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28 de septiembre 2022

Lucila Melendi

EL REGRESO DE LULA

Tiempo de lectura: 9 minutos

Pode ir armando o coreto e preparando aquele feijão preto

Eu tô voltando

Põe meia dúzia de Brahma pra gelar, muda a roupa de cama

Eu tô voltando

Lá, la, la la ia la, la, ia

Quero lá, ra, ia lá, ra, ia

Porque eu tô voltando!

Tô voltando (1979, letra de Paulo Cesar Pinheiro y Mauricio Tapajos Gomes)

En 1979, Paulo Cesar Pinheiro y Mauricio Tapajos Gomes escribieron una canción que Simone hizo famosa y se convirtió, sin que nadie lo hubiera planeado, en el himno de los exiliados que volvieron a Brasil con la amnistía de ese año. Dicen que el Jornal Nacional mostró a los pasajeros de un avión cantándola al llegar, y parece que la imagen se inscribió en la memoria colectiva. En 2022, el jingle de la campaña de Lula es “Sin miedo de ser feliz”, que emula aquel con que se presentó por primera vez a elecciones presidenciales, en 1989. Pero en festivales, casamientos, fiestas, sambas, karaokes y cualquier reunión casual, es “Tô voltando” la que se canta a los gritos y haciendo una “L” con los dedos de la mano derecha. Es la forma más brasileña de decir: Lula vuelve. 

¿Vuelve?

A pocos días de las elecciones generales del 2 de octubre, algunos elementos sugieren que Lula podría ser electo en primera vuelta, es decir, conseguir más del 50% de los votos válidos. Pero nadie se sorprendería si eso no sucede. El duelo está planteado entre él y Bolsonaro. Así las cosas, se trata de mantener la calma, contener la ansiedad, y luchar cuerpo a cuerpo por virar votos: convencer a los poquísimos que hoy en día se pronuncian a favor de alguna tercera opción. “No deje para la segunda vuelta lo que puede resolver en la primera”.

Durante los últimos años —golpe, Temer, Bolsonaro y pandemia mediante— la vida de la mayoría de los brasileños empeoró. Tienen hambre y tienen miedo.

En la puerta de cada supermercado hay personas descalzas pidiendo comida. No importa si hablamos del sur o del nordeste, de las capitales o del interior: en las veredas de Brasil hay muchas personas descalzas pidiendo comida. Abajo de las autopistas y en las plazas se amontonan pequeñas carpas iglú, techos armados con bolsas de plástico, cuerpos envueltos en frazadas. En 2021, se viralizaron imágenes de una fila en Cuiabá, Mato Grosso, donde cientos de personas esperaban la donación de restos de huesos. Entonces, de acuerdo con la Rede Brasileira de Pesquisa em Soberania e Segurança Alimentar e Nutricional (Rede PENSSAN), 19 millones de personas despertaban cada día sin saber si iban a conseguir comer. En 2022, de acuerdo con la Segunda Encuesta Nacional sobre Inseguridad Alimentaria, 33 millones de personas en Brasil pasan hambre. Bolsonaro y su ministro de Economía dicen que es mentira.

"Durante los últimos años -golpe, Temer, Bolsonaro y pandemia mediante- la vida de la mayoría de los brasileños empeoró. Tienen hambre y tienen miedo. En la puerta de cada supermercado hay personas descalzas pidiendo comida. No importa si hablamos del sur o del nordeste, de las capitales o del interior: en las veredas "

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La inflación afecta al resto. Un litro de leche llegó a costar lo mismo que un litro de cerveza o de nafta. El aceite ya cuesta el doble que el año pasado, pero los sueldos no fueron actualizados. Los que todavía no pasaron hambre están cansados de aguantar. ¿Cuánto tiempo pueden sostener la posición? En ese contexto, la manipulación coyuntural del precio de la nafta o los eventuales aumentos del Auxilio Brasil que Bolsonaro otorgó (y que ahora promete extender en caso de ser reelecto) no alcanzan para definir el voto de nadie.

Al hambre y la inflación se le suma el aumento ostensible de la violencia. La flexibilización de las normas para el acceso a la portación de armas y la legitimación de discursos racistas, autoritarios y antiambientalistas se tradujo en un aumento del 24% en los asesinatos por medio de armas de fuego. Se manifiesta con especial crudeza en los conflictos territoriales, aquellos que enfrentan a sujetos con diferentes formas de uso y apropiación de los recursos materiales y simbólicos asociados a la tierra. El informe anual del Consejo Indigenista Misionero (CIMI) sobre violencia contra los pueblos indígenas de Brasil reveló que en 2021 aumentaron las invasiones y ataques contra comunidades y líderes, lo cual traduce en los territorios la ofensiva institucional contra derechos constitucionales. Los asesinatos del indigenista Bruno Pereira y el periodista inglés Dom Philips fueron la cara visible, fronteras afuera, de una realidad de violencia explícita que se acentuó en los territorios durante los últimos seis años. 

