curaré con velocidad. Y si Charly García dijo contra el concepto “rock nacional” que es mejor decir que el “rock nació mal”, Milei cree que el rock nació bien, que lo que nació mal es la Argentina. En eso reside también el destrato institucional contra sí mismo: un presidente a un tuit de un esquema Ponzi.
Tener razón, pero no tener solución
Miremos el presente histórico. Lo que sabemos: no nos quieren felices, nos quieren intensos. Y esa intensidad empezó a ajustarse como “modelo de gobernabilidad” más o menos en 2008, cuando las cacerolas, el campo y el piripipí militante a dos bandas en plazas, paneles de TV, blogs y Parlamento teatralizó los doscientos años de historia argentina. El verdadero festejo del Bicentenario fue ese conflicto: el desfile de la Historia en su histeria por las retenciones y el lenguaje nacional entre zombies (“Grito de Alcorta”, “Comando Civiles”, “Lockout Patronal”, “Yegua Montonera”). Teatro que compactó doscientos años. El 2008 fue el verdadero Bicentenario, aunque dos años después se haya hecho el ritual oficial.
Pero cuando se desató esa “batalla” ocurrió otro clásico: se enamoraron del instrumento. No es deliberado. No es una decisión de apretar el botón y listo. Funciona más bien, como se dice mucho, en el ingreso a una zona de confort aunque pareciera amenazante. Enamorarse del instrumento suena a fijación fálica. El ejemplo clásico: cuando Menem se enamoró de la Convertibilidad. Y fue el definitivo tutor de la democracia. Si domo el dólar, domo la inflación, las clases, los carapintadas. Al menos un rato, el rato en que las instituciones civiles se hicieron más irrompibles. Pero el remedio se transformó en veneno. Así, el instrumento de la grieta fue un modo de “vivir la crisis”. Ya se dijo, no aburramos. Pero lo contrario a ese vivir en tensión sin que la sangre llegue al río (el “negocio del país dividido” que mencionaba Lucas Carrasco, y también, con el límite del consenso alfonsinista) podía ser un brusco desenlace exportador o ir derecho al “vivir con lo nuestro”, y cualquier camino hubiera ocurrido a riesgo de romper la democracia: pasar de “batalla cultural” a “guerra popular”. Fue mejor gobernar dividiendo la sociedad a propósito y no porque no estuviera “naturalmente” dividida, es la cuenta. Entonces en 2008 nace también en ese sistema áspero de gobierno basado en una oscilación pendular lo que Esteban Schmidt llama “Coalición del Déficit”. Y lo que hubo entre 2001 y 2008, entre el servicio patriótico de Duhalde y los años prósperos de Néstor, fueron siete años en el Tíbet. Con tal crecimiento económico creímos encontrar un “modelo”, hasta que volvieron las cacerolas en su nuevo estadio de conciencia: las cacerolas para sí. La disputa por la distribución de costos a la primera turbulencia de esa gobernanza “con tasas chinas”. Milei vino a romper esa inercia y enfrenta a esta oposición melancólica y ansiosa con un vacío del que deberán ser responsables: ya no pueden invitar a la sociedad al retorno a un lugar seguro. Al cambio, si se lo enfrenta de verdad, se lo enfrenta con cambio o nada.
Hace meses que no sabe cómo controlarse frente a una sociedad que pacientemente aceptó sus reglas
¿Nunca más seremos felices?
Visto ahora: había una vez un país donde los presidentes proyectaban para la masa un modelo de felicidad. Había crisis, desempleo, pobreza, atraso cambiario, choreos, las variaciones del menú de siempre, pero existía en el mandato presidencial prometernos algún instante de fiesta común. Era la religión laica del Estado: “vamos a la plaza que hoy Julia Zenko canta el himno a Sarmiento”. Alguna zona de la vida en común no debía tener enemigos y reencontrarnos. Menem le prometía a la izquierda que aplastaba con su Estabilidad: “llevaré sus productos a la góndola”. Lo sabemos: la SIDE de Anzorreguy, además, fue solidaria con tantos parias de la historia. “Todavía cantamos” y los presidentes hacían un poco de boludos. No todo el tiempo, pero sí en algún momento declaraban sus buenas intenciones. No nos decían que era el fin de la Historia, pero anhelaban lo imposible: ver si en democracia la Historia podía funcionar de 9 a 18.
