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24 de octubre 2021

Mariana Moyano

“QUÉ LINDA QUE ESTÁ MANHATTAN EN ESTA ÉPOCA”

Tiempo de lectura: 7 minutos

Es inabordable. Por eso, este texto carece de sentido y muere antes de nacer. Abordar a GarcÍa es imposible. Y más difícil es, en ese intento de hacer lo imposible, elegir por dónde entrar. Así que lo que queda es hacer el ejercicio de “yo y platero” y, si esto fuese twitter, subir una foto mía con él.

No tengo foto con él. Bah, hay una pero es borrosa y da más vergüenza que envidia. Lo que sí tengo es una noche con él en La Trastienda en que tocó Liliana Herrero.

La intensidad de la luz

Luego del fin de su show, cerraron la parte del escenario y las mesitas y nos fuimos adelante, a una larga mesa en la que nos reunimos a cenar. Quedé enfrente de Claudio Kleiman y ahí fue que le escuché la frase que resumía a todo el GarcÍa que GarcÍa es para mí. “Cuando Charly entra a un lugar cambia la intensidad de la luz”.

Y entró. En eso entró Garcia. Y cambió la intensidad de la luz. Y nosotros hicimos silencio. Los nosotros mortales. Muda. Paralizada. Tieso cada músculo de mi cuerpo. Se abrazaron con él los amigos. Charlaron los no comunes. Se sentó y tomó algo.

Yo le rogaba a mi memoria que guardase todo para siempre. Que tuviese  Gigas extra para no perder jamás ni un segundo de este recuerdo. De pronto se levanta, pide prender las luces de la parte de atrás, abrir todo e ir a tocar.

Si puede cambiar la intensidad de la luz, por supuesto que logró que encendieran las luces del escenario. Tocó varios temas, pero lo que aniquiló cada átomo de mi cuerpo fue la versión de Desarma y sangra que hicieron juntos con Liliana. Éramos pocos, habíamos bebido, eran los fines de los 90 y habilitamos la confianza de llorar con ganas.

Había quedado sentada sola en una mesa pegada a una columna que sostenía a la silla y a mí. Mientras me secaba las lágrimas levanté la cabeza y veo a la figura flaca y alta, esa que nos vuelve partículas en carne viva, caminando hacia la mesa.

Tenía un vaso largo con algo transparente. En mi anécdota decreté que era gin. Se sentó. Le dediqué la sonrisa más imbécil que jamás le dediqué a nadie porque, ¿cómo se le sonríe al que oye y ve todo de las épocas? No me sonrió y en cambio, con su pie me sacó unos zuecos de plataforma que yo tenía, me miró y me dijo: “qué linda que está Manhattan en esta época, ¿no?”.

No le pude responder porque era García el que me estaba dirigiendo la palabra a mí y eso enmudece. Y, además, porque mi estúpida cabeza se puso a pensar en ardillas. Sí, en ardillas. En esa época (era octubre o similar) el Central Park se llena de ardillas y mi estupidez hacía que yo de pronto estuviese por comentarle a García algo sobre ardillas. Todo era inverosímil y yo, por supuesto, estúpida.

No me sonrió y en cambio, con su pie me sacó unos zuecos de plataforma que yo tenía, me miró y me dijo: “qué linda que está Manhattan en esta época, ¿no?”.

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Está noche transcurrió durante el limbo. El limbo es una teoría que tengo y que he hablado con Martín hasta el cansancio (por audio, como corresponde). Es una era poco narrada e involucra al período que va entre los años 1998 y 2002. Un núcleo de años poco visitados como época. Tratadísimos en hitos, en sucesos específicos pero no abordados como época. Ese limbo en que la política nos dejó solos y solo el rock estuvo a la altura del conflicto. Por supuesto, con García en el medio del huracán, una vez más.

En esos años, García nos dejaba plantados. Nos invitaba a sus cumpleaños y a veces no iba. Pero siempre sentí que clavarnos así era parte del aprendizaje. Eran enseñanzas de época, dedos largos que nos señalaban que podía y que iba a doler. ¿O se creían que el rock era solo un conjunto de acordes?

Que le cumplamos felices

En la escala del amor ocupan un mismo lugar en mi podio la música, River y mi hija. Pero no sé tocar ni el toc toc. Por eso necesité poder razonar, además de sentir, qué era lo monumentalmente especial que estaba haciendo Fito Páez en el tributo/cumpleaños de los 70 de García.

Fito, el Enzo Pé de Charly, el hincha que además juega, nos lo había descripto de modo celestial en el Teatro Colón: “Charly García le da sentido a nuestras vidas. Lastima y cura. Nos manda al futuro y al pasado”. La frase perfecta, el tatuaje de la noche. Pero yo necesitaba comprender lo que le estaba pasando a sus dedos.

Fito lo ama, ¿qué novedad? Charly lo tuvo de che pibe de acordes por años, pero ahí había otra cosa más. Ahí había una comprensión cabal de otro orden. Lo pude poner en palabras una vez que le pregunté a Sebastián Furman cuando le fui con mi delirio: “por supuesto, los pianistas lo entendemos desde el instrumento. Mejor que nadie. Tu intuición está bien. Afirmalo tranquila”. Así que acá estoy afirmando tranquila que Fito es el pianista garante de cuidar el sable corvo de nuestro San Martín de la música. Porque a mi generación, García fue el que nos hizo perder el miedo a cruzar los Andes. El que nos enseñó que para salir de la oscuridad de la dictadura teníamos que hacer el esfuerzo alegre de cruzar.

