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02 de septiembre 2021

José Muzlera

Lic. y Prof. en Sociología por la UBA, Mg. en Cs. Soc. por la UNGS—IDES y Dr. en Cs. Soc. y Humanas por la UNQ.

CUANDO AL CAMPO LE VA BIEN, ¿AL PUEBLO LE VA BIEN?

Tiempo de lectura: 8 minutos

Una mirada social al agronegocios.

Todos aquellos que alguna vez caminamos el interior de la región pampeana seguramente hemos escuchado la frase “Cuando al campo le va bien, al pueblo le va bien”. Con ella, el colectivo heterogéneo (y a menudo con intereses contrapuestos) llamado campo y sus aliados político-ideológicos intentan posicionar al sector agrario como el motor de la economía y el desarrollo local. Con esta frase se intenta clausurar el debate por la redistribución de la producción local (y cualquier otro que cuestione el modelo agronegocio, como aquellos vinculados a las consecuencias ambientales y a la salud).

El agronegocio es el paradigma hegemónico del mundo agropecuario pampeano de las últimas tres décadas. Es una lógica organizacional que excede lo productivo y afecta las relaciones humanas, el desarrollo local, la explotación de recursos y los vínculos con el ambiente. Dos de las mayores referentes en la materia, Carla Gras y Valeria Hernández, definen este modelo a partir de cuatro pilares: el tecnológico, el financiero, el productivo y el organizacional. El tecnológico, con las biotecnologías y TICs, permitió desarrollar ventajas competitivas potenciando las ventajas comparativas. El financiero que actuó “por arriba” a través de especuladores institucionales incrementando la demanda y haciendo subir los precios de los commodities agrícolas (en particular de la soja) y “por abajo” a través de las estrategias comerciales y financieras de los productores y empresarios. El pilar productivo implicó una reconversión de los factores tierra y trabajo que adoptaron formas funcionales a este nuevo paradigma, como el alquiler masivo de tierras y la tercerización de labores. Y, por último, el pilar organizacional, que mediante la implementación de nuevas herramientas de gestión, apoyadas en las TICs, reconfiguró profundamente las prácticas productivas, logísticas, administrativas, políticas, sociales e institucionales del sector y, con ello, a la construcción de nuevas identidades.

De la mano del agronegocio, desde la liberación de la soja transgénica al mercado en 1996, la Argentina casi cuatriplica sus cosechas de granos, colaborando así con las siempre (o casi siempre) exiguas arcas del Estado Nacional. Desde el primer menemismo hasta la presidencia de Mauricio Macri, la producción nacional de granos creció desde 39 millones de toneladas por año hasta más de 130 millones. Este modelo, además de granos y carne —como tantas otras cosas en este país— produce grieta. De un lado, los autoproclamados (porque autoconvocados fueron todos) “el campo”. Ellos son los productores pampeanos insertos (o intentando serlo) en el modelo agronegocio, algunos académicos, los intelectuales de los medios más concentrados y consumidos como Clarín y Nación y las instituciones patronales del agro de objetivos estatutarios diversos como SRA, CRA, AACREA y AAPRESID. Sus argumentos a favor del modelo son: la necesidad de producir más alimentos para un mundo que duplica su población cada 35 años, que este modelo es más amigable con el medio ambiente (el paquete tecnológico protege el suelo de la erosión y utiliza agroinsumos menos nocivos que los utilizados desde la revolución verde hasta la llegada del glifosato y la soja transgénica), que produce grandes saldos exportables generando divisas genuinas, que reactiva todo un circuito económico de mano de obra calificada y semi calificada (fábricas de maquinaria agrícola, transportistas, ingenieros agrónomos, técnicos de laboratorio, y una larga lista de etc.) y que fomenta el desarrollo local (basta ver como se reactiva la economía de las agrolocalidades cuando el campo tuvo un buen año).

el sector agropecuario, al menos en su demanda de mano de obra, no parece ser el gran motor de la economía local. Es cierto que hay otros mecanismos de distribución, como el consumo, pero pareciera que tampoco estos son muy efectivos

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Del otro lado de la grieta, gran parte de los intelectuales de las universidades, asociaciones agrarias de base, en especial las vinculadas a sectores campesinos e indígenas y varios pequeños medios de comunicación. Quienes critican al modelo señalan que es expulsor de mano de obra (basados en que cada vez hay menos productores agropecuarios y explotaciones más grandes, entre 1988 y 2002 desaparecieron el 32% de las explotaciones pampeanas y entre 2002 y 2018 el 26% más y que las tareas agrícolas con maquinaria cada vez más grande, cara y sofisticada, realiza más trabajo en menos tiempo y con menos operarios), que genera pobreza y concentración (basta ver las barriadas pobres que crecen en todas las agrolocalidades), los aumentos de enfermedades respiratorias o cáncer (asociadas a un aumento exponencial de los agroquímicos) y que es dañino con el medioambiente (las napas de agua están cada vez más contaminadas y la pérdida de bosques y biodiversidad es sostenida).