***

En 2018, el triunfo de Bolsonaro fue un desastre que se vivó en cámara lenta. El Partido dos Trabalhadores (PT) apostó hasta el último minuto en mantener a Lula como cabeza de la fórmula, con Fernando Haddad, ex intendente de la ciudad de San Pablo, como candidato a vice-presidente. La candidatura estuvo en suspenso hasta que el Tribunal Superior Electoral (TSE) confirmó que Lula, entonces preso en el marco de una causa por corrupción y lavado de dinero, no podría competir ni hacer propaganda. Eso le dió a Bolsonaro una ventaja: participó de los primeros debates televisivos, en los que no había candidato del PT, y se posicionó como un hombre común, sin miedo a decir lo que piensa, frente a un pueblo brasileño exhausto de la politiquería a la que había sido sometido durante los últimos años. Cuando el PT por fin resolvió que su candidato oficial fuera Haddad, con Manuela D’Ávila como candidata a vice, Bolsonaro sufrió una puñalada en Juiz de Fora y se vio liberado de participar en los siguientes debates, en los que Haddad habló sólo. La ausencia de Lula en esas elecciones, que probablemente hubiera ganado, consolidó el golpe de 2016. 

"La paradoja es que, tras el golpe, el PT se mantuvo como actor estable del sistema político, mientras que los partidos que lo sacaron del poder quedaron deshidratados frente a la figura de Bolsonaro, que pasó a aglutinar todo el anti-petismo. "

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La paradoja es que, tras el golpe, el PT se mantuvo como actor estable del sistema político, mientras que los partidos que lo sacaron del poder quedaron deshidratados frente a la figura de Bolsonaro, que pasó a aglutinar todo el anti-petismo. Tanto es así, que quienes se perfilaban como candidatos para esta elección acabaron desistiendo: es el caso de João Doria, ex gobernador de San Pablo, que se destacó en la gestión de la pandemia, o de Sergio Moro, el juez y ex ministro de Justicia al que no le alcanzó para ser candidato a presidente ni a gobernador. Ahora, para intentar revertir la situación, Lula se alió a su último gran oponente, Gerardo Alckmin, otrora gobernador de San Pablo y varias veces candidato a presidente por el Partido de la Social Democracia Brasileira (PSDB). Para eso, Alckmin dejó el PSDB después de 33 años y se afilió al Partido Socialista Brasileiro (PSB). Juntaron apoyos que van desde Guilherme Boulos y Marina Silva hasta Henrique Meirelles y la Federación de Industrias del Estado de San Pablo (FIESP), que en agosto articuló un manifiesto pro-democracia.

Lula denuncia que los últimos gobiernos llevaron a Brasil a estar peor de lo que estaba en 2003, cuando asumió la presidencia por primera vez. Alckmin lo acompaña en su gira frenética a lo largo de todo país; se sube al escenario y habla frente a plateas que siempre combatió. “No es una elección normal, una elección de un partido contra otro, de una idea contra otra. Es una elección entre democracia o fascismo; democracia o barbarie”, dijeron en Belo Horizonte. “Estamos enfrentando a una persona desequilibrada mentalmente. Esta elección se trata de que 33 millones de brasileños puedan desayunar, almorzar y cenar todos los días”. 

Según los últimos resultados divulgados por IPEC, Bolsonaro cuenta con el 31% de la intención de voto. Se ve por la calle, en las banderas de Brasil que cuelgan de algunos balcones, en las agarradas a las ventanillas del auto. A pesar del desmanejo de la pandemia, la crisis económica, el aumento de la pobreza y los papelones internacionales a las que los somete Bolsonaro, hay un núcleo duro que prefiere cualquier cosa que no sea el PT. Por su parte, Lula y Alckmin continúan subiendo: aglutinan el 48% de las intenciones de voto hasta el momento. Cómo van a manifestarse esas preferencias en los votos válidos del 2 de octubre es la gran pregunta de estas horas. Derrotar a Bolsonaro en la primera vuelta es importante, porque garantiza el reconocimiento de la legitimidad de la elección (en la que también se eligen senadores, diputados federales y estaduales) y libera a los brasileños de la agonía de pasar otras tres semanas sometidos a un enfrentamiento cuyos alcances no se pueden prever. Un porcentaje menor de las intenciones de voto se reparte entre Ciro Gomes (PDT, 7%) y Simone Tebet (MDB, 5%), que parecen captar el voto anti-petista que rechaza a Bolsonaro. Quienes dicen que votarán a alguno de ellos, evitan pronunciarse sobre cuál sería su elección en una segunda vuelta. Hay quienes piensan que en la soledad del cuarto oscuro el peso de la Historia podrá más y se inclinarán por una de las dos opciones principales ya desde el principio.

