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14 de enero 2016

Tomas Boro

Investigación en ciencias sociales. Panamá Línea Fundadora. Escribe esporádicamente sobre política y cultura en Le Monde, La Vanguardia, Los Inrockuptibles, La Agenda, etc.

LEALTAD CON LA INTENSIDAD

Tiempo de lectura: 3 minutos

La izquierda se ha vuelto reaccionaria, o por lo menos lo que queda de ella, disuelta en el insípido jarabe universal del progresismo”, decía Claudio Uriarte en una de sus últimas notas antes de morir. Traicionar el origen es un clásico y muchas veces quien cambia de posición tiene una buena coartada para marcar que bajo el cambio hay una fidelidad a ese pasado. Un modo de apuntar a los otros, sus imaginarios ex compañeros de ruta, y decir que son ellos los que traicionaron más. Una forma de decir: yo sigo parado en el mismo lugar y los que se mudaron son ustedes. En Uriarte, por sobre todo, hay lealtad con la intensidad.

Pero este clásico no solo es argentino y hay desplazamientos y traiciones de todo tipo. En el mundo podemos encontrar ejemplos de referentes intelectuales sosteniendo posiciones del estilo. Neoconservadores como Irving Kristol, provenientes del trotskismo, niegan haber hecho un giro a la derecha y dicen ser fieles al espíritu anti-totalitario de su juventud. Cristopher Hitchens, un liberal-hawk, decía que al apoyar la guerra por la democracia en Irak era consecuente con sus ideas de toda la vida consagrada a levantar a figuras como George Orwell y condenar a otros como Henry Kissinger. En la misma sintonía Michel Houllebecq y Bernard-Heri Levy, en su epistolario de e-mails, le reclaman a la nueva izquierda el haberse convertido al culto al paganismo y el ser solidarios del islamismo fascista global.

En Uriarte, por sobre todo, hay lealtad con la intensidad

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En esta línea escribe contra la filosofía de la izquierda posmoderna. En su obituario del autor de La condición posmoderna, Jean-François Lyotard (1924-1998), Uriarte dispara: “Por una elemental cuestión de decencia y humanidad no debe celebrarse la muerte de nadie, pero sí la salida de producción de una usina de seudopensamiento oscurantista y enemigo de la libertad”. Uriarte se enfrenta a “estos seudofilósofos y seudocientistas sociales que celebran las derrotas del hombre, no sus victorias”. Más Isaiah Berlin y menos Jean Baudrillard, pedía a los gritos.

Despotrica contra el progresismo porque este habría traicionado el verdadero espíritu del progreso humano. El progresismo es reaccionario, desde su mirada, porque es incapaz de reconocer que “enfermedades enteras han sido barridas de la faz de la tierra y la fuerza motriz de todo eso es el capitalismo” sin proponer una verdadera revolución, rindiendo culto a las revoluciones perdidas por sobre las triunfantes. Dice textualmente: “contra la sordidez y el desencanto de las revoluciones que triunfaron, la bella alma progresista elige destacar el indudable encanto de las revoluciones que no llegaron al poder”. Uriarte sentencia estar más cerca de los patriarcas de la izquierda clásica que rendían culto al progreso (Marx, Lenin, Trotsky) contra cierta izquierda cultural y estetizante contemporánea, más hija de quien denomina como el primero de todos los mochileros: “el aventurero Che Guevara”.

En cierto sentido hasta aquí parece persistir la impronta de su educación sentimental marxista, pero no. Y tampoco es un “iluso del progreso”, y por eso también apunta contra el corazón del pensamiento de la izquierda revolucionaria tradicional. Critica que a lo largo del siglo XX “buena parte del mundo fue sometido a despiadados y estériles experimentos de ingeniería social”. Desde su mirada la revolución no deja de estar del lado de la barbarie, junto a Auschwitz.

Desde su mirada la revolución no deja de estar del lado de la barbarie

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Uriarte declaraba ser un “iluminista negativo”: un disidente que intentó serlo de modo no tradicional. Porque lo tradicional en este caso es escribir para un público más informado que culto que busca en los medios reafirmar su propios pensamientos escritos por otros. Y ahí Uriarte eligió un camino relativamente solitario, bastante poco redituable y en cierto sentido también provocador. Era editor de internacionales en Página/12 con un retrato de Donald Rumsfeld en el escritorio, según cuenta la leyenda, nada menos. A Uriarte le cuadra bien aquello de que “si la prensa se ha dedicado a elogiar a las masas de lo que se trata ahora es de provocarlas”.

El giro cultural de cierta izquierda y una mirada superficial de los asuntos económicos (¡paradoja materialista!) es un fenómeno contra el que escribió Uriarte. La politización de la técnica, la moralización de la economía y la semiotización de la vida civil de estos últimos años argentinos, que no llegó a ver, dan cuenta de muchos de sus temas de interés. “Los progres no podrán descansar en paz”, rezó poco antes de morir. Quien busque la paz encontrará la guerra.

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