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08 de junio 2023

Sonia Budassi

FOGWILL: LA CONSPIRACIÓN DEL RUIDO

Tiempo de lectura: 13 minutos

El siguiente texto es parte del libro “Donde nada se detiene, Literatura y el Resto del Mundo“, publicado por HD Ediciones.

Fogwill no sólo se ocupó, como la mayoría de los escritores contemporáneos, de escribir su obra (novelas celebradas como Vivir Afuera; algunos de los mejores cuentos de la literatura argentina como Camino, campo, lo que sucede, gente, entre otros). También ganó fama —y, efectos secundarios, calificativos que ya rozan el lugar común— gracias a sus intervenciones críticas y apariciones en la prensa a lo largo de casi 30 años de carrera literaria. Esta vez el encuentro no se produce en una pensión, escenario de tantas entrevistas, si no en su cómodo departamento.

Por el portero eléctrico dice que está hablando por dos teléfonos al mismo tiempo y, amable, justifica la demora. En la puerta, sin remera, habla con entusiasmo de los encuentros que precedieron a éste y protesta por sus próximas obligaciones laborales —un compromiso con algún cliente de su consultora—; la internación que padeció hace unos días no parece haber afectado su rutina. En una muestra
doméstica de la generosidad que le atribuye Fabián Casas, convida Coca Cola, agua, y pregunta si tenemos hambre.

Editorial Mansalva reunió sus artículos periodísticos, algunas entrevistas y ensayos en el volumen Los libros de la guerra que concentra sus ideas más importantes sobre poesía, política y narrativa. Por el momento él habla de yoga, de una “secta de mierda que tiene una técnica buenísima” y de la vecina de enfrente, que ayer se depiló en la ventana. “Madre e hija son lindísimas”, dice con entusiasmo infantil. Si algunos comentarios lo igualan al estereotipo machista —que su sentido del humor no termina de mejorar—, a través de sus artículos e incluso del personaje de En otro orden de cosas (Interzona) pueden apreciarse las ideas que solían violentar, sobre todo en la década del 80, al llamado “progresismo bienpensante”. Enfocado en las relaciones de poder, la dirección que elige Fogwill para pensar el mundo es, en general, la opuesta al sentido común.

Tregua
Si otro de los clichés alrededor del autor lo señala como enemigo de varios escritores, ahora hace un diagnóstico sin dar nombres. “De los narradores que levantaron cabeza ahora hay de dos clases. Están los que quieren ser Aira y los que quieren no ser Aira. Esos son una manga de mediocres. No quieren ser (Marcelo) Birmajer; quisieran ser un Birmajer respetado pero como escriben con el mismo objetivo que él terminan siendo igual de respetados. Y los que quieren ser (César) Aira, si ellos hubieran estado en el Opus Dei, si hubieran estudiado ocho años Letras sacandose 10, hubieran traducido tantos libros, y hubieran leído todo como leyó Aira, podrían ser Aira. Pero no, no leyeron, no entendieron. Los que quieren ser Aira se les nota porque de golpe en cualquier novela meten una reflexión filosófica. Aira hace unas lucidísimas y otras que son burlas, juegos de palabras que te las hace para hacerte creer que está pensando y en realidad está jodiéndote. Estos otros no tienen sentido del humor para joder al lector. Y no tienen conocimiento para asombrar”.

De los narradores hay de dos clases: los que quieren ser Aira y los que no. Esos son una manga de mediocres. No quieren ser Birmajer; quisieran ser un Birmajer respetado pero como escriben con el mismo objetivo que él terminan siendo igual de respetados

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Intervención
“Los libros de la Guerra no era un libro que yo pensara publicar, pero me cayó bien. Había una parva enorme de boludeces que se repiten. Me senté y saqué más de la mitad. Creo que con esa selección quedó mil veces mejor”. —¿Nunca te sentiste tentado a corregir?

—No, porque no estoy de acuerdo con todo lo que puse ahí. Con algunas cosas sí y con otras no.

—En una entrevista que te hace Sergio Bizzio en 1985 incluida en el libro, decís que renegás, por ejemplo, de tus críticas a las políticas de derechos humanos. ¿Te arrepentís de eso?.

