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02 de mayo de 2025

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16 de febrero de 2022

ESPAÑA, LA MUERTE Y LO ETERNO

Bruno Reichert

Tiempo de lectura: 9 minutos

Imaginemos un cuento epistolar y escrito en primera persona. El narrador nos cuenta su adolescencia en un pueblo donde se lía con una chica varios años mayor, que a su vez es la novia del matón local. El chico está profundamente enamorado de ella, pero una noche con la tensión de saberse amantes, se pelean. Al otro día, se entera que ella está muerta. El matón debió encontrar indicios de que alguien más estuvo en la casa y quiso castigarla. Idas y venidas del relato nos hacen compadecernos del pobre doliente. Pero para nuestra sorpresa, al final del cuento éste nos revela que fue él quien mató a la chica. También nos dice, con toda tranquilidad, que vivió treinta años sin hablar del hecho y que cuando ponga un punto final al relato va a suicidarse. Tal cuento sería un fallido ¿Cuál es el problema? Que la literatura necesita de razones que se cristalicen en una voz coherente. Para el caso: los cínicos no se suicidan. Y aquí está el arma de doble filo de la narrativa que nos hace ver causas y antecedentes lógicos en los seres que la historia y la ideología nos dicen que son despreciables. Bajo esta idea, tomamos dos autores de la Guerra Civil Española en tiempo real que nos permiten pensar una pregunta ¿en qué momento decidimos que alguien, real o ficticio, merece morir?

Agustín de Foxá: Madrid, de Corte a Checa

El Conde de Foxá es hoy para muchos ibéricos es el tipo que aparece como personaje en los libros de Curzio Malaparte. Olvidado pero alguna vez reverenciado como el mejor novelista de la Guerra Civil y por sobre todo del falangismo. Diplomático de carrera, furioso católico sin llegar a ser del todo ultramontano, elitista y dueño de un humor corrosivo, editó esta novela en 1938. En castellano rioplatense la traduciríamos como “Madrid, de las cortes a las cárceles del pueblo”.

"Los cínicos no se suicidan. Y aquí está el arma de doble filo de la narrativa que nos hace ver causas y antecedentes lógicos en los seres que la historia y la ideología nos dicen que son despreciables"

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La novela comienza con las elecciones municipales de 1931 que pusieron fin al reinado de Alfonso XIII. De Foxá describe cómo la aristocracia en ese verano del ´31 estira su veraneo en Biarritz esperando que el clima político cambie antes de que se derrumbe su mundo. Los hombres y mujeres que más debían defender la monarquía caen en un apático pozo de melancolía. Mientras tanto José Félix, el joven protagonista del libro, coquetea con el ideario republicano, así como con Pilar, hija de esa aristocracia en desgracia. En la cronología aun las trifulcas entre falangistas y rojos son anécdotas de gritos y patadas de las que José será testigo pasivo. El pueblo comienza a hacerle chistes a la infanta en el teatro. frente a los ojos de un Valle-Inclán, quien impulsa la formación de la “liga de intelectuales amigos de la URSS”. Poco tiempo antes, nos recuerda de Foxá, Inclán pedía al gobierno que se le reconociera su título de vizconde.

En Madrid, de Corte a Checa vemos a través de los ojos de quien cree que la identidad de España está acechada. Esa identidad es, en buena parte, el catolicismo. “Era aquello una demostración de que en España no había creyentes y ateos, sino católicos y herejes. Una vez más, en la auténtica línea española, detrás de la Cruz estaba el diablo, pero no el vacío”. Entre lo contingente y lo sempiterno de Foxá elige lo último. Al igual que Platón en La República, desdeña de los poetas que le llenan los oídos a la plebe mostrándole una belleza perecedera que se va a consumir en el caos. Un sentimentalismo inútil que poco tiene que ver con el camino que Dios trazó para la vieja España.

Sobre esos poetas de Foxá describe en las tertulias: “Arnuda cantaba a los ángeles, a los arcángeles de pantorrillas bordadas, a los tritones desnudos y a los marineritos del Guadalquivir de cintura de junco. Los versos a la mujer estaban pasados de moda”. Se refería al poeta Luis Cernuda. Tal vez a de Foxá no le molestara tanto la presencia de homosexuales en las filas de las Generación del ´27 (no ahorra loas a Lorca) sino la trasparencia de las obras máximas de Cernuda. Donde habita el olvido y Los placeres prohibidos fueron de público conocimiento inspirados por el solo erráticamente correspondido amor del poeta por un joven actor con talento propio para la poesía. Esos hombres republicanos del ’27 descorrían velos, incluso los que cubrían su propia carne. Un mundo caótico de ensoñaciones y placeres mundanos que para de Foxá solo podía terminar en un desbarranque social.

