
“No será por cierto una obra maestra de la pintura, pero es la verdad de los hechos y de los detalles, salvados del tiempo para servicio de la historia y de mi patria”
Cándido López
I
Andrés Calamaro, juguetón, cantó una vez: “Igual que un niño abandonado / que en la calle lo han dejado / yo te busco desesperado / necesito un amigo / necesito que alguien quiera hablar conmigo. […] La suerte juega con cartas sin marcar […] cartas, cartas sin marcar”. La canción la escribió Ariel Rot y formaba parte del álbum Por mirarte. 1988 y el giro rockero de Calamaro. La democracia argentina ya era, en ese momento, casi un chico a punto de empezar la primaria.
Pero no importa tanto la fecha, por ahora. Vamos para atrás en esto: “Necesito que alguien quiera hablar conmigo”. Así lo pedía la voz, entonces ya ronca, de Andrés. La democracia como una gran conversación. Cartas sin marcar. Taca taca. Parecido lo dijo el filósofo Peter Sloterdijk cuando definió a la modernidad como los libros –las cartas– que los intelectuales se escriben entre ellos –aunque modernidad y democracia argentina a veces se agarren de los pelos–. Como sea, la democracia no se hace sin cartas. Las del azar, las del brío, las de las bravuconadas, las de las verdades como puños, las de las proposiciones, las más abiertas y las más cerradas. Juego y apuesta. Con la espada, con la pluma y la palabra.
Las cartas son pinchudas por naturaleza: implican un recorte, una edición, un filo. La punta del iceberg. Estas cartas no son “históricas” –aunque estén hechas de historia–, no son “literarias” –aunque no haya cartas sin poesía– y apuestan a que no todo es político –porque estos cuarenta años se ponen de pie cuando no tienen quien le escriba las cuitas, las deudas–. Las palabras y las cosas: ese matete. Cuarenta años que no son en vano. Cuarenta años cumplidos en una época rota, pero que queremos que vuelva a tener futuro. La democracia, querida carta. Cartas sin marcar. Bienvenidos/as a éstas. El primer envío: una pregunta por el origen.
1988 y el giro rockero de Calamaro. La democracia argentina ya era, en ese momento, casi un chico a punto de empezar la primaria
II
Cabildo, capitulum, trae la herencia de “a la cabeza” en latín. Junto con la iglesia y el fuerte, constituían la base del trazado colonial. El Cabildo está en el mismo lugar desde el comienzo, desde la segunda fundación de Buenos Aires, por Juan de Garay, en 1580. En el mismo lugar, pero diferente: en 1894 una parte se recortó para dar paso a la Avenida de Mayo y, en 1931, otra para dar paso a Diagonal Sur. Hacia 1940 –tras un debate tironeado sobre qué hacer con esa mole mientras el siglo se sacudía un poco el pasado arquitectónico– ocurrió la última gran reforma, volver a la estructura del siglo XVIII; la reconstrucción estuvo a cargo del arquitecto Mario Buschiazzo. Fue la primera restauración de un Monumento Histórico Nacional. El primer “patrimonio” del país: el Cabildo.
En 1884 la Plaza obtuvo su nombre desde entonces clásico: Plaza de Mayo. Silvia Sigal estudió estas transformaciones en el libro La Plaza de Mayo. Allí la propone como Plaza del poder y lee cómo es el espacio de los reclamos –las plazas “contestatarias”, las de los balcones vacíos– y el espacio de los festejos patrios –las plazas “celebratorias”–. Al año de las jornadas de Mayo, en 1811, en conmemoración, se inauguró la Pirámide de Mayo. Caudillos como Ramírez y López ataron sus caballos allí en 1820, una mojada de oreja a esa “Buenos Aires”. Corrida para acá, corrida para allá, cambiando. El tironeo entre unitarios y federales, primero; entre facciones políticas, después, se jugaba en esa Plaza. El Cabildo siempre ahí. Vigía. Porque la Plaza nació patriótica. En el principio, los vecinos.
La primera vez que hay algo así como una fotografía del Cabildo es en 1852, un daguerrotipo tomado por Charles Deforest Fredricks. Pero el Cabildo nació, más bien, en la ilustración de la revista Billiken por las que pasaron las tijeras de un país, en los dibujos de los cuadernos escolares con el celeste y blanco a rayones. El Cabildo como una partera que las vio todas. Apuremos: el 9 de julio habrá nacido el germen del Estado nacional, pero el 25 de mayo nació la sociedad argentina. El pueblo quiere saber de qué se trata. Y pum. Todas esas imágenes del Cabildo con los paraguas, los apretujamientos, los locros y pastafrolas de los años venideros encima. Empanadas, pastelitos, granaderos. El Cabildo superpuesto a todos los actos escolares en los que aflora un Cabildo. La fecha grande.
