02 de mayo de 2025

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Esta semana falleció Beatriz Sarlo y si bien se ha escrito mucho sobre ella, se me hace imposible no comenzar esta columna citando su libro “Escenas de la vida posmoderna” que, vuelto a ojear, no deja dudas de que es un gran puntapié para develar estos tiempos. La frivolidad y la ligereza de los noventa condensada en esas páginas son como polaroids muy precisas. A tal punto que lo estoy volviendo a leer con la fruición del que va a confirmar que el horóscopo de ayer no se equivocó hoy. Es que ese texto precisamente nos ayuda a pensar el largo camino que hemos recorrido hasta hoy sin recreo alguno.
Aunque para muchos los años del kirchnerismo haya parecido la piedra basal de algo nuevo, viendo el devenir de estos tiempos, podríamos confirmar que esa novedad fue algo que nunca jamás sucedió, pues post crisis del 2001 no viramos en hombres y mujeres nuevas ni en soñados seres impolutos colgados del patio de las palmeras, aunque discursivamente lo hubiéramos creído y deseado.
Tan solo fuimos simples pasajeros de un tiempo del que no podemos abstenernos: consumidores ávidos de objetos que nos dan sentido de pertenencias, devotos adoradores de la juventud eterna y dependientes del espejo hasta niveles alienantes. Aunque lo neguemos con una hipocresía tal que nuestros detractores nos la cobraron en estas elecciones. No solo se derrotó un programa económico sino un doble discurso insoportable para una sociedad hastiada de sentirse culpable frente a la mirada moralizante del que hacía lo mismo, pero decía otra cosa. Del hippie con Osde al maratonista saludable. Cuerpos y consumos disímiles, pero siempre con la mirada puesta en la pertenencia. “Tu gusto no es menos frívolo que el mío. Aunque tengas mejores armas para argumentar”.
En la trayectoria de Yanina se confirma que cada época que nace viene con un largo proceso detrás
Beatriz Sarlo en 1994 retrató esas imágenes de la vida cotidiana con ojos impiadosos que, cambiando algunos tips, bien podría ser reeditado con fecha 2024. Larga vida entonces a esa observadora de minucias pues vio el diablo que se escondía en los detalles. Larga vida a la obra de una mujer que seguía tomando subtes con su bagaje cultural al hombro.
La última vez que vi a Beatriz Sarlo no fue en la televisión, fue en la línea A peleándose con una pendeja a la que le decía que si le molestaban los empujones no sabía usar el subte 😭
— Federico (@FedeSioux) December 17, 2024
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Si en la previa a la crisis del 2001 la televisión parió un consuelo, Intrusos, hoy es LAM quién ejerce de narcótico ante los problemas. Chismes que integran a varias generaciones, un panel de lenguas viperinas y un conductor que sabe cómo hacer para que cada chimento parezca igual de sabroso, generando material para las redes que, además de consumir la noticia, la esparcen para debatir en loop. Otra vez una fiesta para pocos mientras el resto, cual voyeur, suplica que la taba se de vuelta y un milagro, o un escándalo, lo invite a ese exclusivo club.
Embarazos, cuernos, separaciones o nuevos amoríos parecen ser discutidos con una pasión que desde hace mucho no se ejercía. Las redes muestran, cual barrio, que se han engalanado con sus mejores ruleros para hacer de cada chismerío una discusión nacional.
Sumado a la estelaridad de una de las participantes, Yanina Latorre, como un espejo de muchos compatriotas, es una pluriempleada de los medios, trabajando en tantos lugares casi al mismo tiempo. Y ya ha logrado que sus dardos resuenen en todos los wines mediáticos. De la radio al stream sin descanso. Y con prisa, pues, una Marina Calabró-Rolando Barbano te comen una Pampita-Martín Pepa o una Sabrina Rojas versus Griselda Siciliani te devoran un Enzo Fernández rivalizando con Valentina Cervantes. No hay tiempo de descanso. Como la vida misma nos vamos auto-explotando de discutir chimentos
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Algo empieza a resultar indudable: Yanina Latorre es la gran estrella de estos tiempos. Su luz comenzó a brillar hace más o menos diez años, aportando un sentido común que habría que observar. Su fulgor, casualmente o no, llegó allá en el 2013 cuando la ancha avenida de Sergio Massa parecía disputar el sentido común de la política oficialista.
