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21 de octubre 2021

Martín Rodríguez

RELOJ DE PLASTILINA

Tiempo de lectura: 9 minutos

Dossier 70 años de García. Escriben: Ernesto Semán, Florencia Angilletta, Pablo Dacal, Lorena Álvarez, Imanol Subiela, Roque Di Pietro, Juan Di Loreto, Fito Páez, Mariano Schuster, Iván Vivas, Martín Pérez Calarco.

90

Cuando ibas a ver a Los Redondos estabas cagado y ansioso por lo que podía pasar en el campo. Cuando ibas a ver a Charly García estabas cagado y ansioso por lo que podía pasar en el escenario. Tenía tanto cuerpo que nos quitaba el nuestro. Charly no inventó el aparato crítico con el que debió ser escuchado. En eso no se parece a Borges. Lo que leemos sobre Charly es una invención que él no domina ni así lo pretende. El Indio Solari, a su modo, fungió también de analista de su fenómeno, inauguró los borradores de la primera sociología “ricotera”. Charly no. Tampoco “describió” la sociedad. Simplemente nació enchufado a ella. En eso sí se parece a Borges: puede ser enterrado en Ginebra o el Central Park, pero si pasás el Himno Nacional al revés suena Eiti Leda.

70

El encuentro que mantuvo David Viñas con los dos Sui Generis en los 70, a instancias de Jorge Álvarez, en el pedido de más profundidad ideológica en letras que después él mismo iba a inhibir ante el cagazo de la censura, cuando veía al dúo demasiado atado a una rebeldía de flauta dulce, tiene dos líneas paralelas: la relativa indiferencia de David Viñas (que no se esforzó por hacer de eso un gran relato) y el estado tóxico de una memoria rockera en la que los protagonistas se acuerdan poco y nada de ese encuentro. Dos potencias se saludaron, pero no hubo potencia. Una tarde de esos setentas Beatriz Sarlo llegó a la casa céntrica de Viñas y escuchó de su boca que se acababan de ir los Sui Generis. Consultada sobre eso dijo: “eso es todo lo que sé”. Consultado Nito Mestre sobre eso dijo: “no me acuerdo de nada”. Si la memoria de los militantes es un campo de batalla lleno de nombres, alias, direcciones, citas, días, bares, teléfonos de control; la memoria de un rockero está llena de cosas que mejor no acordarse.

En 1978 Charly escribió 1983. Entre lo que nació para mirar y lo que pocos querían ver creció el mito: ¿para quién canto yo entonces?

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80

De Los Beatles el mejor disco es el que más canciones tiene. Lo simplificó Luca Prodan cuando le preguntaron y dijo: el “Álbum Blanco”. En esa lógica el mejor disco de Charly es “Pubis Angelical / Yendo de la cama al living”. Pero más que esa lógica: no sólo porque es el que más canciones tiene, no sólo porque es de 1982 y tiene las dos almas de 1982 (cuando invadimos Polonia, cuando fuimos Polonia, ¡el sueño patriótico y el sueño democrático!), sino porque si hay películas malas que existen para que exista una banda de sonido buena, hay democracias que existen porque existe un músico: cada vez que empieza el acorde de Pubis Angelical (“¡Todos los pubis juntos!”) se abre el telón de la democracia, que es la recuperación del cuerpo de Alicia.

70

En otra canción, en Eiti Leda, Charly en una línea monta el teatro de la transición. Quiero verte desnuda el día que desfilen los cuerpos que han sido salvados. La cantó en un Obras que no entendió jamás el primer disco de Serú Girán. En 1978 Charly escribió 1983. Entre lo que nació para mirar y lo que pocos querían ver creció el mito: ¿para quién canto yo entonces? Nunca su reloj interno se ecualizó con el reloj externo.

90

Serú 92. River. Lo transmite canal 13. Noche larga. Después de que Pedro Aznar pidiera los cricket, porque se venía Eiti Leda, y Pedro estaba sobrio, lúcido, feliz, con un chaleco negro y una remera blanca como si fuera el director de una escuela de rock de Almagro, y García dijo: “Taría bueno lo del encendedor porque en esa época yo veía mucho fuego”. Se encendieron los encendedores, la luz se puso así con miles de puntitos del fuego de dos piedras que se raspan. La vuelta de Serú, los cuatro danger four detrás de la coneja de embolsarse un millón de dólares a costa del mejor cancionero, de las canciones argentinas que nos empujan a la inmortalidad, fue nuestro verdadero Amnesty. El Amnesty de los comunes. El escenario se volcó. Algo pasó ahí en todo lo que salió mal que salió bien. García es la prueba exacta de que ni él puede destruir la belleza imperiosa de sus canciones. Cuando años después se tiñe de rubio, y abraza el cadáver de Cobain, y escribe una ópera rock (“La hija de la lágrima”) que cuenta una historia que no se entiende, se entiende lo mismo de siempre: que es una máquina de hacer canciones indestructibles. Charly no mata a Charly. La canción es la misma. García corre dos veces para nadar en el mismo río: nunca puede dejar de ser nuestro Mozart sentado en el piano.