—Tendría que haberlo sabido, hacerlo constar de alguna manera y callar. Guardarlo en una escribanía, un sobre que adentro diga, ‘vamos a terminar inventando esa mierda como es la señora Bonafini que es un peligro, que se ha quedado con un pedazo de tierra enorme en la parte más cara de Buenos Aires, la ESMA y no sabe qué carajo hacer con eso ahora’.

—Parece que seguís pensando lo mismo.

—Sí, pero tendría que haberlo dejado en una escribanía, y cuando viniera a verme un boludo periodista decirle que en la escribanía tal está depositada tal cosa que el día que yo quiera lo va a poder abrir. Pero pasa que uno no puede escribir contra Vicente Zito Lema o contra la película de mierda esa La Historia oficial o contra la porquería esa de (Ernesto) Sábato, la de los partos ¿cómo es?

—La del Nunca más.

—Claro, no podés escribir contra eso si no tenés el motivo de demostrar que uno es más inteligente que todos esos pelotudos.

—¿No sirve para nada más?

— No.

—¿Entonces por qué lo seguís haciendo?

—Porque soy neurótico. ¿Vos fumás?

—Sí.

—Bueno, vos no pensás en fumar, fumás como una pelotuda. Yo actúo como un pelotudo.

—¿No hay una confianza implícita en los efectos que podés provocar con tus artículos?

—El otro día alguien me decía que yo escribí el canon de la poesía de los 90 y del 2000 en el 82. Y sí, yo hice un paquete en poesía y hoy ese es el paquete vigente. Y no sabés lo que todo el mundo adoraba en esa época.

—¿A los neorrománticos?

—Sí, pero ellos tenían algo bueno cada tanto. Había cosas peores todavía. Al rato, hablando también de Juan José Saer, Fogwill recitará como un lírico, de memoria, poemas de Alberto Laiseca.

La organización de las Madres es una máquina como todas… Veinte mil ex combatientes de Malvinas cobran la pensión, cuando fueron 8000 a la guerra; la mitad de los alimentos que deberían ir para alimentar a los pobres se revenden en los negocios de la zona

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Idea fija

Pero todavía rondamos el mismo tema ¿Pueden actualizarse las lecturas que hizo Fogwill hace más 20 años con respecto, por ejemplo, a las Madres de Plaza de Mayo?
“Cada vez que se deschave un afano de YPF, que un señor amigo de Kirchner se quede con el 5% de las importaciones a Venezuela, o estas cosas que se saben; encuentran otro asesino”, afirma. “La organización de las Madres es una máquina como todas… Veinte mil ex combatientes de Malvinas cobran la pensión, cuando fueron 8000 a la guerra; la mitad de los alimentos que deberían ir para alimentar a los pobres se revenden en los negocios de la zona. —Eso es histórico…

—Son todas máquinas, por eso. Son instituciones, y en la sociedad capitalista toda institución tiene que funcionar capitalistamente. Entonces necesitás un abogado, y cagaste, y necesitás un dirigente, que tiene esa cosa de pensar que a él le corresponde un poco más. Es lo que se llama militarmente la filosofía del estado mayor que es lo siguiente: ‘Si yo estoy arriesgando mi vida para ellos que están allá jugando al golf, yo tengo que tener más plata que ellos’. Entonces cuando llega el Estado mayor a un lugar, saquean.

—También criticás la política cultural de la dictadura, y decís que se mantuvo en los 80.

—La dictadura fabricó los premios nacionales. Con ese primer decreto de la dictadura, el ministro le dio el premio a su cuñado que era Gorostiza. El segundo fue para Beatriz Guido, yo la quería mucho a la gorda. Estaban acuñando un poder cultural, ellos dos fueron ejes de la política cultural radical. Gorostiza es inventor del trencito cultural, del que me burlo también en algún artículo. Era peor que José Nun (secretario de Cultura de la Nación entre 2004 y 2009).

Con ese primer decreto de la dictadura, el ministro le dio el premio a su cuñado que era Gorostiza. El segundo fue para Beatriz Guido. Ellos dos fueron ejes de la política cultural radical. Gorostiza es inventor del trencito cultural. Era peor que José Nun.

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—¿Y además de los premios?

