
No hay caso: sigue siendo la imagen más espectacular del siglo XXI. Veinte años después, es la escena más cinematográfica de la historia reciente en una época en la que el cine expandió como nunca su capacidad espectacular, su habilidad técnica de ampliar cada vez más las posibilidades de representación de lo real. No hace falta ni describirla y ya sabemos de cuál estamos hablando.
El primer reflejo frente al espectáculo del horror fue apagar la imagen. Fue la consecuencia inmediata de la incertidumbre de aquellos primeros meses en torno a qué se podía/debía mostrar, decir, o sugerir sobre el atentado terrorista más horripilante de la historia en el cine y la televisión. Uno de los casos más famosos fue la Spider-Man de Sam Raimi, cuyo teaser original –que tuvo que ser eliminado de las salas– terminaba con un helicóptero lleno de ladrones atrapado en una telaraña gigante entre las dos torres. En Wikipedia hay una entrada con la lista de películas, series y otras formas de entretenimiento que se vieron “alteradas” por el 9/11. Incluye no solo cancelaciones y retrasos de estrenos, pero también reshoots de escenas, reescritura de guiones y, claro, montajes para eliminar o agregar planos de las torres, menciones al terrorismo, cualquier tipo de explosión de un edificio, o incluso gente corriendo despavorida en Nueva York. Y todo eso sin mencionar los eventos, deportes o hasta videojuegos como Grand Theft Auto.
El primer reflejo frente al espectáculo del horror fue apagar la imagen. Fue la consecuencia inmediata de la incertidumbre de aquellos primeros meses en torno a qué se podía/debía mostrar, decir, o sugerir sobre el atentado terrorista más horripilante de la historia en el cine y la televisión.
La industria se adaptó rápidamente, y los últimos veinte años fueron también veinte años de pensar y repensar cómo (porque el hecho de que lo hizo está universalmente fuera de duda) esa imagen impactó en la producción y recepción del entretenimiento audiovisual. ¿Cómo cambió el cine y la televisión americanas después del 9/11? ¿Cómo impactó en la forma de ver y representar el mundo de las películas y series que salen de Hollywood y se ven en todo el mundo? Es una pregunta que se dio en cada aniversario de la caída de las Torres, en cada boda de papel, hierro, acero o cristal entre el entretenimiento audiovisual más popular del mundo y el atentado que cambió ese mundo para siempre.

Las producciones audiovisuales, entonces, fueron y son analizadas en términos de evocación, metáfora, reflexión, expresión traumática, exploitation, o lo que fuera, con respecto a las Torres y al clima cultural y político en la sociedad americana. Y en función de eso, también, se celebró o condenó a sus responsables. En 2004, la escena de Spider-Man 2 en la que el Peter Parker –el superhéroe más neoyorquino de todos, your friendly neighbor– es defendido por los pasajeros de un tren fue festejada como un primer homenaje a esos “first responders”, la gente común de Brooklyn o Queens. Un año después, en 2005, a Steven Spielberg lo acusaron poco más que de pornógrafo por su apropiación de la imaginería del 9/11 para La Guerra de los Mundos. Stephanie Zacharek, una de las mejores críticas de cine que puede leerse hoy, fue devastadora: “Ya es bastante malo que Spielberg haya perdido la fe en su propio sentido de la decencia, pero es aún peor que haya perdido la fe en la decencia de su público”, escribió. A Spike Lee le había sucedido lo contrario en 2002: La hora 25, con apenas un plano del Ground Zero, fue vista por muchos como la película que mejor reflejó el mood de la Nueva York post 9/11. La historia del último día de un neoyorquino antes de reportarse en prisión para una sentencia de 7 años reflejaba el duelo por un mundo que se terminaba, el lamento de una ciudad por un tipo vida que ya no iba a tener. Por esas vueltas del destino, hace unos días Spike Lee tuvo que reeditar su última serie documental NYC Epicenters 9/11-2021½ para eliminar el testimonio de una agrupación de ingenieros que sostienen que las torres fueron demolidas con explosivos. “Todavía me hago preguntas”, se defendió Lee ante la lluvia de críticas por incluir esas voces.
Las producciones audiovisuales, entonces, fueron y son analizadas en términos de evocación, metáfora, reflexión, expresión traumática, exploitation, o lo que fuera, con respecto a las Torres y al clima cultural y político en la sociedad americana. Y en función de eso, también, se celebró o condenó a sus responsables
Por fuera de los premios y los castigos de la recepción crítica, lo cierto es que para 2005 si el cineasta más popular de EEUU se sentía lo suficientemente cómodo como para poner en escena las imágenes de ciudades destruidas, gente convertida en cenizas, aviones cayendo del cielo y afiches caseros de personas desaparecidas en medio de un ataque devastador, es porque algo efectivamente había cambiado. Luego de aquel reflejo de autocensura, el 11 de septiembre se filtraba cada vez más en la producción y la percepción de las películas y series de Hollywood, ya sea como elemento de sus historias o influencia en sus imágenes. Vimos el patriotismo banal de World Trade Center de Oliver Stone, la investigación documental de Fahrenheit 9/11 de Michael Moore, o la comedia stoner de Harold and Kumar Escape Guantanamo Bay. Vimos a Jack Bauer corriendo en 24 y a Carrie Mathison peleando las guerras de inteligencia en Homeland. Las jaulas de inmigrantes presos en Hijos del hombre eran una referencia a Guantánamo, la Estatua de la Libertad decapitada por un monstruo en Cloverfield era la democracia americana en jaque por un ataque a Nueva York.

