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13 de agosto 2023

Martín Rodríguez

URNAS A CABALLO

Tiempo de lectura: 7 minutos

“De la papa al vino y al voto después” (Divididos)

A los quiméricos, Chino y Pablo.

Le pregunté a medio mundo si va a votar, y qué va a votar. Llevo polera negra de profesor de instrucción cívica, ciudadano del domingo de elecciones, pipa de la paz. “Vos ya sabés”, me dice Herminio. Y después de argumentar más o menos el porqué de su voto a X, mencionar cualidades y bla, llega una última frase: “igual, yo sigo siendo del partido de mis brazos”. Eso dice Herminio, pescador de Guaite.

“Uno debe tener ese sexto sentido, el de la duda, hay que agarrarse de eso porque te termina salvando la vida”, dice Sergio, taxista porteño. Aunque Sergio ahora está entre bambalinas: un cáncer lo complica hace un año y pico. En la lona, viviendo en un hotel a la vuelta del Hospital de Niños, una hija y un hermano y el Estado (que le da una medicación carísima) lo tienen en pie. Rey del guasap, sale con bastón a dar vueltas a la manzana, pero se entretiene chateando las tardes largas en cama. El otro día envió ocho minutos y pico. “Tomá, para que te entretengas.”

Para entretenernos nos contamos historias. (Predilección por Sergio y “los suyos”: los del partido de sus brazos, los argentinos sin “identidad”, los que hacen y no dicen.) Igual Sergio dice: “En el ´83 tenía 17 años, no podía votar, estaba Alfonsín. Yo no podía votar a esa altura. Y mirá que vengo de una casa de justicialistas, mi vieja era justicialista a morir. Tenía el carné amarillo del partido, no te digo peronista, te digo j u s t i c i a l i s t a, amaba a Perón, no sabés lo que era… Le hablabas mal de Perón y te pegaba un tiro. Y en el 99, que sé yo, se me da por votarlo a De La Rúa. Resultado: en 2001 cinco presidentes en once días, fue una de las peores manchas, ya después de ahí empecé a dar tumbos”.

El pelado le sonrió creyendo que era joda. El borracho evidentemente oyó que los otros cuatro hablaron de política y eso le molestó. “¿De qué viven ustedes, de la nuestra?”

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Sergio es de amianto, aunque ande a los tumbos, pero da pelea. Una vez en esta nota me ilustró sobre todas las formas de nombrar la plata. ¿Nos ponemos solemnes? Acá, un párrafo más, y pese a que detesta los dos lados de la grieta, todo choreo, con razón, se permite ir bastante al ángulo para repetir lo básico, como se dice: la “oración laica”, el preámbulo de una constitución para recitar en una GNC, al costado del camino. Las palabras de Sergio:

“La democracia es saber que podemos salir tranquilos a la calle, pensar de una forma distinta y todos darnos cuenta de que no importa ser de Boca, de River o de quién sea, pero podemos compartir un café, reírnos y compartir que tenemos un país que, a pesar de cómo lo robaron y lo dejaron, sea quien sea, todos, los de cualquier bandera política, y lo siguen robando, pero lo importante es que a este país no lo pueden voltear. Tenemos a nuestros hijos, la cultura del laburo, la cultura de ser un buen tipo más allá de lo que puedas llegar a tener. Tanto económica como mentalmente podés estar a la altura de cualquiera y que no traten de ser jamás más que nadie. Después, lo que podemos sacar en limpio es que estamos al límite y tenemos que ponernos todos de acuerdo en algo para salir adelante. Viste que el límite siempre te pone en algo bueno, te hace sacar algo bueno de la gente y ahí vamos a ver realmente como pensamos como pueblo.”

Los estereotipos existen porque existen las personas, están basados en hechos reales. Tomo ese poema de Alejandro Rubio, bello y salvaje, aullido generacional, que empezaba así: “Me recontra cago en la rechota democracia”. Y, aun así, a votar.