—Eso no es un aspecto de continuidad. Podría hablarse de la continuidad jurídica, eso sería un valor en definitiva.

—Depende del caso…

—Ese decreto es una mierda. Pero siempre es preferible un decreto de mierda que lo que hizo Darío Lopérfido (Secretario de Cultura y Medios de Comunicación de la Nación durante la presidencia de Fernando de la Rúa), que los convirtió en una risa, porque hizo premios nacionales para menores de 30 años. Alfonsín era la continuidad natural de la dictadura. El que no lo veía estaba loco.

Fogwill se autocita; repite, profundiza, suma detalles y argumentos a aquellos famosos artículos sobre la herencia cultural y semántica del Proceso: “Alfonsín representó como radical un poder real muy fuerte, que también tuvo Duhalde en su momento y Kirchner, que es el poder de los 500 intendentes radicales. Videla cuando asumió borró de los municipios al peronismo y le puso intendentes radicales. Fue una medida muy astuta. Algunos fueron buenos intendentes, siempre entre todos hay alguien que sirve. Pero eso va generando una coyuntura; vos nombrás al intendente, nombrás al basurero, al asesor, vas y comprás cosas, circula plata que sirve para mantener al partido. Alfonsín no hizo nada para cortar eso. ¿Por qué no lo hizo? Porque la única solución que había en ese momento era la ley del olvido, pacificar el país, mientras había una política de Derechos Humanos. Mi idea era que lo irreversible sea irreversible. Hay cosas que no se pueden recuperar. Pero las madres en ese momento inventaron la consigna ‘Aparición con vida’, como si estuvieran en una isla. No se podía hacerlos aparecer con vida. Es como que vos me robes 500 pesos y te lo gastes en el boliche y después yo te diga, ¡quiero que aparezca la plata! Pero esa plata ya no está. Entonces dame otra cosa a cambio. El tema era empezar a ver estas fortunas de estos caballeros de la industria que tiraron a Isabel. Y no la tiraron porque ella tuviera la Triple A, ni fuera una loca. La tiraron porque representaba un paquete de conquistas sociales que se había restablecido con Alejandro Lanuse y con Héctor Cámpora. Y no es que la tiró una sola empresa, sino un bloque. En vez de decir ‘aparición con vida’, yo diría redistribución de la guita. Ahora, meter presos a esos viejitos no me cambia en nada. Más en un país estúpido sin pena de muerte”.

A Isabel no la tiraron por la Triple A o ser una loca. La tiraron porque representaba un paquete de conquistas sociales. Y no es que la tiró una sola empresa, sino un bloque. En vez de decir ‘aparición con vida’, yo diría redistribución de la guita.

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—¿Desde qué lugar defendés la pena de muerte?.

—Desde lo que es; una proyección al orden institucional de mis sentimientos y de los tuyos. Si te hubieran violado y pasado el SIDA seguro lo querrías matar. No me lo digas, yo se que sí.

—La legislación está para actuar de manera racional, regular las pasiones.

—Claro, pero el actuar de manera racional construyó un mundo de funcionamiento irracional. Actuando todos de manera racional produjimos todos este quilombo de consumo, guerra inútil, explotación de pueblos enteros, genocidios permanentes.

—Volvés a intervenir a favor…

— No soy político. Y no lo soy porque sé adónde marcha todo esto rápidamente. Hacia el neolítico. Porque la propia dinámica de este malentendido social va hacia la destrucción. La otra noche en los barrios del Estado de Florida la gente sentía que era el fin del mundo. Cuando se acaba la electricidad se acaba el mundo; se acaba internet, se acaba la distribución de alimentos, que está todo manejado desde la web que funciona con electricidad. En Florida cagaron 6 usinas nucleares al mismo tiempo. Entramos en un orden de interdependencia y encarajinamiento e irresponsabilidad moral, en una sociedad atea no hay moral, y nadie va a ir a las causas que pueden provocar este tipo de cosas.

—¿Qué causas?

—La concentración, y no se puede ir en contra de la concentración. Nadie quiere ir contra el consumo tampoco.

—¿Siempre tuviste esa visión tan apocalíptica?

