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PARA SALIR DEL AGUJERO INTERIOR

Tiempo de lectura: 11 minutos

A días de las elecciones generales, la arena pública está desbordada por los asuntos económicos. De la micro y la macro pivoteamos entre la inflación, el nivel de actividad, las tarifas, el empleo, los salarios y la pobreza, el dólar, la deuda, el presupuesto y así. Como lo que no mata pasa, se escurren las múltiples cifras epidemiológicas que habíamos aprendido y ya casi nadie habla de testeos, casos activos o camas UTI. Sin embargo, la salida de la pandemia fue absorbida por los malos resultados económicos, mientras persiste la sensación de una mala administración de la crisis sanitaria que ya ni puede cobrarse la campaña de vacunación. En el pique corto entre el 12S y el 14N, también desapareció por completo la agenda de los feminismos. Y es que en esta escena sólo hay espacio para la demanda por la redistribución con un gobierno que ofrece algunos aciertos de manta corta, como la versión de segunda de lo que se supo ser. ¿Acaso estamos frente al outlet del kirchnerismo?

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La tríada

Nancy Fraser es una intelectual norteamericana que, en buena parte de su trabajo, indaga en torno a las escalas de la justicia. En su análisis identifica las demandas y disputas por la estructura de clases y el orden de estatus que se desarrollan en el plano de lo político. Para esta filósofa, la redistribución implica una participación plena en relación a las estructuras económicas, es decir que éstas no nieguen los recursos necesarios para interaccionar con les demás como pares, mientras que el reconocimiento supone que nadie se vea impedido a interactuar en condiciones de paridad por jerarquías culturales institucionalizadas. Estas luchas de clase y estatus se dan en el terreno de la representación política, espacio en el que se establecen los criterios de pertenencia social. Así, estas tres dimensiones -el qué, el quién y el cómo- están entretejidas y los esfuerzos para superar la injusticia no pueden orientarse sólo a una de ellas. Sobre esta conceptualización, dos interrogantes: ¿alguna vez ocurrió en nuestro país que la desigualdad fuera combatida, al mismo tiempo, en esos planos? Y si es así ¿se puede volver a realizar? La respuesta es sí, absolutamente.

Es posible hacer una historiografía argentina a partir de las luchas por la membresía -sus conquistas, las parálisis y las sofocaciones-  e  identificar importantes gestas democráticas en las que se combatió la desigualdad en esas tres escalas con avances económicos, culturales y políticos: los peronismos, el originario y sus reversiones del nuevo milenio. Sobre un cúmulo de aciertos materiales y redistributivos -no por ello exentos de dificultades-, se impulsaron derechos de identidad y progresos inigualables en cuanto al reconocimiento sobre una expansión de la condición ciudadana. Así, en esas etapas, esta tríada ha logrado transformar profundamente la vida de nuestra comunidad consumando el hecho maldito: el ascenso social de les más vulnerables.

¿Y se puede volver a realizar? Frente a este interrogante es preciso realizar algunas advertencias. En primer lugar, si la historia justicialista puede ofrecerse como promesa de futuro en este escenario incierto y hostil, también señala que cuando la membresía crece, el afuera del sistema se diluye en los problemas poco atendidos del crecimiento con inclusión. En otros términos, apuntamos a que la pulseada contra la desigualdad en estas tres dimensiones no cesa nunca. Garantizar el derecho al trabajo -en el mejor de los casos registrado- y, por tanto, un salario y capacidad de consumo no resulta en un golpe fulminante contra la inequidad. Esta va mutando y adquiriendo otras formas que exigen nuevas acciones para calibrar la justicia en la estructura de clases, en el orden de estatus y en lo político. Y así, al infinito.

En segundo lugar, Nancy Fraser establece un quiebre entre el mundo westfaliano-keynesiano -en el que se expandieron las luchas distributivas e identitarias- y uno postwestfaliano -en el que se rompió la capacidad territorial- estatal para determinar el “quién” de la justicia-. Así, frente a la transnacionalización del capital, los Estados han quedado reducidos en su capacidad de proteger, mitigar el riesgo o asegurar derechos a la ciudadanía. Entonces, ¿puede volver a darse la conjunción de  redistribución, reconocimiento y representación? También en este punto la respuesta es sí, absolutamente.

