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24 de septiembre 2021

Bruno Reichert

ESCRIBIR, UN DIFÍCIL LUGAR COMÚN: “BOLIVIA CONSTRUCCIONES”

Tiempo de lectura: 6 minutos

Cómo construimos voces coherentes y realistas sobre una hoja en blanco tal vez sea el mayor desafío de la ficción. También del que más rápidos nos cansamos. Porque el campo literario quiere pensarse en términos de generaciones, la torre humana de Ortega y Gasset, los que rompen moldes, los que nos van a llevar a la vanguardia narrativa argentina y la mar en coche. A veces las cosas son más sencillas, los elementos formales en la narración importan y no hay antropología del lector que nos diga qué va a trascender y qué será escoba nueva a la que le vamos a ver desgastada las cerdas, diría la poeta barranquillera. 

Algo de eso ocurrió en la segunda mitad década de los 2000. Fue cuando la patria sublevada, que se hizo visible post estallido social, empezó a fascinar y surgió lo que hoy la académica llama “narrativa etnográfica”. Un nombre que de por sí parece marcar una otredad difícil de franquear. Los suplementos culturales se fascinaban con la idea de poder ver lo mismo que esos jóvenes que, en las calientes jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, circulaban con el torso desnudo y la cara tapada. Así, textos como Cosa de Negros de Washington Cucurto o Cuando me muera quiero que toquen cumbia, de Cristian Alarcón; fueron celebrados con una actitud casi determinista por parte del mainstream cultural, que entre molinos de viento dijo ver el futuro de la literatura.

Pero en 2006 algo le estalló en la cara al mundillo. El diario La Nación entregó el premio a mejor novela a Sergio Di Nucci por Bolivia Construcciones, solo para retirárselo tiempo después. Un chico de 19 años envío una carta alertando que buena parte del libro había sido plagiado de Nada, de la catalana Carmen Laforet, ganadora del Premio Fastenrath en 1948. El módico escándalo llevó a un vacuo debate sobre los límites ético más allá del copyright, a preguntarse si no debíamos ser más indulgentes con los ejercicios de reescritura y que todo lo demás quedé a cargo de los juristas. Todo eso y mil cosas que tocaban de manera tangencial los elementos formales de la escritura. Sin rodeos: nadie se preguntó qué llevó a premiar un libro que, casi década y media después, podemos suponer que no lograría ser aprobado en un taller de narrativa, tal vez ni siquiera en uno de lectura.

El diario La Nación entregó el premio a mejor novela a Sergio Di Nucci por Bolivia Construcciones, solo para retirárselo tiempo después. Un chico de 19 años envío una carta alertando que buena parte del libro había sido plagiado de Nada, de la catalana Carmen Laforet, ganadora del Premio Fastenrath en 1948

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Vamos primero con la obra Laforet. Nada fue un terremoto en la España de los ’40. Novela autobiográfica de una chica huérfana el campo catalán que llega a la Barcelona de la posguerra para estudiar en la universidad. Los parientes que la reciben están completamente rotos, parte de una pequeña burguesía que aún vive con una criada en la casa pero vende muebles para comprar comida. Adultos estancados en las tragedias de la Guerra Civil imposibilitados de cicatrizar las heridas que cargan. Cómo sostiene la escritora Rosa Montero, Laforet logró captar su propia voz de adolescencia sin sentir pena por sí misma. Al contrario, su alter ego, Andrea, es construido con la seguridad de que era una adolescente que en ningún momento dejó de buscar la libertad, en un mundo que pendulaba entre lo ultramontano y la progresiva marginalización.

Di Nucci utiliza el desplazamiento geográfico de Andrea para construir a un joven boliviano que llega al Bajo Flores y debe alquilar una pieza junto a un grupo de compatriotas. El autor tomó no solo escenas sino buena parte de la estructura de la narración. Un trabajo infructuoso, claro. Es un libro estático, una sucesión de anécdotas que solo comienza a moverse y llegar a cierta tensión con los fragmentos que toma de Laforet. Pero si eso es un “ejercicio de reescritura”, es tan perezoso como un oso invernando. Los párrafos insertos son un acto de cuatrerismo, en el que se utilizan frases hechas propias de catalanes de la posguerra y se las pega al habla de bolivianos del Siglo XXI. 

Es un libro estático, una sucesión de anécdotas que solo comienza a moverse y llegar a cierta tensión con los fragmentos que toma de Laforet. Pero si eso es un “ejercicio de reescritura”, es tan perezoso como un oso invernando.

