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03 de marzo 2022

Ignacio Hutin

LA GUERRA CONTRA EL CLICHÉ

Tiempo de lectura: 8 minutos

Vladimir Putin no decidió la invasión a Ucrania de un día para el otro. Por el contrario, lleva años insistiendo en amenazas que casi nadie creyó, que en general se entendían como bravuconadas o parte de esa retórica incendiaria tan frecuente en la política internacional. Pero hubo señales que marcaron el camino a este desenlace. Una serie de eventos desafortunados a lo largo de las últimas décadas que llevan al hoy, a los misiles que caen sobre Kiev y otras grandes ciudades ucranianas.

El planteo general de Moscú se relaciona con una reestructuración de las políticas de seguridad y defensa de Europa. Estas políticas se establecieron en los 90, cuando la Unión Soviética recién se había disuelto y Rusia se encontraba en una situación social, política y económica sumamente frágil. Claro que no podía imponer ningún tipo de demanda entonces. Pero la Rusia de Putin no es la de Yeltsin. Putin es un líder nacionalista y fuerte, sí, pero también es ambicioso: sabe lo que quiere y, al menos, cree saber cómo conseguirlo. Y hasta ahora no le ha ido nada mal.

Las demandas rusas son claras: limitar la expansión de la OTAN y que la organización retire armamento pesado de Estados que ya son miembro, pero que se encuentran demasiado cerca de las fronteras de la Federación de Rusia. Desde 1999, la alianza ha incorporado a 14 nuevos miembros, todos ellos en Europa Oriental o Balcanes, de los cuales 11 pertenecieron al Pacto de Varsovia, entre ellos 3 que fueron parte de la propia Unión Soviética: Estonia, Lituania y Letonia. Hoy son aspirantes a sumarse Ucrania y Georgia, dos ex repúblicas de la URSS, y Bosnia, ex república yugoslava.

Es lógico que Rusia vea esta expansión, este acercamiento a su propio territorio, como una amenaza. La OTAN nació como una alianza militar defensiva poco después del final de la Segunda Guerra Mundial y en el marco de la Guerra Fría, con el Pacto de Varsovia como claro rival al otro lado de la cortina de hierro. Sin Guerra Fría, sin Pacto de Varsovia, no hay de quién defenderse. No es extraño entonces que el Kremlin vea esta expansión ya no como defensiva, sino como ofensiva y que demande un límite. Al fin y al cabo, alguna vez Estados Unidos reaccionó igual ante el mismo dilema: tampoco le gustó que Moscú pudiera instalar misiles en Cuba, tan cerca de territorio estadounidense. La crisis de 1962 es un antecedente a tener en cuenta.

Pero occidente ninguneó estas demandas, no quiso escuchar. Quizás esta invasión se hubiera evitado si OTAN atendía a Rusia y respondía con algo muy simple: Ucrania no se va a incorporar a la alianza. No porque Putin no quiera, sino porque no puede hacerlo. Ucrania no cumple con los requisitos formales para ser miembro, no controla la totalidad de su territorio (ni Crimea ni la región oriental del Donbass), es el país más pobre de Europa en términos de PBI per cápita, tiene el segundo índice más alto de corrupción del continente, está en guerra desde hace casi 8 años y es altamente dependiente de los aportes extranjeros. Sumar a un país así le significa más perjuicio que beneficio a la organización noratlántica. Quizás hubiera bastado con responder esto.

"Quizás esta invasión se hubiera evitado si OTAN atendía a Rusia y respondía con algo muy simple: Ucrania no se va a incorporar a la alianza. No porque Putin no quiera, sino porque no puede hacerlo."

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Otro punto relevante de esta escalada es 2014. La guerra en Donbass estalló a partir de la caída del gobierno de Víktor Yanukovich, presidente ucraniano muy cercano a Putin. Para Ucrania, se trató de una revolución popular que derrocó a un déspota cuya represión terminó con la vida de más de 100 personas. Para Rusia, fue un golpe de estado. Yanukovich abandonó Kiev en febrero de ese año argumentando que habían querido matarlo, que su vida corría peligro. El Parlamento consideró que había renunciado y nombró como presidente interno a Oleksandr Turchynov, quien llevó adelante la etapa más brutal de la guerra, bombardeó zonas civiles y dictaminó que prácticamente todos los habitantes del oriente ucraniano eran terroristas. Pero Yanukovich no renunció formalmente y tampoco hubo juicio político, habilitando así la lectura de golpe de estado y la rabia de Moscú y de los rusos en la propia Ucrania. Un impeachment in abstentia era suficiente para cerrar la historia. Pero no, nadie quiso hacerlo.