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Lula hizo una buena campaña, y lo están ayudando. Un mes atrás, en la entrevista que concedió al Jornal Nacional, el periodista de la red Globo inició la transmisión diciendo: “El Supremo Tribunal Federal le dio la razón, usted no le debe nada a la justicia”. Fue la primera vez que Lula pudo dirigirse al país en TV abierta, para pronunciarse sobre todas las críticas que recibió durante los últimos años; agradeció especialmente por esa oportunidad. Lo hizo con aplomo, reconociendo diferencias con el gobierno de Dilma pero destacando que bajo las gestiones del PT hubo total libertad para denunciar e investigar los hechos de corrupción. Le dieron la oportunidad de recordar sus hazañas económicas y de política internacional, y hasta de explicar que el MST se ha convertido en el mayor productor de arroz orgánico de América Latina. Cuando terminó la entrevista, en Belo Horizonte se escucharon gritos y fuegos artificiales. Los grupos de whatsapp tronaron:  “Qué hombre”; “Qué baile”; “Lo dimos vuelta”; “Llamó mi mamá, vio la entrevista, dice que arrasó, que respondió todo muy bien, que va votar a Lula con orgullo, que Bolsonaro no pudo responder nada”. Quienes siempre enfrentaron a Bolsonaro percibieron que, después de mucho tiempo, la balanza se inclinaba a su favor; dejaron de tomar golpes para discutir política con la cabeza erguida.

"Lula hizo una buena campaña, y lo están ayudando. Un mes atrás, en la entrevista que concedió al Jornal Nacional, el periodista de la red Globo inició la transmisión diciendo: 'El Supremo Tribunal Federal le dio la razón, usted no le debe nada a la justicia'. "

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Gran parte del periodismo político pasó el último año especulando con que Bolsonaro no reconocería los resultados de una elección que le fuera adversa. A medida que se acerca el 2 de octubre, esa opción parece cada vez más improbable. Es cierto que el Ejército hará un recuento paralelo de votos en una muestra de 385 urnas, una “fiscalización” inédita que genera zozobra y sobre la cual no se sabe qué esperar. Pero Bolsonaro está aislado internacionalmente a tal punto que la semana pasada, durante la Asamblea General de la ONU, sólo tuvo reuniones bilaterales con Polonia y Ecuador. Mientras tanto, Lula se reunió con representantes de Estados Unidos que declararon su confianza en el sistema electoral brasileño, y la gran prensa se encargó de darle difusión a ambas cosas. Dentro de Brasil tampoco tiene la tribuna entusiasta con la que contó en 2018. Sus bravuconadas ya no generan identificación sino vergüenza. Gobernadores que asumieron traccionados por Bolsonaro ahora evitan criticar a Lula, para favorecer ese voto cruzado. Incluso dentro de las iglesias neopentecostales, que apoyaron a Bolsonaro por sus pautas morales, muchos evangélicos comienzan a alejarse. Recientemente, al participar de un podcast con jóvenes cristianos, Bolsonaro aseguró que, en caso de perder las elecciones, entregará los atributos a su sucesor.

"Incluso dentro de las iglesias neopentecostales, que apoyaron a Bolsonaro por sus pautas morales, muchos evangélicos comienzan a alejarse. Recientemente, al participar de un podcast con jóvenes cristianos, Bolsonaro aseguró que, en caso de perder las elecciones, entregará los atributos a su sucesor. "

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Maria Elena, una empleada con treinta años de antigüedad en la agencia de correos del barrio Bom Fim, en San Pablo, pregunta cómo está Argentina pero no espera la respuesta: quiere contar que Brasil está muy mal. “Antiguamente con el cheque alimentación vos ibas al supermercado y te sobraba. Ahora hay que completarlo del propio bolsillo”. ¿Cuándo era “antiguamente”? “En la época de Lula”. Maria Elena tiene nostalgia del tiempo en que se usaban estampillas, y dice que en el correo todos van a votar a Lula porque luchan contra la privatización. Cree que se resuelve en primera vuelta: espera que se resuelva en primera vuelta. 

Núbia maneja un Uber en Belo Horizonte. Tiene unos cuarenta años y cuando le pregunto quién cree que va a ganar, me dice que ella quería que ganara Bolsonaro. “¿Pero te parece que puede ganar?”. Duda. Dice que sí. “Creo que sí”. 

En las calles se ve mucho rojo, el color del PT. Vi novios vestidos de rojo casándose por civil, vidrieras montadas exclusivamente con artículos rojos en la paqueta calle Pinheiros (SP); veo toallas de Lula con anteojos de sol, que dicen “El voto es secreto”, y van apareciendo en los balcones de los mismos edificios en que penden las banderas de Brasil, identificadas con Bolsonaro. En los recitales, artistas hacen la “L” y las tribunas explotan en cánticos de “Olé, olé, olé, olá, Lula, Lula”, sin que nadie se atreva a contradecirlos en público. Hasta Anitta, la estrella pop más taquillera de la actualidad, que este año llevó el funk a los escenarios de Coachella, en California, se manifestó a favor de Lula y está activa militando esa elección en las redes sociales. La espiral del silencio se rompió: a pesar de los varios hechos recientes de violencia política, se proclama el voto en Lula y se repiten las disculpas públicas a Dilma, que esta vez no es candidata.

La mayoría de los brasileños ya sigue las instrucciones de Simone: puso su media docena de Brahma para gelar porque Lula vuelve, sin miedo de ser feliz. 

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