02 de mayo de 2025

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En 2008 Melopea publicó el “Último concierto” de Horacio Salgán y Ubaldo De Lío en el Club del Vino. En la foto de tapa están concentrados, tocando y logrando jamás pifiar una nota, y en la de contratapa se cortejan, como si pidieran al público el aplauso para el otro. Hay un dato que el tiempo “mejora”: fue grabado en diciembre de 2001. Diciembre de 2001. Se despiden los dos. Chau, no va más. El disco quedó ahí, en el catálogo infinito, obsesivo, maravilloso y desparejo de Melopea. Ahora está en las plataformas. Es difícil hacer historia en medio de la historia. Pero el registro es genial. Equipo ganador no se cambia, se termina. Salgán y De Lío hasta siempre. Los años pasan con hijos, entierros, tipos de cambio, pero esos dos eternos en su último concierto; y afuera, la ciudad del caos; y adentro, esa dupla leal a una tradición (que para ser leales hay que llevar a sus límites). Salgán, nuestro Duke Ellington. De elegir banda de sonido, entonces, elijo esa para compaginar lo que pasaba en esos días: los jubilados rompiendo bancos, los bancos rompiendo familias, los piquetes rompiendo gobiernos, los policías rompiendo vidas, los políticos rompiéndose a sí mismos, la izquierda copando asambleas, ¡y las asambleas rompiendo las pelotas! Y Duhalde por suerte vendría a romper la convertibilidad. Música que no termina ahí, va el piano arrastrado en el empedrado soltando teclas, llevándonos a desbordar el contexto. La música escapa. Salgán y De Lío fueron Salgán y De Lío porque también tocaban a ciegas y de espaldas, la más fina cultura popular, y bien podrían haber dicho esa noche: cierren la puerta, quedémonos adentro, solos, lo de afuera, eso también pasará. Al corralito, armale tu propio corralito. El “pa’mi”, como decía Kusch. Cuando suena Salgán y De Lío la Argentina se viste de smocking. La música vence al tiempo. ¿A cuento de qué Salgán y De Lío? A cuento de que hemos pasado por todas. Más allá del espectáculo de cada nueva ficción generacional que cree lo que creímos todos: el país empezó cuando abrí los ojos.
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Dos consumos atan cada gobierno a su suerte: la expansión de la demanda y el consumo de poder. El primero, “el motor del consumo”, está opinado. Acá hay un hilo de Juan Manuel Telechea en el que pasa en limpio en qué consiste la “recuperación”. Pero Milei tiene el otro, “el consumo de su poder”, a todo vapor. Empecemos por: para que haya consumo hay que producirlo. Y Milei lo produjo. Con X, con su hermana, con cachivaches, con “las ayuditas de sus amigos”, acumuló más poder que Larreta con toda la plata o que lo que Alberto cuatro años sentado en Balcarce 50. Así que, tras los años de presidencias con vetos cruzados y gobiernos bloqueados, con la mera ejecución de la cadena de mando Milei produjo poder. Y la marca de su consumo es Santiago Caputo y sus creaciones. La mímica de los que creen producirlo y lo consumen. Jugar en el bosque mientras el poder está. Cuando se termine, llegará la hora del lobo. Les pasó a todos. No están inventando nada.
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Sabemos que “el fin de la pauta oficial” en los hechos no ha sido otra cosa que su definitiva opacidad. La guita de las empresas públicas (circuito que no inventó Milei, que viene ininterrumpidamente hace años) y otros circuitos más retorcidos no cerraron su canilla. Claro, lo que terminó es esa pauta oficial que recibían los grandes medios e incluso los pequeños, el director de una remota radio “compañera” que viajaba de noche en un Plusmar para pedirle a un funcionario que libere una pauta que, con suerte, empezaba a cobrar a los nueve meses, cuando ya estaba desactualizada por inflación. Lo de siempre: el problema con los ensobrados se resuelve teniendo tus propios ensobrados. Porque, de fondo, lo que Milei venía a “superar” parece que es lo que vino a exhibir de modo radical. Milei usa al extremo los “instrumentos” disponibles en la política. Lo nuestro y lo importado. Si la política viene agotada de nombres (Macri, Cristina, Larreta, Massa, Lousteau, Carrió, los restos de la dinastía Menem, etc., o sea, la calesita de nombres y familias con sangre azul del consenso democrático), lo peor es que además no agotó sus prácticas de acumulación. A más de un año también podemos decir que Milei no es el fin de la democracia tal como la conocimos desde el 83 (aunque le guste contradecir aquel “relato primaveral”), sino su exacerbación: meter jueces en la Corte, tener su versión de “la servilleta”, el uso de la Side, el ajuste, el dólar atrasado, la tribuna propia y los tuiteros contratados, la corrupción en vivo. Siempre hay algo “original”, y audaz, pero de fondo hasta ahora no hay nada del todo que no hayamos visto (y vimos cosas peores) en este recambio de elite. Vimos sublevaciones militares, asaltos guerrilleros, atentados terroristas, hiperinflación, mega desocupación, recesión, fondos reservados con monjes negros (menos púberes), en fin. ¿A quién asusta la portación de armas tuiteras de un “asesor” en el país donde voló una embajada? La dimensión desconocida del libertario va adquiriendo regusto criollo, la sensación de nada nuevo bajo el sol, aunque haya “diferencias”. Lo que un macrista lúcido respondió a sus críticos: que los dejen hacer un gobierno mediocre. Un gobierno promedio, con claroscuros, como los anteriores y los que vendrán. Un derecho