Entre otros rasgos identitarios —además del mate, el dulce de leche, el asado, los amigos y el fútbol— tenemos la falta de estadísticas. Como se deduce de los dos párrafos anteriores no hay datos estatales (ni de otra fuente) sistemáticos, sostenidos en el tiempo y representativos para dirimir esta discusión. Sólo hay datos indirectos, espaciados en el tiempo y apreciaciones intuitivas de lo que se ve cuando uno camina por los pueblos o las pequeñas ciudades del interior. Y algunos poquísimos relevamientos realizados con presupuestos inexistentes y “a pulmón”. De uno de estos poquísimos trabajos realizados a fines de 2019 en el partido de Balcarce entre investigadores del Centro de la Argentina Rural de la Universidad Nacional de Quilmes (CEAR UNQ) y la Secretaría de Desarrollo de la Municipalidad de Balcarce salen los datos que nos permiten escribir esta nota.

Durante un mes se recolectaron datos a una muestra representativa tomada al azar. Se relevaron datos de consumos diversos, características de la vivienda, educación, salud, trajo, ingresos y hasta un test de bienestar psicológico. Antes de presentar algunos de los resultados de esta encuesta observemos qué pasa con la producción agropecuaria del partido de Balcarce (un partido típicamente agropecuario del sudeste bonaerense a 420 km de la ciudad de Buenos Aires).

Una primera mirada al tamaño de las explotaciones del partido sugieren que aún en décadas de aumento de la productividad no a todos les va bien. El actual modelo productivo demanda muchos más inputs que el anterior. Mayores niveles de inversión en capital y menos en mano de obra con lo cual los riesgos externos son más grandes. En 1988 la superficie de la explotación promedio era de 293 hectáreas, en 2002 de 594 hectáreas y en 2018 de 671.

Veamos cuánta riqueza agregada genera el sector agropecuario y cuánto de ésta se derrama localmente. Las principales producciones del partido son: maíz, girasol, trigo, papa, ganado vacuno y -obviamente- soja. Si multiplicamos la ganancia promedio por hectárea por la superficie cosechada de cada grano se observa que, en 2019, el sector agrario del partido produjo ganancias estimadas de USD 96.002.845 (USD 12.712.950 de maíz, USD 18.947.880 del girasol, USD 17.977.440 del trigo, USD 8.475.312 de la papa, USD 7.842.883 del sector bovino y USD 30.046.380 para la soja).

Si no logramos repetir este relevamiento de modo sistemático es imposible obtener datos concluyentes sobre cuán promotor del desarrollo local y cuán promotor de la exclusión viene siendo en el tiempo este modelo agropecuario

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Observemos cómo se distribuyen el trabajo y la riqueza. En Balcarce viven aproximadamente 38.376personas y su población económicamete activa (PEA) es de 15.000. De esta PEA sólo el 13,6% pertenece al agro (productores, transportistas, profesionales, peones, técnicos, etc.). Del resto el 26,2% pertenece al sector estatal, 45,0% al sector privado no agrario, 10,9% son desocupados y 4,3% trabaja en más de un sector. Como vemos, el sector agropecuario, al menos en su demanda de mano de obra, no parece ser el gran motor de la economía local. Es cierto que hay otros mecanismos de distribución, como el consumo, pero pareciera que tampoco estos son muy efectivos.

Si esos poco más de 96 millones de dólares producidos por el sector agropecuario se repartieran (en partes iguales) entre las 2.040 personas vinculada al sector, cada una hubiera recibido USD 47.060,22, lo que es igual a USD 3.921,68 por mes por persona vinculada al sector. Con un dólar, en diciembre 2019, a ARS 75, esos USD 3.921,68 equivaldrían a ARS 294.126,20 por mes por persona vinculada al agro. El promedio de los ingresos de aquellos vinculados al agro fue de ARS 27.086,96. Cuando se les preguntó por lo que ellos considerarían un monto justo, el promedio contestó que un 42% más de lo que ganaba. Si calculásemos que esos poco más de 96 millones de dólares se repartieran en partes iguales entre todos los balcarceños daría (a valor dólar diciembre 2019) ARS 15.635,23 (incluyendo, niños, bebés, desocupados, etc.).