Ese limbo en que la política nos dejó solos y solo el rock estuvo a la altura del conflicto. Por supuesto, con García en el medio del huracán, una vez más

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El primer cassette que compré con dinero, llamémosle impunemente, “propio”, fue Yendo de la cama al living. Tenía 12 años. Eso no le importa a nadie y es parte del yoyplaterismo de la celebración. Pero lo que sí es importante como dato de época es el modo de consumo de ese García solista en los ochenta.

De la disquería corrimos a la casa de mi amiga a escuchar; un modo de consumo -diríamos hoy nosotros, los pedantes de Comunicación- de la época. Juntarse a escuchar música y dinamitarnos el cerebro en el intento de descifrarla. Primero los bostezos, el despertate, el encierro de la cama al living; la certeza de que tenemos algo para decir pese a que es duro sobrevivir y que no queremos seguir repitiendo las agonías del pasado; la Posta de Yatasto musical en Peluca telefónica y el descubrir esa voz conocida bajo el falso Ricardo Gómez.

Nos costó entender qué hacía ahí Pubis angelical. ¿Qué era ese aullido de fondo de The Clash mezclado con esas voces élficas del otro lado? Nosotros sabíamos que nos estaba diciendo algo con ese disco. Pero terminamos de comprender el mensaje completo con la trilogía en la calle. Con la trilogía en la calle y con nosotros en ella, donde pasaba todo y de todo en esos años.

Fue con Clics Modernos y Piano Bar que comprendimos la operación política completa de García con los 80. Con el miedo y la parálisis del horror no van a poder, nos dijo. Primero oigan, pero oigan con atención. Luego de eso, cuando ya pisen fuerte salgan. Pero salgan y bailen. Bailen y griten. García nos sacó a la calle, a adueñarnos de ella, a protagonizarla.

En el coro de Demoliendo hoteles, con Celeste, Santaolalla, Fabiana Cantilo, Andrés Calamaro pone a una generación entera a decirnos a una generación entera que salgamos a conquistar la libertad que él no pudo tener.

La mutación estaba en el aire. De cambiar de tiempo y de amor, de música y de ideas, de sexo y de Dios, de color y de fronteras con melancolía a la reafirmación con sintetizadores de cambiar de color las trincheras, el lugar de las banderas con todo el mundo bailando para encontrarnos por primera vez.

Beethoven y sonidos de ciencia ficción. Piano y sintetizadores. La bipolaridad de su bigote. El ingreso a lo nuevo pero con lo viejo como mochila. La receta para mover nuestros cuerpos con vida cuando estaban apareciendo cadáveres NN a nuestro alrededor. El inconfundible sonido de la Rucci para hacernos bailar con los sonidos y tomar nota del pasado reciente con las letras. El optimismo de la voluntad y el pesimismo de la inteligencia de la época más gramsciana de García.

Y por si quedaba alguna duda de que la orden era bailar nos regaló la producción de Los Twist. Al horror no se lo enfrenta con pánico, se lo pisotea bailando. Él inventó la primavera democrática aunque muchos todavía crean que fue Raúl Alfonsín.

A mi generación, García fue el que nos hizo perder el miedo a cruzar los Andes. El que nos enseñó que para salir de la oscuridad de la dictadura teníamos que hacer el esfuerzo alegre de cruzar

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De Malvinas y las escaleras de River a Manhattan

En las escaleras del salón central de River se hacen dos codos. A menos que hubiera partido, ahí no había nadie. Salvo nosotras. Ahí nos juntábamos a sacar los acordes y las letras y cantar. De Eiti Leda, Pasajera en trance y Viernes 3 AM a Demoliendo hoteles, Nos siguen pegando abajo y Estoy verde.

De la nostalgia al baile. Estábamos cambiando de piel. Pero había que desarmar Malvinas antes de captar los sonidos de Manhattan, de la Manhattan de los 80 que necesitábamos como generación comprender para romper el cascarón y llegar a ser adultos.

Así como Lou Reed hizo la banda sonora de la capital del mundo, García hizo una operación similar en Clics Modernos: absorbe los sonidos de una ciudad, de una época, los traga y nos devuelve canciones que ordenan lo que a nosotros se nos aparecía confuso. Que haya sido grabado en Manhattan, en una Manhattan que era amable con él porque le regalaba los shows que iban terminando de forjar el García de la década, es la culminación borgeana de la fina perspectiva que se adquiere con la distancia. El Constant concept como corazón de la Argentina.

No fue en ese momento sino unos años después cuando comprendí la monumentalidad de lo que García y Rodolfo Enrique Fogwill habían hecho con Malvinas. Uno con No bombardeen y el otro con Los pichiciegos.

Los dos como antenas atentas al ambiente escriben en paralelo a la guerra las mejores crónicas del conflicto. En No Bombardeen García nos muestra en modo Mad Max la mugre sin épica del mismo modo que Fogwill nos muestra la desilusión de los pichis cuando ven que la nieve no esa sustancia blanca y limpia que imaginaban sino una mezcla sucia de la turba con algo pegajoso y bastante desagradable.

Nos abren la historia, nos ponen de frente a ella para que lastime y se pueda empezar a sanar. García dice que nació para mirar. Yo pienso que, en realidad, está en estas tierras para que nosotros podamos mirarnos.

Este texto llega a su fin en un café. Es primavera, está bajando el sol acá y no puedo dejar de pensar en los atardeceres en el Central Park y las ardillas y en lo lindas que se ponen las bombardeadas Manhattan y Buenos Aires en este mes de octubre cuando más que celebrarle el cumpleaños a él, nos abrazamos por la suerte que tenemos de haber vivido su existencia.

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