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La construcción de identidad es algo común a todos los partidos que llegan al poder. En efecto, aunque aquel sea nuevo, viejo, tradicional o rupturista, un ancla saldrá de su barca para intentar dejarlo firme en el gran relato nacional. Puede ser que fulano llegue a la cima con un bagaje político cultural de peso, que mengano no tanto y zutano hasta se haga el que reniega de ello, pero el poder del pasado, de la referencia política histórica, tarde o temprano grita presente. Es un poco “la respuesta que está soplando en el viento” en la construcción de identidad, tanto pasada, presente y para proyectar hacia adelante.

Liberales, populistas, conservadores, bonapartistas, todos los que alcanzaron el Poder Ejecutivo en alguna democracia occidental se dedicaron a construir su(s) propio(s) relato(s). Sin ir más lejos, y por jugar con la admirada USA de Tocqueville, vimos en el discurso de despedida de Obama y, momentos después, en el de jura de Trump, múltiples referencias al pasado. Nombres como Washington, Kennedy, Lincoln, Roosevelt y Jackson, explícitamente o en forma solapada, se hicieron eco de forma especular en ambos líderes de estado. Si hay casi 250 años de historia, de camino echado andar, que se noten y nos guarden. Así es, en la política moderna todo el mundo se la pasa evocando sombras terribles. A veces se trata simplemente de mostrar quién tiene el Panteón más grande.

A nivel local, Cambiemos parece dubitativo en sentar las bases de esa línea con el pasado (y que vaya más allá del horizonte de la pesada herencia). Pero cuando el viento de los paros, las movilizaciones y el descontento comienza a soplar fuerte haciéndose presentes, el ancla que provee la historia se hace más necesaria. En épocas de crisis, los combates por la historia se recalientan, como supo entender hace décadas Febvre. No casualmente algunos de los hits más escuchados en las recientes manifestaciones hablan de los noventas, de Martínez de Hoz, de Cavallo, de volver o, ya del otro lado, de que no vuelven más, ni con la frente marchita. El planteo del elenco gubernamental frente a esta coyuntura es de corte más hacia el futuro: se viene a romper con el ciclo de la ilusión y el desencanto, de aquí para adelante, cortando con la carga de malas gestiones; ¡Es aquí, es ahora!

En épocas de crisis, los combates por la historia se recalientan

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Sin embargo, el planteo de darle la espalda al pasado no ha sido homogéneo ni permanente en el ethos de Cambiemos. El Macrismo a veces suele mirar para atrás a la hora de buscar refugio. Ahí están, cómo olvidarlas, las condenas de sus simpatizantes más ultras a los “70 años de peronismo”, Fernando Iglesias dixit. Pero también hubo, verbigracia, intentos más sofisticados. Por ejemplo, se destaca por su timming la operación hecha en el ciclo electoral del 2015 para apropiarse de la figura de Arturo Frondizi y su acompañante estrella, “el Desarrollismo”; poniendo al fundador del MID en boca un poco de todos. Tanto es así que pareció formarse una burbuja de Desarrollismo, una moda pasajera donde todos se llamaban desarrollistas. Incluso en “Frondizi Superstar” vaticinamos -erróneamente- que esta moda daría origen a un análogo al peronómetro, el desarrollómetro. Así de popular se había tornado la figura del intransigente llegado de la República de Corrientes. Pero, como los jeans nevados o los tamagochi, la moda desarrollista, o al menos su invocación como sostén ideológico del primer año de Cambiemos, parece haber quedado en el pasado, junto con los anteojos de Frondizi abandonados. Puede que haya sido que todos se subieron al “efecto arrastre” en su momento y esto lo haya convertido en lastre, pero desde entonces el Poder Ejecutivo ha buscado aquí y allá alguna referencia, pero no ha amalgamado su relato del presente con la historia, teniendo, a nuestro entender, material de sobra.

