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14 de agosto 2023

Lorena Álvarez

¿QUIÉN LE TEME AL LOBO FEROZ?

Tiempo de lectura: 7 minutos

1 Divorcio

En la escena inicial de la película “¿Quién le teme a Virginia Wolf?”, un matrimonio de muchos años empieza una discusión pueril que va subiendo de tono hasta dejar al desnudo el infierno de esa vida íntima. La suma del paso del tiempo, su desgaste, el futuro previsible y chato y el desgano ante lo inevitable deja en carne viva la frustración de los protagonistas. Gritan, se enojan y se culpan de todos sus males.

Casi como en estas elecciones donde después de 40 años ininterrumpidos de democracia, nuestra relación con la política parece dejar en claro que es una convivencia forzada y donde uno de los cónyuges, en este caso el sistema político, no puede seguir maquillándose para ficcionar que aquí no ha pasado nada.

En el film los esposos, ante la visita de desconocidos, esconden todo su caos bajo almohadones o alfombras, como si esa mera ficción los salvase de exponer sus falencias. Igual que la política esta vez que, a la hora de pedir el voto, volvió a contar un pasado idílico, aceptando un presente duro, pero prometiendo una bonanza casi irreal para quienes en su cotidianeidad solo perciben descenso.

Quizás también llegó la hora, y no solo de cara a octubre, de ir pensando en el futuro. El divorcio está a la vuelta de la esquina. Y de seguir así es una decisión irrevocable. Dos generaciones que ya no se conmueven con las historias del ayer reciente, ni pueden, siquiera, imaginarse la sensación de urnas guardadas tampoco son culpables de cargar en la memoria y el cuerpo los fracasos de 40 años signados por crisis, un mundo donde no hay muros ni guerra fría y una desigualdad tan cruel que es inevitable que los atraviese. El mundo de las redes no sólo los conecta a otros, sino que los lleva a envidiar, desear, tener en claro que algo les falta. Siempre algo nos falta. Además, porque es verdad que cada vez tenemos menos.

A su vez el estupor de un mapa mayoritariamente violeta “liberal” quizás no sea tan sorpresivo si uno piensa que en las provincias, donde mejor elección hizo Milei, por pueblo chico conocen de cerca el infierno grande de las familias “reales”, las políticas

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Pero también a la corta o a la larga a la política se le cobró que no perdiera nada cuando todos perdíamos algo. Allá no tan lejos en el tiempo cuando la pandemia nos ponía la vida patas para arriba, la política no estuvo a la altura de la desesperación. Y lo estatal, encima, pasó a ser identificado con lo político. Los únicos que eran intocables a la hora del desastre.

Pareció un detalle menor, pero esa cuña entre los que cobraban el 1 y el resto fortaleció el discurso de Javier Milei. La casta existía. Y molestó tanto que es transversal.

Perdió Malena Galmarini, hija de políticos y esposa del candidato presidencial Sergio Massa. Perdió Macarena Posse, nieta e hija de los intendentes Melchor y Gustavo Posse que hicieron de San Isidro un Principado, tan literal que agotaron su suerte con la nieta de 28 años. Inclusive Jorge Macri, con portación de apellido, ganó raspando su interna. Venir de otro distrito sólo con la sangre correcta no le sirvió para el gran batacazo. A su vez el estupor de un mapa mayoritariamente violeta “liberal” quizás no sea tan sorpresivo si uno piensa que en las provincias, donde mejor elección hizo Milei, por pueblo chico conocen de cerca el infierno grande de las familias “reales”, las políticas. De más cerca todo es más claro.

2 Rebelde Way

Tanto se habló de la generación diezmada dejando afuera de ese espectro a los nacidos en esa década que se escapó que en esta elección un clase 70 podía representar a los hijos de otros pares que pasaron esos años entre el Nesquick y las Trillizas de Oro.

“Evita, quien quiera oír que oiga” de Eduardo Mignogna fue una de las primeras películas estrenadas con la llegada de la democracia en 1984. La banda de sonido tenía una canción compuesta por Litto Nebbia y Mignogna que se convirtió en himno en esos años:

Son esas mismas cosas que nos marginan,

nos matan la memoria, nos queman las ideas,

nos quitan las palabras… oh…

Si la historia la escriben los que ganan,

eso quiere decir que hay otra historia:

la verdadera historia,

quien quiera oír que oiga.

Nos queman las palabras, nos silencian,

y la voz de la gente se oirá siempre.

Si los que ganaron los últimos 20 años son los que relatan una historia oficial, ¿por qué es tan difícil de entender que una nueva generación vaya contra lo preestablecido y quiera rever el pasado? El mejor de los ejemplos: apareció el nieto 133 y fue una noticia más entre la salud de la modelo Silvina Luna y un descuartizado con dudoso prontuario.

Quizás la relación hoy con la institucionalidad de los organismos también es parte del entramado del conflicto. Nada de lo que cuesta plata, algo que nadie quiere poner en este caos fiscal, es visto con buenos ojos. Ningún monotributista hoy quiere salir de ese estadio y pagar ganancias que se vuelquen a recovecos del estado (aunque usufructúe las ganancias, pero las dibuje para no “ponerla”). En la incertidumbre del pan para hoy y hambre para mañana acusarlos encima de “derechosos” ni los inmuta. A la gente le importa más no ser pobre que el mote de “sos de derecha”, el verdadero mote que aterra: la pobreza asusta tanto como la muerte. Algo que los asesores políticos parecieran no terminar de entender mientras charlan sobre “campañas” frente a un flat white. Los motes no pagan la cuenta.

