02 de mayo de 2025

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Una estación de tren a la hora del trabajador llegando a su destino, un cronista radial con su micrófono y la tarea de averiguar cómo veían el panorama político. De las personas elegidas al azar para hacerles su consulta todas respondieron con esperanza. Creían que estaban mal pero que esto también pasaría, ninguno tenía un trabajo formal, cuentapropistas y una ama de casa.
La entrevista fortuita fue realizada justo la misma semana en la que un grupo de estudiantes de arte habían hecho en el haĺl de esa misma estación una coreografía de protesta mientras sonaba la música de Lali, cuyo hit “Fanático”, es el emblema de la queja. Lo notable, ellos también creían en algo: en la potencia de esa herramienta de reclamo.
Una polaroid interesante, además, a la hora de medir que el destino del enojo también tiene otra faceta, los que se sentían solos hace años y amparados en la sensación de que nadie los salvará y solo tiene fe en sí mismos, manteniendo la esperanza en su fuerza frente a muchos que temen caer aún más sin imaginar bien cómo es la tabla salvadora individual. La danza colectiva versus la fuerza del que está solo y espera, en una remake impensada para el mismo Scalabrini Ortiz,
Una estación de tren que terminó librando una batalla política y cultural que nunca imaginó, ya que además el sujeto que se las viene arreglando como puede hace años parece ser el que en esta brutal caída se siente absolutamente adaptado. Viene en picada y sabe, desde hace mucho, cómo no desesperarse. Una pincelada que podría responder sobre la paciencia que se le tiene a un gobierno cuyos huesos simbólicos, hasta ahora, son su único capital. Un gobierno al que también le nacen otros símbolos de resistencia distintos a los que viene satanizando. Chau piquete, hola Bailando por un sueño.
Creer o reventar en tiempos duros.
Forjados en la idea que el estropicio que tiene el país es histórico y que sin arrancar desde la raíz el supuesto mal nada nuevo verá la luz, obtuvieron un apoyo impensado a la hora de los comicios
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A su vez la guerra simbólica llevada a cabo desde diciembre por el oficialismo está entrando en su faceta extrema, y en un punto innecesaria, pues la tan mentada batalla cultural con la que están obsesionados en el fondo la ganaron hace un año cuando más de la mitad de la población en el balotaje decidió apoyarlos.
Recordemos que todas sus promesas de campaña estaban montadas en romper, quebrar y pasar con una motosierra sobre cada rincón estatal para que naciera una nueva lógica. Forjados en la idea que el estropicio que tiene el país es histórico y que sin arrancar desde la raíz el supuesto mal nada nuevo verá la luz, obtuvieron un apoyo impensado a la hora de los comicios. Y a la hora de empezar a dirigir el nuevo destino de la patria.
Desde que asumieron han ido pasando con su topadora por cada símbolo al que acusan de ser parte del fracaso apoyados por sus votantes de manera casi festiva. Aunque, se empezaron a pasar de rosca, perdiendo el timing al no medir que no todo es igual a la hora de arrasar. Universidades y jubilados son aún pilares institucionales muy difíciles de limar. Tanto que hasta ahora son sus dos enemigos simbólicos más potentes (al punto de tocarlos y caer en las encuestas). Y como es un gobierno que cree en la imagen, cual influencer de redes, suele mover con velocidad sus fichas para contraponer rápido, con otro símbolo, presentando nuevas batallas para volver a posicionarse.

Así fue como esta semana después del descenso de popularidad que empezó a padecer tras las marchas estudiantiles y los números del consumo en franco declive sacó del galpón simbólico una nueva pelea, esta vez contra la Afip y en ella volvió a demostrar que conoce bastante bien los pliegues de la psiquis nativa: anunció con bombos y platillos el cierre de la misma- aunque a decir verdad sea más un reciclado que una clausura, pues no quedará sin su ente recaudador- y declaró que habrá masivos despidos en ese espacio. No sin antes exponer algunos sueldos siderales para contribuir a la indignación general.
El anuncio entonces despertó la algarabía de muchos de sus fieles y cierta alegría silenciosa en aquellos que no lo votaron siquiera. El recaudador de impuestos como emblema del mal es el enemigo público número uno. Algo que te lo podría jurar hasta el mismísimo Robin Hood.
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A su vez la oposición sigue imbuida en internas infinitas. Los radicales rompiéndose más de lo que se doblan y el peronismo en la búsqueda de un líder que acomode de una buena vez tanto alboroto. Un peronismo cuyo amplísimo arco -que en algún lugar también sueña con llegar a contener a los díscolos que se han ido como Guillermo Moreno- no termina de decidir cómo quiere encarar su futuro.
El más incierto desde la derrota de 1983 y en el que no puede decidir siquiera qué nueva cara ponerse el próximo año cuando el siglo cumpla el cuarto y ya empiece ajarse con líneas de expresión. El partido, a su vez, está peor que Demi Moore en “La sustancia”, ya que no le estaría creciendo ninguna nueva criatura lo suficientemente bella y rejuvenecida para encantar a los nuevos espectadores. Pues Axel, el más bello de los posibles, corre con la desventaja de las peleas afectivas. Todos esperando que mami elimine el error. Parafraseando cualquier tuit político al que pareciera que sí no se musicaliza con Los Redondos no vale. La música nueva viene luchando por su hit.
El desierto después del tsunami electoral del 2023 trae arena de egos.
El recaudador de impuestos como emblema del mal es el enemigo público número uno. Algo que te lo podría jurar hasta el mismísimo Robin Hood
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Así pues, el oficialismo ha pasado agosto y transita la primavera con números micros que en otro contexto hubiese despertado todas las alertas, pero este año de confusión general no les hace mella suficiente.
Quizás también por el barullo general de una población que en el fondo está tan rota como para festejar despidos con performance insólitas, como llevarles flores a la puerta de la AFIP en señal de despedida funeraria, mientras suben a sus redes el evento en pos de likes.
Es que quizás si uno rasca esa falsa alegría por la desgracia ajena puede observar cómo se encubre el pánico de saber que ascender económicamente es tan lejano que la caída de otros es la única alternativa de paridad. Todos iguales, todos abajo. El comunismo siglo XXI, ese en el que se lucha por no caer, pero terminar en él, todos en lodo.
A Javier Milei quizás las fuerzas del cielo lo están acompañando porque hay un ejército de soledades en busca de una compañía. Un mar de enojos que están agotados e imaginan que solo rezándole a alguna virgen pueden encontrar lo que quieren. Como Pampita que fue a Luján y ya consiguió novio. Encomendados a Dios y rezándonos a nosotros mismos.