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02 de mayo de 2025

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11 de julio de 2022

QUERIDO PICHUCO

Lala Toutonian

Tiempo de lectura: 4 minutos

Esto es una historia personal. Quizá este nuevo género que resulta el periodismo confesional y tanto me desagrada pero heme aquí haciéndolo. Así es como primero me disculpo, sobre todo conmigo misma, por hacerlo, y ustedes son libres de leer o no esta parte de mi vida que aquí comparto.

De todos modos, no sería yo la protagonista de la crónica sino Pichuco. Aníbal Troilo. El gran bandoneonista, tanguero, claro, director de orquesta. Ya saben bien: el que compuso muchísimos tangos eximios, ampliamente difundidos y versionados a lo largo de su carrera, tanto instrumentales como cantados. Estas creaciones suyas, dignas de un Chopin en música clásica, se caracterizan por una relativa sencillez armónica y melodías brillantes, simples aunque nunca obvias. Veamos: la milonga La trampera y los tangos Milonguero triste, Responso y Contrabajeando (este último en colaboración con Piazzolla), son suyos. Entre los cantados, Barrio de tango, Che bandoneón, Sur y el vals Romance de barrio, todos estos con letra de Homero Manzi; Desencuentro, La última curda, María y El último farol, junto a Cátulo Castillo; Garúa y Pa’ que bailen los muchachos, con poesías de Enrique Cadícamo; Toda mi vida y Mi tango triste con letra de José María Contursi (que era el abuelo de un viejo conocido pero ese es otro tema); y Coplas, sobre una poesía de Alberto Martínez. Un rockstar.

Así, Pichuco, sobre todo, y mi padre entablan una hermosa amistad. Para más, Zita, la esposa de Troilo, era griega como mamá. Y como los míos, compartían el horror de la muerte

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En fin, vamos a lo personal, me disculparán. Papá, nacido en Argentina y el menor de tres hijos de abuela y abuelo sobrevivientes del genocidio cometido contra los armenios, no gustaba particularmente del tango. Lo suyo era el folklore, Cafrune a la cabeza. Mamá, nacida en Grecia y una de seis hijas de también sobrevivientes del mismo genocidio, sumó a los gustos musicales de papá, la música griega -que es como la armenia pero feliz-. Juan y Ofelia, papá y mamá, dividían su tiempo entre Buenos Aires capital y Mar del Plata, primero ellos solos, luego conmigo y mi hermana. La ciudad costera, durante esos 60 y 70s, era la gloria. Ahí, Juan tenía en sociedad con otro paisano de la cole, una confitería en la Rambla, justo debajo del Hotel Provincial.

Edmundo Rivero, Juan Toutonian y Aníbal Troilo.

¿Habitués del lugar? Edmundo Rivero y Aníbal Troilo, entre otros. Así, Pichuco, sobre todo, y mi padre entablan una hermosa amistad. Para más, Zita, la esposa de Troilo, era griega como mamá. Y como los míos, compartían el horror de la muerte: Zita había nacido en Esmirna, territorio griego que Turquía prendió fuego, un incendio que duró nueve días y destruyó completamente los barrios habitados por griegos y armenios (el sector musulmán y el judío no sufrieron daños). Mirá si tenían tema para hablar Zita y Ofelia…

(Paréntesis importante: leer Middlesex de Jeffrey Eugenides. Su ¡gran! novela comienza con la huida de los suyos enfrentados al abrasador fuego que arrasó una ciudad toda.)

Estas creaciones suyas, dignas de un Chopin en música clásica, se caracterizan por una relativa sencillez armónica y melodías brillantes, simples aunque nunca obvias

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Pichuco y Zita no tuvieron hijos y según reza una revista Gente de la época (mi primera tapa, ahora que lo pienso) con una foto de ambos sosteniendo a mini Lala de meses, titula: “Troilo y Zita se enamoran de hermosa beba, ¿la adoptarán?”. La hermosa beba era yo y por supuesto no me adoptaron pero estoy segura que se enamoraron *insertar emojis de aww, oh, jaja*.

Juan quiso que Aníbal fuera el padrino de bautismo de su primogénita (moi) por el amor que brotaba desde la amistad entre ellos y el que profesaban por mí. Ahora bien, los armenios son cristianos apostólicos, algo así como los cristianos ortodoxos (griegos, rusos) y era condición -ya no- ser de la misma religión para esos menesteres. Así es como Troilo no llegó a ser mi padrino pero así se lo consideró hasta el último de sus días (me temo no tener prácticamente recuerdo de él: murió cuando yo tenía cuatro años) y finalmente mi padrino fue mi querido tío Pedro que cumplió con todo amor su función cuando partió mi padre unos años más tarde.

Zita, Troilo y Lala cuando era bebé.

Hace unos años, en 2005, el Congreso de la Nación Argentina declaró el 11 de julio (fecha del natalicio de Pichuco), como Día Nacional del Bandoneón. Los propulsores de esta ley fueron Francisco Torné, nieto de Zita, y el poeta Horacio Ferrer, amigo del músico y presidente de la Academia Nacional del Tango.

Troilo es parte de mi historia porque es parte de la historia de papá y habiéndolo perdido tan chica, me abrazo a todo recuerdo relacionado a él. Fue un gran padre, amoroso, dedicado, y Pichuco lo habrá visto con esos ojos.