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01 de octubre 2022

Juan Di Loreto

LARGAR TODO

Tiempo de lectura: 3 minutos

La marcha de trabajadores que se puso en foco hace un tiempo condensó, invisiblemente, temáticas claves de este momento histórico: pandemia, trabajo, tiempo, bienestar, hiperconexión. Porque el tiempo de escribir sobre la pandemia es ahora, ya que, como veremos, tuvo un efecto (entre muchísimos otros) sobre la conciencia en relación con el tiempo y la producción. Los primeros escritos pandémicos podían ser más catárticos o de la curiosidad que encontrábamos al estar encerrados veinticuatro por siete.

La pandemia forzó la detención del mundo (o al menos del planeta en su fase productiva). Algo verdaderamente inédito: pausó la relación de entregar el tiempo propio al trabajo. Pero ese trabajo que se pausó no es cualquier trabajo. No es, por ejemplo, el trabajo asalariado de los 60 o los 70 que te permitía ir más allá de la subsistencia. La armonía de las 8 horas: 8 horas de trabajo, 8 de descanso y 8 de esparcimiento. Acá lo que se suspendió y, ahí surgió ese momento de verdad, es que descubrimos una forma de trabajar fallida, trunca, que no sirve. Ya todos sabíamos que no estaba tan bueno viajar 3 horas, trabajar 9 y volver a casa hechos una piltrafa. La verdadera Odisea de Homero.  

El cuerpo de esta época es un cuerpo agotado que no logra dormirse nunca. Hemos construido un mundo de vigilia permanente donde la forma, mágica y, por tanto, imposible, de “zafar” del engranaje es largar todo

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El siglo XXI amanece con un tipo de trabajo que ofrece poco para lo que pide. De allí que cualquier clase de organización sea un dique contra la extensión de ese tipo de relaciones. Si caminás la ciudad de Buenos Aires vas a ver miles de cartelitos pidiendo gente para el sector servicios (muchos de los informales como contaban en La Nación Trabajadora): repositores, mozos, cajeros, etc. Nadie quiere ser un argentino… en Argentina. La Gran renuncia, que parece un cuento de Jack London, pero está sucediendo en el mundo. Ya nadie quiere agarrar cualquier cosa, aunque a veces no quede otra. 

El margen de libertad que da el trabajo se ha reducido mucho. Los ámbitos de demanda se multiplican en y fuera del ámbito laboral. Porque el modo de producción extendió su forma al consumo, con lo cual uno sigue trabajando a pesar de estar del lado del consumidor: encuestas, autoservicio, QR multiplicados ad infinitum, armar tu propio combo… Dispositivos en donde uno no descansa en el servicio sino que seguimos produciendo de alguna forma. Cada vez nos dan menos y pagamos más. Traducido: este capitalismo tribal nos traslada cada vez más costos (en dinero o en tiempo, que es lo mismo).

Mandar todo a donde Judas perdió el poncho, como decían antes parece ser la única salida. Si tenemos que elegir dejar todo, es porque la imaginación política está devastada. No es que no haya alternativas, pero no juntan la suficiente fuerza para que se pueda cambiar algo. A lo sumo se establecen empates entre derechas e izquierdas. Pero lo que se dice cambiar, nada cambia.

El modo de producción extendió su forma al consumo, con lo cual uno sigue trabajando a pesar de estar del lado del consumidor: encuestas, autoservicio, QR multiplicados ad infinitum, armar tu propio combo…

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Ahora, poder renunciar significa que todavía podemos elegir, que hay una salida. Pero hay situaciones que hacen imposible esa decisión. Los desesperados no tienen elección, la fuerza de las cosas los arrastran, son los verdaderos sujetos sujetados. Porque en algún punto la libertad que tenemos es una rendija. Schelling en el comienzo de su libro sobre la esencia de la libertad humana decía que “el concepto de libertad es incompatible con el sistema”. Los sistemas (cualquiera de ellos, de pensamiento, sociales, de trabajo…) necesitan unidad, cohesión y partes coordinadas, es decir, necesitan cosas que niegan la libertad. Si las partes “hacen lo que quieren” no hay sistemas posibles. Por eso una de las claves sociales es entregar nuestra libertad a cambio de cosas: dinero, tiempo, etc. El tema es cuando hay una asimetría entre lo que se da y lo que se recibe. 

Ni como productores ni como consumidores descansamos. De allí la desproporción que vivimos. Ya no hay corte en ningún ámbito. Este modo de vida tecnologizado y masificado, en el sentido más estricto, donde las multitudes no están localizadas en un lugar, sino que confluyen en el metaverso. Por eso el cuerpo de esta época es un cuerpo agotado que no logra dormirse nunca. Hemos construido un mundo de vigilia permanente donde la forma, mágica y, por tanto, imposible, de “zafar” del engranaje es largar todo. Y chau.

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