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07 de septiembre 2021

Marcelo Ohienart

EL “NEGRO” CELE

Tiempo de lectura: 7 minutos

1.

Alguna vez les relaté que al abuelo Américo cada tanto se le daba por eso de “vamos a pasear a ninguna parte”, que era ni más ni menos que ir hasta la avenida y subirse al primer colectivo que pasara y sacar boletos hasta la terminal o cabecera, para una vez ahí, recorrer y enseñarme de qué iba ese barrio. Cuando era niño me creía eso de “ir a cualquier lado”, hasta que comprendí que no era el azar sino el abuelo el que decidía la línea de colectivos a la que subir, y claro, lo hacía en función de sus conocimientos.

Una vez, tomamos el colectivo 162 de la empresa Bartolomé Mitre, aunque la línea fue absorbida por la actual empresa La Cabaña, aquel recorrido entre Mataderos-Chacarita, pasando por Ramos Mejía en su trayecto, ya no existe más. Cuando por fin llegamos a Chacarita, visitamos la terminal de trenes del ferrocarril Urquiza, pasamos por la pizzería Imperio, el cementerio, caminamos por el Parque Los Andes y desandamos despacio unas doce cuadras de la avenida Corrientes hasta llegar a la avenida Juan B. Justo. Ahora, ya estábamos en Villa Crespo. Américo me contó que cuando joven, llegó a conocer el arroyo Maldonado, cuando corría a cielo abierto en su curso natural, hasta que comenzó su entubamiento en el año 1929, el abuelo tenía 22 años, terminándose su primer tramo en 1933. Ahí me relató historias de gente brava. En sus márgenes vivía gente muy humilde, y el lugar era provechado por malandrines para escapar de la policía. De ahí que el arrabal de Villa Crespo tenga tantas historias. Cruzamos la avenida y pasamos por lo que me contó era la “Lechería La Pura” en Corrientes 5563 para llegar finalmente a tomar un buen café con leche y medialunas en el 5436 de Corrientes, el “Café San Bernardo”.

2.

Muchos años más tarde, bastantes, entendí las razones de llevarme a conocer tan pintorescos lugares. Porque, a decir verdad, en esos años de la niñez hay cosas que quedan tan grabadas que cuando se crece uno siente la necesidad de volver a conectar con esos lugares, esos olores, esos sabores, esos recuerdos y esos “saberes”. Es que en esos pagos de Villa Crespo aparece contrito el rostro de Adán Buenosayres frente al Cristo de la mano rota, supo decir alguna vez Jorge Boccanera sobre esa página histórica de Leopoldo Marechal. Pero también es el barrio donde nació Celedonio Esteban Flores, “el negro Cele”, ese mismo que, dicen, en las mesas de la Lechería “La Pura” garabateó los versos del tango Mano a mano. O el mismísimo Café Bar y Billares “San Bernardo”, que en un tango sigue siendo El Trianón de Villa Crespo, y supo ser la sala más importante del barrio, sobre sus paños brillaron alguna vez los hermanos Navarro, fue un lugar de orquestas de tango en vivo y supieron compartir mesa “el negro” Cele y Carlos De La Púa. Tanto habitó sus meses Celedonio que le dedicó unos versos, esos que dicen en su primera estrofa:

No hace esquina, su rante mistonguería
se deschava en la mugre de las ventanas,
cortinas que en otrora fueran bacanas
ocultan interiores melancolías.

3.

Celedonio Esteban Flores nació en el barrio de Villa Crespo un 3 de agosto de 1896. Criado entre inmigrantes y criollos, hijo de un padre tipógrafo, abandonó los estudios en el tercer año del comercial, intentó tocar el violín en el Conservatorio e incluso probó con estudiar Bellas Artes, sin embargo y mientras ya había leído los versos de Carriego, de Almafuerte y hasta del propio Rubén Darío, se le dio por el box. Supo contarle en el año 1938 al periodista Borocotó para la revista El Gráfico: “Un día me dijeron si quería boxear en el Club Social América de mi nuevo barrio. Y fui. Allí me topé con Raúl Zampayo en diez rounds de dos minutos: nos dimos hasta hartarnos… y nos hicimos amigos. Pero unos amigos raros. Nos queríamos fuera del ring. Adentro, nos tirábamos al alma. El, más peleador que yo, lo aventajaba en arte, en escuela, como se decía. Intervine de inmediato en el Campeonato de Aficionados de 1922 que se disputó en el viejo local de Universitario y en el debut le gané a Salvador Cataneo por puntos. En ese torneo me ganó Carlos Relli que después resultó campeón, aunque el jurado me felicitó por mi escuela, por lo bien que boxeaba, siendo la primera vez que se felicitaba a un vencido en forma especial. Después seguí interviniendo en certámenes sin llegar nunca al título que ansiaba. En tanto, con Zampayo hacíamos jiras. Íbamos a pelear a Caseros, San Martín, Morón, a todos los pueblos cercanos a la Capital.”

…Y tu vieja, pobre vieja,
lava toda la semana

pa’ poder parar la olla
con pobreza franciscana
en un triste conventillo
alumbrado a kerosén.
[…] Ya no sos mi Margarita,
 ahora te llaman Margot…

Tenía 18 años cuando mandó los versos de “Por la pinta” a un diario vespertino y, para su sorpresa, esas colaboraciones eran premiadas, así que se alzó con 5 pesos. Para mayor fortuna, lo leyó Carlos Gardel, quien junto a José Razzano le puso música y lo llamaron “Margot”. Pero, según contó el propio Cele, fue un amigo el que le dijo que lo andaba buscando el Zorzal para pedirle permiso para grabarlo. Se dice que cuando se conocieron Gardel le habría dicho “¿Vos sos el sobrino?”. ¿De quién?”, contestó Flores, a lo que respondió: “De tu tío, el que escribió esos versos rantes”. “El que escribió esos versos soy yo, señor Gardel…”, explicó Celedonio, a lo que Gardel le retrucó: “Está bien, si vos lo decís. Pero ese lío de la mina bacana le pasó a tu tío”.

