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12 de septiembre 2021

Tomas Borovinsky

CONTRA LOS APOCALÍPTICOS

Tiempo de lectura: 7 minutos

“El miedo y yo somos como gemelos”, escribió Thomas Hobbes en un poema autobiográfico escrito en latín al borde de la muerte. Hobbes nació en cuando la Armada Invencible española amenazaba con invadir las costas inglesas y vivió tiempos de guerras civiles. El miedo puede ser un gran ordenador político. En particular: el miedo a la muerte violenta. No somos tan distintos los unos a los otros y por eso mismo, en mayor o menor medida, con ayuda o con suerte, cualquiera puede tumbar a cualquiera. Por eso un grupo de terroristas puede, cúter en mano, humillar a la máxima potencia humana de la historia.

Del fin de la historia al choque de civilizaciones

El espíritu del tiempo, el Zeitgeist, del amanecer del 11 de septiembre de 2001 previo al segundo avión era todavía en cierta medida el de la unipolaridad americana. El momento de de Francis Fukuyama y su artículo “¿El fin de la historia?”, convertido en libro poco después. Libro de época. Bestseller. Más comentado que leído en la posteridad, también. Los textos son importantes por su apuesta a perdurar y/o como indicadores de un tiempo. Así funciona el Fukuyama del fin de la historia. Momento en que Argentina continúa con su transición a la democracia con su primer cambio de mando en medio de una crisis económica y social histórica con la Guerra Fría descascarándose. Con ese alineamiento de planetas llega Carlos Menem al poder.

Pero ¿cuál era el planteo de Fukuyama? Recuperando la lógica apocalíptica bíblica, Hegel, Marx y Kojève, Fukuyama sostiene que ya hemos alcanzado el fin de la historia y la victoria del liberalismo económico y político. A los ojos de esta filosofía la historia sería lineal e iría como una calle de dirección única: de Oriente a Occidente. “La historia debe comenzar con el imperio chino” decía Hegel en su obra sobre la filosofía de la historia. La historia tendría un principio y un final. Eso repetía el filósofo ruso-francés Alexandre Kojève, principal referencia de Fukuyama, que no piensa el final de la historia como triunfo de la democracia sino como triunfo de la modernidad, detalle no menor, en sus seminarios sobre Hegel en París entre 1933 y 1939. Una calle de dirección única a la que otros contemporáneos se oponen buscando fragmentar el futuro .

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Pero para Kojève los acontecimientos posteriores al último acto real de la historia –es decir, la batalla de Jena en 1806– son leídos desde una lógica que hace posible entender a la Revolución China como la mera introducción del código napoleónico en China. La llegada de la modernidad. Asimismo, los soviéticos serían desde la irónica mirada de Kojève simplemente estadounidenses pobres, que en un futuro no muy lejano devendrían rusos ricos. ¿Qué hay después del final de la historia de 1806? El “alineamiento de las provincias”: rusos y chinos, latinoamericanos y africanos alcanzarán, todos, el fin de la Historia. Afganistán e Irak también.

Porque el final de la historia puede ser el Estado Prusiano de Hegel, el comunismo marxista o el triunfo de la democracia liberal de Fukuyama. Es cierto que todo esto puede sonar ridículo o exagerado. Pero, como dijo en su momento el marxista Slavoj Žižek: “Es fácil reírse de la noción de fin de la Historia de Fukuyama, pero hoy la mayoría es fukuyamista: el capitalismo liberal-democrático es aceptado como la fórmula final de la mejor sociedad posible, donde todo lo que queda es hacerlo más justo, tolerante, etc”.

como dijo en su momento el marxista Slavoj Žižek: “Es fácil reírse de la noción de fin de la Historia de Fukuyama, pero hoy la mayoría es fukuyamista: el capitalismo liberal-democrático es aceptado como la fórmula final de la mejor sociedad posible, donde todo lo que queda es hacerlo más justo, tolerante, etc”.

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Sin embargo ya en 1993 Samuel Huntington había desafiado la tesis hegeliana de su amigo y colega Fukuyama. Huntington, quien en póstumas ediciones de su gran clásico Political orden in changing societes sería prologado por el propio Fukuyama, empezaba su artículo “¿El choque de civilizaciones?” salido en la Foreign Affairs, que luego sería un libro, directamente apuntando contra la teoría del “fin de la historia”. Decía en su artículo Huntington: “La política mundial está entrando en una nueva fase, y los intelectuales no dudan en anticipar vaticinios sobre lo que va a ocurrir en el futuro: el fin de la historia, el retorno de las tradicionales rivalidades entre Estados nacionales y el declive del Estado nacional, a causa, entre otros factores, de las conflictivas tensiones que producen el tribalismo y el globalismo. Cada una de esas visiones captura algunos aspectos de la realidad emergente. Sin embargo, todas pasan por alto un elemento crucial, e incluso decisivo, de lo que es probable que sea la política mundial en los años venideros”.

La hipótesis de Huntington era que la fuente principal de conflicto en este mundo nuevo no iba a ser ni ideológica ni económica. Y decía que “el choque de las civilizaciones dominará la política mundial. Y las líneas de fractura entre las civilizaciones serán las grandes líneas de batalla del futuro”. Si el artículo de Fukuyama fue anterior a la caída del muro de Berlín vale remarcar que el de Huntington fue muy anterior al 11-S. Pero a los ojos de muchos fue en 2001 que se definió la disputa intelectual entre estos dos amigos. Aunque siempre la cosa es más compleja, como rápidamente marcó Tzvetan Todorov cuando todavía salía humo de los escombros de las Torres Gemelas.