Toda familia empieza en una foto. Una escena fundacional donde el teatro de los tiempos hace “clic”. Ese mito de origen. En mi familia la fotografía y el origen mantienen un vínculo explícito. Mi abuelo, en sus años mozos, trabajó junto a su hermano como fotógrafo. Sacaron fotos en bautismos, casamientos, velorios. A la iniciativa fotográfica –Angilletta Hermanos– le pusieron el nombre del barco en el que vinieron sus padres desde Calabria, del sur de Italia: Ana C. Las fotos las revelaban en la casa familiar y les hacían unos cortes, unos pespuntes: se distinguían en los álbumes, “éstas son las de ellos”. En una foto que sacó mi abuelo sobresale mi abuela, joven, con su hijo en brazos, delante del Cabildo. Era una ocasión, estaban empilchados. No se trataba de una pose pero algo ahí calificaba como “extraordinario”. Digamos, un “clic” buscado: vayamos a sacarnos una foto a la Plaza de Mayo. Ana C bautizaba las fotos de los hijos de inmigrantes italianos cuando miraban la Plaza y veían la familia. Una madre y su pequeño, el marido los retrataba. Un lugar en el mundo. Cabildo vigía: una familia argentina se saca una foto delante. Esa foto es una carta. Un enchufe.
El Cabildo como una partera que las vio todas. Apuremos: el 9 de julio habrá nacido el germen del Estado nacional, pero el 25 de mayo nació la sociedad argentina. El pueblo quiere saber de qué se trata. Y pum
III
En 2019 salió El año de Artaud. Rock y política en 1973, de Sergio Pujol. En 2022 se publicó Conocer a Perón, de Juan Manuel Abal Medina. Un hilo comunicante entre ambos libros: el año 1973. Cincuenta años del disco Artaud, de esas nueve canciones prístinas, de esa poco más de media hora altísima, surreal, argentinísima. Cincuenta años del regreso de la democracia sin partido proscripto, del regreso de Perón, del peronismo. No necesariamente en ese orden.
Mayo de 1973. La revista Pelo en su edición 38 llevaba en tapa “Lujo y rebelión” por los diez años de los Rolling Stones y abría con una nota a la cantante de rock Carola. Se intercalaban una nota de Mabel Lernoud sobre la organización de los artesanos en Plaza Francia –“La lucha en la sociedad de consumo”–, los anuncios de guitarras y el clásico aviso: “Todos los sábados a las 22.30 en el programa de ‘Modart en la noche escuche… a John Lennon’”. Quien más presentaciones hizo ese mes fue Litto Nebbia. Discos que salieron en el país: Héroes de guerra, de Jimi Hendrix; Vértigo, de Black Sabbath. En su nota “Opinión”, Jorge Pistocchi anotaba: “Han pasado muchas cosas en pocos días, y el panorama está lleno de posibilidades. Que nada coarte al pueblo. Y que en ese pueblo estemos todos, para que no nos den una revolución sino para inventarla juntos. Porque, ¿qué es una revolución sin la intervención creativa de su gente?. […] Luchemos por una libertad total, de nuestras mentes, de nuestros cuerpos”.

La nota de Pistocchi tenía un epígrafe de Lao Tsé. Poco antes, los Hare Krishna habían llegado a principios de 1973 a Buenos Aires –y habían salido entrevistados en la revista Pelo–. Monjes enviados para fundar un templo –en una casa de Ecuador al 400– y difundir las enseñanzas hinduistas. El 73 también tuvo olor a incienso, estuvo perfumado por las verdades del Bhagavad Gita. “¿Iba demasiado rápido el rock?”, pregunta Pujol. Iba demasiado el rápido 73. Afirma en Rock y política: “El año 73 sobresale nítidamente. Nuestro 63 y nuestro 68 juntos”. Cita las “almas” –al decir de Oscar Terán–, la de Lennon y la del Che.
25 de mayo de 1973. Ceremonia de asunción de Héctor Cámpora y Vicente Solano Lima. Estuvieron presentes, por Chile, Salvador Allende –el 11 de septiembre de ese mismo año estaría derrocado y muerto– y, por Cuba, Osvaldo Dorticós. En la Casa Rosada no había policías. La Junta Militar se fue en helicóptero. Afuera de la Plaza de Mayo y en los alrededores más de medio millón de personas vitoreaban. Antes de la asunción, la previa estuvo atravesada por las gestiones por los presos políticos; finalmente en el discurso presidencial Cámpora anunció el proyecto de ley para el indulto. Pero ese mismo día parte de la movilización se desplazó desde Plaza de Mayo hasta la cárcel de Devoto. La prisión había sido tomada. El pedido: la inmediata liberación de los presos políticos. “Son nuestros compañeros, todos los guerrilleros” y “¡Libertad! ¡Libertad!”. Así sonaba parte de ese 25. “Devotazo” se conoce como esa larga noche a ver quién tenía la sortija.