En los primeros años de los gobiernos de la nueva democracia argentina ha habido una combinación de presente y pasado que ha impulsado la agenda adelante, al menos en el crucial sprint inicial hasta la primer elección legislativa. Este reconocimiento de un pasado común está presente en todos los partidos y sirve al propósito que la administración de turno quiera darle.

El peronismo, por un lado y considerándolo como un todo en sus múltiples y coloridas variantes, tiene mucha gimnasia en el uso de su historia. Están, por sobre el resto, las figuras de Juan Domingo Perón, en su versiones 1.0, 2.0 y 3.0 (modo herbívoro), y Eva Perón, con modelos que van de santa a Neo Juana de Arco, modo combate. Pero el panteón no se agota allí. En un uso plástico y vertiginoso en la construcción del elenco simbólico del peronismo suelen aparecer figuras tan variadas como Arturo Jauretche, Chacho Peñaloza, José Ignacio Rucci, John William Cooke, Antonio Cafiero. Integración y Resistencia, o las dos por favor, envueltas para llevar.

como los jeans nevados o los tamagochi, la moda desarrollista parece haber quedado en el pasado

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Por ejemplo, en Septiembre de 1989, con el gobierno apenas asentado en la rosada, Carlos Menem llevó adelante una fuerte acción simbólica que pondría en línea el pasado caudillista nacional: la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas, del nuevo tigre de los llanos al restaurador de los bosques de Palermo. Si bien es cierto que antes ya tenía jugado un partido de fútbol como 5 de la selección nacional recaudando fondos para obras benéficas, esto apostaba a otro espíritu y la transmisión, en esa línea, contaba con ribetes históricos.

Con pompa cívica ochentosa de la mano de Julio Lagos y Enrique Mancini (ex compañero de primaria del entonces presidente), a través de un programa especial ómnibus por ATC y, cadena nacional mediante (https://www.youtube.com/watch?v=HeTUJRwu1Wk), pudo verse la llegada de los restos traídos del cementerio de Southampton a Rosario con un videograph que subtitulaba, “Símbolo de la Unidad Nacional”. La dicotomía no escapaba a los conductores que bajo el destaque de la madurez de la Nación que acepta las diferencias del ayer, ya no sabían qué hacer para llenar el aire mientras las cámaras enfocaban el féretro cargado en un Hércules. De esta manera, un tanto bizarra y claramente improvisada, se ponía al gobierno de Menem dentro de los cánones de la mayor tradición de su partido por un lado y se ofrecía una rama de olivo de unidad nacional por el otro. En paralelo, acaso no esté de más recordar, ese mismo año, el riojano se abrazó con Isaac Rojas, acaso la referencia más acabada del antiperonismo después de la palabra Gorila. Caudillos y primates, todo servía a la hora de darle carnadura al relato reconciliador en la era del fin de la historia.

dos-soretes

En los últimos años, ahondados de revisionismo, las figuras históricas también se emparejaron con los gobiernos. Con una visión más romántica, volvieron los Moreno, Castelli, Belgrano, etc. y, por supuesto, San Martín, convertido casi en un superhéroe junto a Zamba, reforzando su lugar de padre de la patria. También hubo nuevamente espacio para el restaurador de las leyes, que sumó el último feriado al almanaque con el día de la Soberanía Nacional, recordando la batalla de la Vuelta de Obligado.