político. Milei entrará a regañadientes a ese capítulo de pelea por el promedio, aún con el narcisismo en juego, y su “política de autor” hecha con mérito y desgracia. Porque en medio del aturdimiento algo libertario se asentó al “sentido común”: ya nadie ama el déficit, ni la emisión descontrolada, ni la irresponsabilidad fiscal. Y la paciencia social con Milei se contiene en algo por abajo que tampoco funciona como el exacto opuesto entre lo silencioso y lo intenso. ¿Qué? En un artículo reciente, Alejo Inza lo explicó así: “La ilusión de estabilizar la cotidiano”. Leemos la visión que hace el autor de cómo vive un joven asalariado sub-30: “Aunque entendía que todas las dificultades respondían al problema de la inflación, estaban afectando distintas áreas de su vida y lo obligaban a formar una mentalidad que, aunque no quería, era necesariamente cortoplacista, porque le hacía estar más pendiente de cómo adaptarse mes a mes frente a la volatilidad y la incertidumbre. En todo este proceso, aprendió que siempre tenía que esperar un peor escenario porque caso contrario podía retroceder varias posiciones. Al final, el problema de la macro que se había instalado como un problema distante, era un problema de su cotidianidad.” Alejo Inza explica así el sustrato del actual “orden” en esta incipiente estabilización. La voz de un intendente bonaerense traduce lo mismo: “los comerciantes dicen que venden menos, pero que viven más tranquilos también”. Un gobierno loco para una sociedad normal parecería la fórmula libertaria en su mejor versión. Esa “paz” conquistada, lógicamente para sostenerse en el tiempo, hace más frenéticos los movimientos del gobierno, su agresividad por callar disidencias sobre todo en la opinión económica. El coro radial que da testimonio del “atraso cambiario” ya tuvo su baja de primera línea: Marcelo Longobardi. Invocan en la virtual censura otro derecho democrático no escrito: todo gobierno atrasará el tipo de cambio. “¡Devaluar es empobrecer!” Es verdad y es manta corta. ¿Disciplina social? Disciplina es la de los compañeros de Longobardi que hicieron como que no lo conocían en radio Rivadavia. Nelson Castro, Nacho Ortelli y demás subidos al show debe continuar. Verticalidad y… siempre en un gobierno el que encarna la figura del que “la ve” mortifica a los periodistas con su control de calidad. Verla. Como Durán Barba y su discípulo Peña, cuando ostentaban tener la máquina algorítmica que leía el subconsciente argentino. O en el cristinismo, de vocación analógica, cuando muchos creyeron que Ernesto Laclau, desde Londres, escribía su radiografía de la pampa hecha de cadenas equivalenciales. Pero el poder provisorio de Milei, ¡es obvio!, sólo depende del control del dólar, de la inflación en baja, de la lucha diaria ganada en la góndola. Y siempre a riesgo de que la recesión le pise los pies. Y después de tener el “populismo” de izquierda más loco del mundo: subestimaba la inflación, desde su torre de marfil. Pero este mes a mes precario, “estadístico”, no tiene aún nada tan sólido como para ya hacer esta otra inflación: la del precio del poder.
¿A quién asusta la portación de armas tuiteras de un “asesor” en el país donde voló una embajada?
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El famoso triángulo de hierro es una intimidad tan cuidada como expuesta. Su “Monje Negro” es exhibicionista de una realpolitik romana, el nuevo gusto de consumidores de poder, los que se podían enamorar de La Cámpora, después de Peña y ahora de él. Santiago Caputo es una necesidad: pretende otorgarle al estilo presidencial una seguridad retórica de la que más naturalmente carece, un aura. Mezclando profecías de Parravicini, culturas milenarias, citas de Sun Tzu o Clausewitz (reducidos a veces a frases de sobrecitos de azúcar negra), forzando el “misterio” de tener la clave secreta de una era, como si finalmente en Argentina no supiéramos el secreto de todas las claves: que no hay secreto. Todo misterio, a fin de cuentas, queda secándose al sol. Extremando el argumento, podríamos decir que los antiguos militares cuando quisieron hacer la represión más secreta y clandestina olvidaron la naturaleza criolla de la que están hechos hasta los más profesionales: hablaron, fanfarronearon, sacaron a pasear prisioneras y se sacaron fotos con Noemí Alan. Un viejo “Partido Militar” demasiado civil. Pero esto para decir qué: que todos esas puestas en escena de cierta marcialidad estatal tocan su límite en la sociedad (de la que también están hechas), y ni hablar desde 1983. Las patotas culturales radicales y peronistas, el “hombre nuevo” con pechera haciendo control mental de precios, toda la jerga de “soldados” (y ahora estos “centuriones”) concluye en una impostura, la exaltación indirectamente proporcional a la lenta caía de la autoridad estatal. Un teatro sellado al vacío. O una forma estética de resolver la melancolía por el poder perdido. La mayor demostración de poder, la que se respeta, por empezar, es el control del dólar. La CGT (de las pocas organizaciones que vencen al tiempo y que sin ostentación sigue pudiendo parar el país) tiene el termómetro clarísimo. Y también ajustado a esa otra parte de la sociedad más “líquida”. Si la CGT hiciera un paro detrás de cada uno que le pide desde X no tendría justamente el poder por el que le piden ese paro. En la Argentina, y ante este diluvio universal, agárrense a la CGT, a la clase media y a la Constitución Nacional. Y a la Iglesia también.