¿Qué dicen estos votos a la vera del sistema? Por un lado, quieren salud, seguridad y educación estatal, pero por el otro reclaman menor control fiscal y mayor ajuste en el gasto público. Ese mapa que parece inexplicable quizás con buena voluntad se comprenda: la política y sus tentáculos está en la mira

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3 Cultura y poder son esta porno bajón

Para muchos lo mejor de la campaña fue la Fábrica de jingles, un divertido experimento vía streaming que mostraba la habilidad de los oyentes para armar spots musicales de campaña montados en canciones famosas. Lo notable es que a medida que buena parte de las redes se mostraba alucinada con la gran idea, que a decir verdad era excelente, la intuición me decía que la elección no iba a ser buena para la política. Y quizás usando el pasado como referencia: a más cultura de clase media porteña mayor distancia con los votos.

El Rock apoyando en el 89 la campaña de Angeloz o el boom, en los primeros años del menemismo, del cine con conciencia social al estilo “Un lugar en el mundo” de Adolfo Aristarain o “Tango feroz”, película que justo cumple 30 años y que en aquel entonces devolvió al mundo de los hits “Hasta siempre, Comandante”, una canción de despedida compuesta por el cubano Carlos Puebla dedicada al Che Guevara, no eran sinónimo descriptivo de toda la realidad.

La Rock and Pop como radio oficial de la rebeldía y la interesante tirada de diarios como Página 12 aportaron para la confusión cuando en 1995, con toda esa cultura reinante, ganaba con más votos que en su primera elección, Carlos Saúl Menem con indultos a los genocidas, privatizaciones y dos atentados a cuestas. La cultura que no tenía quien la contara se relataba sola en las urnas.

4 Silencio

Votar sigue siendo, así y todo, un día festivo, el día donde se ejerce el poder. Las semanas previas a esta elección los votantes indudablemente hicieron sentir la muestra del castigo que se vendría: el silencio.

Encuestas sin responder, coqueteo con el ausentismo, desazón y el puñal de la incertidumbre. Todo podía pasar y pasó.

5 Los tres chanchitos

En el cuento “Los 3 chanchitos”, la canción con la que los animales juegan mientras esperan al lobo se llama “¿Quién le teme al lobo feroz?”.  De ese juego de palabras sale el título de la obra teatral de Edward Albee, luego llevada al cine por Mike Nichols “¿Quién le teme a Virginia Woolf?”.

Y algo así sucedió este domingo, los políticos tradicionales armaron sus casitas de barro y paja pensando que ningún lobo soplaría sus estructuras llevándolas puestas. Pero el vendaval hizo su gracia y se cargó todas las ilusiones. Mucho se habla de la bronca como único motor, olvidándose que también hay esperanzas a la hora de ponerse el traje de ciudadanos y emitir el sufragio.

¿Por qué no generaría expectativas, en tiempos donde el Estado parece ser una mole burocrática, alguien que promete que no vas a tener que pedir ningún permiso para hacer lo que te plazca? ¿Por qué se le temería a alguien que promete que la moneda que más pronunciados en la calle, el dólar, podría ser la oficial? ¿Por qué alguien le tendría miedo a un señor que ama a sus perros en un país donde las mascotas son más sagradas que en el Egipto Antiguo? ¿Acaso no tenemos desde bares hasta locales de ropa pet friendly? O, ¿por qué en épocas donde mercurio retrógrado asusta tanto como un terremoto alguien puede temer que un candidato escuche las predicciones de su hermana? ¿Qué mella en su credibilidad puede hacerle si estamos muchos expectantes ante los efluvios de la luna nueva en Aries?

Pero además en tiempos donde las familias viven hacinadas, construyendo sobre el terreno filial o los más jóvenes no puedan alquilar su propio espacio manteniéndose bajo el mismo techo que sus padres, que alguien conviva con su propia hermana, hasta suena empático. Es que el mundo actual es tan complejo que nada suena disparatado.

Encuestas sin responder, coqueteo con el ausentismo, desazón y el puñal de la incertidumbre. Todo podía pasar y pasó

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6 La casa de ladrillos que el lobo no derribó

Para la política llega la peor hora, alguna pérdida. Porque si se salva de esta elección, quizás en el 2027 no tenga tanta suerte. ¿Qué dicen estos votos a la vera del sistema? Por un lado, quieren salud, seguridad y educación estatal, pero por el otro reclaman menor control fiscal y mayor ajuste en el gasto público. Ese mapa que parece inexplicable quizás con buena voluntad se comprenda: la política y sus tentáculos está en la mira. Plantas permanentes, Estados engrosados y plebeyos empobrecidos son los componentes de este nudo. Lo complejo de desarmar.

La política tira títulos grandilocuentes y los votantes insatisfechos tiran señales de cotidianeidad. Un gran perdedor ha sido Horacio Rodríguez Larreta que en la ciudad cobra hasta por respirar y esas contribuciones son percibidas como malgasto en publicidad y baldosas.

Cambiar el idioma y destrabar ese nudo es la segunda parte. ¿Cómo se hace? Ni idea. Soy solo una chica mirando una película del siglo XX y admirando la intensidad de Liz Taylor y Richard Burton en un film donde después de una noche tormentosa de peleas y ante la llegada del día, una pareja después de dinamitar hasta el último juego que los sostenía, teniéndole miedo al lobo, debían buscar algo nuevo y posible para no caer en una inevitable y dolorosa ruptura.

Barajar y dar de nuevo.

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