Amada y odiada por igual, pero con una cucarda que hay que admitir es su frase más célebre, adoptada, además, hasta por los más politizados: “aprendí a chupar la correcta”
Cámaras de seguridad, los primeros enconos graves con la política post tragedia de Once, la inflación fastidiando, y el aplanamiento de la economía, alumbraron a un candidato que mordió votos en la clase media que no tenía quien le escriba. En ese contexto despega esta panelista, y no paró de crecer desde entonces, y su “explosión de fama” se corona ahora, en paralelo al mileismo. En la trayectoria de Yanina se confirma que cada época que nace viene con un largo proceso detrás.
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Mientras Sarlo relataba la posmodernidad, también existía la voz de Bernardo Neustadt dirigiendo el tránsito del sentido común de la mano de su “Doña Rosa”. Personaje al que intentaron interpretar, con el correr de los años, nuevos traductores con menos suerte. Desde Eduardo Feimann en ese hito mediático llamado Después de Hora o en toda la programación de aquella Radio Diez, en la era exitosísima que mentó Daniel Hadad, y que durante más de quince años marcó el pulso de la indignación general. Alejandro Fantino con sus Animales sueltos fue otra continuación de aquella “Doña Rosa”.
Yanina, a su modo, es también hija de esa línea histórica. Amada y odiada por igual, pero con una cucarda que hay que admitir es su frase más célebre, adoptada, además, hasta por los más politizados: “aprendí a chupar la correcta”. Sintetizando brutalmente y a la perfección que el “mérito” a veces es entender donde calienta el sol.
Golpeando bajo, mostrando sus logros económicos, sin avergonzarse de perdonar cuernos va coleccionando detractores y fans mientras factura y exhibe la vida que muchos quieren tener. La hija perfecta de los años noventa que, en otro raro zigzag, les da suma importancia a los estudios (es universitaria y domina varios idiomas) y se abraza a su familia como el gran sostén y no deja de pelearse con quien le venga en ganas. Un reflejo de los deseos de buena parte de la sociedad que aspira a tener, disfrutar y sentirse libre de protestar.
Mientras Sarlo relataba la posmodernidad, también existía la voz de Bernardo Neustadt dirigiendo el tránsito del sentido común de la mano de su “Doña Rosa”
Polémica, suele a veces dar en la tecla en algunas disputas, despertando enojos en quienes la odian, pero más detestan coincidir con alguna de sus posturas. Hace poco estuvo invitada a un programa de streaming en donde se cruzó con una jovencita por la posición que esta mantenía sobre si tener un hijo cambiaba o no la vida. Para Yanina era un rotundo sí y explicó el por qué, logrando que miles de comentarios le fueran favorables. Con un detalle inquietante, muchos de los que la sostenían, agregaron “odio coincidir con Yanina pero acá tiene razón…”.
Por eso tal vez los tiempos venideros se puedan advertir detrás de la fama de esta mujer. Su camino, quizás, sea más parecido a quienes somos que a quienes nos imaginamos ser. Por lo pronto ya dijo que ella era una especie de socialista noruega dejando la puerta abierta para la próxima temporada de un país cuyo guión lo escribe un sádico y donde tal vez dando una pirueta exótica termine pidiendo una mejor distribución de la riqueza cuando los tiempos se pongan duros.
Mientras, los comunes, seguiremos tomando subtes como Beatriz para pispiar en qué andan quienes no tuvieron sus quince minutos de fama.