Un momento...

02 de mayo de 2025

02 de mayo de 2025

24 de noviembre de 2024

LA CANCIÓN ES EL TEMPLO

Florencia Angilletta & Martín Rodríguez

Tiempo de lectura: 7 minutos

“¡Esta historia no ha terminado!”

Vox Dei se llamaba Mach 4. Y eran de Quilmes. Y no cantaban en español hasta que Spinetta les avispó las gracias del idioma. Dicen que dijo: en español, muchachos. Y para ellos, entonces, el idioma de los argentinos tuvo su primera versión, azúcar amarga. Así, la metáfora involuntaria de hacer “rock en castellano” para unos tipos más argentinos que el asado. In the beginning was the Word. Bueno: En el principio era el Verbo. Willy Quiroga –bajista, alma mater, fundador de Vox Dei– decía “mi señora”. No “mi chica”, ni “mi compañera”. Oh darling: mi señora. Esa fue la señal para comprender su sociología. Criado en Virreyes, crecido en Quilmes, forjado en el folclore. Y un día escuchó. Y un día fue bajista. Ricardo Soulé le contó a Willy que tenía una idea loca en el colectivo. Soulé recibió “inspiración” de las historias bíblicas en boca de un polaco, se trataba del papá de su esposa. Willy hizo un dibujo: un hombre con raíces en sus pies crece hacia el sol. El rumor fue vox pópuli, y Vox Dei hizo su interpretación de la Biblia. Willy era el Antiguo Testamento, Soulé eran los nuevos evangelios. Vox Dei, con el sonido de fondo de la “Revolución Argentina”, tuvo el visto bueno en una curaduría de raje que hizo el clero y se contó mil veces: Emilio Grasselli les dijo que dijeron en una estrofa lo que a él le hubiera llevado una vida. Los dedos en el enchufe de la síntesis. “A quemar los arboles que no son míos”. La contracultura, como señala Simon Reynolds, “está repleta de fantasías neptúneas y cultos de adoración al agua”. Niños del océano, flotar en el cielo. Todo es agua. Vox Dei fue directo a Moisés, sin peaje lisérgico. Los textos sacros también en esos años fueron bajados del pedestal. También flotaban en las aguas.

Alguien debía responder cuántos años separaban “La balsa” de “Guerras”. El salto cuántico de la canción. Cuarteteando: Quiroga, Soulé, Juan Carlos Godoy y Rubén Basoalto. Desde Génesis hasta Apocalipsis, del Antiguo al Nuevo Testamento. La batería dicen que la prestó Oscar Moro (otro grande en el cielo); también hubo un equipo Marshall que prestó Emilio del Guercio. No es casual: ahí estaban las dos fuentes bautismales del rock, nuestra inundación primigenia. La grabación fue maratónica, descomunal. Horas y horas. “Génesis”, “Moisés”, “Las Guerras”, “Profecías”, “Libros Sapienciales”, “Cristo-Nacimiento”, “Cristo-Muerte y Resurrección”, “Apocalipsis”. Ritmo y contra-ritmo, mil canciones adentro de cada una, mamushkas, cajas chinas. ¡¿Qué es esto?! Bautismal, griego, artístico, osado, oscuro, folk, argentino. La Biblia es todo a la vez. La Biblia es un disco ecuménico. ¿Qué somos? Un disco que pasa por el embudo criollo la historia universal. La de una civilización, la de su camino y resurrección. ¿Qué fue el rock barrial antes de la palabra conurbano? Cuando Dios estaba en las cosas. Como dijo Hesíodo: los trabajos y los días. La guerra, el nacimiento, lo que muere, la amistad, lo que se labra, al sol. Si Manal hizo pasar por su blues el tango, Vox Dei hizo pasar por sus “Libros sapienciales” una misa criolla labrando la tierra.

Isaías, poeta favorito de Jesús, podría haber escrito: “Voy a cortar la hiedra que la envuelve y le da frío, y a voltear el muro que me cierra el camino y a quemar los árboles que no son míos”. El rock nació mal. El rock argentino. El rock nació cristiano. Y, perdón, el rock nació justicialista: su filosofía de garaje también era ni yanqui ni marxista. Y, como Perón en 1974, llevaba encima la “preocupación ambiental”. Cuando al tango le pasó Piazzolla por encima y se podía escuchar en el cuarto. Cuando a la política le pasaron los sesenta por encima y entre la sangre y el tiempo… ya sabemos. Valgan también las efemérides: en el primer B.A. Rock tocaron un instrumental del Génesis, el primero compuesto. Fue el sábado 21 de noviembre. Junto con Victoria, Gamba Trío, Zandunga, La Gota de Grasa Blues Band. Compartieron escenarios. De padres a hijos que labraban la tierra y sus instrumentos.

La Biblia todavía es un disco brutal de una época sobrecargada de narraciones. Gargantas salvajes y cristianas, las del sexo, las de las armas por venir, las de las cuerdas, las de las líricas, las de los bolsillos. Esas almas que dijo Oscar Terán conformaban los sesenta pasadas por una jarra loca, la del parto setentista. Jorge Álvarez, un irreductible, estuvo vinculado con este disco. La oreja de Jorge Álvarez fue como la del cura Castellani. Dos orejas que dijeron: acá hay algo. Algo importante. Nuestras orejas del siglo XX. Vox Dei fue este disco, este nunca se puede hacer de nuevo. La Biblia fue nuestra vanguardia.

La presencia itinerante de Willy era una forma medieval del rock y la electricidad argentina

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La Generación Que Fue Al Muere les pudo gritar como el público a Bob Dylan: ¡Judas! Les pudo gritar eso a los que en vez de crear células guerrilleras para tomar el cielo (o el peronismo) por asalto formaron su banda de garaje. Vox Dei tenía su respuesta: “Lo que ves ya se ha visto ya”. ¿La masacre estaba anunciada? ¿A quién se le ocurre escribir la Biblia cinco minutos después de que empezó todo? Poco, nada y todo. No importa el detalle. En esto no importa el detalle. Que si Jorge Álvarez, que si los discos conceptuales, que si el aceite se pasó o se pasó la historia “relatada”. Como en las grandes cosas: el mensaje debía llegar. Los asuntos cristianos comenzaron cuando comenzó todo eso de “hacer canciones propias y en el propio idioma”. Pedro y Pablo, Pastoral y la lírica tercermundista con guitarra criolla, incluso el disco de Porchetto (“Cristo Rock”) que quiso hacer época y se lo tragó la época, y todo eso que se asoció muy temprano desde el rock a la figura de Carlos Mujica, la terraza real en que tocaron nuestros rockeros (las terrazas de chapa de Retiro, nuestro Abbey Road), todo eso, todo ese “Padre Francisco”, todo ese olor a canción de fogón en el hospicio arrasado, toda esa energía de Jesús para la liberación entre villeros y monjas en Woodstock, Cristo humano, Súperstar, sotanas con fierros, guitarra y fusil, todo ese ácido crepuscular se reabsorbe en Vox Dei. Vox Dei es canción de guerra antes de la guerra final, profecías, porque esa “época” y la sangre que los rodeaba iban a tener su evangelio. El parto de los setenta con sede en Quilmes antes de los grandes relatos. ¡Otro milagro argentino! Cuatro tipos que suenan como si Dios hubiera dicho: “y un día se compuso esta Biblia”. Y porque si la Biblia no es un libro (es una biblioteca), este disco no es un “disco”: es la caja de los truenos.

Sin La Biblia Vox Dei hubiera sido una gran banda de hard rock con grandes discos, y duros, nuestros Deep Purple del sur. Pero toda esa otra obra al lado de La Biblia los convierte, un poco, en los Danger Four de sí mismos, copia más débil de un original que ya no les pertenece. Mediúmnicos. Los delirios en las noches de la calle Zelaya. Soulé no podía dormir. Cuarenta días en el desierto. Vox Dei es la voz de las generaciones que llegaron a la música aprendiéndola en el folclore, en los patios de parroquia y de la escuela, en la colimba. “El mundo del hombre”. Nuestro Harlem salpicado con enchufes y velas. La Biblia moja el tuco de ese pan infinito: el de la argentinidad salida de una escuela parroquial. El otro guardapolvo blanco. El de las guitarras criollas, los rosarios en el pecho, las misiones al culo del mundo del país, la primera fila de la solidaridad (la de la colecta y la del bolsillo). Si estiramos las cuerdas: los pobres, ¡sí!. La Biblia es un disco nacido para ser masivo, más cantado en cuartos, misas o fogones que en estadios. Como pudo ser alguna vez un diario, o la misma Biblia: su lugar como el agua en cada casa. ¿Qué hay en todas las casas? ¿Qué hay en todas las cosas? Cómo ser de Quilmes antes del rock barrial: trabajadores antes del aguante. Willy nunca paró, su último video anunciando en Instagram que no tocaba más es como el cierre de una fábrica. Suena una armónica, pasa un rollo de paja por ese vacío. Ejecutor constante de la música de los setenta, el nombre de Vox Dei y de Willy lo encontrabas en teatros de Flores, de Castelar, de Lomas, de Mar del Tuyú, de San Bernardo, en los afiches de las avenidas del centro porteño, siempre de gira, no paraba, tocaba en Crónica Musical, la Iglesia de los últimos días del rock. La presencia itinerante de Willy era como esos “castillos” con muros de ladrillos a la vista, arcos de medio punto y escudos grabados: las subestaciones de la Ítalo que quedaron en la ciudad. Una forma medieval del rock y la electricidad argentina.

Simon Frith una vez escribió: “Desencadenar una voz es quitarle su individualidad, lo que nos lleva directamente a la cuestión de la identidad vocal, a la voz como persona”. Willy murió en Quilmes. Se fue otro de los últimos mohicanos, y su alma va hacia un “encuentro” al que le supo cantar como nadie. Tuvo la barba, el pelo y la destreza en los dedos de una época: vivió el siglo XX, y es otro más que se lo lleva con él. En un mes será Navidad. Willy en el cielo con diamantes: sus villancicos del Gran Buenos Aires acunarán generaciones. No todo está perdido, y, como él cantaba, “recuerda que sos mi amigo”.

“Y te cerrarán caminos por decir lo que es verdad”