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12 de noviembre 2021

Ignacio Hutin

LA MURALLA EUROPEA

Tiempo de lectura: 7 minutos

Imaginá un bosque frondoso en medio de una tierra hostil, en un otoño tardío que se parece demasiado al invierno. Imagina el frío, el hambre, el agotamiento. Escuchás disparos en la oscuridad, quizás sean tiros al aire para asustarte, quizás a un árbol o a un animal para matar el aburrimiento de soldados enmascarados y sin identificación; tal vez apunten a un ser humano que resulte molesto. Imposible saberlo. Pensá en la incertidumbre del callejón sin salida o, mejor, el saberse casi literalmente entre la espada y la pared. Porque no será una espada sino decenas de fusiles y no será una pared sino las vallas metálicas, el alambre de púa, las cámaras, los helicópteros y los soldados al otro lado de la frontera que te apuntan con sus fusiles. En el medio, entre las armas de dos países que te detestan, imaginá que estás vos y tus hijos y tus hermanos y el peso de toda tu existencia en una mochila. Y el miedo. Siempre el miedo.

La frontera entre Polonia y Bielorrusia es mucho más que el límite entre dos países, es también el fin de la Unión Europea y de la OTAN, una suerte de renovada cortina de hierro que separa al mundo occidental de la esfera de influencia de Moscú. Esta semana esos dos universos chocaron y, en el medio, quedaron unos 2500 migrantes provenientes de Siria e Irak. Todos ellos volaron a Minsk, capital bielorrusa, con visas tramitadas en embajadas en Ankara, Bagdad o Damasco. Es decir que llegaron legalmente a un país que aceptó recibirlos a cambio del pago que corresponde al trámite consular: alrededor de 2500 dólares, según algunas entrevistas. Pero hoy acampan en un bosque junto a la frontera y esperan. Y hay al menos 10 mil migrantes más en Minsk y otras ciudades bielorrusas.

La frontera entre Polonia y Bielorrusia es mucho más que el límite entre dos países, es también el fin de la Unión Europea y de la OTAN, una suerte de renovada cortina de hierro que separa al mundo occidental de la esfera de influencia de Moscú.

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¿Qué pasó en el medio? ¿Cómo estas miles de personas pasaron de ser recibidas y bienvenidas en un aeropuerto a ser empujadas hacia una valla metálica que divide a dos países? Este escenario sumamente complejo tiene muchas aristas y muchos responsables. El primer punto es la misma Bielorrusia, en donde gobierna desde 1994 Aleksandr Lukashenko, el único presidente que ha tenido esta ex república soviética. El año pasado hubo elecciones y el todopoderoso mandatario obtuvo oficialmente algo más del 80%, cifra tan poco creíble que las protestas no se hicieron esperar. Fueron masivas y duramente reprimidas. Hubo decenas de miles de detenidos, denuncias de tortura, muertes y la candidata opositora Svetlana Tijanovskaya debió exiliarse en la vecina Lituania. Buena parte del occidente europeo no reconoce la autoridad de Lukashenko y ha impuesto sanciones económicas contra su país, obligándolo a acercarse más que nunca a Moscú, que es hoy por hoy el único salvavidas de un gobierno cada vez más represivo.

Quizás sea una respuesta simplista, pero no son pocos los que ven en esta historia una extorsión de Bielorrusia hacia la Unión Europea: levantan las sanciones o mando a miles de personas a tu país. Sería también una suerte de represalia a Polonia que, junto con Lituania, fue de los países que más fuertemente apoyaron a Tijanovskaya y a otros representantes de la oposición bielorrusa. No hay dudas de que este flujo incesante de personas está organizado por Lukashenko. Así lo prueban las imágenes de decenas de soldados enmascarados empujando a los migrantes hacia las vallas metálicas, obligándolos a romperlas, a cruzar la frontera sea como sea. Y, cuando no se puede, los mismos soldados enmascarados impiden violentamente el regreso a territorio bielorruso.

Semanalmente llegan a Minsk casi 60 vuelos desde Medio Oriente, de los aeropuertos de Beirut (Líbano), Damasco (Siria), Bagdad y Erbil (Irak), Dubái y Ras al Jaima (Emiratos Árabes), Estambul y Antalya (Turquía). Y la autoridad de aviación civil de Bielorrusia aprobó 40 nuevos vuelos semanales. Es poco probable que esos cerca de 100 aviones lleguen repletos de turistas ansiosos por conocer la fortaleza de Brest o la bonita avenida Independencia de Minsk.

No hay dudas de que este flujo incesante de personas está organizado por Lukashenko. Así lo prueban las imágenes de decenas de soldados enmascarados empujando a los migrantes hacia las vallas metálicas, obligándolos a romperlas, a cruzar la frontera sea como sea.

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El Ministerio de Relaciones Exteriores de Irak envió un comunicado al gobierno polaco en el que expresa preocupación por la situación de los ciudadanos iraquíes “que intentan ingresar a la UE a través de Bielorrusia, que ofrece procedimientos de visado simplificados”. También dijo que ordenaría el cierre de los consulados bielorrusos en Bagdad y Erbil. Es decir, Minsk aparentemente atrae migrantes con el sólo propósito de empujarlos hacia Polonia y provocar una nueva crisis, como cuando en 2015 más de un millón de personas, mayoritariamente sirias, solicitaron asilo en la Unión Europea. Entonces el bloque continental implementó una política de cuotas por país, un número de refugiados que cada Estado miembro debía recibir de acuerdo a su tamaño, población y capacidad económica. Polonia dio un no rotundo y no aceptó ni a un solo refugiado. Ganó el nacionalismo, el racismo, la islamofobia y la nula empatía que desde ese año dominan Varsovia.

