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22 de diciembre 2021

Juan Elman

Desde Santiago, Chile

LA SEGUNDA TRANSICIÓN

Tiempo de lectura: 6 minutos

Hay un tweet dando vueltas. 2011: Piñera no recibe a los dirigentes estudiantiles en la moneda. 2022: Piñera le entrega la banda presidencial a uno de ellos. 

En unos días Chile despide una década larga, que tuvo entre otros hitos a las movilizaciones estudiantiles del 2011, las protestas contra las AFP en 2016, el estallido social (aunque quizás sea mejor hablar de estallidos) en 2019 y la pandemia que lo congeló en 2020. Mientras una convención se encuentra redactando una nueva constitución, todavía es temprano para especular sobre el sentido que tendrá la década siguiente, pero hay dos datos que, “desde arriba”, vale tener en cuenta: será protagonizada por una nueva generación de dirigentes y por partidos que hasta hace unos años ocupaban una posición marginal en el sistema político de la transición, que hoy se encuentra agotado. 

El país se prepara para una segunda transición. Si la primera estuvo marcada por la salida de la dictadura y la consolidación de un modelo económico que sacó a millones de personas de la pobreza, este nuevo periodo estará atravesado por el desafío de reducir los niveles de desigualdad y dar respuesta a nuevas demandas, principalmente las vinculadas a una clase media precarizada que se encuentra en el centro de los últimos estallidos, la otra cara de ese modelo. Los 35 años de Gabriel Boric no son un mero dato de color: representan a una juventud que, a diferencia de otras generaciones, pudo acceder de manera masiva al sistema universitario pero no logró seguridad económica, mientras veian a sus padres ahogados en deudas y a sus abuelos incapaces de sobrevivir con pensiones bajísimas.

La década siguiente será protagonizada por una nueva generación de dirigentes y por partidos que hasta hace unos años ocupaban una posición marginal en el sistema político de la transición, que hoy se encuentra agotado.

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La larga marcha

El partido de la segunda vuelta se definió rápido. El comando de José Antonio Kast aceptó la derrota con apenas el 30% del voto escrutado, conscientes de una tendencia categórica. Boric se convirtió en el presidente más votado en la historia de Chile en una elección donde la participación superó el 55%, la tasa más alta desde que hay voto voluntario (y en una jornada donde hubo demoras significativas en el transporte público). Logró capitalizar la gran mayoría de esos nuevos votantes, movilizados –muchos de ellos por su propia cuenta– ante la amenaza de Kast. Si bien fueron las comunas populares de la Región Metropolitana y Valparaíso las máximas responsables del triunfo, Boric creció en todo el país. La sorpresa fue la contundente ventaja en el norte, que en la primera vuelta se había doblegado ante Franco Parisi, el candidato anticasta. La incorporación de Izkia Siches a la campaña le inyectó la dosis territorial que le faltaba al Frente Amplio y se reveló crucial para la performance fuera de Santiago. Por lo demás, y a la espera de mejores datos de participación, las mujeres menores de 50 años –el talón de Aquiles de Kast– fueron el segmento clave en la victoria de Boric.

Su llegada a la presidencia es un fiel recordatorio de lo impredecible que se volvió la política chilena, que en unos pocos años cambió para siempre. En 2013 fue electo diputado junto a otras figuras del movimiento universitario, como Camila Vallejo y Giorgio Jackson. Después de dos mandatos, Boric tenía pensado renunciar a la política por un tiempo (en una entrevista en 2018 dijo que quería dedicarse a escribir), pero su partido, Convergencia Social, y el conglomerado al cual pertenece, el Frente Amplio, le pidieron que sea candidato para no dejarle la primaria servida al Partido Comunista, el sello que más había crecido tras el estallido social, que por lo demás tuvo muy poco que ver con los partidos políticos. En esas primarias, que se celebraron a mitad de año, Boric dio el batacazo y le ganó al comunista Daniel Jadue, que además de tener una errática campaña sufrió la decisión de la ex Concertación, la coalición de partidos de centroizquierda, de no presentarse a primarias oficiales. Es posible que los votos concertacionistas hayan torcido la interna de la izquierda a favor de Boric, convirtiéndolo en favorito para las presidenciales. Tras una primera vuelta con resultados magros, sin sumar muchos más votos que los registrados en las primarias, el factor Kast fue determinante para movilizar en segunda vuelta. En Chile volvió por unas semanas el espejo del plebiscito de 1988 que le puso fin a la dictadura de Pinochet, y que se definió con casi la misma ventaja que la segunda vuelta: 55% vs 44%.