Al momento de anunciar la invasión, Putin dijo que se trataba de una “operación especial” con el objetivo de “desmilitarizar y desnazificar”. Es cierto que existen grupos neonazis armados en Ucrania, muchos de los cuales forman parte de la Fuerzas Armadas. Probablemente el más famoso de ellos sea el Batallón Azov, con base en Mariupol. Pero de ninguna forma tienen la fuerza e iniciativa que Putin les atribuye. Incluso han perdido apoyo desde el inicio de la guerra en 2014. Prueba de ello es que tan sólo una de las alas políticas de estas agrupaciones forma parte del Parlamento: ocupa una sola banca. Las ultraderechas de Francia o Alemania tienen mucho más peso.

También es cierto que, desde 2004, en Ucrania se reivindica oficialmente al Ejército Insurgente Ucraniano (UPA, por sus siglas en ese idioma), agrupación paramilitar que se enfrentó a la URSS durante la Segunda Guerra Mundial, se alió al nazismo y llevó adelante matanzas sistemáticas contra civiles polacos, judíos y rusos, especialmente en el occidente del país. Pero eso no se traduce en que Ucrania sea un país nazi, por más que sea necesaria una relectura histórica, un replanteo, una autocrítica. Porque hasta Israel y Polonia han criticado este tipo de reivindicaciones.

"Al momento de anunciar la invasión, Putin dijo que tenía el objetivo de “desmilitarizar y desnazificar”. Es cierto que existen grupos neonazis armados en Ucrania. Pero eso no se traduce en que Ucrania sea un país nazi, por más que sea necesaria una relectura histórica."

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La guerra interminable en Donbass es otra de las razones que esgrime Putin. Ucrania se negó a cumplir con los Acuerdos de Minsk, firmados en septiembre de 2014 y febrero de 2015 por representantes de Rusia, Ucrania, Alemania, Francia y las dos repúblicas autoproclamadas del oriente ucraniana y con el objetivo de alcanzar la paz en la región. Estos tratados garantizaban cese al fuego, amnistía general para los insurgentes del Donbass, diálogo entre Kiev y las autoridades separatistas y reincorporación de estos territorios a Ucrania, pero con una autonomía especial. Salvo el primer punto, que no fue cumplido por ninguna de las partes, todo lo demás es responsabilidad de Ucrania. Y Minsk nunca se implementó porque las protestas en todo el país fueron muy importantes. Los manifestantes no aceptaban premiar a lo que el Estado considera “terroristas” con amnistía, diálogo y autonomía. Nadie presionó a Ucrania para que cumpliera con su compromiso ni para que se hiciera cargo de los grupos neonazis al interior de sus fuerzas armadas. Y la guerra nunca terminó, jamás cesaron los ataques a una región predominantemente rusoparlante como el Donbass. Como siempre, los que más sufrieron fueron los civiles.

Claro que no sería correcto achacarle toda la responsabilidad a Kiev. Aunque lo negara oficialmente, Rusia participó de la guerra en Donbass, armó a las repúblicas autoproclamadas e incluso decidió quiénes serían sus líderes. Esto fue particularmente obvio durante el verano boreal de 2014, cuando las fuerzas separatistas estaban prácticamente cercadas. Sin esos aportes, sin esa nafta que Rusia echó al fuego del Donbass, quizás la guerra hubiera terminado hace ya mucho tiempo.

Así pasaron casi 8 años de un conflicto olvidado, de demandas rusas atendibles que nadie escuchó, de fomento a la xenofobia y de agresiones incluso entre civiles. Hubiera sido tanto más fácil obligar a Ucrania a cumplir con Minsk.