"En el pique corto entre el 12S y el 14N, también desapareció por completo la agenda de los feminismos. Y es que en esta escena sólo hay espacio para la demanda por la redistribución con un gobierno que ofrece algunos aciertos de manta corta, como la versión de segunda de lo que se supo ser. ¿Acaso estamos frente al outlet del kirchnerismo?"

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Como un parteaguas, el litigio con el FMI y la pandemia de coronavirus volvieron a plantear la controversia en torno al ordenamiento global y el margen de acción estatal en la globalización. Nuestro país tiene una importante trayectoria conceptual y práctica acerca de  la necesidad de establecer reglas claras para el sistema financiero internacional desde la estatalidad y las organizaciones que los agrupan. El primer paso de esta línea histórica se ubica en la ONU del 2003, cuando Néstor Kirchner pronunció que los muertos no pagan sus deudas. Ocho años después, Cristina Fernández de Kirchner pronunció su discurso en la misma Asamblea, en la misma línea, y enfatizó sobre la urgente necesidad de reformar los organismos multilaterales de crédito, así como de establecer reglas claras de transferencia de capitales y operaciones financieras. También, el Papa Francisco desde el inicio de su pontificado en 2013 ha advertido sobre los números que atentan contra la esperanza. Así, se potenció el llamamiento a desarmar la cultura del descarte dominante en un sistema económico que desecha personas porque no son útiles en términos de productividad y rentabilidad. En definitiva, esta cosmovisión justicialista viene alertando sobre la deshumanización del mundo postwestfaliano que, para colmo, ya muestra que vuelve en forma de boomerang: el descarte finalmente abraza a la totalidad de la humanidad.

Hasta el 2015, en cada una de las Asambleas Generales, el Estado argentino señaló que la especulación financiera estaba desenfrenada y que la economía había adoptado una fenomenal volatilidad que, “al tiempo que aseguraba una rentabilidad extraordinaria para unos pocos, sometía a las grandes mayorías de los hombres y mujeres que trabajan a las consecuencias de las burbujas y  las crisis”. Enfáticamente, se insistía que sin límites sería imposible alcanzar la estabilidad en los mercados o asegurar el desarrollo con crecimiento en las economías emergentes. Finalmente, en septiembre de ese año, la ONU aprobó la resolución propuesta por nuestro país para establecer principios básicos y un marco legal a los procesos de reestructuración de deuda soberana y establecer mecanismos para restringir el accionar de los fondos buitres con el apoyo de 136 países. De esta forma, Argentina no sólo marcó un punto de quiebre en su historia nacional, sino que además se ocupó de llevar esta concepción a la arena global. Un pleno en la tríada de Fraser. Al ángulo.

La controversia desplegada por el Gobierno Nacional en esos años tenía origen en el reposicionamiento del Estado frente al histórico problema de la deuda externa que hoy vuelve a ser parte del escenario en el que se mueve la gestión de Alberto Fernández. Inicialmente, el mandatario propuso apalancarse en la pandemia para construir una solidaridad global. Este speech servía para los problemas con los acreedores y conseguir vacunas. All in. Sin embargo, esa iniciativa se diluyó como otras afirmaciones tan ambiciosas como efímeras, reforzando la sensación de una gestión con buenas intenciones pero impotente. Y, con desazón se advierte que la propagación de esta percepción cobra forma cada vez que las autoridades parecen más ocupadas en decir que no se puede, en explicar las dificultades de lo que tienen que hacer, en señalar lo poco que duermen y lo mucho que engordan, que en accionar la estatalidad. Pero también esta impresión reina cuando se afirma que  hay que acomodar la macro y redistribuir después. Ineptitud e indefensión.  Especialmente porque lo distintivo de esta vez es que la deuda es tan cuantiosa que su resolución es una preocupación real para ambas partes. ¿No es una oportunidad para plantear que es win-win o mutua destrucción?  ¿No es el momento de largar la piña en otra dirección? Sin dudas hay que resolver el litigio con el FMI, pero mientras tanto hay que revertir la redistribución de segunda y el reconocimiento pobretón, ya que la membresía lejos de achicarse padeció una devaluación: ahora ser parte alcanza para menos.