—Cuando yo digo que vamos hacia el neolítico estoy haciendo una visión paradisíaca. Creo que es seguro que se va a perder la obra de Borges y la Gioconda, sin tecnología no pueden mantenerse, es cierto. Pero van a aparecer otras cosas.

—¿Cómo cuáles?

— Las pinturas de Altamira, las canciones de los pigmeos, el álgebra que está en juego en esa música. Eso es como una Gioconda. Las artes primitivas, los rituales de caza son mucho más complejos que la confección de cualquiera de esas películas de mierda de Scorsesse o no se quién. Habla de Mansilla y los ranqueles; dice que “Los ingleses les enseñaban a tomar whisky, por eso estaban en pedo. Cuando tomaban chicha no quedaban tumbados de borrachos”. Productos como el tabaco, dice, no provocarían adicción de no ser por el capitalista al que se le ocurrió almacenar productos estacionales. “No es apocalíptico. Apocalíptico es pensar que hay que hacer crecer el ingreso para que los pobres tengan más; porque van a tener sólo un poquito más y el poder capitalista va a ser mucho mayor”.

—¿Y vos no estás en una máquina editorial?

—Sí, pero nunca transé con ella ocultando mi denuncia a esa máquina editorial. Que no va a la boludez de la cámara del libro de protestar contra las multinacionales. Yo tengo editores multinacionales y nacionales. Mi experiencia con los nacionales fue siempre peor.

—¿Por qué?

—En todo, en el laburo también. Porque las multinacionales son muy prolijas, primero porque no pueden bancarse un escándalo en su país. Lo primero que te seduce del capitalista inglés es esa cosa caballeresca, el tiempo lento, la falta de guarangada, el cumplimiento estricto de la palabra. Es todo una farsa, yo lo sé, y si lo dejamos profundizar la cosa terminamos como los hindúes o los chinos, llenos de opio, pero mientras no estén seguros no te van a poner de esclavos. En cambio, el capitalista salvaje argentino fraudulento te va a pagar peor, te va a mentir y humillar más.

Lo primero que te seduce del capitalista inglés es esa cosa caballeresca, el tiempo lento, el cumplimiento estricto de la palabra. Es todo una farsa. En cambio, el capitalista salvaje argentino fraudulento te va a pagar peor, te va a mentir y humillar más.

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—Volviendo a la relación Estado y Cultura, hace poco escribiste en contra de la jubilación para escritores

—Pará: escribí a favor de la jubilación para todo el mundo. Pero como no da el sistema para que sea así, ¿por qué hay que pagarle a esta manga de atorrantes que escribieron tres libros malos que son los que presentaron el proyecto?

—O sea que hay algunos que sí habría que pagarles.

—Si me dijeras hoy en día el caso de Zelarrayán. No tiene una obra como para ganar un premio porque nunca pensó que valiera la pena presentarse a un premio, se pensó que era inmortal o que se iba a morir, no sé. Está viejo, está enfermo, y lucidísimo, es un tipo que tiene una obra importantísima. Es uno de los grandes responsables de la buena poesía argentina de hoy. Y también de la buena posición y postura literaria por su libro de narrativa Piel de Caballo. El merecería un decreto nacional que le de una buena obra social y un ingreso para que pueda vivir dignamente.

—¿Sentís que tus intervenciones críticas siguen generando el mismo impacto que en los 80?.

—No. En los 80 yo escribía en la ventana crítica del país, que era El Porteño. Hoy no hay algo como eso. Estamos en la conspiración del ruido. Porque ¿dónde vas a escribir? ¿Como se va a percibir la crítica mía hoy a Néstor Kirchner o a Julio de Vido si yo no sé si criticando a de Vido no estoy trabajando para los intereses de Cristina por ejemplo. O de Eduardo Eurnekian, que no quiere pagar el canon del aeropuerto que hace años que lo debe. No sé a quién sirvo, primero. Segundo, que los medios críticos ya son aparatos de criticar. Entonces entre tanto ruido, tanta crítica, que yo critique la gestión de Nun o de Lombardi, qué sentido tiene si en ese mismo aparato crítico están criticando todo, están diciendo que Cristina no va al trabajo, que Kirchner ganó 12 millones de dólares en un año…En aquel momento, la gente que quería tener línea iba a leer El Porteño, punto. Hoy la gente que quiere lo mismo no sabe qué leer.