Pero nada, nada, nada de esto justifica los ataques. Si Rusia pretendía alcanzar la paz por la fuerza, hubiera bastado con (terminar de) ocupar el Donbass. Ucrania no hubiera atacado una región con alta presencia militar rusa, de la misma forma en que hoy Georgia no ataca a Abjasia ni Moldavia ataca a Transnistria, territorios que ambos países reclaman pero no controlan. Pero no, Moscú decidió ir por todo y “desmilitarizar” a Ucrania. Eufemismo para bombardear lo que sea en prácticamente todo el país. El Ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, dijo que Ucrania escondía armamento en zonas civiles, que estaba obligando a Rusia a atacar ya no objetivos militares, sino también cualquier lugar del país. Decisión ridícula, injustificada e indefendible, además de que implica una importante cantidad de crímenes de guerra por los que alguna vez tendrán que pagar las autoridades de Moscú.

"Si Rusia pretendía alcanzar la paz por la fuerza, hubiera bastado con (terminar de) ocupar el Donbass. Ucrania no hubiera atacado una región con alta presencia militar rusa. Pero no, Moscú decidió ir por todo y 'desmilitarizar' a Ucrania. Eufemismo para bombardear lo que sea."

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De la misma forma en que Putin exagera el poder y la influencia de los grupos neonazis en Ucrania, también sobredimensiona el alcance de la rusofobia en relación al Donbass. Incluso llegó a hablar de “genocidio” contra las poblaciones étnicamente rusas o rusoparlantes. Sí, claro que hay rusofobia que sí, es promovida desde el Estado. Pero que tan sólo el 20% de las cerca de 14 mil víctimas fatales de la guerra sean civiles, prueba que nunca hubo una intención de matanza sistemática contra los habitantes locales. Eso no significa que no haya que prestarle atención a la ultraderecha armada en Ucrania.

Si Ucrania cumplía con Minsk, si la OTAN intentaba negociar, si Yanukovich era destituido legalmente y si Kiev se hacía cargo de sus problemas internos, Putin hubiera tenido MUCHOS menos argumentos para atacar. O quizás hubiera atacado igual, quién sabe. Pero al menos sería menos la gente que lo apoya y justifica.

Ahora Rusia ha tirado sus demandas por la borda. No sólo no alcanzó el objetivo de presionar y deslegitimar a la OTAN y obligarla a escuchar sus demandas, sino que logró todo lo contrario. Los ataques a Ucrania unificaron posiciones al interior de la alianza e incluso países tradicionalmente neutrales, como Finlandia y Suiza, ahora se le acercan más que nunca. Como si fuera poco, Putin está logrando que más países se sientan vulnerables y dependientes ¿Cómo se le dice a un letón o a un lituano que no necesita de la OTAN después de esto? O mejor aún, ¿cómo decírselo a un moldavo o a un georgiano, que ni siquiera controlan la totalidad de su territorio y que tienen antecedentes bélicos relativamente recientes? Es imposible.

"Rusia ha tirado sus demandas por la borda. No sólo no alcanzó el objetivo de presionar y deslegitimar a la OTAN y obligarla a escuchar sus demandas, sino que logró todo lo contrario. Como si fuera poco, Putin está logrando que más países se sientan vulnerables y dependientes."

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Un último punto a considerar es que Ucrania no cuenta con arsenal nuclear desde 1994. El Memorándum de Budapest dejó al país sin ese poder de disuasión y llevó a la desnuclearización total a cambio de defensa internacional en caso de ataque. Pero ningún Estado firmante lo respetó y no defendieron a Kiev ni Rusia, ni Bielorrusia, ni Estados Unidos, ni el Reino Unido, ni Kazajistán. Nadie cumplió y es Ucrania quien hoy sufre las consecuencias.

Ahora es demasiado tarde para lamentar lo que podría haberse hecho y no se hizo. Resta esperar que esta vez se tomen las decisiones correctas: que la OTAN negocie y que no intervenga en suelo ucraniano ampliando y agravando el conflicto, que Rusia no utilice armamento pesado sobre zonas civiles y mucho menos armamento nuclear, que Ucrania ceda a algunas de las demandas, y que las sociedades rusas y ucranianas presionen a sus gobernantes para alcanzar un acuerdo. Cualquier otra alternativa sería catastrófica.

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