¿Quién es el jefe acá? “Yo soy el boss”, le dijo a Bruce Springsteen en 1988

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80

García componía sobre las dos caras de la luna de la transición en el 83. Las grandes ligas y las ligas menores. En “La discoteca del amor” el enorme Adolfo Aristarain en su preciosa faceta comercial en medio del Proceso, se las rebusca para contar una historia, y suelta un personaje: el vendedor de canciones de protesta que asedia al productor musical. De rulos, guitarra al hombro, campera militante, lo persigue al millonario para hacerle entender el nuevo negocio. El negocio que viene. “No entiendo a los que hacen lo mismo que yo hice ayer pero como hasta ahí nomás, como viviendo en el pasado”, cantaba Charly en 1982. Le daba la papa en la boca a la época con “Inconsciente colectivo”, y le ponía también “Canción del dos por tres” o “Transas”. Charly encarnó la lucidez de esa “contracultura”: una politización adentro de otra. Lo primero: mirar con extrañamiento lo que la militancia naturalizaba en los setenta. ¿Y qué era eso? La muerte, la propia y la ajena, la disciplina del cuerpo, las colimbas militares, las colimbas militantes, la censura, la autocensura, la pesadilla azul. ¿Y qué miraba con extrañamiento en los ochenta? Lo ritmos primaverales de esa vuelta que no veía su propio zombie, su propia sombra. “Transas” es la canción para darle vuelta el bolsillo a la época. García, que era un gran importador de tecnología, de teclados, de músicas, de ideas, trae que la democracia viene con el mercado bajo el brazo. Que Buenos Aires puede ser Manhattan. Si en 1989 insistía junto a otros en preferir al gobierno radical (ese Ferro…), en 1999 y de espaldas a todos los salieris de Charly, despidió a Carlos Saúl Menem.

¿Quién es el jefe acá? “Yo soy el boss”, le dijo a Bruce Springsteen en 1988. La carrera por el mérito de los DDHH proponía una escena ambigua: por un lado venían las estrellas mundiales a la Argentina y por otro lado el tipo que en 1977 cantó “Hipercandombe” (en el mismo instante en que todos querían escapar de algún lío) no podía dejar pasar el porongueo de un liderazgo con sombrero de Cowboy. En enero del 84 se sacó fotos en Punta del Este. Iba en una de esas bicicletas de asiento largo. Stranger things.

90

Pero la amistad de Charly con las madres se postergó una década, en el verano sin amor de 1997. Cuando, “en guerra contra la nada”, García y Hebe se juntaron en la casona de Fitz Roy, se sacaron esa foto contra la pared: él descalzo, ella le sostiene la guitarra en sus piernas. Hay algo tan desconcertante en esa amistad, y lo mejor es que no era clara, no tenía una correspondencia política directa, era lo que fue: un tembladeral que podía terminar mal. Y terminó casi mal y a su modo ese desaire de 1999, con un Lopérfido dispuesto a solventar desde el presupuesto público cualquier ocurrencia, fue un gran happening de dos personas que además odiaron con total razón a la Alianza y que nadie podía controlar. No se podían controlar exactamente entre ellos. Quizás Mercedes Sosa (la que apaciguó esas ofensas), quizás Badía (nuestro Ed Sullivan), eran de los pocos que podían públicamente poner en caja al flaco.

En la tapa de “Clics Modernos” (la hipotética silueta de un desaparecido con un corazón blanco) donde cruzó New York con la resistencia rupestre a la dictadura que se iba (“Lennon y Rucci”), abrió el círculo que pretendió cerrar tirando los “muñecos” al río. Lopérfido en ese entonces bancaba cualquier vanguardia cultural con tal de no tener ninguna audacia política. Pero al final hicieron las paces y les cantó “Kill my mother”. Todo estaba tan en distintas velocidades que esos matetes también incubaron la explosión de la época. De mínima, Charly expuso que hablaban dos idiomas distintos. Aunque hablaran de lo mismo.

Charly no explica a Charly

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2000

El himno de Charly sonó cuando se recuperó la ESMA en 2004. Y el 25 de mayo de ese año Charly lo tocó en la plaza. Si en ese entonces Kirchner era un flaco que ponía nerviosos a todos, invitaron a tocar el himno al flaco que lo ponía nervioso a él. Charly entró vestido de traje blanco, como Lennon. Lo cantó. Terminó. Rompió la guitarra. Saludó y se fue. Una relación de cinco minutos para un reconocimiento oficial quizás porque Charly tenía desde siempre los reflejos originarios del kirchnerismo: “romper todo”, “Alicia vive” y un millón de dólares en un auto. Todo junto. Todos los pubis juntos.