En Buenos Aires ya ni siquiera se garantiza la no represión en las protestas, mientras se allana la bronca en varias provincias patagónicas con un enredo sobre la Constitución y la tozudez de no enviar refuerzos, y desde la Rosada se señala a Córdoba como separatista para integrarla. Una curiosa danza para conquistar voluntades a días de las generales y la evidencia de que no funcionó la promesa de que el primer mandatario podría asegurar una relación diferente con los gobernadores. Es el outlet del kirchnerismo, es la versión “de segunda” de lo que se supo ser. Como cualquier blef que se descubre, factura la representación.

  

"Las autoridades parecen más ocupadas en decir que no se puede, en explicar las dificultades de lo que tienen que hacer, en señalar lo poco que duermen y lo mucho que engordan, que en accionar la estatalidad."

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El outlet del kirchnerismo

Ni patear en el piso, ni cazar culpables. La primera es injusta, la segunda es inútil. En definitiva, ninguna de las dos resuelve la urgencia que es salir cuanto antes del agujero interior.  Entonces quizás convenga atender las mutaciones en la arena pública y dejar atrás la lógica de circo a contramano para intentar salvar algo antes de que la decadencia devore todo.

1.  ¿Y el presente?

Sin dudas, los cambios en el gabinete han sido grandes demostraciones de territorialidad, de prepotencia de trabajo, de conocimiento de la estatalidad y, por tanto, de capacidad para gobernar. Con cucardas ganadas en los dos mandatos de CFK, los nuevos funcionarios traen aire a una gestión que sufría de apnea obstructiva de sueño. No obstante, la narrativa oficialista es zigzagueante. Partiendo de la inespecificidad del día después, hace una tímida referencia a un presente que nadie advierte en la diaria: se habla de un crecimiento en todos los sectores y del PBI, con optimismo sobre las reservas pero, como alerta @Musgrave, los niveles de 2019 son sólo un punto de partida. Para peor, esta defensa es timorata y, ante la duda, se juega a menos con todo lo que sí hizo hasta acá como si nadie estuviera convencido. A esto se le agrega la prolija elusión de las urgencias actuales: nada se dice sobre cómo atacar el flagelo de la pobreza, la inflación y la inseguridad. Los temas a los que el Ejecutivo renuncia no desaparecen, siguen ahí sólo que ahora en forma de furia y en boca de otres, incluso de quienes son responsables del agravamiento de estas dolencias.

Como desacoplada del ardor de lo que pasa hoy, la administración habla de frías estadísticas -que nunca conmueven si reina la desazón- y promueve un ejercicio de memoria que busca aterrorizar con la pandemia macrista. Difícil pensar en un dolor pasado frente a la pena en presente, tan apremiante como angustiante, en el que la combinación de adversidad económica y política se mezcla con la sensación de postergación y vulnerabilidad, de falta de determinación y definiciones. Full darkness. En esta locura y confusión, el Ejecutivo se ha quedado sin quién lo defienda porque a nadie enamora. Ni a los propios.

"Nada se dice sobre cómo atacar el flagelo de la pobreza, la inflación y la inseguridad. Los temas a los que el Ejecutivo renuncia no desaparecen, siguen ahí sólo que ahora en forma de furia y en boca de otres, incluso de quienes son responsables del agravamiento de estas dolencias."

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2. El futuro es una entelequia

En un mundo que se presenta incierto y hostil, en medio de una crisis sanitaria que desajustó todas las variables trayendo más incertidumbres, el gobierno  nacional no afina el lápiz ni aproxima una respuesta acerca de cómo será el día después. ¿Cómo se pone de pie a la Argentina? ¿Cuáles son las prioridades, quiénes los protagonistas? ¿De dónde saldrán los recursos y a dónde irán a ubicarse las inversiones? ¿Cómo se generará empleo? ¿Cómo se atacará la inflación después del 7 de enero? ¿Cómo se frena la inseguridad? ¿Cómo? En la narrativa y en el accionar del oficialismo se apela a la construcción de un país mejor. El Presidente se conforma con que sea “un poquito más igualitario” e insiste en cómo NO debe ser: ni con tarifazos, ni endeudamiento, ni ajuste. En defensa propia, un sobrevivir al embate neoliberal cambiemita y, al mismo tiempo, a la crisis impuesta por la pandemia. Ni como antes, ni como ahora. Sin embargo, no está claro el procedimiento, el cómo y tampoco se proyecta una ofensiva. La campaña del sí y el pasado justicialista -que se ofrece como futuro- sin método y sin conducción,  no alcanza.

