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02 de junio 2021

Ignacio Hutin

PROTASEVICH, LUKASHENKO, PUTIN y EL LABERINTO BIELORRUSO

Tiempo de lectura: 8 minutos

El avión estaba a pocos kilómetros de la frontera, casi a punto de entrar en espacio aéreo lituano, cuando viró hacia el este y comenzó a descender inesperadamente. La voz del capitán anunció en inglés: “aterrizaremos en Minsk”, capital de Bielorrusia. Entonces el joven Román Protasevich, de 26 años, se puso muy nervioso, entregó su celular y laptop a su novia y suplicó a una azafata. “Me van a matar”, le dijo y no mentía, la posibilidad de ser condenado a muerte era muy concreta. Pero la azafata soltó algunas evasivas y finalmente respondió que no había alternativa, debían obedecer y aterrizar en Minsk. Protasevich no lloró ni gritó, tan sólo se aferró con firmeza a la mano de su novia y esperó en silencio, con la mirada fija en un punto aleatorio. Como si el avión se hubiera convertido súbitamente en su propio corredor de la muerte.

Aleksandr Lukashenko es presidente de Bielorrusia desde 1994 y el único en la breve historia de esta ex república soviética, a pocos meses de cumplir tres décadas. En los últimos 27 años ganó – al menos oficialmente- las seis elecciones a las que se presentó, siempre con alrededor de un 80% de los votos Además triunfó en tres referéndums para dirimir todo tipo de cuestiones, desde símbolos nacionales, el idioma oficial y día de la independencia, hasta la no abolición de la pena de muerte y, claro, la reelección indefinida. Curiosamente, también en esas tres consultas electorales, las propuestas del presidente fueron avaladas por al menos el 80% de los votos. Lukashenko es un líder fuerte, heredero tradicional del viejo sistema soviético, tan conservador que fue el único diputado del parlamento bielorruso que votó en contra de la disolución de la URSS en 1991. Como si eso no bastara para demostrar su nostalgia por la unión, en 1995 promovió el cambio de bandera. Bielorrusia abandonó entonces la enseña roja y blanca, símbolo de la breve República Democrática de Bielorrusia que existió entre 1918 y 1919, y optó por la roja y verde de tiempos soviéticos, aunque esta vez sin hoz y martillo.

La represión a todo tipo de disidencia fue y aún es moneda corriente a tal punto que, en las elecciones de agosto pasado, dos de los principales candidatos fueron arrestados. La candidata fue entonces Svetlana Tijanovskaya, esposa de uno de ellos, un ama de casa cuyas únicas aspiraciones eran liberar presos políticos, volver a la Constitución original de 1994 previa a Lukashenko y convocar a nuevas elecciones, esta vez sí, democráticas. Pero una vez más apareció el número mágico, el tan mentado 80%, tan previsible como imposible de creer. Las manifestaciones durante el verano boreal fueron masivas y la represión, salvaje. Hubo alrededor de 30 mil detenidos, 7 asesinados y al menos mil casos de torturas registrados. Tijanovskaya se exilió en Lituania, desde donde hoy busca que una especie de solidaridad internacional presione al mandamás bielorruso.

Protasevich también se refugió en la misma Lituania pero un año antes que Tijanovskaya. Tenía por entonces 24 años y el gobierno lo perseguía por trabajar en medios alternativos, contrarios a la información oficial. En noviembre pasado, las autoridades bielorrusas anunciaron que lo investigarían por cargos relativos a “organizar desórdenes masivos, alterar el orden público e incitar al odio social”. Mientras continuaban las protestas en contra de Lukashenko, la agencia de seguridad nacional, más conocida como KGB, fue aún más lejos y lo consideró implicado “en actividades terroristas”. Por entonces él era editor de Nexta, canal de Telegram que permitió a los manifestantes difundir información en medio de la censura oficial.

Aleksandr Lukashenko es presidente de Bielorrusia desde 1994.. En los últimos 27 años ganó – al menos oficialmente- las seis elecciones a las que se presentó, siempre con alrededor de un 80% de los votos Además triunfó en tres referéndums para dirimir todo tipo de cuestiones, desde símbolos nacionales, el idioma oficial y día de la independencia, hasta la no abolición de la pena de muerte y, claro, la reelección indefinida.

