02 de mayo de 2025

(Esta nota se la dedico a Brenda y Daniela, a quienes en 2005 se suponía que les debía enseñar a vender, pero ellas terminaron enseñándome tanto de la vida que acá estoy escribiendo.)
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Una chica que llega de trabajar cansada, una casa sencilla, un mp3, una ducha sin presión de agua, la elección de ropa mientras se acumulan prendas desechadas, un jean tiro bajo ajustado que cuesta abrochar, un maquillaje perlado, una parada de colectivo en algún barrio del Conurbano, monedas para el bondi, viajar parada, un pibe, que al levantarse alguien le cede el asiento y ella lo acepta, aprovechando para sacar el espejito y seguir “pintándose” -palabra que a partir del mundo instagram ya no se puede usar-, una amiga esperando en la cola para entrar a un recital, efectivo para pagar la entrada, ambas cantando cómplices como locas entre el público que también aúlla un tema. Y todo mientras suena una canción mix de enojo, desamor y advertencia sobre un hombre.
La cantante a la que van a ver es Karina. Ella, la protagonista, es Cazzu, y la amiga, que hace un cameo, Rocio Quiróz. El videoclip en cuestión sirve de excusa para que Cazzu con su bella voz cante “Con otra”, mientras se despliega un halo de nostalgia impresionante que remonta a una época muy poco narrada: los primeros dos mil. La década ganada, pero en su versión “los años dos mil de la gente común”.
Una gran pintura porque, además, es un retrato muy local, muy argentino, una rareza en tiempos donde todo es cadenas de oro, vestuarios imposibles de llevar, coreos hiper-sexualizadas pero con nulo romanticismo, rostros de chicas jóvenes remodelados por el ácido hialurónico que las iguala al punto de pensar que salieron empaquetadas como de una fábrica de salchichas y la aspiración constante a ser un Miami que no somos. O sea, una vida muy alejada de los simples mortales. Algo que muy bien apuntó en su cuenta de X, la periodista cordobesa Agustina Sosa cuando también enumeró los detalles que la transportaron al pasado reciente. Agregando otra perla: en otras urbes también hay una identificación con la protagonista, consiguiendo otro mérito para el video que sale del patrón porteño que desde hace años invade las ficciones de todo tipo. O sos porteño con una vestimenta entre despreocupada, cool y extra large o sos nativo de un falso Miami con saquitos rosas de peluche.

En cambio, esa pequeña historia es una perfecta descripción de la contracara femenina de los chicos Okupas, esas muchachas que desde los años noventa salieron en masa a trabajar llenando colectivos, viajando horas e intentando imaginar trabajos en blanco mientras sortean la dureza de ganarse el mango en un país que había roto todas las estructuras laborales y ponía al frente a las mujeres como jefas de hogar.
Además de ser un gran homenaje a la música para cantar a los gritos mientras se llora desamores e injusticias.
2
En los ochenta Valería Lynch y Lucía Galán fueron el feminismo sin marco teórico que empujó a muchas amas de casa a rajar maridos infieles o salirse de relaciones complicadas -“Fuera de mi vida, cuando digo fuera rompo las cadenas, ¡fuera de mi vida!”- pero también se las podría pensar como piezas claves para que el divorcio entrara en todos los hogares como algo natural ya que no siempre se come perdices cuando se apuesta al amor, nada es eterno y un matrimonio infeliz se puede subsanar con un divorcio necesario. Y recordemos que recién en 1987 se aprobó dicha ley y en su tiempo hubo un gran conflicto con la iglesia y con sectores de poder muy conservadores. La dictadura aún estaba ahí a la vuelta de la esquina. Ayer nomás, aunque parezca un siglo.
Fue Dalila quien recoge el guante del reproche cantado en los albores del 2000 devaluatorio, ya que sonaba todo el tiempo en las radios de cumbia donde el amor y desamor se habían tornado bailables y alegraban las casas en los años donde la desocupación o la subocupación con labores manuales solía ser parte del paisaje suburbano.
Pero fue unos años después con Karina, La Princesita, cuando se puso en marcha el retorno del despecho cantado con mucho más éxito que el que había tenido la santafesina, que en esos años competía con la cumbia villera que había empezado a mostrar otros matices de la cruel vida cotidiana de muchos argentinos.
Para el 2009, años dulces aún, económicamente hablando, Karina volvió a agitar la música para limpiar los sábados a la mañana llegando a hacer covers de las reinas madres -“a esa vete y dile tú, que venga, yo le doy mi lugar, que recoja tu mesa, que lave tu ropa y todas tus miserias”- agregando el grito de guerra (“¡Mentiroso!”) mientras la grieta empezaba a cocinarse.
En los ochenta Valería Lynch y Lucía Galán fueron el feminismo sin marco teórico que empujó a muchas amas de casa a rajar maridos infieles o salirse de relaciones complicadas
Pero a partir del 2011, nuevas lógicas sobre el amor, al menos en el discurso público, donde todo empezó a ser replanteado: desde el piropo y los enojos con “la otra” hasta si estaba bien o no que te cedan un asiento, dejando afuera la contradicción humana. Ese fuego sin tanta prensa, pero con tanta llama, que a la hora de los votos siempre hace su aporte silencioso.
Ya para el 2015 la realidad pública y la publicada mostraban una separación que devino, años después, en ese torbellino emocional del 2021 llamado “Zorra, te cargaste otra familia”, cuyo novelón sigue generando temporadas. Y en paralelo, la foto de Alberto en Olivos festejando el cumpleaños de su querida Fabiola -una cumbre de la hipocresía- en pleno el encierro pandémico, del que se cumplen justo cinco años. Todo parece que no tiene sentido, sin embargo, se cose con el hilo invisible de los detalles que fastidian. Porque no solo fue la economía la que trajo esta anomalía llamada Javier Milei.