Lo cierto es que para 2005 si el cineasta más popular de EEUU se sentía lo suficientemente cómodo como para poner en escena las imágenes de ciudades destruidas, gente convertida en cenizas, aviones cayendo del cielo y afiches caseros de personas desaparecidas en medio de un ataque devastador, es porque algo efectivamente había cambiado.
En el caso de las películas que trataron directamente el tema, los analistas del box office coincidieron en que no hubo grandes éxitos de taquilla. El ejemplo más común fueron dos películas de Paul Greengrass: la excelente Vuelo 93, con su relato en tiempo real del cuarto avión secuestrado que no logró llegar al Capitolio, o la más floja Green Zone, con Matt Damon como un soldado que descubre la verdad sobre las famosas e inexistentes armas de destrucción masiva en Irak.

El crítico Jim Hoberman afirmó en su momento que el modo en que se producen y perciben las películas ha cambiado debido a dos fenómenos del siglo XXI. El primero es el aceleradisimo desarrollo de la tecnología digital, que afectó directamente el vínculo del cine con la realidad y la verdad. El segundo era el trauma del 11 de septiembre, la gran experiencia cinematográfica que era más que una película, una destrucción espectacular transmitida en vivo para un público de millones en simultáneo. Con nuestro diario del lunes podemos intentar agregar un tercer elemento: internet. No fue hasta 4 años después de que las torres cayeron que nació algo llamado YouTube. El lugar donde podemos ir a ver hoy todo lo que haya sido filmado en ese día. “En cantidad de espectadores, un solo día de mi película en Netflix puede generar más que meses en salas de cine”, me contaba un productor hace unos meses. ¿Qué cambió más significativamente a la industria del cine? ¿Un ataque terrorista o Netflix?.
Volviendo a Hoberman, esa espectacularidad parece ser el mayor legado –o síntoma– del cambio en nuestra forma de ver películas. Una elongación de nuestra capacidad de absorber la catástrofe que vemos en una pantalla. Hoy en día el ejemplo más claro de esto es el cine de superhéroes, ese macho alfa del cine global hoy. Desde las bombas de Bane aislando Manhattan/Ciudad Gótica en The Dark Knight Rises a los Avengers destruyendo Nueva York primero y perdiendo su Infinity War después, con millones de personas volviéndose aire con el chasquido de dos dedos. El último duelo entre Superman y Zod en Man of Steel destruye una ciudad entera solo para que lo volvamos a ver en Batman vs Superman, ahora desde la perspectiva mucho más personal de un Bruce Wayne que mira cómo su Wayne Tower se desploma en una nube de humo gris en una imagen calcada de la caída de la Torre Sur. (Batman, como los bomberos y policías, corre hacia esa nube). El desastre urbano, que por definición es una masacre, quedó muy lejos de ser tabú.
Esa espectacularidad parece ser el mayor legado –o síntoma– del cambio en nuestra forma de ver películas. Una elongación de nuestra capacidad de absorber la catástrofe que vemos en una pantalla. Hoy en día el ejemplo más claro de esto es el cine de superhéroes, ese macho alfa del cine global hoy.
El 9/11 fue un desgarro en nuestra capacidad de impresionarnos con la espectacularidad del desastre. Una película en vivo que se adelantó a la capacidad misma del cine de ofrecernos ese espectáculo. Vimos esos aviones explotar en bolas inmensas de fuego, personas cayendo desde más de 100 pisos, edificios indestructibles y babélicos desplomándose sobre gente como nunca nadie había imaginado que podía suceder. Lo vimos justo cuando el cine estaba empezando a desarrollar sus herramientas técnicas para hacer posible reproducir esas impresiones, más y más grandes. Y lo vimos en la tele. Durante horas y horas, ese martes de septiembre. Un binge watching de la que sigue siendo la película más catastrófica de la historia, y un trailer de cómo íbamos a ver el cine veinte años después: en casa.