La democracia empezó antes: empezó en la movilización “Paz, Pan, Trabajo”, o empezó cuando al estadio Obras le sacaron las sillas, o empezó en el primer viaje que Charly García hizo a Nueva York antes del definitivo para Clics modernos. O empezó en las urnas que –literalmente– hubo que mandar a licitar
El 24 había sido un día cargado: hasta Julio Cortázar había pisado la cárcel para visitar a Paco Urondo. Alicia Sanguinetti, militante del ERP e hija de la extraordinaria fotógrafa Anne-Marie Heinrich, estaba detenida en el penal y tomó una serie de fotografías que capturaron otro lado del espejo en la inminencia de esa noche larguísima. En la última visita, su hermano –también fotógrafo– le había podido dejar una cámara con un rollo empezado. Sanguinetti disparó 36 veces: 36 tomas directas del último día en prisión. El rollo fue revelado en 1983, durante diez años lo guardó su madre, Anne-Marie Heinrich, en una caja. (El ojo de Sara Facio sobre el regreso de Perón a la Argentina –la imagen, “los compañeros”– en la antesala del ojo de Sanguinetti sobre esa noche de noches, cierto huevo de la serpiente.)
Casi 500 presos salieron. “73”: también los años setenta del político común. Eso es Conocer a Perón, sobre todo cuando Juan Manuel Abal Medina disecciona la memoria de esos días: “Le dije a Héctor [el hijo de Cámpora] que eso ahora no tenía importancia. Lo que sí resultaba grave era lo que a mí me parecía una total desaprensión respecto de lo que podía pasar el 25 de mayo y los días posteriores en materia de orden público, más todo lo vinculado con la amnistía. Le di datos puntuales de la información que llegaba por todos lados acerca de que se iba a forzar la salida de los presos y se iban a tomar dependencias públicas”. Continúa Abal Medina: “También se sabía que algunos grupos estaban promoviendo distintos avances sobre la Casa de Gobierno, para que ‘el pueblo lo invista a Cámpora’, y cosas por el estilo. Héctor me dijo que todos estos temas los veía Righi con su padre y que lo que yo le decía le parecía muy alarmista. Al día siguiente, me llamó, volvimos a encontrarnos, y me dijo que su padre iba a tomar cartas en el asunto y que, cuando le bajara un poco la presión de trabajo que traía, quería conversar conmigo tranquilos y ofrecer alguna disculpa por lo sucedido en Madrid”.

Righi, ministro del Interior del gobierno de Cámpora, el ministro más joven, el último del gabinete camporista en morir, en 2019. Sobre las conversaciones telefónicas que Abal Medina mantuvo con Perón reproduce la voz y el mandato del General: “A los presos los liberamos nosotros, que eso quede claro”. Los presos habían tomado pabellones y la multitud rodeaba la cárcel. Devotazo. Abal Medina remata: “No tengo un recuerdo alegre de esa noche; todo lo contrario. Ver salir a los miembros del ERP, formados y saludando con el puño en alto, de manera evidente a seguir la ‘guerra revolucionaria’, era el cumplimiento de la pesadilla que había imaginado desde el comienzo de la campaña electoral. […] Debió haberse tomado alguna providencia en relación con quienes proclaman abiertamente la continuidad de sus acciones. Hoy, esto puede parecer antipático, pero era entonces mi convicción y continua siéndola hoy”.
Dos orejas. La oreja religiosa del sacerdote Leonardo Castellani, la oreja que escuchaba a los militantes católicos, y es clave en el libro de Abal Medina. La oreja laica de Jorge Álvarez, que escuchaba la letra de la editorial Jorge Álvarez y la música del primer sello de rock argentino, Mandioca –ambas promovidas por él–, y es decisiva para el libro de Pujol. Los oídos de una parte de la escucha de las diferencias, de las “almas” de esos años; no las únicas. Un millón de cartas adentro de dos oídos.
Caudillos como Ramírez y López ataron sus caballos allí en 1820, una mojada de oreja a esa “Buenos Aires”. Corrida para acá, corrida para allá, cambiando. El tironeo entre unitarios y federales, primero; entre facciones políticas, después, se jugaba en esa Plaza
IV
Mayo es un gran mes argentino. Arranca, puntual, el primero, con el día de las y los trabajadores. Un mes de la historia argentina. En 1958 Aramburu entregó la presidencia a Frondizi, el 2 de mayo de 1982 fue el hundimiento del crucero ARA “General Belgrano”, el 23 mayo de 1936 se inauguró el Obelisco. La semana de mayo, todos sus 25. El mes lo cierra el 29 de mayo: en 1969, el Cordobazo; en 1970, el secuestro de Aramburu, la primera acción pública de Montoneros. Mayo es un embotellamiento de efemérides.
V
Técnicamente 1983 tuvo veinte días de democracia plena. Tuvo un 25 de mayo en dictadura. Pero también la democracia empezó antes: empezó en la movilización “Paz, Pan, Trabajo”, o empezó cuando al estadio Obras le sacaron las sillas, o empezó en el primer viaje que Charly García hizo a Nueva York antes del definitivo para “Clics modernos”. O empezó en las urnas que –literalmente– hubo que mandar a licitar y construir todavía en dictadura: no había en el país y volvían a necesitarse en pocos meses. Democracia segmentada. Una segmentación de la democracia, la de la vivienda –otro origen–: la democracia de cuando el sueldo del trabajo alcanza para comprar y cuando no. Vamos demasiados años de democracia de departamento alquilado. Demasiados años de democracia con cada vez más pobres. Acá no hay remate, pero hay más cartas.
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