
Hace unas semanas hablaba con una muy querida amiga venezolana que vive en Buenos Aires, sobre la pobreza y la desigualdad en Argentina. Cuando eres migrante y saliste porque te forzaron, el dilema existencial de todos los días, con el que te duermes y con el que te despiertas, tu gran compañero de vida, es si debes/puedes regresar o no. Por lo tanto, las comparaciones son inevitables, porque en teoría comparar es lo que va a resolverte el dilema. Mi amiga, quien es Argentina fan #1 decía “pero es que la pobreza es diferente”. Y le pregunte alarmada, “¿Cómo diferente?”. Y en efecto es diferente, pero no porque la penuria tenga matices, sino porque quienes la padecen la sienten distinto. También se expresa diferente: hay más rabia. Llegamos a la conclusión que la forma de abordar la vida es diferente en Argentina, entre cualquiera que sea el sector de la sociedad al que se pertenece y, tanto así, que hasta la pobreza nos resulta distinta. Una tragedia que es transversal a todos, nos supone una diferencia.
La excepcionalidad en el fatalismo es constantemente azuzado por unos medios de comunicación que le ofrece tarima a los ideólogos del anti-país, un discurso que otorga rédito mediático y, eventualmente, rédito político.
Catadora de tragedias
Semanas después de esta conversación llega un tuit de la cancillería argentina en el que informa que la embajada de Argentina en Polonia le otorgó visa humanitaria a una familia ucraniana para que se establezcan en el país. Debajo de ese tuit seguían cientos de mensajes de argentinos respondiendo que esto es el infierno, alertando que no venga, que va a estar mucho mejor en Kiev.
"Un tuit de la cancillería en el que informa que la embajada de Argentina en Polonia le otorgó visa humanitaria a una familia ucraniana para que se establezcan en el país. Debajo de ese tuit seguían cientos de mensajes de argentinos respondiendo que esto es el infierno"
Si yo no viniera de otra tragedia tal vez me hubiese dado risa, pero no es el caso. Llevo cuatro años siendo bombardeada todos los días por la antiargentinidad. Bombardeada por el país de mierda y el negro de mierda. Si descartamos la efusividad como símbolo patrio y comprendemos lo hiperbolizado del lenguaje nacional, nos sigue quedando en la ecuación una arremetida violenta contra el país. Una violencia que, si me permiten, llega a doler. Duele por dos razones, la mas evidente es porque este país me recibió sin pedir explicaciones. Mientras aterrizaba el avión en Ezeiza y practicaba estresada el discurso justificador que le tenía que dar al funcionario de migraciones para poder pasar, él solo sonrió y nos dió la bienvenida. Pero también duele porque es una burla hacia quienes vienen de infiernos tangibles. No es que haya unos verdaderos y otros de mentira, sería incapaz de menospreciar los infiernos ajenos, pero sin duda hay unos tangibles y otros más etéreos.

La queja como potencia movilizadora
En medio de la ola de insultos que recibí por cuestionar las respuestas antiargentinas al tweet de la cancillería, había un reclamo que se repetía y advertía que no es que fueran quejones, y que tampoco era odio al país, sino que no podían ser conformistas. La paradoja de esto es que el sector de la sociedad que mas se queja es el que menos aporta. Porque si este bombardeo se dirigiera hacia algún tipo de convocatoria intelectual que moviera los cimientos del país, si al menos homologaran la queja con un existencialismo de posguerra que dejó un legado no solo para Europa sino para la humanidad, tal vez allí podríamos comprar el discurso de la trágica desdicha de haber nacido en suelo argentino. Pero eso tampoco pasa.
"En medio de los insultos que recibí por cuestionar las respuestas antiargentinas al tweet de la cancillería, había un reclamo que se repetía y advertía que no es que fueran quejones, y que tampoco era odio al país, sino que no podían ser conformistas"
También son estos argentinos, por lo general, quienes menos padecen las desgracias que narran. Se erigen entonces como representantes del sufrimiento de los demás. Así suele pasar siempre, los más indignados son los menos afectados, pero a su vez son quienes monopolizan el discurso e irradian una atmósfera al resto del país.

El secuestro del optimismo
Tratando de buscar otra explicación, pienso en el rol que juega la comunicación política, y en el hecho de que los discursos optimistas y nacionalistas, generalmente están secuestrados por el oficialismo de turno. Esto convierte el hecho de creer en el país, en una transigencia con el poder. Algo de irreverencia puede haber entonces. Pero me retrotraigo al Caribe, vuelvo a comparar, y no pasa allá arriba. O por lo menos, y para ser justa, no pasa en la misma escala. No debería ser tan difícil poder hacer una distinción emocional entre gobierno y nación, entre la desafección política y el orgullo nacional.
"El hecho de que los discursos optimistas y nacionalistas, generalmente están secuestrados por el oficialismo de turno. Esto convierte el hecho de creer en el país, en una transigencia con el poder."
Haciendo las paces
En los barrios (villas) venezolanos es un poco más fácil encontrar sonrisas, y en las miradas de las personas durante los peores años predomina la tristeza sobre la rabia. En lo personal necesitaba poder conocer esta otra mirada, la de la rabia, porque tal vez era la única manera que tenia de hacer las paces con el exceso de entusiasmo que siempre me molestó de Venezuela. Hoy lo reconozco como un elemento salvador de tanto sufrimiento.
"La mirada desde afuera es que los argentinos se creen los mejores. Lo que no saben es que el mérito lo asumen como individual pero colectivizan la desdicha. Y la desdicha por supuesto la producen siempre los otros."
Para cualquier extranjero que no haya vivido en Argentina el antiargentinismo seguramente le caiga de sorpresa. La mirada desde afuera es que los argentinos se creen los mejores. Lo que no saben es que el mérito lo asumen como individual pero colectivizan la desdicha. Y la desdicha por supuesto la producen siempre los otros: la otra clase, el contrincante político, el que no se parece a mí. Los peores siempre son los otros, ellos son los responsables de la tragedia. Lo que a veces olvidan es que cuando hablamos en términos de nación resulta que el otro somos también nosotros. No hay ego individual posible que se edifique por encima de lo colectivo ante la idea de nación. Tal vez el día que se reconcilien con el otro, comenzarán a hacer las paces con su país como yo las trato de hacer con el mío.