Mirado hacia atrás, en esa prehistoria -y a la luz de sus fracasos-, Alfonsín, Menem y Kirchner (fundadores de épocas pasadas) dejaban ver ese lado común. Una forma de felicidad compartida incluso en el mientras tanto en que ocurría su plan que, como todo plan argentino según el pesimismo vital de Jorge Asís, sale mal. El menemismo nació interpretado, pero había de fondo una propuesta de felicidad e integración (pese a las exclusiones) en ese dólar convertible al peso. “¿A qué no sabés de dónde te estoy llamando?”. La diversión, el consumo, nos merecemos el mundo. Y no joderle demasiado la vida a nadie con la moral. Mientras, al costado, calentaba motores el Perro Santillán, con toda dignidad.
Toda gran serie presidencial proponía, entonces, su mínimo modelo de felicidad para los comunes. Y una vida (o un día en la vida) afuera de la Historia. Con Kirchner todo era un poco más de posguerra y Estado, pero algo se invertía en eso. Recordemos, por ejemplo, los primeros 25 de mayo con soldados sirviendo chocolatada para los hijos de las familias que se acercaban a la Plaza de Mayo a oír el menú oficial que iba desde Silvio Rodríguez hasta La Sole. La playlist de Estado. Las plazas tenían jornada larga con “recambios”, las olas de la representación peronista de ese entonces: entraban los psicobolches del turno vespertino a cantar que otra vez la era estaba pariendo un corazón y se retiraban las familias que habían ido a oír “A Don Ata” en la voz de esa cantante única, la flor de la capital de la soja. El Estado no podía hacer una economía duradera y sin perdedores, pero cobijaba de muchas formas alguna ficción de unidad espiritual y reencuentro entre contrarios. Los Estados no son neutros, pero hacen misa nativa. Invitan hasta a los muertos. La magdalena de Proust nacional se mojaba en el chocolate que servía el soldado correntino venido temprano desde Campo de Mayo. El estado del estado. Los desfiles de soldados y el rancho e’ la Cambicha. Presidente Menem, de traje impecable, bailando una zamba en el programa de Mareco por ATC.
Porque nada en Milei no es sincero. Ese es su commodity, su remedio y su veneno. Nunca se le hubiera traspapelado un discurso como a Menem. Nunca banalizaría su lugar
Milei viene sin promesa de amor
Es el fin definitivo de eso. Su viaje es a lo desconocido. Si Alfonsín, Menem, Duhalde y Kirchner, venido cada uno de un interior profundo, intentaron reparar con su versión de argentinidad, Milei en cambio quiere reparar con la contracara (igual de argentina): odiarnos a nosotros mismos, a lo que fuimos, a lo que “nos trajo hasta acá”. Pero este “estilo” es nuevo porque extrema hasta límites nunca vistos el gusto por el conflicto, por cuestionarnos la Historia de raíz, por multiplicar diferencias, por importarlas, por hacer de cada tema micro-debates, por inflar consensos ya derrotados para romperlos como piñatas, por ese regusto que tiene Adorni cada vez que lee el Boletín Oficial chupándose los dedos, sabiendo que patean en el piso al “progresismo” que, como programa, está agotadísimo hace más de una década. Pero una cosa es separar esa “Iglesia” del Estado (gente que aún cree que el déficit es bueno) y otra es no dejar a la gente en paz o incluso despreciar el mínimo cristiano de amor al prójimo porque creen que toda debilidad (o cualquier forma de humanidad) será acusada de “woke”, de manotazo de ahogado por un “recurso público”. Milei de tan extremo, de tan lejos que lleva el “modelo” de gobernar produciendo conflicto, de tan inspirado en ciertas líneas del inteligente Steve Bannon, ya es original. Creó la criatura. Y no hay forma de domarla. Tiene un principal problema: él mismo. Hace meses que no sabe cómo controlarse frente a una sociedad que pacientemente aceptó sus reglas. Pero es el estalinismo de este siglo: no hacer la revolución porque no da, porque las revoluciones involucran la labor de “hacerlas”, pero fusilar mediáticamente a sus disidentes. En el último partido de Boca apareció con vida Marra parafraseando el salmo de Francella en “El secreto de sus ojos” (“hay una cosa que no puede cambiar, no puede cambiar de pasión”). Asís debería apodar a Marra así: “El Fusilado Que Vive”.