En tierra bonaerense, una vez se le oyó decir a un dirigente justicialista que la expectativa popular, a la que el movimiento se debe, es tener un trabajo al que ir todos los días, sin miedo a que te roben o te maten;  usar el transporte público de ida y de vuelta, para dejar a la tropilla en la escuela o hacer una pasadita en el supermercado, sin sentir que se te va la vida; una vida que con lo bueno y lo malo, no se vea consumida por la angustia de estar perdiendo todo el tiempo.  Se observa que la degradación es tal que ni siquiera se trata de proponer un mundo, un modelo de país. Es más grave porque la vacancia también está en el hoy.  Después de este domingo, el Frente de Todos deberá desempolvar la creatividad política para salir del agujero interior y volver a ser una hegemonía solvente. O condenarnos a la deriva de segunda.

3. Gran acuerdo nacional

En este escenario, las tres voces que sostienen al oficialismo se refirieron a la necesidad de alcanzar un acuerdo con las demás fuerzas políticas. En ese pacto se mezcla la pretensión de asignar responsabilidades sobre los desaciertos del pasado y plantear una agenda para adelante. Sin embargo, no hay claridad sobre qué ejes consensuar y desfilan ideas sobre la deuda externa, la educación, el empleo y la calidad institucional. Así dicho, todes podrían coincidir y nadie también. Para que funcione, deberían ser propuestas concretas y no abstracciones generales. No necesitamos más entelequias. Ahora bien, dos cuestiones que plantean Martín Rodríguez y Tomás Di Pietro:  el gobierno nacional está demasiado cascoteado como para sostener un tratado -es la Francia del 39, bancando en soledad Versalles- y el 15N arranca la carrera al 2023. A propios y ajenos se los ve en la sastrería, de gira por las provincias y hasta pensando en la sepultura de un albertismo sin nacer. Para evitar nuevas frustraciones, quizás se trate de empezar por unificar una posición sobre el déficit fiscal en un país como el nuestro, al sur de la periferia.

¿Existe tal cosa como un acuerdo cerrado dentro del FdT acerca del contenido del GAN? Antes de buscar consensos con las demás fuerzas políticas, el oficialismo debería tener ese mundo a proponer y, como decía Juan Perón, saber qué se puede sacrificar y en qué medida, para defender todo lo que no sea variable de negociación. Esa tarea es urgente para volver a funcionar como un dique de contención sólido contra las agachadas del neoliberalismo. En esto, los feminismos tienen mucho para aportar especialmente si se atiende al proceso 2015-2019 de desembarco en la arena pública, de paros al ajuste y a la pobreza, de resolución de controversias cruzando del Ni una menos a la legalización de la IVE.

"A pesar de que ahora también hay un Ministerio, tanta quietud es argumento para quienes creen que esa conquista de la estatalidad a partir del 2019 fue desmesurada. Mucho cargo, pocas nueces. Es el peligro de devenir en una cáscara vacía que deslegitime las importantes conquistas y anule la consagración de nuevas."

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  Sin embargo, con preocupación advertimos que hoy los feminismos no están logrando tener protagonismo ni incidencia, cuando este movimiento fue el que revitalizó la dinámica político partidaria con la fe puesta en que las soluciones llegan desde el Estado y en la construcción de un nuevo orden con justicia social. A pesar de que ahora también hay un Ministerio, tanta quietud es argumento para quienes creen que esa conquista de la estatalidad a partir del 2019 fue desmesurada. Mucho cargo, pocas nueces. Es el peligro de devenir en una cáscara vacía que deslegitime las importantes conquistas y anule la consagración de nuevas. A decir de Nancy Fraser, sin el cómo no hay quién.  Los feminismos queríamos el Estado, pero ahora parece no estar claro cómo,  mientras se nos quema el quién y se nos pierde el qué.

Urge calibrar, volver a ser ofensivas, marcar la cancha para que se cuele el resto, para que nos despertemos de la siesta, para volver a creer.  Porque en definitiva, la política también es un acto de fe y acá estamos esperando volver a enamorarnos. Nuestro lugar es la esperanza. 

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