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La hermosa Adriana Varela una vez encontró en el humor de una breve anécdota la mejor desmitificación del estereotipo del tanguero. Cito de memoria. Cena. Noche. Sobremesa. Centro porteño. Botellas abiertas, migas, manteles con manchas violetas, platos vacíos y sucios, aún los fumadores no eran perseguidos y permanecían sentados al lado de sus pasivos, humo sobre el agua. Está ella, está Salgán, hay varios más. Se acerca una mujer que comía en el mismo restorán:
-Ay, ¿usted es Horacio Salgán?
-No, soy su madre.

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Ya sabemos. Los resultados reales nunca van a ser tan contundentes y encima el gobierno está atado al mástil de sus dogmas. Ni a palos van a mentar un “PLAN JULIO ARGENTINO ROCA” siquiera para “LA ÚLTIMA OBRA PÚBLICA DE LAS RUTAS DEL RIGI”. No. Camino de piedra. Así que el gobierno abre el día, cada día, con su “tema nuevo”, y de fondo, se escuchan las risas del taller del “jijiji” coordinado por Adorni y doscientos contratados (mientras la salud pública se vacía). “Pongamos de nuevo la palabra imbécil a rodar”, grita uno. Levantó los brazos primero, tenía una idea. Adorni es un motivador. Saca lo mejor de su equipo. Gobernar se debe parecer a la vida: la mitad del tiempo no sabés qué hacer. Y el siglo 21 inventó el saber qué hacer: crear conversación. Y así, mientras, la Historia está agarrada de un hilo. De un hilo suelto. Las cosas salen mal, bien, se ordenan de casualidad muchas veces, se empacan, le mojan la oreja al espíritu de Hegel, se subordinan a él. Depende. “Esto es una operación”, dicen de casi todo, y es nuestro “las torres las tiró Bush”. Se entiende: en un mundo de conspiraciones no hay intemperie, las teorías conspirativas tranquilizan. Pero las operaciones existen. Esta semana se amplificó eso de lo que lo tienen agarrado a Jorge Macri. Está en el aire la versión de pruebas y denuncias de acoso. ¿Lo que vemos en simultáneo es la punta del iceberg de una paritaria del poder? Una foto pixelada cada vez menos pixelada para cada vez un mayor desembolso. La Historia está agarrada de hilos sueltos, uno, y nunca único, el del factor humano: la debilidad de la carne, lo que hace alguien con lo que el poder hizo de él. No hay “Escuela de Gobierno Mundial”. Pero “lo político puede extraer su fuerza de los más diversos sectores de la vida humana, de contraposiciones religiosas, económicas, morales o de otro tipo; no indica, en efecto, un área concreta particular sino sólo el grado de intensidad…” y sigue así Carl Schmitt. Intensidades. Zelensky se calentó, interrumpió, gritó. Vance y Trump se calentaron. Lo echaron. El mundo colgado por un instante de ese teatro a los gritos. La dignidad nacional de Ucrania herida por esta extraña sociedad (y me resonó lo que repetía mi abuela: “ni yanquis ni rusos”). Milei se calentó también en su discurso. Después de que Manes, con “nada”, armó algo. Llevó una Constitución y con dos gritos le arrugó el rictus romano al presidente. “Fue un acuerdo”, dijeron, no sea cosa que haya algo nuevo en el desierto opositor. Los hilos andan sueltos. “Vamos a hacer Historia”, dicen. Y la Historia se hace sola. Algo de eso lo escribió el gran Eugenio Montale -con la virtud del pesimismo que no quita fuerza- en su poema “La Historia”, una gran pieza anti marxista: “La historia no es, además, la arrasante rastrilladora que se cree. / Deja pasajes subterráneos, criptas, agujeros y escondites. Hay quien sobrevive. / La historia es incluso benévola: destruye / todo lo que puede, si exagerara, es cierto, / sería mejor, pero la historia está escasa / de noticias, no cumple todas sus venganzas”.