
LA DEMOCRACIA Y LA BANALIDAD DEL BIEN
Como acontecimiento político, el aniversario por los cuarenta años de la democracia está pasando sin pena ni gloria en un presente devorado por la crisis y las urgencias que afectan a la mayoría de los argentinos y las argentinas. Se producen encuentros académicos, se escribe algún que otro dossier en revistas especializadas, se realizan seminarios o webinarios (que ni siquiera demandan el “incordio” de la presencialidad), pero nada que tenga un impacto político significativo.
Se debe a la crisis, pero también a que la democracia dejó en evidencia las limitaciones que son constitutivas de su naturaleza: como arquitectura político-institucional se ha degradado hasta el nivel de negar libertades democráticas elementales y desde el punto vista sustantivo (económico-social), ha sido el contexto en el cual el país retrocedió a niveles desconocidos para los parámetros de su propia historia en términos de derechos sociales.
En medio de esa apatía, irrumpen como fantasmas hechos que recuerdan la historia que estuvo en la génesis de esta democracia y que condicionaron su devenir en las últimas cuatro décadas. Aquellos acontecimientos que, según León Rozitchner, rompen «la apariencia política que separa a la democracia de su propio origen: la violencia apaciguadora del terror que la funda».
Como acontecimiento político, el aniversario por los cuarenta años de la democracia está pasando sin pena ni gloria en un presente devorado por la crisis y las urgencias que afectan a la mayoría de los argentinos y las argentinas
Las Abuelas de Plaza de Mayo encontraron al Nieto 133. Hijo de Cristina Navajas y de Julio Santucho. Se puede narrar gran parte de la historia argentina reciente a través del itinerario de los Santucho. La valentía y los desconciertos de una generación; la envidiable fuerza moral que nacía desde las entrañas de una historia atravesada por siglos de opresiones y los tremendos problemas de táctica y estrategia política. Cualquiera que haya leído el impactante Monte Chingolo de Gustavo Plis Sterenberg puede dar cuenta de lo primero y quien haya observado con honestidad intelectual los lineamientos políticos y sus resultados, puede certificar lo segundo. Al diablo le gustan los detalles y uno que sorprendió en el caso del Nieto 133 fue el mensaje encriptado que dejaron los militares como huella del terror: cuando todos los cálculos infieren que el Nieto 133 habría nacido a fines de febrero de 1977, los militares lo inscribieron en una fecha emblemática y siniestra: el 24 de marzo de ese mismo año.
En paralelo, el director general y jefe de personal de Molinos Río de La Plata durante la dictadura militar, Emilio Parodi, fue detenido por orden del juez federal Ernesto Kreplak, en una causa que investiga la responsabilidad del directorio de la empresa en secuestros, torturas y desapariciones de sus trabajadores. Los testigos aseguran que el 7 de julio de 1976, personal del Ejército entró en la fábrica con una lista que tenía los nombres de algunos trabajadores y un membrete en el que se leía Molinos Río de la Plata. Ese día, los militares se llevaron a un grupo de obreros que pasaron a integrar la lista de los desaparecidos. Cuarenta años después, la democracia encuentra un caso aislado que se suma a una larga lista de “casos aislados” como los sucedidos en los ingenios La Fronterita y Ledesma en Jujuy; la empresa de transporte La Veloz del Norte (Salta); Acindar en Villa Constitución (Santa Fe); Dálmine Siderca en Campana (Buenos Aires); Astilleros Astarsa en la zona norte del Gran Buenos Aires; las cerámicas Lozadur y Cattáneo; las autopartistas Ford, Mercedes Benz, Fiat y Grandes Motores Diesel (Buenos Aires y Córdoba); Bunge&Born y Grafa en Capital Federal; Astilleros Río Santiago en Ensenada, Petroquímica Sudamericana y Swift en La Plata; Alpargatas (en Capital, Buenos Aires y Tucumán), Loma Negra (en Olavarría y Barker) y hasta en el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca. En todos los casos se comprobó un trabajo conjunto entre las FFAA y el personal jerárquico de las empresas, una tarea que incluyó facilitación de información de los empleados, detenciones en los lugares de trabajo, uso de los predios para la represión, aporte de materiales, equipamiento, personal, logística y fondos en dinero. El guionista y director de cine Jonathan Perel estrenó en 2021 Responsabilidad empresarial en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, un documental que narra todos estos hechos y que no llegó a la taquilla de la notable Argentina, 1985, no sólo por razones de calidad estética o narrativa.