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La semana pasada asistió a una conferencia de Tijanovskaya en Atenas y el domingo 23 regresaba a Vilna, capital lituana, en un vuelo de la aerolínea irlandesa Ryanair. Era un viaje directo entre dos estados miembros de la Unión Europea (UE), por lo que se creía que no había riesgos de ningún tipo. Desde el aeropuerto griego, Protasevich envió un mensaje a un amigo: “creo que me están siguiendo, incluso trataron de fotografiar mis documentos. No estoy seguro, pero es sospechoso”. Algunas horas más tarde, desde el control de tráfico aéreo de Minsk informaron al piloto que, según los servicios especiales, podía haber una bomba a bordo y recomendaron aterrizar en la capital bielorrusa.

Un avión de la fuerza aérea de dicho país fue enviado para escoltar a la aeronave de Ryanair hacia Minsk por orden directa de Lukashenko. Protasevich y su novia, de ciudadanía rusa, fueron detenidos. Ahora él puede ser condenado a 15 años, pero también podría recibir una pena mayor, incluso de muerte, considerando que Bielorrusia es el único Estado europeo que ejecuta prisioneros (dependerá de cómo sean considerados contra él los cargos por terrorismo.)

De los 126 pasajeros que partieron desde Atenas, cinco permanecieron en Minsk: además de los dos apresados, un ciudadano griego (que aparentemente tenía como destino final de su viaje a la capital bielorrusa y que -según las autoridades helénicas- no tiene relación alguna con el incidente) y dos bielorrusos.

El primer comunicado oficial de la aerolínea, el mismo domingo 23, afirmaba que el aeropuerto de Minsk era el más cercano, que se habían seguido los protocolos establecidos, que no habían existido mayores inconvenientes y que la empresa pedía disculpas a sus pasajeros por las demoras “que estuvieron más allá del control de Ryanair”. El aeropuerto de Vilna, destino original, era el más próximo, pero la aerolínea había elegido mentir deliberadamente -quizás en forma apresurada- sin medir las repercusiones internacionales del caso. Un segundo comunicado, 13 horas más tarde, desmintió al primero: “Ryanair condena las acciones ilegales de las autoridades bielorrusas, que desviaron el vuelo FR4978, en un acto de piratería de aviación”. Ahora sí existía una base más sólida: el avión civil había sido secuestrado para poder detener a un pasajero.

Al día siguiente, el director del Departamento de Aviación bielorruso leyó un email firmado por supuestos soldados de Hamas y con el asunto “Allahu Akbar”, es decir, “Dios es grande” en árabe. En el correo se amenazaba con hacer explotar el avión sobre Vilna a menos que la Unión Europea abandonara su apoyo a Israel. “No tenemos absolutamente nada que ver con esto, no recurrimos a este tipo de métodos”, respondió el portavoz de la organización palestina. Al mismo tiempo, desde el servidor de correo electrónico informaron que la supuesta amenaza citada había sido enviada después del desvío del avión. Lukashenko afirmó ante el Parlamento que la amenaza provenía de Suiza, pero desde Berna descartaron esa posibilidad. La mentira bielorrusa se desplomaba. “Creemos que hubo agentes de la KGB en el avión y que se trató de un caso de secuestro patrocinado por un Estado”, dijo Michael O’Leary, CEO de Ryanair, el lunes 24.

Al día siguiente, el director del Departamento de Aviación bielorruso leyó un email firmado por supuestos soldados de Hamas y con el asunto “Allahu Akbar”, es decir, “Dios es grande” en árabe. En el correo se amenazaba con hacer explotar el avión sobre Vilna a menos que la Unión Europea abandonara su apoyo a Israel. “No tenemos absolutamente nada que ver con esto”, respondió el portavoz de la organización palestina.

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Aerolíneas como Air France, KLM, Lufthansa, Finnair, SAS y Air Baltic, entre otras, anunciaron que suspenderían los vuelos sobre espacio bielorruso, mientras que el Reino Unido fue el primer Estado en prohibir el ingreso a Belavia, aerolínea de bandera de Bielorrusia. Pronto la Unión Europea anunció que estas medidas se extenderían a todas las compañías y a todos los aeropuertos de países del bloque, que se impondrían nuevas sanciones comerciales sobre Bielorrusia y una fuerte condena declarativa a las acciones de Minsk. Probablemente no basten estas medidas, ni sirvan a modo de castigo ni como advertencia, pero la UE no parece encontrar una salida más satisfactoria. Sí, puede imponer decenas de sanciones, pero ya lo ha hecho con Rusia luego de la anexión de Crimea y no ha dado resultados. Restringir los vuelos sólo perjudicará a los miles de ciudadanos bielorrusos que tienen familiares, amigos o negocios en otros países del continente, no afectará en absoluto a Lukashenko. Por otro lado, las sanciones comerciales pueden alejar a Minsk de occidente y acercarlo aún más a Moscú, su aliado tradicional, cosa que la UE prefiere evitar. En la práctica, al menos hasta ahora, la estrategia europea se limita a poco más que declarar oficialmente “una profunda preocupación”.