En diciembre de 2019, para no ser pobre (según estimaciones del INDEC[1]) una familia de 3 personas debía ganar $30.829 al mes, y un hogar unipersonal $12.775. Esto quiere decir que, sólo con lo que produjo el sector agropecuario, si la distribución fuera perfecta (y no olvidemos que también está el sector privado no agropecuario y el estatal que entre ambos emplean a más del 70% de la PEA), todos los balcarceños estarían sobre la línea de pobreza. Los datos de la realidad son muy distintos, en diciembre de 2019, el 41,2% de los hogares eran pobres y el 14,1% indigentes, o sea que sólo el 44,7% de los hogares estaba por sobre la línea de pobreza y el 55,3% por debajo de ella.

En un partido netamente agropecuario, en el cual el sector agrario produce más que suficiente para toda la población, el 55,3% es pobre (o indigente), 10,9% son desocupados y de la población económicamente activa sólo el 13,6% se ocupada en el agro.

Respecto al nivel de formalidad de los empleos, el sector agropecuario, junto con el Estado, son los que más contratan “en blanco”: 87,8% y 89,7% respectivamente. El modelo agronegocio, demanda mano de obra calificada y si bien los niveles de formalidad presentan “cierta laxitud” no abunda la informalidad absoluta

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Si no logramos repetir este relevamiento de modo sistemático es imposible obtener datos concluyentes sobre cuán promotor del desarrollo local y cuán promotor de la exclusión viene siendo en el tiempo este modelo agropecuario, pero al menos estamos en condiciones de afirmar que —potencialmente— podría redistribuir bastante más.

Como te digo una cosa te digo la otra diría un emblema de nuestra TV: a pesar de todo, quienes trabajan en el sector son los que más ganan. De los trabajadores del sector, “sólo” el 26,9% vivía en un hogar pobre. Quienes trabajaban en el sector privado no agropecuario tenían el 48,6% de posibilidades de vivir en un hogar pobre o indigente. Entre los empleados estatales, 31,1% pertenecían a un hogar pobre. Entre los desocupados (no trabajan, pero buscan activamente trabajo) 77,8% vivían en un hogar pobre y entre quienes no trabajaban 70,4% eran pobres (en la categoría no trabajan entran quienes, en edad de trabajar, no lo hacen ni buscan trabajo activamente).

Respecto al nivel de formalidad de los empleos, el sector agropecuario, junto con el Estado, son los que más contratan “en blanco”: 87,8% y 89,7% respectivamente. El modelo agronegocio, demanda mano de obra calificada y si bien los niveles de formalidad presentan “cierta laxitud” no abunda la informalidad absoluta. Es común que un prestador de servicios o un transportista no pueda ingresar a un establecimiento sino posee los seguros reglamentarios y no se puede contratar estos si el trabajador no está registrado. Los empleados suelen estar “en blanco” y cobrar también una parte importante de sus ingresos de modo informal como “premios por productividad no registrados”, lo que es sinónimo de trabajo a destajo.El sector privado no agropecuario presenta un nivel de informalidad cercano al 35%.

Y por último vale la pena comentar que, paradójicamente (o no tanto) quienes traban en el sector agropecuario, si bien son los que mayores ingresos perciben, son los que peores niveles de bienestar subjetivo presentan (dentro de los trabajadores en actividad). El 14,6% de quienes se emplean en el sector agropecuario presentan un nivel de bienestar psicológico bueno o regular; 11,8% de quienes se emplean en el sector privado no agropecuario presentan niveles buenos o regulares de bienestar psicológico y 5,1% de quienes trabajan en el sector estatal presentan niveles de bienestar regulares o buenos. Como es de esperar los desocupados son quienes están en peores condiciones, el 33,3% presentan índices buenos y regulares de bienestar psicológico.

Para cerrar la nota, unos cuantos párrafos después, volvemos retomar la pregunta de cuán positiva o negativamente el agronegocio afecta a quienes viven en los agroterritorios. ¿Cuándo al campo le va bien, al pueblo le va bien? En base a lo observado en Balcarce, el sector agropecuario: a) al menos desde 1988 hacia acá expulsa productores, b) emplea sólo al 13,6% de la mano de obra y c) aun generando riqueza para que todos los habitantes del partido vivan muy por sobre la línea de pobreza esta presenta niveles mayores a la media del país, el 55,3%.


[1] Estos cálculos están hechos para le AMBA, pero no existen para Balcarce. La observación no sistemática de este autor indica que servicios y alimentos procesados son más caros en Balcarce que en la zona del AMBA, lo mismo que el combustible. Los alimentos frescos son más baratos.

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