70

El rock pareció el hermano menor del militante. ¿Por qué? Porque las canciones se hacen cargo de lo que la militancia y su cancionero no: el rock es la verdadera caja negra del avión estrolado, caído al agua. El rock es la canción del extranjero (si ellos son la patria). Y la mayoría del rock piró. El rock se fue al sur, al mar, al frío. Hacia donde fuga la voz aflautada, jipi, temblorosa, de los Cantilo, Santaolalla, Nito Mestre. Se fue y volvió. ¿Y cómo volvió? Un remolino de hojas flotantes de un día sin tiempo, un recital en Ezeiza del año 1981. “Solo tratamos de vivir” era la consigna que pedía permiso de nuevo. El rock le cantó al terror primero, y después el rock mostraba los efectos del terror. Tocan todos. “Prima rock” se llama. La flauta de Nito Mestre suena en Ezeiza. Ezeiza que vio caer en sus bosques la sangre de la guerra santa peronista. Pero este Ezeiza ahora es una tierra nueva y la profecía de las plazas que serán ocupadas por la tracción de la política cultural democrática: ¡los recitales gratuitos! Las juventudes en la paz. ¡Ezeiza pacificada! Volverán los jóvenes de las guerras finales a escuchar las canciones iniciales… y cuando cierren sus ojos en la vibración de la flauta de Nito Mestre temblará el bambú de sus huesos, ¡somos frágiles!, la madera primaria que arde en el fogón de las canciones “que sabemos todos”. Por eso, en ese hilito insoportable de sensibilidad y derrota, en ese “algo de paz”, ahí, en el desfile de los cuerpos salvados, llega García porque la bestia estuvo acá. ¿Quién es la bestia pop? La bestia pop es la sociedad argentina. Diaguitas de una argentinidad irreductible que quiere todo: paz, guerra, justicia, derechos, dólares, Malvinas, democracia. La forma oscura del corazón desmesurado en su fórmula: te amo, te odio, dame más. Charly llega de donde nunca se fue. La Máquina de Hacer Pájaros en realidad fue la banda de un solo disco: “¿Qué se puede hacer salvo hablar de la dictadura?”. Con La Máquina y Serú funciona el personaje de Capusotto de “están hablando de faso”, pero con la dictadura. No hay canción que no pareciera abrir los mil placares de esos años. Lo que truena en esas placas son placas tectónicas mientras las picanas están encendidas. Charly nunca se había ido. Pasó la noche oscura acá, meando canciones en la sopa y justo a tiempo, o sea, en la noche de los riesgos. El show de los muertos anticipó el show del horror.

90

El recital de Serú 92 fue ese negocio a cielo abierto donde estuvo insoportable y el escenario parecía el living de Coronel Díaz, y que a los diez minutos de terminado se vanaglorió de juntar un millón de dólares. Mientras, en un momento, con una remera con el cuello estirado, drogado, hermoso, tocó “Canción de Alicia” y la puso a años luz del festival de interpretaciones que tuvo la canción (que si los brujos, que si las Morsas): cuando la terminan de tocar Charly se queda solo en medio del escenario, y grita “¡Alicia vive!”, y rasga la guitarra, le quiere sacar algo, una última electricidad azul. Y las luces se apagan y se acaba el misterio. En un punto, en el grito de “Alicia vive” hay más memoria que en todo el cancionero oficial de la memoria. “Alicia vive” es un grito de guerra que no entra en ninguna canción de León Gieco o Víctor Heredia. Era, incluso, un instante que volvía a poner la memoria bajo un relámpago vivo, flecha de cobre, porque en verdad su palabra no es memoria. La palabra de Charly es inconsciente. “Lo que hay detrás de aquel espejo.” Lo siniestro. Charly no escribe una “Carta Abierta a la Junta”, ni imaginó su muerte, ni se quedó a ligar el premio a las disidencias a tiempo. Ni siquiera pudo explicar qué era Canción de Alicia. Charly no explica a Charly. Con esa flecha vuelta hacha arrancó las flores de la primavera democrática y después se las puso todas en la tapa de “¿Cómo conseguir chicas?”. El que quiere estar liviano. Liviano como el valor de un austral, García termina la década en el aire. Lo que lo hace tan argentino a García parece otro tic borgeano: el desapego. Inconsciente y desapego. El que dice las cosas a tiempo no hace el negocio de la memoria sino el del futuro. ¿Por qué nací acá? Porque nací acá. El rockero argentino y la tradición.

(Ilustración: Juan Di Loreto)

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