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06 de octubre 2021

Marcelo Ohienart

EL PROLÍFICO CADÍCAMO

Tiempo de lectura: 8 minutos

El primer equipo del que tengo memoria cierta, fue aquel que dirigió Rogelio Domínguez entre 1973 y 1975, o sea, entre mis 9 y 11 años. Se decía de ese equipo que “jugaba lindo” pero no salía campeón. Fue el primer equipo que aprendí de memoria: Sánchez, Pernía, Rogel, Mouzo y Tarantini; Benítez, Trobbiani y Potente; Ponce, García Cambón y Ferrero. Su mejor actuación fue durante los torneos Metropolitano y Nacional de 1974. Al tío Antonio, que era fana de Boca, los dos hijos le salieron “gallinas”, debe ser por eso que cuando me quede una noche a dormir después de la visita familiar en la casa chorizo de la calle Malabia y Charcas, donde vivían, faltó a su trabajo en el Correo Central y nos llevó a Pablo, su hijo menor -mi primo- y a mí, a conocer la Bombonera, en lo que creo que fue un intento por dar vuelta la decisión de su hijo. Llegamos a la puerta de Brandsen 805 y después de conversar con el portero, logró que nos dejaran ingresar. Desde ese acceso, después de cruzar el hall, se llega directamente a una puerta que da al campo de juego. Más precisamente al córner entre la platea y la popular que da espaldas al Riachuelo. Ahí vi por primera vez la cancha de Boca. Miré hacia la tribuna local, sus tres bandejas, luego hacia los palcos viejos, que tenían esa gran torre de homenaje, tan imponente ella, ubicada justo en el centro de la mitad de cancha y sentí una sensación indescriptible.

Debe haber sido por celos que, cuando le conté al abuelo Américo dónde había estado, decidió al otro sábado llevarme a recorrer el barrio de La Boca. Tomamos el colectivo 46 en Ramón Falcón y Gral. Paz, aquel que recorría la avenida Perito Moreno desde Rivadavia hasta Sáenz, mucho antes de que existiera la autopista. Bajamos en su terminal, debajo del puente colgante de la Boca. Vimos a los ‘boteros’ que cruzaban a la gente hasta la Isla Maciel. Américo decidió que nos encamináramos por la avenida Almirante Brown hacía el norte. Cuando llegamos a la esquina de Suárez, domicilio eterno de la pizzería Banchero, esa de los “creadores de la fugazza con queso”, tomamos por ésta en sentido al río. Subiendo y bajando veredas alzadas respecto del asfalto para preservar a las viviendas de las crecidas del Río de la Plata. Cuando llegamos a su cruce con la calle Necochea, ahí cambió el paseo. El abuelo se detuvo para relatarme lo que sigue: “si mirás para allá –señalando con su mano hacia el norte- verás los carteles de todas las cantinas que hicieron famoso este lugar, en los años sesenta, cuando vos recién nacías”. Ahí estaban Lazzarella, Il Piccolo Vapore, La Gaviota y Genarino. Pero, no se conformó con eso, porque ahí se despachó con lo que él, se jactaba, sabía: el tango. Y arrancó tarareando esos versos que dicen:

¿Dónde andará Pancho Alsina?

¿Dónde andará Balmaceda?

Yo los espero en la esquina

De Suárez y Necochea.

Segunda estrofa del tango “Tres amigos”, que tiene letra y música de Enrique Cadícamo y de Rosendo Luna (su alter ego) y cuya versión, grabada por Aníbal Troilo con la voz de Alberto Marino en 1944, era la favorita del abuelo. Seguimos caminando por Suárez hasta la plaza Solís, para finalmente tomar un café con leche en el Bar La Buena Medida en la esquina de Caboto y Suárez. “Fue en ésta plaza –comenzó contándome el abuelo- que cinco muchachitos del barrio fundaron en 1905, el club Boca Juniors, dos años antes de que yo naciera, se llamaban Scarpatti, Sana y Baglietto, los otros dos no los recuerdo.”

El Café “Domínguez”, de Corrientes 1537, le cantó así: “Bar Domínguez/de la vieja calle Corrientes que ya no queda/de cuando era angosta y la gente/se mandaba el saludo/de vereda a vereda.”