"En Madrid, de Corte a Checa vemos a través de los ojos de quien cree que la identidad de España está acechada. Esa identidad es, en buena parte, el catolicismo. “Era aquello una demostración de que en España no había creyentes y ateos, sino católicos y herejes."

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“Todo conspiraba contra la vieja cultura; Picasso quebraba las líneas intangibles de la pintura con una anarquía de volúmenes y colores. Negros de “smoking” en los escenarios y los intelectuales tomaban partido por Josefina Baker y su falda de plátanos, en su lucha contra la dulzura del vals de Viena”. La cultura popular de la recién nacida España es vista por nuestro autor como exotista, sin mediar análisis de sus propias palabras: Europa no terminaba en los Pirineos y el vals también era una importación, pero claro, una transferida de corte a corte.

En la segunda parte del libro surge la violencia entre escenas de amor romántico. Para José Felix, abandonar las ideas republicanas no va a ser una cuestión de un devenir interior. La violencia republicana va a llegar a casa de familiares, vecinos y a la propia. Mientras tanto, va a tener que soportar ver cómo la mujer que ama se casa con un noble de más evidente abolengo. Acá es cuando en los pasajes que se alejan del devenir de la pareja protagonistas, se ve la influencia de Benito Pérez Galdós en la obra de Agustín de Foxá, más precisamente la de Los Episodios Nacionales. De Foxá tomó la Matanza de la Cárcel Modelo de Madrid, en la que presos políticos fueron acribillados en los patios del presidio. En 1936, a los albores de la guerra, los rumores de complicidad desde dentro del presidio hicieron que un grupo de anarquistas tomaran el penal sin que las autoridades pudieran poner orden. Pero el Conde de Foxá pasa por alto que es probable que los hechos fueran una respuesta a la Matanza de Badajoz, durante la cual el ejército sublevado mató entre 1800 y 4000 personas, en una ciudad que no superaba los 40 mil habitantes. Pero Agustín no es ingenuo. Más adelante nos nombra a Paracuellos de Jarama y, si bien aún no es claro cuántos falangistas recibieron un tiro en la nuca ese día, el autor logra que sintamos que, en términos de memoria histórica, el perro se muerde la cola.

La tercera parte del libro culmina con el escape de José Félix y Pilar y la victoria falangista en el Alcázar de Toledo, con todo el poder simbólico de ese hecho. Aún faltaban años para que Hemingway cambiara su estilo y todo lo que vino después nos acostumbrara al ascetismo descriptivo de Colinas como elefantes blancos. La narración sentenciosa de Madrid (no mucho más allá del canon de la época) protege al lector de sentir una compasión desmedida por la sensación de despojo de la aristocracia española. Pero, entre muertos y descripciones de relicarios policromados, parece quedar una verdad en boca de Agustín de Foxá: lo perenne. Si el gobierno de Manuel Azaña pasó más tiempo intentando laicizar la sociedad que haciendo cambios estructurales en la composición socioeconómica es un debate político-histórico que aquí no nos importa. Pero de Foxá nos obliga a darle por bueno que Dios no puede morir. La fe trasciende al clero (y al justo odio que muchos españoles podían tenerle) y se mezcla como cosmovisión entre liberales, comunistas y falangistas en mil y un millón de formas. Es tan fuerte la fe cristiana como la atea. La creencia en un mundo más justo que viene luego del calvario revolucionario. No importa el camino elegido, la Madre Patria exige siempre un sacrificio de sangre en el altar.

"Es tan fuerte la fe cristiana como la atea. La creencia en un mundo más justo que viene luego del calvario revolucionario. No importa el camino elegido, la Madre Patria exige siempre un sacrificio de sangre en el altar."

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Manuel Chaves Nogales: A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España.

Se trata de un libro sepultado por cinco décadas de olvido desde su primera publicación en Chile en 1944. Cuando reapareció en la España de mediados de los ´90 generó sensación en los círculos intelectuales que poco recordaban a este pionero del nuevo periodismo. “Los que perdieron la guerra ganaron en los manuales de literatura”, suele decir el ensayista español Andrés Tropiello, quien a su vez pone a Chaves Nogales en un tercer grupo: los que no pertenecieron de manera orgánica a un bando. Una clasificación que Nogales comparte con Pio Baroja y otros escritores no alineados de la época. “Soy lo que los sociólogos llaman un pequeño burgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria”, cuenta el autor en el prólogo de este libro que reúne nueve relatos desde el punto de vista de distintos bandos combatientes.