Breve escena en la parrilla. Callao entre Viamonte y Córdoba. Noche de invierno. En el salón, siete comensales. Una mujer, turista brasileña de unos 60 años, pica con una mano un plato de papas fritas y conversa por teléfono. En otra mesa, diagonal al fondo, hay un tipo con su tira de asado, ensalada y una botella de vino. El tipo mira a la brasileña. Ella está de espaldas, aunque se mueve, y en esos movimientos lo tiene en el campo visual. El tipo está desinhibido, su botella ya casi vacía. Le hace señas, le guiña un ojo cada tanto. Detrás, sobre un rincón, cuatro amigos comparten una parrillada. Hablan fuerte.

El solitario y ya borracho después de pagar se paró para irse. Cuando se está poniendo la campera, les hace un gesto a los cuatro con una mano, como si fueran cotorras. “Política, política, ¿de qué viven ustedes?”, les dice, pero lo dice sobre todo mirando fijo a uno de esos cuatro, el que era pelado. El pelado le sonrió creyendo que era joda. El borracho evidentemente oyó que los otros cuatro hablaron de política y eso le molestó. “¿De qué viven ustedes, de la nuestra?”. Punto para el borracho (al que llamo “borracho”, aunque tampoco andaba a los tumbos ni le patinaba la voz) porque me caen bien los valientes que van al muere. Él era uno, ellos cuatro. Pero esos cuatro no tenían ganas de pelear. El borracho y el pelado se miraban fijo. La cosa se empezó a calentar. El borracho dijo que él estaba con la hija internada y que se rompía el culo laburando. Y así, de prepo, lo invitó a pelear. Cuando nombró la hija enferma el aire se cortó con una gillette. Pero el borracho cometió un error: insultó al pelado con la gran puteada argentina. En las Malvinas todavía debe rebotar entre las piedras la gran puteada nacional. “Andá a la concha de tu madre”. Y el pelado respondió su verdad: “mi mamá está muerta”. Y se paró, a las manos. Los tres amigos se levantaron para calmarlo. El mozo (que ya se había parado cerca del ring) también se puso en el medio. (Alguien preguntará: ¿y vos qué hiciste? No quise ser el meme del viejo que enciende el pucho mientras hay un auto en la esquina dado vuelta, en mi defensa diré: si los tres que estaban con el pelado no hubieran tenido ánimo pacificador, y si el mozo con bastantes pelotas no se hubiera parado en el medio, me hubiera dispuesto a separarlos, como cualquier argentino de bien.) Bueno, los dos pugilistas ya estaban decididos. Salieron a la calle.

Todo el horror cabe en un segundo. La democracia no es guerra. Termina donde empieza la sangre

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Y salieron los cuatro amigos, salió el pendenciero, salió el mozo. Y se vio la primera coreografía de piñas al aire, varios “¡pará, pará!” de los separadores, el gesto típico de un peleador que dice “¡vení!” y retrocede en guardia. Mi apuesta era pareja: el pelado era morrudo y el borracho también, pero el vino es traicionero y podía perder equilibrio, caer. Barullo y gritos. Pagué y salí. Y cuando salí descubrí otra escena, el desenlace inesperado: los dos contrincantes estaban abrazados y el pelado oía al oído el relato lloroso del padre y su hija enferma. La riña había terminado. Sin sangre. A su modo, amigos, así, en la situación. El borracho completó el círculo del primer milagro: del vino a la amistad. Los rivales ahora se sentían hermanos. “Bien resuelto, muchachos”, les dije cuando pasé por al lado. Los dos siguieron hablando. Dos demócratas.

Viene a cuento esta larga escena porque dos veces viví de cerca, ya no la discusión sobre lo que unos y otros discuten de política, sino la discusión sobre el hecho de nombrar la política. ¡Casta el que la menciona! País sobrepensado y subejecutado. Con Pablo Semán caminábamos la avenida Independencia. La madrugada en que salíamos de una cena. Pleno invierno también, ni un alma en la calle, un ciruja joven que venía de frente oyó el final de una frase en la que dije como si fuera el razonamiento de una asamblea universitaria “profundidad política”. “¡Me cago en la profundidad política!”, gritó el ciruja, y guay que si no seguíamos de largo se paraba de manos.