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Domingo Enrique Cadícamo, nació en General Rodríguez en el año 1900, fue el décimo hijo del matrimonio conformado por los italianos Hortensia Luzzi y Ángel Cadícamo. En 1907 comenzó sus estudios primarios en la escuela Hermanos Maristas de Luján. Por temas laborales de Don Ángel, la familia se traslada al barrio porteño de Flores. Allí, Enrique pasará por las escuelas primarias Saturnino Segurola y Gral. Urquiza, para finalmente transitar la secundaria en el Nacional Mariano Moreno. A los 18 años ingresa a trabajar al Consejo Nacional de Educación. Ese empleo le permitió conocer a Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones y Enrique Banchs, entre otros. No pudo escapar del enrolamiento, así que prestó el servicio militar en el Regimiento de Infantería 4. Al terminar la “colimba” conoce a quien luego sería su más gran amigo: Juan Carlos Cobián.

Cobián le llevaba cuatro años y ya venía caminando la calle, en una de esas tantas noches de cafetines, conoció al pianista Roberto Goyheneche, tío del ‘Polaco’, más precisamente en el Café Domínguez de Corrientes al 1500, y fue éste quien le puso música a unas letras de Enrique. Ese tango sería inmortalizado por Carlos Gardel: “Pompas de jabón”.

Cadícamo & Gardel

Cadícamo tiene registrados casi 1300 tangos, fue parte de la guardia vieja y la guardia nueva, integró esa legión de creadores junto a Cátulo Castillo, Pascual Contursi, Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi, Celedonio Flores y Homero Expósito, entre otros tantos. Para 1941, estrenó a su alter ego Rosendo Luna, firmando como autor el tango “El Cuarteador”. Según el periodista Pablo Calvo, en una época Cadícamo cayó enfermo, y como le seguían pidiendo letras, recurrió a otro gran amigo, el periodista Jorge “el alemán” Gottling, como su escritor fantasma. No hay hasta hoy registros de cuales tangos de Cadícamo habrían sido escritos por el alemán. En su gran obra “Los Mareados”, como bien dice Alberto Alba, presidente de la Casa del Tango de La Plata, “como si de sencillez se tratara, el poeta pone en boca del protagonista la sentencia amarga de la ruptura amorosa entre el hombre y la mujer, y lo hace para disipar toda duda, en tres tiempos verbales: Hoy… (presente)…Vas a entrar (futuro)… en mi pasado…(pasado). Tres tiempos verbales que están en la sencillez  profunda y honda del poeta”.

3

En 1950 conoce a Nelly Ricciar, con la que mantuvieron un noviazgo hasta 1961 en que deciden casarse. Tuvieron una hija, Mónica María, que nacería en el domicilio de Avenida Santa Fe 2161. Fue ampliamente homenajeado, por caso, los Amigos de la Calle Corrientes instalaron un monolito en el 1330 de la mítica calle, lugar en el que supo vivir en su juventud; fue galardonado con el premio Sadaic de Oro, que se le otorgó en una audición de La Noche Con Amigos de Lionel Godoy realizada en la Quinta de Olivos bajo la presidencia de Carlos Menem y hasta en Italia, a expensas del gobernador de Calabria, se inauguró una placa en una plaza de San Demetrio Corone, Cosenza, pueblo de donde eran oriundos sus padres. La cortada Carabelas, esas dos cuadras a espaldas del ex edificio municipal, a metros del obelisco, pasó a llamarse Paseo Enrique Cadícamo desde el 2011.

Cuando llegamos a su cruce con la calle Necochea, ahí cambió el paseo. El abuelo se detuvo para relatarme lo que sigue: “si mirás para allá –señalando con su mano hacia el norte- verás los carteles de todas las cantinas que hicieron famoso este lugar, en los años sesenta, cuando vos recién nacías”

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Hacer una nómina de sus mejores composiciones es tarea incordiosa e innecesaria. Tiene tal cantidad de tangos escritos, que sólo queda citar los favoritos: “Al mundo le falta un tornillo”, “Che papusa, oí”, “La casita de mis viejos”, “Los mareados”, “Al morocho y el Oriental”, “Anclao en París” o “Garúa”. Cadícamo le escribió al amor, al barrio, a la miseria, al destierro y la añoranza, al dolor y la angustia.