El centenario partido es más reacio a ponerle kitsch a sus figuras

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Pero si el Peronismo sabe de exponer y capitalizar sus lazos con el pasado, que aceita, crea y recrea, el Radicalismo tiene carpetas y carpetas de archivo a disponibilidad. El centenario partido es más reacio a ponerle kitsch a sus figuras y recrea sus divisiones internas en quienes hoy son reconocidos como una especie de “radicalismo canónico”, Alem, Yrigoyen, Illia y Alfonsín con poco lugar para Barroetaveñas o Balbines. Tras el retorno a la democracia, encargado de conducir en primer término, el radicalismo puso el foco en el futuro, pero sin dejar de tener su recorrido marcado por un hilo conductor. No se habla de tercer movimiento histórico sin hacer un reconocimiento de los otros dos, y el tercero no era un hecho aislado, sino consecuencia del resto. Acompañado por el reverdecer democrático, y la concreción inmediata del juicio a las juntas, el gobierno quedó en un primer término blindado con una sólida capa de barniz marca “accountability”. Sin embargo, a la primavera alfonsinista la acompañó el calor inflacionario, sin antes no hacer una pausa “hacia el sur, hacia el mar, hacia el frío”. ¿Qué fue el “Proyecto Patagonia” sino un ideal de unificación nacional detrás de una idea fuerza?.

Cambiemos (que no termina de hacer propio el branding radical) tuvo su diciembre de accountability, con el levantamiento del cepo y el arreglo con los buitres, sostenido por la capacidad Parlamentaria a lo largo del 2016. Pero, si la presea de Cambiemos fue el cambio, diferenciarse del pasado inmediato, esa zanahoria hace rato que fue mordida. La salida de Prat Gay del gobierno bien puede ser un indicador del fin de ciclo de esa medalla. Ofrecer un futuro venturoso, dos futuros venturosos o un ámbito bucólico, cuando entra en contradicción con un presente que se muestra pálido por más que los brotes verdes inunden las Pampas o los frascos con papel secante, no parece ser aliciente suficiente. Los recuerdos de porotos llenos de moho nos acosan y el discurso de la Pesada Herencia se autodestruye en 5 segundos.

Al gobierno le urge renovar el crédito. Alfonsín apalancó su gestión antes de las elecciones de 1985 con el Plan Austral, Menem hizo lo propio con la Convertibilidad en 1991 y Kirchner tuvo un proceso similar con el crecimiento económico durante 2005. A diferencia de los ejemplos citados, Cambiemos tuvo una luna de miel fugaz y ahora apuesta a las obras públicas y el crecimiento económico para cambiarle la cara al presente. Pero al día de la fecha no aparece ninguna cucarda indiscutida. Los bolsos de López y el terror al presentismo hedonista del populismo parecen estar dando rendimientos decrecientes de cara al horizonte electoral del 2017.

Cambiemos tuvo una luna de miel fugaz y ahora apuesta a las obras públicas y el crecimiento económico para cambiarle la cara al presente

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Para ofrecer algo por encima del país normal que promete, algo atractivo, bien podrían poner a  su disposición banderas que han quedado en desuso y que hoy son poco reivindicadas y podrían nutrir a un modelo cambiemista: “Paz y Administración”, “Liberalismo y República”, “Desarrollo e Innovación”. Estos binomios son más que slogans: representan cabalmente momentos de la historia donde se asentaron bases del estado. Estos vértices de apoyo historiográficos para Cambiemos no están exentos de conflictos, como bien puede atestiguar el Ministro de Educación Esteban Bullrich cuando habló de una nueva “campaña del desierto” al inaugurar un hospital veterinario en Choele Choel. Pero si el objetivo ulterior es sentar las bases de un nuevo modelo de país, algo que no es original ya que todos los gobiernos recientes lo intentaron, por qué no tomar el ejemplo de quienes sí lo han hecho. A fin de cuentas si para algunos París bien vale una misa, un Plan Belgrano y un Plan Patagonia bien pueden valer reducir el millaje Vaticano.

En un posible giro discursivo, la historia puede darle una generosa mano: Roca, Alvear y Frondizi, cada uno identificados con uno de estos binomios, tienen múltiples espacios donde colocar el fisurero y asegurar la escalada. Cambiemos, en ellos, tiene la posibilidad de crear su propio panteón y consolidar su camino, independiente de los palos en la rueda que gustan de señalar hoy. A fin de cuentas y como supo decir el industrialista Carlos Pellegrini, otro potencial miembro de este elenco, “Los obstá­culos hay que vencer­los o desviarlos; sólo los ciegos se estrellan contra ellos”.

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