 

Después de dos mandatos, Boric tenía pensado renunciar a la política por un tiempo pero su partido y el conglomerado al cual pertenece, el Frente Amplio, le pidieron que sea candidato para no dejarle la primaria servida al Partido Comunista, el sello que más había crecido tras el estallido social.

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En su discurso, Boric reivindicó a su generación pero la enmarcó en una larga tradición de la “gran familia” de la izquierda, un claro guiño al mundo de la Concertación, al que ya se había acercado en la campaña de segunda vuelta. Es el amor después del sorpasso: con un Congreso liderado todavía por las dos coaliciones tradicionales y un leve predominio de la derecha, Boric necesita construir un bloque más amplio. Hace unas semanas, un exministro de Ricardo Lagos y reputado dirigente socialista me lo explicaba así: “Álvaro (Elizalde, presidente del PS) y los compañeros creen que deben negociar y ver cómo acomodar el programa de Boric. Yo les digo que con estos números no hay mucho que negociar. El programa de Boric quedó enterrado en la primera vuelta”. Desde el Frente Amplio desdeñan la “actitud paternalista” de los concertacionistas, pero no contradicen el diagnóstico. El veredicto es todavía más crudo dentro de las filas de la Democracia Cristiana, más reticentes que los socialistas a la hora de acercarse a Boric. 

La segunda transición, entonces, comienza con este nuevo equilibrio de fuerzas dentro de la izquierda, pero alcanza también a la derecha. El alineamiento casi total y sin cuestionamientos de la coalición oficialista a la candidatura de Kast, después de la trágica campaña de Sebastián Sichel, no es un simple movimiento circunstancial. Con una cantidad de votos similar a la que obtuvo Piñera en 2017, Kast tiene motivos suficientes para reclamar el título de líder del bloque, que buscará revalidar en la campaña por el Rechazo en el plebiscito sobre la nueva constitución. Detrás del festival de cuchilladas en el que entró la derecha después del domingo, vale destacar la posición de Kast, que viajó personalmente al comando de Boric para felicitarlo y entregó un discurso conciliador. Para algunos observadores, el ex UDI puede profundizar el giro que ensayó en la segunda vuelta pensando en una nueva aventura. Dicho simple: Kast quiere ser presidente y para eso, en el Chile de hoy,  debe esconder sus impulsos más extremistas. Sea como sea, el proyecto de la centroderecha chilena se encuentra en crisis y ningún sector teme en señalar a su principal responsable: Sebastián Piñera. Hasta nuevo aviso, el de Kast es la única alternativa a la vista.

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Dicho todo esto, no es el campo de la alta política el más relevante para seguir en los próximos años. En primer lugar, la nueva constitución que emerja en los próximos meses va a definir cuestiones trascendentales como un nuevo marco institucional (por eso también es una segunda transición) así como el ¿nuevo? modelo chileno, que seguramente incluya más derechos y protecciones sociales. En parte por eso, y porque ese texto debe ser aprobado en un plebiscito (que esta vez será con voto obligatorio), buena parte de la presidencia de Boric está atada a encaminar el proceso constitucional. 

No es el campo de la alta política el más relevante para seguir en los próximos años: la nueva constitución que emerja en los próximos meses va a definir cuestiones trascendentales como un nuevo marco institucional así como el ¿nuevo? modelo chileno, que seguramente incluya más derechos y protecciones sociales

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Pero en segundo lugar, si bien “desde arriba” puede verse un recambio generacional y de partidos que tiene su origen en movimientos “desde abajo”, como las protestas estudiantiles, la canalización y representación del malestar social que reventó las calles en 2019 no es para nada algo seguro. Hubo mucha gente que tampoco en la segunda vuelta quiso salir a votar. Es posible también que una parte del mundo del estallido haya votado por Boric para impedir la victoria de Kast, pero puede verse dispuesto a movilizarse otra vez. El casi millón de votos que reunió la prédica anti-establishment de Parisi en la primera vuelta tampoco son un dato menor. La crisis de representación que vive Occidente es particularmente aguda en Chile, donde tan solo el 2% de la ciudadanía confía en los partidos políticos, según datos del Centro de Estudios Públicos. 

Si bien “desde arriba” puede verse un recambio generacional y de partidos que tiene su origen en movimientos “desde abajo”, la canalización y representación del malestar social que reventó las calles en 2019 no es para nada algo seguro. Hubo mucha gente que tampoco en la segunda vuelta quiso salir a votar.

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En Chile, la “pesada herencia” del ciclo anterior es precisamente esa desmovilización. Una ciudadanía que de la política y los partidos no espera nada, y que se manifiesta a través de la apatía y la furia. Para que sea exitosa, la segunda transición deberá intentar recomponer ese vínculo. Le corresponde a una nueva generación de dirigentes encarar esa tarea.

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