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30 de junio 2022

Juan Rapacioli

TEORIA DE LA VELOCIDAD

Tiempo de lectura: 4 minutos

“¿Qué le pasa a mi cuerpo?”, la pregunta que aparece en un punto de Miles de ojos -la novela de Maximiliano Barrientos que inaugura la colección Efectos Colaterales de Caja Negra- podría ser pronunciada por un personaje de David Cronenberg capturado en el límite de una invasión que opera en la carne y responde a fuerzas alojadas en las sombras del poder tecnológico, científico y posthumano. En la novela de Barrientos, los cuerpos sufren una transformación doble, casi contradictoria. Por un lado, se fusionan con autos rabiosos que buscan en el impacto una forma de liberación; por otro, son invadidos por un árbol mágico que funciona como portal hacia otro mundo. Entre la mecánica de motores infernales y las raíces de una naturaleza fantástica, Barrientos compone una teoría de la velocidad, donde el cuerpo (y el lenguaje) es transformado por el culto a la aceleración.

Mucho del imaginario de Miles de ojos responde a Cronenberg y su adaptación de Crash -la novela homónima de J.G. Ballard en donde los cuerpos encienden su deseo sexual a partir del impacto automovilístico-, pero su potencia cinematográfica se extiende a otros terrenos donde se respira el horror folk de The Wicker Man, la furia distópica de Mad Max, el terror social de They Live, la pesadilla salvaje de Mandy y las fantasías góticas de Hidetaka Miyazaki, nombre clave en el mundo de los videojuegos. Sin embargo, las referencias, que abundan y se entrelazan, no limitan a la narración sino que le otorgan un aire enrarecido donde conviven sectas, tribus, metaleros, pandillas y visiones del fin del mundo. La novela, en ese sentido, se mueve entre el weird, el pulp, la road movie y el terror cósmico de Lovecraft, sin anclarse en un género puntual, transitando los bordes al ritmo de una velocidad que deforma no solo la percepción de los personajes sino la lengua del texto.

"Mucho del imaginario de Miles de ojos responde a Cronenberg y su adaptación de Crash -la novela homónima de J.G. Ballard en donde los cuerpos encienden su deseo sexual a partir del impacto automovilístico- ."

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La novela tiene, en principio, dos movimientos simultáneos: por un lado, avanza con el vértigo del Plymouth Road Runner que los personajes usan, como rito, para estrellarse contra el gran árbol y liberar a una entidad sobrenatural conocida como el sueño; por el otro, navega con la cadencia de un lenguaje que -en términos de Burroughs- se va infectando de velocidad y, como el cuerpo del protagonista, muta hacia otro estado de la conciencia. La narración, en un sentido, es cruda y violenta, extraída de los imaginarios distópicos del ciberpunk y, en otro, es poéticamente desoladora, con una melancolía contenida que recuerda a La sequía de Ballard. “Cuando abrí los ojos el ruido había desaparecido. La risa se había quemado en el aire. Mi cuerpo estaba enterrado en los fierros. Vi el destrozo, pero lo hacía como si se tratara de una geografía y como si yo no fuera ese organismo inerte. Era una sola cosa, el auto y el cráneo abierto y las ramas y los sesos”.

"Más allá de su potencia distópica, el libro abre una dimensión, más íntima, que se apoya en otro tipo de monstruosidad: la adolescencia ."

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Más allá de su potencia distópica, el libro abre una dimensión, más íntima, que se apoya en otro tipo de monstruosidad: la adolescencia. Desde el punto de vista de unos pibes metaleros que buscan evadir la realidad cotidiana de Santa Cruz de la Sierra, Barrientos compone un cuadro singular de una ciudad atravesada por el racismo, el clasismo, la decadencia política, la fragilidad de los vínculos familiares y las pequeñas violencias de la gente normal. El black metal, en ese sentido, es mucho más que un refugio para esos jóvenes antisociales: es una fuerza fantástica que, como el gran árbol, como la literatura, los transporta a otro lugar. “Era lo opuesto al grunge, que hacía música con lo más cercano: la rabia, la incomunicación, el hastío. En las bandas que escuchábamos no existía intimidad, esta era reemplazada por lo monstruoso, por la arquitectura desquiciada de lo onírico, por la paranoia del horror cósmico”.

"Desde el punto de vista de unos pibes metaleros que buscan evadir la realidad cotidiana de Santa Cruz de la Sierra, Barrientos compone un cuadro singular de una ciudad atravesada por el racismo, el clasismo, la decadencia política, la fragilidad de los vínculos familiares y las pequeñas violencias de la gente normal ."

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Como en la obra de Cronenberg, la pregunta por el cuerpo es central en Miles de ojos. Qué es el cuerpo sino el escenario donde se proyectan las fantasías y las pesadillas de un mundo en decadencia. La otra pregunta de la novela tiene que ver con los rituales: con el lugar que ocupan las ceremonias religiosas en una sociedad empujada con fuerza hacia la razón. En su exploración de cultos, invocaciones, fugas mágicas y sueños que transfiguran la realidad, la novela hace una reflexión, lateral, sobre los rituales del viejo mundo (el nuestro), en donde la fe está camuflada por la voluntad de consumir, distraerse y alimentar al dios del Capital. “Viajaban en aviones y comían en lugares donde vendían comida de distintas partes del mundo y dormían en camas y tenían mascotas y enfriaban las habitaciones con máquinas que congelaban el aire. Había gente que concentraba la mayoría de la riquezas y se dedicaba a explotar a otros que no tenían nada”.

“Los 80 nunca terminaron, están todavía con nosotros”, dijo alguna vez John Carpenter hablando sobre el terror de esa década que, de alguna manera, definió su cine. Así como el pasado sigue operando en el presente con mecanismos arraigados que no se pueden desconectar, el futuro, las señales difusas del porvenir, circulan en nuestra vida cotidiana a una velocidad que no nos permite observar su dimensión monstruosa. La literatura, la mejor literatura, es la que logra capturar algo de esa señal extraña del mundo que no termina de morir ni de nacer. Miles de ojos, como Ciencias ocultas de Mike Wilson o Materiales para una pesadilla de Juan Mattio, es una de esas narrativas alucinadas que, en su deformación, dejan ver los fantasmas del pasado y del futuro que caminan a nuestro lado.

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