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27 de julio 2021

Agustina Pozzo

EL MENSAJE POLÍTICO DE ANULAR UNA CULTURA

Tiempo de lectura: 4 minutos

Está totalmente instalada cierta nostalgia social hacia un pasado cultural brillante, espléndido, que a muchos no nos tocó vivir pero sí nos toca apreciar en contrapunto con nuestra cultura del hoy. La supresión de toda expresión cultural presente, sobre todo la musical y la audiovisual, se ampara en la valoración dada de que el ayer fue mejor. “Mira lo que dice la letra”. “Es la degradación de nuestra cultura”. La idea vieja idea martirizante de ser perseguido por escribir cierta letra de música, por filmar cierta película o por juntarse con tal o cual es parte de esa epopeya que significa, para nuestro imaginario, haber sido adolescente en las dictaduras. Palabras censuradas, gestos prohibidos. Mostrar tu DNI a cualquier policía que se subiera al colectivo. Años más tarde, con la consolidación democrática y la institucionalización de los derechos humanos, se inició un nuevo orden ante el que cabe preguntarse qué y cómo se lo transgrede. Pero mi interrogante es hacia el presente: ¿por qué nos cuesta tanto interpelar y poner en valor la cultura que nace de nuestros jóvenes hoy? O bien podríamos preguntarnos: ¿a quién buscan interpelar nuestros jóvenes? ¿A qué le resisten?

Treinta y ocho años después de la última dictadura, la sociedad que parió desde las entrañas del corralito, del uno a uno, de los patacones y de los cinco presidentes en una semana ya no busca ni necesita resistir a ningún mal que no sea el de la desigualdad: todos aceptamos que estamos bailando la misma canción. Al igual que ocurre con un trap o un reguettón: no importa quién lo hizo; si la letra se llama de una forma o de otra: todas suenan igual y todas pueden bailarse igual. ¿En dónde descansa la producción cultural de la sociedad argentina del siglo XXI post progresismos? ¿En dónde está el arte de las generaciones que nacieron y se criaron bajo las reglas de un sistema democrático con 38 años de elecciones limpias y transparentes?

Todos pueden acceder al arte y todos pueden hacer arte: desde el pibe de Ramos Mejía que con su computadora Windows 95’ empezó a mezclar pistas, hasta la chica que se filmó cantando en el patio de su casa y lo subió a redes sociales

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La masificación del consumo cultural también hace a la masificación de los artistas, planteaban Adorno y Horkheimer en los 50’s. En este sentido, aparece un concepto clave, desarrollado también por la escuela de pensadores de Frankfrut, que es muy aplicable al contexto de digitalización acelerada que vive el mundo: el perfeccionamiento de la técnica. El acercamiento masivo de los jóvenes al arte se ejerce como consumidores pero también como productores. Con la presencia del streaming, de las salas de producción en las habitaciones, el arte ya no puede considerarse bajo las nociones estéticas que hasta aquí teníamos: la técnica avanza a pasos agigantados. El arte como objeto divino, de veneración, ya no está: murió. Y no es algo nuevo, lo hizo cuando el capitalismo fue finalmente un consenso global. Cuando el consumo se volvió el único bien preciado al que aspiran todas las sociedades. Todos pueden acceder al arte y todos pueden hacer arte: desde el pibe de Ramos Mejía que con su computadora Windows 95’ empezó a mezclar pistas, hasta la chica que se filmó cantando en el patio de su casa y lo subió a redes sociales. En la época de la obra de arte producida por montaje, la decadencia de la plástica es inevitable: vivirlo como algo evitable sería un error.

El acceso a internet no significó simplemente el acceso a una computadora. Estar conectados con el mundo, con las mejores discográficas, con lo que se escucha en China y en Europa al mismo tiempo, pero desde un carácter personal y de elección individual. Sin intermediarios.

¿De qué manera nuestra política podrá interpelar a ese sector adolescente (unos 4 millones de votos) que está gestando nuestras formas de consumo y producción cultural? Algo está claro: desde la ignorancia, posiblemente no sea. La Era Gamer desata, en los más chicos, niveles de ansiedad, violencia y estrés que antes no existían para este grupo etario. El consumo snack del aquí y ahora sugiere soluciones rápidas, simples y momentáneas. Cuasi milagros. Algo que la política, y la política citada en la región Latinoamericana, no puede hacer. La política y la técnica pocas veces se llevan bien. Nuestro presente cultural no es más que la expresión de eso: de ese entramado social que logró llegar, con la creciente digitalización de nuestras vidas, a todas las puertas de todos los barrios. Hay al menos un celular por familia. El acceso a producir contenido cultural ya no es exclusivo de unos pocos. Hoy, los dos o tres traperos argentinos más escuchados (ninguno de apellido vinculado al mundo de la cultura) son rápidamente identificados por cualquier chico o chica. El cambio generacional de la incorporación de jóvenes en la política argentina nace de esta sintonía fina: para estar cerca y entender cuáles son las demandas de las nuevas generaciones, hay que acercarse. Escucharlas. Los saltos generacionales cada vez son más profundos. Las distancias, en consecuencia con la profundización de derechos como los referidos a la comunidad LGBTI o los feminismos, son brechas anchas y profundas que, atravesadas muchas veces por las militancias, serán protagonistas de lo inmediato. La sexualidad, por ejemplo, ya no es un tabú. Todas las canciones para bailar, salir y divertirse hablan de sexo. Romper el cerco del silencio también implica extremos, como todo cambio paradigmático, que irán cediendo a medida que el ojo crítico de la sociedad lo exija. Pero mientras exista consumo, el mensaje no cambiará. La agenda no es solamente argentina: es mundial.

Desde Sarmiento hasta Hernán Lombardi. Atender la producción cultural de la coyuntura sin ponerse las gafas de la casta intelectual es saber leer entre líneas. Es ir a buscar eso que no está dicho: si todo es tan explícito, busquemos lo que queda tácito. Algo que, a veces, nos falta. 

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