Como periodista, Manuel puso su pluma al servicio del proyecto republicano sin nunca dejar de encontrar las hendijas que le permitieran filtrar su escepticismo frente al comunismo y anarquismo. Tal vez el pasaje de su descarnado prologo que mejor marca su visión del mundo sea el siguiente:

“Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero, a fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal (…)”.

Chaves Nogales escribe profundamente asqueado frente a un fratricidio en el que la propaganda y la lucha intestina de facciones reemplazó a los fines iniciales de la política.

Pero entre la equidistancia, su condición de liberal y su compromiso con la democracia, escribe un libro en que trasluce la fe en la condición del sujeto individual. Los relatos se componen principalmente personas y situaciones antagónicas encontrándose. ¡Masacre, Masacre! es el cuento inicial del libro. Un joven miliciano con rango se da cuenta que es muy probable que su padre, militar retirado, deba ser fusilado. El hombre mayor tiene el mismo grado de conciencia de su destino. El miliciano sabe que su padre creyó en el heroísmo romántico que implicaba sus excursiones al Norte de África en nombre del reino. El viejo recuerda que quiso que su hijo sea un hombre formado y los libros lo hicieron pensar en un mundo mejor lejano al suyo. No hay palabras de más, no hay reproches ni final feliz, solo un abrazo y la muerte.

"¡Masacre, Masacre! es el cuento inicial del libro de Chavez Nogales. Un joven miliciano con rango se da cuenta que es muy probable que su padre, militar retirado, deba ser fusilado. No hay palabras de más, no hay reproches ni final feliz, solo un abrazo y la muerte."

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Los textos siguen con un joven noble se convierte en traidor por no querer rematar campesinos en la estepa andaluza. Luego, un inglés unido a las tropas republicana al que le cuesta entender la diferencia entre los fascistas y los grupúsculos de la retaguardia republicana que se comportan como piratas en un río revuelto. A diferencia de Agustín de Foxá, Manuel Chaves Nogales no encuentra quién es el representante de la identidad nacional. Es la condición humana lo que se diluye en la guerra de todos contra todos.

A Sangre y Fuego incluso se anima a la más temida otredad de los españoles: los moros. La participación de grupos de choque conformados por bereberes se convirtió en una leyenda negra que acrecentó la imagen del musulmán como un invasor salvaje. Si bien Chaves Nogales no ahorra adjetivos eurocéntricos frente a los guerreros moros, les atribuye una razón lógica entre medios y fines. Dentro de su cosmovisión, la palabra tiene un valor que poco le importaba a civilizada Europa. Los falangistas los van a usar de escudo humano, el pueblo republicano pedirá su cabeza. Para pensar en compasión, están los iguales.

"A Sangre y Fuego incluso se anima a la más temida otredad de los españoles: los moros. La participación de grupos de choque conformados por bereberes se convirtió en una leyenda negra que acrecentó la imagen del musulmán como un invasor salvaje."

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Es imposible saber si André Malraux volvía del frente y se desplomaba a llorar en una mesa hasta que se componía y podía volver a dirigirle la palabra al mozo. Pero con esa corta anécdota, Chaves Nogales da por tierra el mito el poeta heroico que sin formación militar se convierte en el triunfal jefe de un grupo de aviación. De Foxá no tiene esa sutileza. Prefiere caricaturizar al dramaturgo José Bergamín, ese marxista católico que inmortalizó su visión con la frase “con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso más”. La figura de Bergamín se convertiría (aún más allá de Madrid, de corte a checa) en la del intelectual fanático que consideró a la vida del adversario inútil. Posiblemente De Foxá y Chaves Nogales compartieran su odio por esta clase de personajes, aunque solo nos animaríamos a darle la razón al último.

El olor ferroso de la sangre nos resulta difícil de digerir a todos. Pero vista desde lejos, la España vieja parece trabajar sobre el leitmotiv de George RR Martín: todos los hombres deben morir. Un circulo de creación de mártires consagrados al Dios de las catedrales o al Cristo del fusil. Chaves Nogales se rebela contra esa idea, pero primero debe mostrarnos cómo funcionan esos engranajes del mundo ibérico de los ´30 desde la mirada de ambos bandos. Por suerte, ya no creemos tanto en que morir sea un gran mérito.