Si el principio del “fin de la historia” fue en 1806 es lógico, aunque inquietante, que algunos como “el filósofo más libre de Europa” señalen que justamente son las invasiones francesas a Egipto las que dieron el puntapié inicial para lo que iba a terminar pasando en 2001. Napoleón en Egipto: el aleteo de la mariposa que terminó en el 11-S. No sería ni la primera ni la última vez que Occidente avance como un cruzado sobre Medio Oriente.

La hipótesis de Huntington era que la fuente principal de conflicto en este mundo nuevo no iba a ser ni ideológica ni económica. Y decía que “el choque de las civilizaciones dominará la política mundial. Y las líneas de fractura entre las civilizaciones serán las grandes líneas de batalla del futuro

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De Trotsky a Bush

Otra generación de cruzados “napoleónicos” fueron aquellos que impulsaron el cambio de régimen en Medio Oriente. Los neoconservadores americanos como Irving Kristol, sus primos segundos liberal-hawks como Christopher Hitchens y hasta sus versiones pampeanas como el brillante Claudio Uriarte. En los tres casos de origen trotskista terminaron, enemistados con el progresismo mainstream, apoyando la “cruzada por la libertad” bajo el comando de George W. Bush.

Se escribió mucho de los neocon. Una mezcolanza de verdades y semi-verdades. Que se iniciaron como trotskistas que luchaban por un ideal universalista de igualdad: una revolución permanente contra el -totalitario- socialismo burocrático en un solo país de Josef Stalin. También se dijo que en su mayoría eran judíos estudiantes en la City College of New York, la Harvard proletaria de aquellos días, haciendo a veces fantasma anti-semita. Que algunos de ellos fueron alumnos del esotérico Leo Strauss y lectores parciales de Carl Schmitt. Pero por sobre todo el origen trotskista de muchos de ellos es fundamental para entender sus opciones políticas. Incluso para entender su anticomunismo liberal. El anticomunismo de la izquierda desencantada es diferente al de la derecha tradicional estadounidense. Porque los trotskistas entendían mejor que nadie el cinismo y la brutalidad del régimen estalinista y, como recuerda en un libro sobre el tema el propio Francis Fukuyama, a su vez “eran intolerantes con los progresistas que simpatizaban con el comunismo sin ver los males que representaba”.

Se escribió mucho de los neocon. Una mezcolanza de verdades y semi-verdades. Que se iniciaron como trotskistas que luchaban por un ideal universalista de igualdad: una revolución permanente contra el -totalitario- socialismo burocrático en un solo país de Josef Stalin.

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Pero una de las dimensiones más inquietantes de la filosofía del cambio de régimen en Medio Oriente es el efecto en la casa matriz. El jurista y teórico político Bruce Ackerman, quien fuera director de tesis del supremo Carlos Rosenkrantz, sostiene que hubo tres grandes crisis que erosionaron fuertemente la república norteamericana: el caso Watergate, el escándalo Irán-Contra y la “guerra contra el terror”. Porque la emergencia, que en Estados Unidos suele coincidir con diversas formas de la guerra, es la llave de la caja de herramientas del presidencialismo decisionista que sería coronado con George W. Bush pero que no se suspendería ni con Barack Obama ni mucho menos con Donald Trump, como suele recordar Martín Plot.

Contra los apocalípticos

Se cumplen veinte años del 11-S y este aniversario redondo coincide con la salida del ejército de Estados Unidos de Afganistán. El repliegue físico de una cruzada que simbólicamente ya había fracasado. Una aceleración apocalíptica interrumpida. En este contexto, el pensador reaccionario Curtis Yarvin se pregunta: ¿a qué se parece más esta situación de decadencia romana? ¿Al fin de la república o fin del Imperio? Demasiado pronto para opinar.

Se cumplen veinte años del 11-S y este aniversario redondo coincide con la salida del ejército de Estados Unidos de Afganistán. El repliegue físico de una cruzada que simbólicamente ya había fracasado. Una aceleración apocalíptica interrumpida.

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Así, desde nuestra perspectiva, podemos leer la historia política contemporánea como una serie de oleadas apocalípticas que se van sucediendo una tras otra. Desde la semilla revolucionaria francesa que expande a toda Europa el universalismo de la Revolución, pasando por el proyecto comunista que busca exportar al mundo la utopía igualitaria a cualquier costo, hasta el proyecto neoconservador -y liberal hawk– que quiso inventar una democracia sobre escombros a principios del siglo XXI. ¡Y sin olvidar al fundamentalismo islámico! En este contexto, frente a tanto fracaso reciente con los puños llenos de supuestas verdades más o menos reveladas, quizás sea un productivo aprendizaje amigarse con la incertidumbre. Contra los apocalípticos de todos los colores la democracia es ese régimen en que se disuelven los referentes últimos de certeza. Porque con el miedo no es suficiente. Y el experimento democrático implica, por sobre todo, aprender a vivir con todo eso.

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