02 de mayo de 2025

La parca debe estar chocha con la muerte de Ramón Ayala (perdón, de Ramón Gumercindo Cidade) ya que ahora podrá dibujar el mapa musical de Argentina colocando en Misiones uno de los inoxidables de la música del litoral.
Ayala, Yupanqui, Troilo, Di Fulvio, Ramírez, Falú, apellidos que se amontonan en ese instante en que buscamos la autoría definitiva de la música popular argentina. Cada dos por tres nos acordábamos que Ramón Ayala aún estaba vivo, aunque ya grande (tenía 96 años), pero claro, a la industria del entretenimiento y del espectáculo no le interesaba en lo más mínimo su figura y es un asunto serio éste, el de autores esenciales prácticamente ignorados.
Así se llega a esa instancia del canto popular desconocido por el piberío; y es sabido que nadie consume ni se preocupa por lo que no conoce. En la obra de Ramón Ayala hay algo distintivo y es que en medio de la selva misionera, infernal y bella, está el trabajador. Que es algo distinto a decir: está el hombre. No, está el chango que se va a ganar la vida en la cosecha. Está el mensú. Y no es tan usual encontrar en el cancionero criollo a ese trabajador. Los que nos criamos escuchando “El Cosechero” o “El Mensú” y que los disfrutamos cada vez que se los reversionan, no podemos olvidar la educación de saber que en el centro de ese paisaje de selvas y ríos está el laburante, sin música vana, sin algo meramente bucólico, o sin historia y sin sangre. Es río y sangre Ayala. Sobre “El Cosechero” no se puede obviar la apreciación del gran Sergio Pujol:
“Digamos que ‘El cosechero’ es la metonimia de Ayala: todo su ser está ahí, perfectamente aludido. Están su barroco cuasi tropical, su instinto pictórico, su nervio rítmico, su talento para la melodía. Están el paisaje encarnado, y el hombre vuelto paisaje. Están la libertad del que canta y la condena del que trabaja: Rumbo a la cosecha, cosechero yo seré…”
En la obra de Ramón Ayala hay algo distintivo y es que en medio de la selva misionera, infernal y bella, está el trabajador. Que es algo distinto a decir: está el hombre
Ramón Ayala nos deja un montonazo de canciones, la mayoría desconocidas, pero entre las más difundidas hay joyas como “Canto al Río Uruguay” que por esos escamoteos de la industria del disco ha sido popularizada sin el recitado donde Ayala vuelve a situar al trabajador. Dice:
“Sobre las altas barrancas
cuerpos desnudos al sol.
Los hacheros van volteando el monte
con su dolor.
Tal vez serán Kachape.
Tal vez en una jangada
el viejo árbol va yendo
para volver hecho guitarra
con música de silencio,
rumores del Uruguay.”

Característica de la obra de Ayala: transformar lo desconocido en conocido, la textura del algodón mojado, “el viejo río que va / cruzando el amanecer, / como un gran camalotal / lleva la balsa en su loco vaivén” hasta el drama del Mensú en el “¡Neike! ¡neike! / El grito del kapanga va resonando / ¡Neike! ¡neike! / Fantasma de la noche que no acabó. / Noche mala, que camina hacia el alba de la esperanza. / Día bueno que forjarán los hombres de corazón.”
Ramón Ayala no ha sido el único artista del litoral que nos enseñó de qué se trata la vida en esa bella región (no mencionar a Teresa Parodi sería una injusticia), pero indudablemente fue el precursor en eso de contarle al país de qué se trata la vida ahí, trabajador, selva y río, que se nos metió en la sangre a fuerza de belleza. Como si nos dijera que eso, eso que cantamos, tendrá que ver con nosotros para siempre.