—¿Fue una decisión programada hacer tu ingreso en la literatura con poesía y cuentos, y luego afianzarte como novelista?

—No, mi decisión programada era no publicar. Pero me agarró una calentura, no se muy bien qué y publiqué. No tendría que haberlo hecho. Tendría que haber guardado todo.


Las peleas y el canon
Fogwill dice “Yo escribí el canon de la poesía de los 90 y del 2000 en el 82” y “nunca transé ocultando mi denuncia a esa máquina editorial”.

Después de años de vivir en pensiones, se compró un departamento en Palermo. “Ahora me encuentran siempre por teléfono”, se queja pero, hiperquinético, durante la entrevista, no deja de atender llamados ni de chequear su celular. Tiene una nueva novela inédita. No explica por qué considera “poco oportuno” publicarla ahora. “Si no me sintiera un ciudadano no podría escribir”, dice. Y “Yo laburo mucho, un promedio de 10 horas por día en cosas que no tienen nada que ver con la literatura. O sí, son ficción pero no literaria. El laburo me potencia para poder escribir. Si no laburara, no me sentiría un ciudadano y no podría escribir. Esos que viven de escribir me parecen unos magos. Eso por una parte. Por otra, lo que más me caga de la literatura es el estatus literario, el establishment por una parte, las peleas por otra”.

El laburo me potencia para poder escribir. Si no laburara, no me sentiría un ciudadano y no podría escribir. Esos que viven de escribir me parecen unos magos. Lo que más me caga de la literatura es el estatus literario.

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___Pero te metés vos en las peleas.

—Lo hago porque me molesta la fealdad. Y después la demanda. Te engatusa el editor español, cuando por dos dólares llegabas a Ezeiza y te ofrece cinco lucas verdes no le podés decir que no. Entonces te atrapa y te hace creer que sos importante y empezás a escribir un poco para la demanda esa, y te podés ir a la mierda.

—¿Te pasa seguido?

—Me pasa permanentemente. Acaba de reeditarse, por el sello Interzona, En otro orden de cosas, editada en 2001 en España por Random House.

—¿Y por qué lo reeditás?

—Porque estos guachos ya perdieron los derechos, ahora son míos. Yo tengo todos los derechos en toda mi obra. Si vos me pagás ahora te dejo editar los libros de la guerra.

—No creo que lo hayas hecho por plata.

—No, ni mamado. Ojo, soy amigo de los dueños de editorial, ponele. Y yo les vendí un libro que no quiero publicar.

—Te preocupan las lecturas que se puedan hacer acá de En otro orden de cosas?—Leo las críticas, las colecciono y las pongo en la web para que se vea lo loca que está la gente. La gente escribe siempre lo mismo, a favor o en contra.

—¿Lo mismo sobre tu obra?

—No, leen su espejismo mental.

—Leerían ahora, por ejemplo, lo autobiográfico, que parece como una moda en los diarios.

—Claro, y eso lo denuncio ahora, porque está instalado en la academia hace 30 años. No sé por qué carajo ahora lo ven como novedad.

—El personaje de la novela se pregunta por lo que los otros dan por supuesto.

—Escuchando la forma en que lo decís, lo que es seguro, es que el personaje, huyendo de ese pasado siniestro de la pareja va a hacer la revolución. Y la revolución lo deja solo. Quería hablar de eso; a mí la revolución me dejó solo. Tenía cinco, siete amigos todos desaparecidos. Mi mejor amigo, bah, no se si creo mucho en la amistad, fue uno de los últimos desaparecidos que hubo, que fue el secretario del partido comunista marxista leninista. Daniel López fue uno de los primeros desaparecidos de Videla. En un momento había una mesa adonde yo me sentaba en la que no había nadie. No había con quien hablar. Y los tipos de Derechos Humanos que yo contacté en ese momento eran de esos católicos místicos que no me interesaban para nada.

—¿Qué rescatás de la militancia?

—Nada. Era una cagada. Porque yo era muy malo. Porque no sirvo. ¿Vos me ves a mí militando, de empleado o de casado? Son tres cosas que me salieron siempre como el orto.

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