Lukashenko entonces insiste y acusa a occidente de librar una guerra informativa, híbrida, en su contra. Dice que actuó legítimamente con el único fin de proteger a su gente y que deberían agradecerle. “Si no nos permiten volar sobre la Unión Europea, volaremos sobre territorios neutrales, el mar Mediterráneo. No nos arrodillaremos y no nos justificaremos porque no hay razón para hacerlo”, dijo el miércoles ante el Parlamento. Es difícil adivinar a partir de este discurso por qué Lukashenko promovió una acción tan evidente, tan bruta, con el sólo propósito de apresar a un joven de 26 años. Tal vez sea una muestra de fuerza al interior de su propio país, quizás un acto desesperado de quien sabe que pierde cada vez más apoyo.

Existió también una segunda respuesta, quizás un tanto menos evidente. A las pocas horas del arresto de Protasevich, comenzaron a circular imágenes de 2015 que lo vinculan con la organización neonazi ucraniana Azov, importante actor desde 2014 en la guerra del Donbass, al oriente de Ucrania. El ex líder del grupo dijo que efectivamente el bielorruso había formado parte, pero sólo como periodista, “con la palabra y no empuñando un arma”. Probablemente la difusión súbita de estas imágenes fuera una forma de desprestigiar a Protasevich, de restringir la capacidad de generar empatía en el público occidental ¿Pero esto alcanza para justificar el secuestro de un avión civil con el único fin de arrestar a un periodista, sea quien sea?

Hay un último actor involucrado en el caso, quizás el más importante. El presidente ruso Vladimir Putin no tiene una particular simpatía por Lukashenko, pero sabe que Bielorrusia representa una suerte de contención frente a los países miembros de la OTAN y que, por lo tanto, conviene tener en Minsk a un amigo de Moscú. Hoy ese amigo es Lukashenko, pero solamente a falta de una mejor alternativa que sin dudas aparecerá tarde o temprano. Para el bielorruso, en cambio, Putin es su único salvavidas, su última opción. Y el ruso lo sabe, entiende que apoyar a un cada vez más cercado Lukashenko significa ganarse un aliado no sólo fiel sino servil.

El presidente ruso Vladimir Putin no tiene una particular simpatía por Lukashenko, pero sabe que Bielorrusia representa una suerte de contención frente a los países miembros de la OTAN y que, por lo tanto, conviene tener en Minsk a un amigo de Moscú. Hoy ese amigo es Lukashenko, pero solamente a falta de una mejor alternativa

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La primera reacción del Kremlin fue prohibir el ingreso de vuelos de Air France y Austrian Airlines que habían esquivado Bielorrusia. Esto no necesariamente significa un apoyo explícito a Lukashenko, sino más bien una muestra de fuerza a la Unión Europea, como para dejar en claro que Minsk es el patio trasero de Moscú y que lo que suceda allí será decisión de Putin, no de Bruselas.

El viernes los dos presidentes se reunieron en Sochi. El ruso ahora sí brindó su apoyo y mencionó el antecedente del vuelo de Evo Morales en 2013, cuando diversos países europeos le negaron la entrada a su espacio aéreo ante la sospecha de que Edward Snowden estuviera en el avión del entonces presidente boliviano. Típico uso del whataboutismo, la estrategia de responder “¿pero qué hay de esto otro?” cuando no hay más argumentos disponibles. Mientras Rusia continúa sosteniendo a Lukashenko y la Unión Europea no encuentra una estrategia pragmática que logre resultados concretos, es difícil imaginar un cambio de escenario para Bielorrusia. El líder de Minsk no abandonará el poder sin más. Es probable que se repita la represión si reaparecen (quizás incluso potenciadas) las manifestaciones a lo largo de los próximos meses, por muchas sanciones y restricciones que aplique “Occidente”. La clave para resolver esta disputa la tiene Moscú, que por ahora se contenta con tener a un socio cada vez más dependiente. El problema es que tarde o temprano Lukashenko se dará cuenta que ese sometimiento también constituye una cárcel y que -más allá del puesto presidencial- su libertad de movimiento está tan restringida como la de Protasevich.

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