Sin embargo me parece oportuno detenerme en un detalle, Enrique debe haber sido el tipo que caminó más cafetines que cualquier otro. Fue “EL HOMBRE DEL CAFÉ”. En distintos tangos recorre y describe cafetines como pocos lo han hecho. Le escribió al “Café de los loros”, de Corrientes y Medrano, llamado así porque ahí paraban los guardas y motormen del tranvía Lacroze cuyo uniforme era verde; Escribió los versos del tango “Compadrón” en el café “La Paloma” de Alberdi y Culpina, lugar que le dio fisonomía de guapeza y bravura al barrio y al Café “Domínguez”, de Corrientes 1537, le cantó así: “Bar Domínguez/de la vieja calle Corrientes que ya no queda/de cuando era angosta y la gente/se mandaba el saludo/de vereda a vereda.”

Compuso una serie de poemas en los que recuerda un Buenos Aires de comienzo de siglo: “Poemas del Bajo Fondo. Viento que lleva y trae”, describe lugares, personajes y hechos que hoy sólo viven en el recuerdo. Por suerte los rescató para siempre, creando así un testimonio irrefutable de la época, como en este fragmento de “Viento que lleva y trae”:

“Sebastián, el Pardo, encendió el fervor,

en las venas de los hermanos Santa Cruz

 en el Café Atenas.

En aquel café de Canning y Santa Fe

donde se tocaban los tangos de Villoldo

El choclo y Yunta brava

y florecían las biabas

de Aparicio, el caudillo

y del chino Andrés.”

Este otro, “Barrio Boquense”, del mismo libro, en el que vuelve a citar un cafetín:  

“En el cercano café

de la calle Necochea,

 Arolas garabatea

en su fueye dormilón

 un tango muy retozón

 y con gracia lo florea”.

Y para ir cerrando los ejemplos, el tango “Café de Barracas” describe un nuevo lugar de encuentro, ese en el que los amigos ya no van…

“Viejo café de Barracas

turbios recuerdo de entonces,

que allá por el año once

tenía entreveros de facas…

Hoy has cambiado tu pinta,

todo es nostalgia y neblina,

ya no es muchachos de esquinas

la del café El Pasatiempo,

cuando tocaba en sus tiempos

el tigre el bandoneón”.

4

Después de terminar el café con leche en “la Buena Medida”, con el abuelo volvimos a desandar el camino recorrido, ya iba siendo la hora de ir a buscar a mi viejo al Mercado Del Progreso y continuar con la rutina del vermouth antes del almuerzo. Así que nos tomamos el colectivo 53, justamente en la esquina de Suárez y Necochea hasta Caballito. Rojas y Rivadavia. Recordemos entonces, para cerrar, que Enrique Cadícamo en su “Poema a las calles Suárez y Necochea” describe como nadie esa mítica esquina boquense y sus alrededores, por eso, más que oportuno resulta transcribir una parte de esos versos,  un fragmento,  donde queda de manifiesto lo dicho más arriba… Cadícamo fue el hombre de los cafés de Buenos Aires:

“Bulliciosos alegres cafés de camareras animaban las noches del reducto boquense; marineros, borrachos, matones y taqueras, lámina colorida de un faubourg montmartrense. Nombremos dos o tres, bien vale la reseña: El Royal, La Marina o aquel otro famoso: el café de Mecha la Popular…  Su dueña era una bella joven de senos impetuosos. En el Royal, Canaro había formado un trío con Loduca y Castriota, y en el café de enfrente los dos hermanos Greco en franco desafío con el torneo de tangos caldeaban el ambiente. A la vuelta, por Suárez, el café La Marina tenía a Roberto Firpo, y volcando hacia el muelle por la de Necochea: dos bares en la esquina con el Tano Genaro y el alemán del fueye. Puede decirse entonces que el imperio del tango fue la Boca, en las calles Suárez y Necochea, ochava de arrabal de indiscutible rango, nacida bajo el signo de la semicorchea […] Pero dejemos esto y volvamos, que espera en el café del Griego Canaro con su trío; ahí fue donde compuso su página primera: La barra fuerte, un tango retozón y bravío. Rebotaban las notas de El choclo y La metralla en la atmósfera del café de camareras, El Compinche y La Chola se pasaban de raya y El Llorón lucía su estampa arrabalera”.

Enrique fue declarado “Ciudadano Ilustre” de la ciudad de Buenos Aires en 1987 y distinguido como “Personalidad Emérita de la Cultura Nacional” en un homenaje que le realizaron en el Teatro Nacional Cervantes en 1996. Esta vez se hizo justicia y los reconocimientos los recibió en  vida. No llegó a cumplir los 100 años de edad, el hombre del rostro arrugado dejó esta tierra a los 99 pirulos, pero nos dejó por siempre su dramaturgia y poesía. Gracias Enrique.

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