Para Traverso, la veneración de la memoria terminó superpuesta a la historia o, incluso, la absorbió. La “memoria de las víctimas” reemplazó a la “memoria de las luchas” y el testimonio a las conclusiones políticas
El balance en la contabilidad de Molinos Río de la Plata es una reducción a escala de los objetivos económicos del “Proceso”. La periodista Luciana Bertoia reveló que las finanzas de la agroalimentaria mejoraron a medida que la represión escalaba. Según el análisis que hizo la Oficina de Investigación Económica y Análisis Financiero (Ofinec), algunos datos son elocuentes de ese beneficio para los empresarios: los resultados se incrementaron en un 358 por ciento entre el ejercicio de 74-75 y 75-76; el costo laboral –que representaba el 14 por ciento de los costos y gastos de la entidad para el 31 de julio de 1975– cayó al 8 por ciento al 31 de julio de 1977, y en 1975 la empresa tenía 4540 empleados mientras que para 1983 la plantilla se había reducido a 3851, pese a la multiplicación de las plantas. Aunque sean numerosos y configuren un sistema, siempre deben ser “casos aislados” porque no se puede permitir la traición al secreto sobre el que se fundó el juego político de la democracia.
En su Almirante Cero (Planeta, 2011), el periodista Claudio Uriarte fijó los límites estructurales del régimen surgido luego de la dictadura haciendo foco en el Juicio a las Juntas: “La paradoja del Juicio consistía en que se juzgaba a los ejecutores del Proceso, pero no a los procesistas, a los jefes militares, pero no a los beneficiarios económicos y políticos directos o indirectos. Un Nüremberg en regla habría requerido el triunfo del bando enemigo, pero en la Argentina el único triunfo contra los militares lo había obtenido Gran Bretaña. Por eso el único juicio posible era el que las clases dominantes podían permitir: el que se hacía a una corporación que había permanecido en el poder mucho más tiempo de aquel por el cual había sido bienvenida”. Los juicios debían tener necesariamente un límite temporal y uno físico. El límite temporal fue un “punto final” hacia atrás: todo lo acontecido antes del Golpe no era materia juzgable; las puertas de las fábricas y las empresas constituyeron el límite físico.

Esta operación de ocultamiento de los “beneficiarios finales” (como se dice en el intrincado mundo de la fiscalidad) debía ir acompañada por otra: la angelización de las víctimas. En una de las entrevistas de estos días a Julio Santucho surgió una pregunta: ¿todo aquello valió la pena? (la referencia era, obviamente, a la insurgencia de los años ’70). Un interrogante que encierra otro (¿no se arrepiente de nada?). La teoría de los dos demonios fue sacada del papel en el prólogo del Nunca más, pero eso no significa que haya sido extirpada de ciertos sentidos comunes, puede seguir habitando en los oscuros rincones en los que la subjetividad se modela, en ese complejo nudo de víboras en el que se enmarañan los miedos, la imaginación y la razón de una época. Para este sentido común, las víctimas en la posdictadura terminan de consagrarse como tales cuando se arrepienten y cuando su historia se reduce a memoria, es decir, se despoja de su politicidad.
En su Almirante Cero (Planeta, 2011), el periodista Claudio Uriarte fijó los límites estructurales del régimen surgido luego de la dictadura haciendo foco en el Juicio a las Juntas
El historiador Enzo Traverso estudió el rol jugado por el Holocausto en la construcción de una memoria global del siglo XX. Exploró la operación político-ideológica que transformó a los vencidos en meras víctimas. Para Traverso, la veneración de la memoria terminó superpuesta a la historia o, incluso, la absorbió. La “memoria de las víctimas” reemplazó a la “memoria de las luchas” y el testimonio a las conclusiones políticas.
Frente a la tan citada banalidad del mal, esta fue la forma en la que se construyó su reverso: la banalidad del bien. Aquella que borra las especificidades políticas, los contextos, los matices y coloca a todos en el lugar de meras víctimas. Para hacer borrón y cuenta nueva desde 1983 olvidando las continuidades por arriba y por abajo y construyendo un clivaje en el que todos fueron demócratas de la primera hora.
Quizá, cuarenta años después, antes que un festejo inocente del fin de la dictadura y del inicio de la democracia, sea necesaria una lectura política (táctica y estratégica) sobre las marcas que establecieron los límites de lo imaginable y que todavía subsisten hasta el presente.