Milei como una canción de Valeria Lynch o Karina quizás haya sido el grito de despecho de una sociedad harta de hipocresía. Al punto que, gobernando pésimo (con caída de los salarios, del consumo, de la producción) aún está protegido por el dólar planchado que anestesia todos los dolores frente a una impavidez general que siempre nos lleva al punto cero de preguntaros: ¿qué pasó acá?
Hasta cuando vemos a Cazzu cantar un tema contra la cantante Ángela Aguilar, esa “otra” que hoy está junto a Christian Nodal, a los que todos suponemos le ha dedicado la canción. Pues en México su Cazzugate fue tan explosivo como el Wangate aquí. Y no hubo fronteras de nacionalidad para el apoyo. La engañada, Cazzu, fue la mimada por las mujeres aztecas. Que han sabido amar el despecho desde tiempo inmemorial con inmensas autoras de boleros como Ema Valdemar o la inefable Paquita la del Barrio con su hit del odio final:
Rata de dos patas
Te estoy hablando a ti
Porque un bicho rastrero
Aún siendo el más maldito
Comparado contigo
Se queda muy chiquito
Como señaló Paula Puebla: “hoy hay mayor libertad supuestamente pero menos libertad de expresión en términos artísticos”. Y menos artistas que salgan de hablarse a sí mismos, para crear historias o personajes que nos arranquen carcajadas
3
Esta semana falleció Antonio Gasalla, un inmenso del humor, que nos regaló años de creatividad, talento y la magia de retratar también la argentinidad desde sus personajes extraídos de todas las clases sociales. Con una mirada punzante y ácida que podía reírse de la madre pobre que vivía con su familia disfuncional hasta Inesita, la señora de alcurnia que cambiaba de rostro, deformándose cada semana con su manía por la transformación estética antes que existiera La sustancia. O la empleada pública que aún sigue siendo la imagen de lo que odiamos pensando en la burocracia o la niña insoportable, hija única y consentida que agotaba a su propia madre pasando por la maestra insoportablemente rígida o la madre paralitica que psicopateba a su hija mientras se victimizaba diciendole “sos yegua, Marta”. Su talento y su buen tino para seleccionar un elenco que iba de consagrados a surgidos del under, con los que tenía mucha conexión (pues Gasalla había sido durante años el tipo de oficio que gastó suelas en los cafe-concert). Esos espacios artísticos que luego fueron suplidos por el stand up, sin la potencia teatral que Edda Díaz, Carlos Perciavalle o él habían podido desplegar.
Pero su muerte, además de triste, nos posibilitó volver a ver la maravilla de su trabajo, un gran homenaje de su público que compartió en todas las redes diferentes sketches. La sorpresa tal vez haya sido recordar aquello que nos hizo reír en el pasado. Esa inmensa libertad de años atrás que se extraña en tiempos donde todos creemos que hemos avanzado y quizás no sea tan así. Los momentos compartidos con Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese –a quienes los solía acompañar con la sobria generosidad del que desea que se luzca el otro- son joyas del disparatado humor, ese que hizo escuela en el under, pero bajo el ala de Gasalla accedió a lo popular.De la parodia donde Gasalla emula a Luisa Delfino en su recordado programa “Te escucho”, donde se pelean una alcohólica contra una bulímica, hasta la boda fallida de una participante del programa de Roberto Galán, que consigue un consorte bígamo, al que le aparece otra esposa con hijo, pasando por una reunión de consorcio o una disputa sucesoria. No hubo límites para encontrar el humor. Como señaló Paula Puebla: “hoy hay mayor libertad supuestamente pero menos libertad de expresión en términos artísticos”. Y menos artistas que salgan de hablarse a sí mismos, para crear historias o personajes que nos arranquen carcajadas.
Y como aporte final también deberíamos recordar que varias de las mejores temporadas de Gasalla en la tele fueron en ATC, el canal que en esos años era dirigido por el polémico Gerardo Sofovich, otro que hacia humor, pero de otra índole. O sea, los grises de una época siempre rarísima como los 90. Donde convivió la Biblia y el calefón de la cultura.
Ya para el 2015 la realidad pública y la publicada mostraban una separación que devino, años después, en ese torbellino emocional del 2021 llamado “Zorra, te cargaste otra familia”, cuyo novelón sigue generando temporadas
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Marchas, represión, un dólar que nos va a ahorcar en breve, pero ahora permite disfrutar migajas de consumo premium para el que puede y la discusión pública otra vez puesta en progresismo versus conservadurismo, nos dejan alienados a veces. Mirando el pasado quizás el gran interrogante es si no somos una sociedad muy progresista en su accionar, pero muy conservadora cuando el marco teórico no les da libertad para sentir contradicciones. Esas contradicciones que flotan en la canción de Cazzu, donde él es una rata, pero la otra también amerita su canción de protesta emocional.
Ese país que banca a putos en prime time como Gasalla, Urdapilleta o Tortonese desde hace más de treinta años y cree en el divorcio y banca el concubinato y confía que tener hijos es un buen proyecto de vida desde Colegiales/Palermo/Chacarita hasta La Quiaca, y cree en Dios, la Virgen y mercurio retrógrado sin necesidad que se lo juzgue. Un país que mayoritariamente, si no lo presionás, te deja vivir en paz haciendo lo que se te canta sin tanta vuelta. Un país al que Perón le marcó a fuego eso de “mejor que decir es hacer”.