Pero la “batalla cultural” ya había dado estupideces, en las que muchos en mayor o menor medida tuvimos parte. Escupir fotos de periodistas, estirar las complicidades civiles de la dictadura hasta convertirlas una caza de brujas selectiva por televisión, festejar en twitter “tu golpe de estado favorito” de la historia, reírse de los muertos del 55, y demás cosas todas hechas entre gente que se conoce demasiado, cuando muchos de esos dedos acusadores también fueron “empleados de Magnetto” (aunque sea en alguna renovación de la grilla de radio Mitre un verano). Gente que vivió cruzándose en pasillos, fundaciones, editoriales, en la SIDE o las secretarías de gobierno, en cenas de fin de año de CIPPEC y afines. Pero Milei no estaba ahí. Milei y los suyos llegaron como ajenos al régimen, de un lejano oriente, aunque él fuera empleado de esa SOCMA del siglo 21 que es el grupo de Eurnekian. Pero nadie daba un mango por él. El boliche del armenio “solidario” era el teatro de su último bullying. “Je, ¿viste lo que dijo el gatero éste?”, decían en todo el arco político. Bueno, ese es hoy el presidente. Todos somos Churchilles de lobby de hotel y de golpe llegó al poder el tipo del que se reían. Milei tiene gente que lo conoció y tuvo que ir a desempolvar el recuerdo, porque el polvo que tapaba ese recuerdo era el peor: el de la subestimación. El bullineado que llegó a gerente del banco adónde vas a pedir el crédito. Milei tiene la última palabra sobre demasiados asuntos.

Pero como todo lo tan a base de fórmula, tendrá fecha de vencimiento. Al César lo que es del César y a Cositorto lo que es de Cositorto. Más temprano que tarde agotará este Milei que no descansa el personaje, que no descansan sus guerras, nada lo deja en paz, no hay satisfacción. Y si su virtud consiste en romper frenos inhibitorios, en la virtud está el defecto. Se ha visto en el amor. La virtud que enamora es la que cansa. Esa chica que se enamoró de tu humor (“me hacés reír como nadie”) dos años después te dice: “¿es necesario que llames la atención todas las navidades, pelotudo?”. Ese “estilo”, se dijo mucho después del último discurso en Davos, lo deja atado al error, como él mismo le reconoció a los íntimos (aunque fusile al íntimo que lo filtra). Porque nada en Milei no es sincero. Ese es su commodity, su remedio y su veneno. Nunca se le hubiera traspapelado un discurso como a Menem. Nunca banalizaría su lugar. Entonces, ¿cómo retrocede de un error si ese “error” es una convicción? Si para Milei es más importante la verdad, su verdad, que el Estado. El rol internacional parece dado más al peso de su liderazgo que al peso de una Argentina a la que además le excita bajarle el precio. Siempre parecen decirnos: no somos potencia, no competimos, economía chica, nos queda ser vanguardia. Como la Cuba de un nuevo bloque mundial, precipitando una crisis de misiles simbólicos en cada conferencia. Así, el presidente tiene el temperamento preso, como cualquier centennial, a la ansiedad del like de Trump o Elon Musk, los hombres poderosos del momento que guardan el aplomo del poder, el aplomo que da tener la máquina de imprimir dólares, de conquistar Marte o de producir terror. La CÍA. Milei es su sola máquina, y vende audacia sin retorno. Sólo él, y contra él mismo, arruinó este primer verano que parecía calmo, disputado entre playas mansas, “opinado” como dice Willy Kohan, pero sin tragedia. Milei estalló su verano. Tenía a toda la política opositora en el espejismo de una negociación paralela (que Lijo, que Ficha Limpia, que las PASO, que la obra pública). Todo lo que hoy puede despertar la fantasía de su caída tiene factura oficial. Fue él. Soy mi instrumento enamorado. Así, el gobierno se quedó dos semanas con el VAR del discurso; primero pensando que “dolió la verdad que dijeron” y después constatando que en realidad “sacaron de contexto” lo que dijeron. Ahora toca “explicar” el tuit Ponzi.
El Estado no podía hacer una economía duradera y sin perdedores, pero cobijaba de muchas formas alguna ficción de unidad espiritual y reencuentro entre contrarios
¿Es posible una alegría común aún?