César Aira mencionó en un prólogo que Osvaldo Lamborghini tenía una teoría sobre las novelas largas: “daban por resultado una frase, una pequeña frase ‘muy linda’. Lo ejemplificaba con Crimen y castigo: ‘Para demostrar que es Napoleón, un estudiante debe asesinar a una vieja usurera’. Paladeaba esa frase, la repetía. Daba a entender, creo, que lo suyo era esa frase, sin la novela.”

Cada noche larga, digamos, también deja una pequeña frase para paladearla. De hecho, el querido Semán se detuvo a anotarla. La noche eterna del trabajo de campo, pastor 24/7. Yo me sentí el más ridículo del triángulo: el que dijo la frase boluda, el pie para un remate atronador en la noche porteña, el ciruja tenía razón y nos pasó por encima: me cago en tu profundidad política. “Política, política, ¿de qué viven ustedes?”, grita el pugilista.

Cuando nombró la hija enferma el aire se cortó con una gillette. Pero el borracho cometió un error: insultó al pelado con la gran puteada argentina. En las Malvinas todavía debe rebotar entre las piedras la gran puteada nacional. “Andá a la concha de tu madre”

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La semana fue un río de sangre. El día después del crimen de Morena, dos vecinas hablaron en LN +. La entrevista la devoraron en lo que querían decir. Las dos, esa tarde fría, en la calle, con el cronista, hacían lo que un político profesional: no respondían lo que les preguntaban, decían lo que tenían ganas de decir. Una era paraguaya, así se presentó, con 27 años en este país, “parí mis hijos acá, son argentinos”, así lo dijo. Y nombró a todos en la lista de condenas: al presidente, la vicepresidenta, el gobernador, el intendente, a los políticos. Pero el tono, el tono. Sonaba bien. Sensata. Sentida. A esa hora, ese día, con Morena bajo tierra, todo era lo mismo. Y dijo algo más: “acá se perdió una cosa… ponerse en el lugar del otro”. A simple vista puede sonar a frase hecha. Pero las frases hechas son verdades que viajan en busca de oportunidad. Acá la tuvieron. En LN+, donde los panelistas se pisan, hubo un silencio largo. El evangelio de la señora. Acomodá la frase: ponerse en el lugar del otro.

La seguridad es inabordable, dice Federico Zapata: “como no quieren abordar el tema, siempre ponen un bravucón”. La muerte de Morena abrió como un agujero negro, y a la vez como cada persona es única, a una muerte así hay que buscarle un sentido, aunque no lo tenga. Los rebotes de estos días pueden hacer pensar en todas las Morenas. Ignacio Budano es maestro de escuela en Floresta, todos los días se para frente a chicos con familias que viven más o menos la misma que los papás de la escuela de Lanús. Anota un recuerdo Ignacio. “A la vuelta del receso, indagando un poquito qué habían hecho los chicos y chicas de séptimo grado, una nena me contó que había leído el Diario, de Anna Frank. Me sorprendió. Me dejó pensando. Ahí nos surge a los docentes una cosa que dudamos hacia nuestro interior, y charlamos en algún momento, que es: ¿qué hacer frente a textos tan duros?”

Ignacio sabe que son chicos que viven condiciones de vida difíciles, “y de alguna manera, ese texto que está tan bien escrito los convoca, llama la atención, siempre nos encontramos con alguno que lo está leyendo, pero es también la corroboración de que inclusive el mundo puede ser un lugar más hostil que sus propias vidas”. Morena es de este mundo, siglo de “guerra en cuotas”, vida cortada en su esplendor. Todo el horror cabe en un segundo. La democracia no es guerra. Termina donde empieza la sangre. O algo así. Y como escribió en este tuit Todos Gronchos: “Hagan un paro por la nena que murió tratando de cumplir la promesa de que el estudio y el trabajo permiten progresar”. La promesa por la que siempre camina esa caravana de millones de argentinitos vestidos como de nieve. La razón por la que sabremos una verdad final: si Argentina es invencible.

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