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Lo que sobrevuela la obra original y la deslucida Bolivia Construcciones es la seguridad que implica el conocimiento a la hora de escribir. El protagonista de Bolivia es presentado como un posadolescente analfabeto. Y eso nos representa un problema porque, en términos Walter Ong, la escritura estructura la conciencia. Pero para Di Nucci ese dato (realista en tanto muchos inmigrantes bolivianos no saben leer) no altera la construcción psicológica de su personaje. A su vez, mientras la protagonista de Laforet siente repulsión por un mundo que sabe que en otro momento fue mejor (el de la burguesía caída en desgracia), el protagonista de Bolivia siente un asco por el entorno que lo rodea el cual no sabemos de dónde proviene. Si Piglia tenía razón al decir que todo cuento narra dos historias, en Bolivia no podemos encontrar ese río subterráneo que debería pasar bajo nuestros pies.

En definitiva, volvemos al quid central en la escritura: ¿de quiénes son los ojos a través de los que miramos? No siempre es fácil la respuesta. Nos gusta el gaucho literario, aunque, como pensaban Borges y Bioy, difícilmente esa construcción ficcional fuese equivalente al sujeto histórico. Siguiendo el ejemplo, literatura rural nos permite construir relatos con tiempos y lugares relativamente indefinidos y lo mismo hacemos con la forma de hablar y pensar los personajes. Para redactar Ladrilleros, Selva Almada cuenta haber hecho un exhaustivo trabajo para saber si en el Chaco algodonero, cercano a la frontera con Santiago del Estero, se usa la palabra “chango” o “compinche”. El resultado del trabajo de Almada es más que logrado, pero es probable que ni ese tipo de esfuerzo nos quita nuestra condición de observador participante.  

En definitiva, volvemos al quid central en la escritura: ¿de quiénes son los ojos a través de los que miramos? No siempre es fácil la respuesta. Nos gusta el gaucho literario, aunque, como pensaban Borges y Bioy, difícilmente esa construcción ficcional fuese equivalente al sujeto histórico

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Entre diletancias varias el affair Bolivia Construcciones pasó rápido. Es divertido imaginar la situación cuando se conoció la noticia. Por ejemplo, cuál habrá sido la reacción del editor de LN que mandó a una ya consagrada Leila Gerriero a entrevistar a Di Nucci, quien contaba que había donado el premio a un club de Flores “porque les pertenecía a ellos, los bolivianos”. Tal vez deberían haber escuchado mejor a otro exponente de la literatura de esos años: Washington Cucurto, o Santiago Vega, su nombre real. A partir de Cosa de Negros, Cucurto se convirtió en el más celebrados de los escritores que se ocupaban de los márgenes sociales. Y sin embargo nadie le prestó atención cuando en cada nota pidió no ser tomado tan en cuenta como escritor. Vega se construyó como un artista performático. Cucurto era su personaje y a la vez era él respondiendo las preguntas de periodistas y admiradores (un terreno que ya pavimentado por Jorge Asís). Se presentó como un Lord Byron que escandalizaba poco y divertía más. Creo la editorial Eloisa Cartonera para darle una mano a trabajadores informales y seguro nos tiene preparadas otras ideas para transitar la vida haciendo arte. Tal vez su único y real interés.

Es divertido imaginar la situación cuando se conoció la noticia. Por ejemplo, cuál habrá sido la reacción del editor de LN que mandó a una ya consagrada Leila Gerriero a entrevistar a Di Nucci, quien contaba que había donado el premio a un club de Flores “porque les pertenecía a ellos, los bolivianos”.

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Pero el campo intelectual se protege a sí mismo (sí, Bourdieu del CBC pero lo olvidamos rápido). Sería sencillo decir que Di Nucci le ganó y que la carta de lectores de un chico de la misma edad de los protagonistas de Nada y Bolivia demostró que el rey estaba desnudo. Pero sería solo un juego de palaras útil para este texto. Nadie escribe para quedar excluido. Es más seguro que solo sea prueba de que tampoco deberíamos tener tan en cuenta esos pequeños núcleos de poder que se suponen preparados para generar tendencias de consumo irreversibles. Este texto debe ser aún más olvidable, pero es la pulsión de la sorpresa de ver las cosas con detenimiento lo que me llevó a escribirlo. Sin miedo (hoy) a la intrascendencia, yo me robo la frase de esa otra gran orillera, Vanessa Show: ¡cómo roban, eh!

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