Al abuelo Américo cada tanto se le daba por eso de “vamos a pasear a ninguna parte”, que era ni más ni menos que ir hasta la avenida y subirse al primer colectivo que pasara y sacar boletos hasta la terminal o cabecera, para una vez ahí, recorrer y enseñarme de qué iba ese barrio

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A partir de ese encuentro surgió una amistad que duró hasta la muerte del Zorzal. Fue tan así que le terminaría grabando 21 tangos, entre ellos, quizá el más famoso: “Mano a mano”. Aquel que retrata las desventuras de un hombre al perder su amor, pero que así y todo, le dice que cuando ella sea “descolado mueble viejo”, él va a estar para “jugarse el pellejo” y ayudarla “cuando llegue la ocasión”. Otros tangos no menos famosos fueron “El bulín de la calle Ayacucho”, “Mala entraña”, “Viejo Smoking”, “Corrientes y Esmeralda”, por citar sólo algunos.

4.

Muchos se han abocado a estudiar las letras de Celedonio, hasta hay ensayos y tesis universitarias sobre su manera de expresarse. No es mi intención meterme en semejante embrollo, además no tengo la sapiencia para ello, sin embargo me atrevo a citar algún comentario al respecto. Por caso el periodista Gerardo Cadierno expresa que las composiciones de Flores esquivaban los tópicos literarios y se adentraban en el lunfardo al que elevó desde su connotación barriobajera para llevarlo al lenguaje común de la gente sencilla que se reconocía en las geografías que ilustraban sus composiciones.

El propio Celedonio, alguna vez dijo que quería escribir versos delicados, finos, sutiles, pero habiendo un Rubén Darío, un Amado Nervo, era imposible competirles: “El naipe no daba pa’tanto. Los versos de Flores -dice Blas Matamoro- son respuestas pasivas a una realidad social fuertemente codificada y solidificada, entre cuyas clases no hay movilidad alguna y cuyos estamentos están fuertemente diferenciados”. Y, convengamos, habiéndose criado en ese barrio rante y mistongo, con esa mezcla de inmigrantes de tantos dispares lugares, no había manera que Cele escapara del lunfardo, el argot por excelencia de este lado del Plata. Sus letras son, la mayoría, sentenciosas y moralizantes. Fue letrista exclusivo de Rosita Quiroga, la primera mujer en grabar un disco. Su modo arrabalero de cantar hizo famosa la creación de Cele, “La Musa Mistonga”.

Sin embargo, Celedonio sufriría bastante con el advenimiento de la revolución del 43, aquella que decidió terminar con la conocida “década infame”. El nuevo orden creó un Departamento Cultural cuyo fin era la fiscalización previa de los contenidos que se emitirían por radio, y dependió de la Subsecretaría de Informaciones, Prensa y Propaganda del Estado. Esa irrupción, si se quiere “moralizante” llegó al punto de cambiarle los nombres a algunos tangos, como el caso de “El bulín de la calle Ayacucho” que paso a llamarse “Mi Cuartito”, y Celedonio no quedó exento de tales medidas, más, habiendo escrito tanto lunfardo. Por caso, los versos de “Mano a mano” pasaron de decir “Rechiflao en mi tristeza, hoy te evoco y veo que has sido en mi pobre vida paria sólo una buena mujer…” a “Te recuerdo en mi tristeza y al final veo que has sido, en mi existencia azarosa más que una buena mujer”. Esta locura continuó hasta 1949, año en que un grupo de intérpretes y escritores encabezados por Cátulo Castillo como responsable de SADAIC, logran llegar al General Perón. El Presidente, manifiesta no saber de tales medidas y decide terminar con esas directivas. Lamentablemente, Cele no llegaría a enterarse. El Negro Cele fue muy compinche de Carlitos Acuña, el cantor del General. Juntos descubrieron una noche a bailarín de tangos “Virulazo”, al que le consiguieron contratos para que cobrara por bailar.

“El que escribió esos versos soy yo, señor Gardel…”, explicó Celedonio, a lo que Gardel le retrucó: “Está bien, si vos lo decís. Pero ese lío de la mina bacana le pasó a tu tío”

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5.

Su mudanza por los años 30 al sur del gran Buenos Aires, más precisamente a una casona en Salaberry y Félix Lora, a pocas cuadras de la estación de Claypole, obligó a muchos amigos a incursionar por la zona sur para seguir en contacto. Con los años, al Negro Cele lo interpretaron distintos cantante, desde Ignacio Corsini, pasando por Edmundo Rivero y hasta Julio Sosa. Supo autorretratarse con estos versos:

Pinta de “shushetín”, visto a la moda porque el sastre me cobra el mismo precio; al pantalón planchado no lo desprecio, y el “yuguillo” encolao no me incomoda… Remato una verbena con whisky y soda; encurdelao no soy matón ni necio. Le tengo “al carro de la vida” aprecio, pero emberretinao… ¡la juego toda!… Como no soy vicioso, ni la “carpeta” ni el burro más ligero ni el más maleta le han sacao mucho vento a este bacán Pero, artísticamente, soy “milonguero”, porque…, a una opereta de Lehar, prefiero los canyengues que siempre tangueó Cobián…

En 1947, volvió al barrio de Villa Crespo, quizá sabiendo que se tenía que despedir. Murió joven, apenas tenía 50 años. Fue el 28 de julio de ese año. Sus restos descansan en un mausoleo en el Cementerio de la Chacarita.

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