Pero la Unión Europea aplicó entonces una segunda estrategia que consistía en parar el flujo migratorio en Turquía. El precio fue de 6 mil millones de euros de aportes a Ankara y ese precedente seduce a Lukashenko, pero también a Rusia. Es por eso que Serguei Lavrov, Ministro de Asuntos Exteriores de Moscú, dijo que “una forma eficaz de salir de la crisis será el apoyo financiero a Bielorrusia siguiendo el modelo de Turquía, para que el gobierno de Minsk pueda mantener el flujo de los refugiados en un nivel aceptable. Los países de la UE deben evitar el doble estándar y aceptar la responsabilidad de lo sucedido”. María Zajárova, Directora de Prensa del mismo Ministerio fue más explícita: “Polonia es responsable de los refugiados, que son mayormente kurdos iraquíes. Polonia fue uno de los Estados más activos en la operación militar internacional en Irak en 2003 y participó directamente en la destrucción del país”.

El Ministerio de Asuntos Exteriores de Bielorrusia siguió la misma línea que sus colegas rusos: la responsabilidad es de Polonia y “los intentos insolentes de trasladar la responsabilidad por la situación migratoria a Bielorrusia son extremadamente torpes”. Aunque el primer comunicado oficial de Minsk no aclaraba de qué o por qué era responsable Polonia, ni tampoco cómo podría Bielorrusia desprenderse de la responsabilidad de velar por ciudadanos extranjeros en su propio territorio, que ingresaron legalmente, con visado y todos los documentos en regla. Mucho menos aclaraba para qué los migrantes son empujados a la frontera.

La responsabilidad de la OTAN y de la UE respecto a los ciudadanos iraquíes es insoslayable. No hay dudas de que la invasión a Irak, justificada por aquellas supuestas armas de destrucción masiva, afectó duramente a buena parte del territorio. Y tampoco debe olvidarse que los kurdos iraquíes realizaron un referéndum independentista en 2017 y que, pese a casi un 93% de votos a favor de la creación de un Kurdistán independiente, fue ninguneado por occidente.

La responsabilidad de la OTAN y de la UE respecto a los ciudadanos iraquíes es insoslayable. No hay dudas de que la invasión a Irak, justificada por aquellas supuestas armas de destrucción masiva, afectó duramente a buena parte del territorio. .

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Polonia en particular carga con el peso de no haber recibido refugiados en 2015. El partido Ley y Justicia continúa en el poder y tiene bajo su control tanto la presidencia como la mayoría del Parlamento. Y no, claro que no ha cambiado sus posturas respecto a la migración. Desde Varsovia los kurdos se ven como un riesgo, como invasores que atentan contra la identidad cristiana de Europa.

Mientras tanto, la UE habla de “ataqué híbrido”, acusa a Lukashenko de “instrumentalizar a los migrantes con fines políticos” y amenaza con imponer nuevas sanciones, tanto a Minsk como a “las aerolíneas de terceros países que participan activamente en la trata de personas”. Lukashenko redobla la apuesta: dice que cortará el paso de gas natural ruso hacia Europa occidental si se imponen nuevas sanciones. Y que solicitará bombarderos rusos con capacidad nuclear para ayudarlo a sortear la crisis. Como si la retórica agresiva y beligerante pudiera resolverlo todo.

La UE habla de ataqué híbrido y acusa a Lukashenko de instrumentalizar a los migrantes con fines políticos. Lukashenko redobla la apuesta: dice que cortará el paso de gas natural ruso hacia Europa y que solicitará bombarderos rusos con capacidad nuclear para ayudarlo.

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El punto que resta dilucidar es por qué los migrantes son empujados a ese cruce fronterizo en particular, por qué no a otro paso entre Bielorrusia y Polonia, por qué no a la frontera con Lituania o Letonia, que también son miembros de la UE y de la OTAN. La frontera entre Polonia y Lituania es conocida militarmente como Brecha de Suwalki, una línea de poco más de 100 kilómetros que separa a ambos países pero conecta a Bielorrusia con el exclave ruso de Kaliningrado. Esta suerte de pasillo en medio de dos territorios hostiles es la única conexión entre los Estados del Báltico y el resto de la Unión Europea. Es, por lo tanto, una zona sensible, vulnerable y altamente militarizada, en especial a partir de 2017. El paso fronterizo de Kuznica es el más boreal entre Polonia y Bielorrusia y se encuentra a menos de 50 kilómetros de la Brecha de Suwalki. En pocas palabras, es el lugar ideal para desestabilizar si Minsk pretende extorsionar al oeste del continente, tal vez para que se levanten las sanciones, quizás para recibir ayuda financiera. O tan sólo para que la cúpula de Bruselas se siente a negociar con Lukashenko y lo reconozca como presidente legítimo por primera vez desde las elecciones de 2020.

Pero nada de eso importa en el campamento junto a la frontera. En el bosque se escuchan disparos y hace frío. Imaginalo. Pensá en la falta de certezas, en que tal vez los más de dos mil migrantes nunca puedan cruzar a Polonia, en que quizás ni siquiera les permitan regresar a Minsk. Hoy son rehenes de una situación ajena, tan sólo instrumentos para una disputa política entre dos países que los detestan y que jamás quisieron recibirlos ¿Escuchás? ¿Lo ves? Ahí están esperando. Pronto comenzará a nevar sobre las carpas y también sobre las cabezas de hombres y mujeres exhaustos, hartos de verse como la pelota que se pasan dos equipos rivales a las patadas.

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