El hormiguero está pateado hace años. Las plazas públicas son de todos. Vivimos esta “revolución del hombre común” que consiste también en esto: pasarse de vivos, desdeñar a todos los que no son vos, creer, como Thatcher, que la sociedad no existe. El verano en paz fue sacudido tras la homologación entre homosexualidad y pedofilia que dejó al presidente empastado en su lengua (todo lenguaje es una cárcel, la habilidad retórica también reside en saber escapar de ella), y aún con toda la segmentación evidente la marcha de febrero también pudo repercutir un poco en “el clima de negocios”, porque el mundo sabe que la Argentina es “contenciosa”, como le gusta decir a mi amigo Fernando Rosso, que todas las marchas al final erosionan (aunque la “intelectualidad orgánica” de turno siempre diga que “no alteran la arquitectura del 55%”). Para los que miran de afuera, en Argentina todas las marchas son pardas. Y las plazas conviven con otras plazas, como la de los migrantes venezolanos que el mismo enero se agolparon y fueron masa, aunque para la izquierda cínica sean un proletariado inaceptable. Ya sabemos, la izquierda y sus “plazas calificadas” juega a la geopolítica con culo ajeno. Miles de venezolanos exiliados no rozan el corazón de los Atilio Borón que favean la lucha antiimperialista, piden pizza y la reciben en manos de un venezolano.
Que maldición gitana ser siempre un experimento ideológico
— Pablo Touzon (@PabloTouzon) February 5, 2025
Pero este verano el “estilo presidencial” metió la cola más lejos. Empezó en Davos, siguió en twitter. Y podemos decirlo de modo vigilante: un tipo que se “tolera” que lleve una vida privada inexplicable (hijos de cuatro patas, hermana primera dama, noviazgos por temporada, algo que a muchos hombres de familia con varios hijos de dos patas NO NOS IMPORTA EN LO MÁS MÍNIMO), de golpe es el intolerante que le mide el aceite moral a los demás. Borrando, incluso en su prepoteada, las cosas sensatas que también Milei plantea, como en este límite tan necesario sobre la hormonización en menores. Pero, ¿el tipo de más inexplicable vida privada se mete en la de los demás? Menem, notable político, hacía más la vista gorda sobre las vidas ajenas. Menem fue un liberalizador. Se divorció en vivo, exhibió su vida libre y a la vez amó a sus hijos y a su familia. Podía tener acuerdos con los conservadurismos, pero el tipo iba por la vida como un dandy y dejaba que los demás lo fueran. Fue aliado de Quarracino, pero nadie tiene una foto de Menem con Quarracino. El populismo académico maradoniano olvida incluso la sincera amistad de Menem con Maradona. Una amistad de los años noventa, con todo adentro. Traje color mostaza, soldado Chamamé y Rolling Stones. A Alfonsín también le gustaba la vida, al gallego en su sonrisa se le distinguían picardías, aunque enfundado en un traje color whisky, como un presentador de Función Privada atado a la sobriedad; bueno, era el primer “civil”. Pero este presidente, cuya oferta de vida es la libertad, debería saber entonces que la reconstrucción familiar necesaria en este invierno demográfico se atiene mejor a una bella y sutil frase que usó la Vicaría de Villas durante el debate del aborto (para oponerse obviamente) en 2018 y 2020: “la vida como viene”. La familia también. Como te sale, como viene. De abajo hacia arriba el amor manda. La Argentina no se hizo (mayoritariamente) católica hace diez minutos, como muchos de estos neo-integristas que se sueñan del Opus y viven entre su lógico desconche hormonal y el consumo de poder.
La frase del “respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo” que recitaba Milei daba su mejor versión después de tantos años de catecismo progresista que se había vuelto conservador en su impotencia (una Argentina incapaz de resolver nada convertía en batalla cultural todo). Pero parece que cambiamos un clima sofocante por otro nuevo sofoco. Una promesa de libertad con demasiada correa. El comienzo de esa cita que repetía Milei calzaba justo con la renovada decisión argentina de “ser más liberales con este nuevo presidente”. Y liberales no es más “educados”, es más salvajes, más libres, más emprendedores. Alguno dirá (incluso con fastidio): “si ya somos liberales, si no hemos podido ser otra cosa, finalmente, desde 1983, que liberales”. Es cierto en muchos sentidos. Pero Milei no la ve. Fin.
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Larga vida a Raúl Barboza y su luz argentina: