02 de mayo de 2025

La Biblia de Vox Dei es una obra perfecta por muchos motivos. Uno de los principales: de ser todo lo contrario de lo que aparenta ser. Hacer una obra titulada “La Biblia” es un desafío gigante para quien sea. Pero mucho más para un grupo de rock. Y más para un grupo de rock en 1970. Y más para un grupo de rock argentino en 1970. Y más para un grupo de rock argentino del conurbano en 1970.
En 1970, Vox Dei editó su primer disco, “Caliente”. Vox Dei venía de Quilmes y no tenía mucho contacto con la escena incipiente del rock argentino, que estaba sobre todo en Buenos Aires. Vox Dei estaba en los márgenes. Pero le fue medianamente bien con el disco. Y enseguida se pusieron a pensar en un segundo.
A Vox Dei lo editaba el sello Mandioca, propiedad de Jorge Álvarez, editor y librero. Un tipo tan osado y admirado, como odiado. Tanto que fue el primer editor de Quino y por eso Quino le dedicó un libro; pero también fue el único al que Quino quitó de las dedicatorias en ediciones posteriores.
Daniel Divinsky, fundador de Ediciones de la Flor, incluyó a Jorge Álvarez en su texto “Mi panteón personal”, dedicado a las 13 personalidades que marcaron su vida, que escribió para la revista Orsai. Así arranca el texto que le dedica Divinsky:
“Y para que este panteón no se parezca al cielo donde todos los presentes son buenas personas, voy a incluir en él a Jorge Álvarez, editor. Como Borges afirmaba de los peronistas, Jorge no era malo, sino incorregible. Y la denominación Cirulaxia se la había atribuido Rogelio García Lupo, su amigo y de quien había publicado varios libros, precisamente porque los escrúpulos con sus autores no eran su principal rasgo.”

A Ricardo Soulé se le ocurrió hacer un disco sobre La Biblia y a sus compañeros de grupo (Willy Quiroga, Rubén Basoalto y Juan Carlos Godoy) les encantó la propuesta. Se lo comentaron a Jorge Álvarez, que les dijo que se pusieran a trabajar ya en el proyecto. Según contó Willy Quiroga años después, Álvarez les decía permanentemente: “No se pongan límites. Sigan para adelante, ni se preocupen por lo que vayan a decir”.
Argentina estaba en plena dictadura de Juan Carlos Onganía. La Iglesia era un sostén cultural y social clave en aquel momento. Por presión de la Iglesia, se había prohibido la ópera Bomarzo, con música de Alberto Ginastera, basada en la novela de Manuel Mujica Láinez, quien además escribió el guión.
Que un productor alentara a una banda de rock a hacer una obra sobre La Biblia parecía un delirio. El rock no estaba consolidado, era una expresión juvenil vinculado a la transgresión de todos aquellos valores que, se suponía, representaba la Iglesia.
Caggiano quedó tan fascinado, que les dijo, sobre la canción “Génesis”: “A mí me hubiera costado tres horas explicar qué es Dios, y vos apenas con un silogismo lo conseguiste”.
Finalmente, ese productor osado que era Álvarez mutó a su míster Hyde. Mandioca quebró y finalmente La Biblia salió por Disc Jockey, en una edición muy poco cuidada y plagada de errores. Pero las canciones y la idea son tan poderosas, que aquello quedó como un detalle. En el medio, la obra supuso un proceso de composición y ensayos muy complejos y desgastantes. Por eso, Godoy abandonó la banda después de grabar el disco.
Cuando se enteraron de que había un grupo de rock que estaba grabando una obra sobre La Biblia, las autoridades de la Iglesia Católica quisieron saber de qué se trataba y exigieron supervisar el material antes de que fuera editado. Sin mucha opción ante semejante pedido, en Mandioca aceptaron. Y el arzobispo y cardenal Antonio Caggiano fue quien decidió que había que supervisar La Biblia de Vox Dei. Y encomendó esa tarea a su secretario, monseñor Emilio Graselli.

Caggiano colaboró con criminales de guerra nazis, fugitivos de los Juicios de Nüremberg, según consta en archivos desclasificados del Departamento de Estado. Caggiano viajó a Roma en 1946, para ser ordenado cardenal. En el mismo barco en que regresó a la Argentina, viajaba Emile Dewoitine, francés y criminal de guerra nazi, que había sido condenado en Francia.
En 1959, Caggiano fue designado presidente de la Conferencia Episcopal, vicario general Castrense y cardenal primado de la Argentina. En 1961, prologó la edición en castellano de “Marxismo Leninismo” para orientar a los soldados católicos en la “lucha a muerte” contra el comunismo. Un año después, inauguró los primeros cursos de guerra contrarrevolucionaria dictados en el Ejército.
Graselli es mencionado en muchísimos juicios por desaparición de personas y otros delitos de lesa humanidad, durante la dictadura. Dicen que Monseñor sabe mucho, y nadie entiende por qué nunca fue llamado a declarar. Graselli aprobó la obra. Y Caggiano quedó tan fascinado, que les dijo, sobre la canción “Génesis”: “A mí me hubiera costado tres horas explicar qué es Dios, y vos apenas con un silogismo lo conseguiste”.
La bendición del cardenal filo nazi y del secretario cómplice de la dictadura no es más que rebeldía pura para La Biblia. Este etiquetado frontal católico no vuelve reaccionaria ni conservadora a la obra, sino que la libera de todo prejuicio.
En aquel momento, el visto bueno de la Iglesia era la validación que necesitaba la obra para sumar grandeza. Vox Dei no hizo rock cristiano: hizo rock bíblico. Hizo rock con una obra literaria imposible para el rock. Y con canciones geniales, como “Génesis”, que interpretaron bandas tan distintas como Soda Stereo o La Renga.
La Biblia de Vox Dei es ecuménica. Y allí está su potencia artística: en la capacidad de romper esquemas, construyéndolos. Quizá por eso la banda haya quedado tan anclada a aquella obra. ¿Cómo seguir adelante luego de semejante disco? ¿Cómo hacer rock después de La Biblia?

La provocación que no fue, en aquel contexto, resultó mucho más interesante que cualquier provocación impostada trasformada en mueca. Por supuesto que esto no invalida a la provocación. Y mucho menos, la provocación en el rock.
Charly García fue siempre un maestro de la provocación. El arte de Charly está cargado de provocación. Sí, arte. Porque la provocación en Charly va más allá de la música. Y no separa la canción de la comunicación, ni de la vida personal. Una síntesis que tuvo su apoteosis en el Say No More Constant Concept.
En 1996, Charly sacó su disco Say No More, alertando que aquello era mucho más que un disco. Lo llamó “obra conceptual” y de repente todo en su vida (y su obra) se tiñó de Say No More. Desde los aerosoles hasta el estudio Say No More en el que se grabó Say No More.
Por aquel entonces, Charly comenzó a tocar luciendo en su brazo un brazalete Say No More. Que era muy parecido a los brazaletes nazis: rojo y negro, con un círculo blanco, en el que estaban las letras SNM, que vagamente remitían a una cruz esvástica.
Charly jugaba a provocar y romper los límites, a partir de un disco que era un caos casi tan grande como su vida. El brazalete Say No More se parece tanto al brazalete nazi, como el escenario en el que se lanzó la agrupación Las Fuerzas del Cielo se parece a los actos de Mussolini.
La provocación libertaria tiene mucho de Say No More. Lo que dijo el Gordo Dan en la presentación de Las Fuerzas del Cielo fue puro Say No More: “Las Fuerzas del Cielo es el brazo armado de La Libertad Avanza. Es la Guardia Pretoriana del Presidente Javier Milei”.

Un discurso a la altura del decorado. Hecho para indignar progres que ponen el énfasis en las formas. Ah, las formas. Y los discursos de odio. ¿Se acuerdan? ¡Qué épocas aquellas! Cuando todo discurso mediático o político se analizaba a nivel chimentero. Intrusos en la semiótica. Y había buenos sueldos para quien analizara todo y le pusiera épica y narrativa a “la época”.
¡Qué tiempos! ¡La juventud! ¡Cuántos recuerdos! ¡Que vuelva el progresismo estatal! Un progresismo hegemónico. Y que no dejaba lugar a dudas ni a cuestionamientos. Los grandes temas eran los grandes temas. Entre una cosa buena y una cosa mala, elegíamos la cosa buena. Así de progres.
El progresismo no era, ni remotamente, esta carga tan vergonzante en la que se transformó. Hoy, “progre” parece más una acusación que una forma de identidad. Y por eso, como identidad, se esconde.
Ser progre es algo tan degradante, tan humillante, que falta poco para que dé la vuelta y se vuelva señal de identidad. Como pasó con “puto”, “puta”, “negro”, “villero”. Asumirse con garbo y modernidad. Falta para eso. Pero falta menos.
Mientras tanto, sigamos analizando discursos como en la época en la que eso garpaba. Y te garpaban. Orgullo y análisis de discurso. Todo lo que quiere el pueblo argentino.
Si no fuera
ya
progre
yo
me
volvería
progre
ya.
El kirchnerismo es el blend más perfecto entre peronismo y progresismo. Y en el mundo de las migajas, de la minoría inviable, con eso le alcanza y le sobra.
Los peronistas sin progres, en sus diversas variantes, no llegan ni remotamente a disputarle al kirchnerismo. Algunos no se animan, otros prefieren cuidar su territorio, otros hacen ruido en streaming, pero no pasan una PASO.
Algunos gobiernan y otros son outsiders. Outsiders peronistas: el conurbano del conurbano. La tercera prensada de la realpolitik. Cantar la Marcha en una unidad básica que queda pasando tres cuadras la calle Pan Relleno.
A ese abismo parece estar yendo el kirchnerismo con la interna entre Axel y Máximo. Con Mayra pataleando en la red de Elon Musk, agujereándose el pie de un tiro, con un arma que no existía en la época de la Guardia Pretoriana. Ni en su versión Android ni en su versión IOS.

En ese contexto, “las formas”, “los discursos de odio”, “lo simbólico”, “el escenario con estética fascista”. ¿De verdad alguien cree que todo eso le importa a alguien?
El progresismo no está en el horno con papas, sino salteado con verduras al woke. Y su gran fracaso no tiene que ver con las ideas, sino con su reconversión estatal. Por solemne, por berreta, por mediocre, por cara. Y al pedo. El progresismo estatal confundió las causas con los colectivos y transformó a los integrantes de los colectivos en víctimas. E instaló la idea de que todo eran “derechos”.
Una cosa es que un partido político (o una fundación, una ONG, un club de barrio, una empresa, un sindicato, una biblioteca popular, o cualquier otro tipo de entidad) les envíe a los medios un manual para analizar el lenguaje de los periodistas durante el Mundial de fútbol masculino. Y otra que el Estado lo promueva
Además, se recurre a un tipo de VAR moral que, en los hechos, es totalmente triunfalista. Como Argentina salió campeón del Mundo, los jugadores son “pibes humildes”, “embajadores del país en El Mundo” e “integrantes de un proyecto que prioriza lo colectivo por sobre lo individual”.
Si Argentina no ganaba el Mundial, la mitad de sus futbolistas iba a estar denunciado por violencia de género. Y hasta se hubieran amplificado denuncias que efectivamente hubo, pero que se escondieron porque nadie quería cargar con el costo de insistir con una denuncia contra un campeón mundial. Progresismo esquina bilardismo. Pero un bilardismo loser, sin mística ni resultados.
El progresismo estatal no sólo logra poner en duda las ideas, sino también el financiamiento. Porque luego de escuchar tantas pavadas, inmediatamente nos preguntamos: ¿quién garpa todo esto?
¿De verdad se necesitan tantos congresos, tantos viáticos, tantos asesores y tantos funcionarios para abordar los “discursos de odio”? ¿De verdad la máxima crítica a un Gobierno que destrozó el mercado laboral y arrojó a la miseria a la mayoría de la gente que conocés, es que hizo un acto con una puesta en escena que parece fascista?
El 21 de noviembre se murió Willy Quiroga, un músico extraordinario, creador de una obra ecuménica y poderosamente disruptiva. Una obra de otros tiempos, en la que se podía pensar en libros e imaginar que esos libros podían ser sagrados.
El progresismo estatal no sólo logra poner en duda las ideas, sino también el financiamiento. Porque luego de escuchar tantas pavadas, inmediatamente nos preguntamos: ¿quién garpa todo esto?
Hoy la política debe ser leída en clave García. Así comienza la canción “Estaba en llamas cuando me acosté”, que abre el disco Say No More y dura 7 minutos: “La noticia apareció en un periódico sensacionalista. Decía simplemente que se había producido un incendio. Después de rescatar al hombre y apagar el fuego, los bomberos le hicieron la pregunta obvia:
-¿Cómo se inició el incendio?
-No sé -respondió el hombre-. Estaba en llamas cuando me acosté”.
La crítica fue impiadosa con ese disco. Escucharlo hoy es preguntarse cómo es que nos convencieron que Charly estaba acabado, que ya no era quien había sido, que era un “artista que se copiaba a sí mismo”, tal la acusación de Jorge Lanata antes del “vos sos un pelotudo”.
Charly se anticipaba a la época y provocaba como había que provocar cuando nadie se atrevía a hacerlo. Hoy el Say No More se repite como farsa libertaria. Pero, así y todo, alcanza y sobra. Para indignar progres desconcertados, para dejar perdida y en internas ridículas a la oposición, para seguir gobernando.
Mientras tanto, La Biblia sigue brillando como sólo puede brillar el pasado cuando se vuelve clásico. Cuando nos toca añorar algo que jamás va a volver a ser.
Cuando todo era nada, era nada el principio.
Say No More.