
Viernes de invierno en Buenos Aires, hace frío y las redes sociales se dirimen entre debatir las candidaturas presidenciales en Argentina y eso que no sabemos, que no entendemos, que aparentemente está pasando en Rusia. Hacía rato que no se nombraba tanto a Vladimir Putin de este lado del mundo, desde que la guerra en Ucrania dejó de tener la relevancia mediática que tuvo en 2022, cuando todos miraban constantemente hacia el oriente europeo. Pero está pasando algo extraño, tan extraño que le roba protagonismo a esa fórmula oficialista Massa-Rossi que acaba de anunciarse. Está pasando algo grande. Se habla de un intento de golpe de Estado, aunque parezca imposible. Ni siquiera el levantamiento de 1991, cuando la Unión Soviética estaba a pocos meses de desaparecer, resultó fructífero ¿Por qué funcionaría ahora que Putin es mucho más fuerte que aquel Mijaíl Gorbachov, último líder soviético? No, no puede ser.

Alguien se entusiasma con la posibilidad del fin de una era, como si la eventual salida del poder del presidente ruso implicara un cierre de la guerra en Ucrania, una democratización importante, respeto a los derechos humanos. Como si un golpe de Estado llevara a Rusia a ser Islandia. No, no puede pasar. La respuesta es que Putin será lo que será, pero lleva casi un cuarto de siglo al frente de una potencia nuclear. Tiene la suficiente experiencia como para saber hasta dónde y hasta cuándo puede presionar. Si incluso su autoproclamada “operación especial” en Ucrania no derivó en una implosión económica y ni siquiera política. Si aún cuenta con apoyo interno y externo. Pero nadie más tiene esa fortaleza ni esa experiencia. Putin será lo que será, pero es, aunque suene ridículo, el más moderado entre los que tienen o aspiran a tener cierto poder en Moscú. No, no puede pasar. Si el mandamás del Kremlin se enorgullece de su fortaleza física y política, de su intransigencia ¿Pero qué está pasando entonces?.
Se habla de un intento de golpe de Estado, aunque parezca imposible. Ni siquiera el levantamiento de 1991 resultó fructífero ¿Por qué funcionaría ahora que Putin es mucho más fuerte que aquel Mijaíl Gorbachov, último líder soviético?
Hace apenas horas, Yevgueni Prigozhin dijo que el Ministerio de Defensa atacó un campamento de Wagner y que comenzará una “marcha de la justicia” que tiene por destino a la capital rusa. El oligarca y cocinero, el apodado “chef de Putin”, se hartó. Tuvo suficiente ninguneo, se cansó del doble comando. Porque su organización paramilitar, la misma que representa los intereses del Kremlin en no pocos países africanos pero sin que el gobierno ruso tenga que poner la cara, esa fuerza de choque que hace apenas semanas logró una victoria importante en Bajmut, Ucrania, ahora parece en jaque. A principios de mes, el Ministerio de Defensa ordenó que los miembros de Wagner pasaran a la estructura organizacional formal del Estado. Prigozhin perdería poder, perdería influencia. Él, que se sabe (o se cree) tan relevante para la continuación de la guerra en Ucrania. Él, que se pasó los últimos meses reclamando en forma cada vez más explícita que le enviasen más armas, más municiones, más apoyo. Él, que insistió en que Rusia no avanzaba militarmente por la propia incapacidad y falta de decisión. Él, que alguna vez fuera tan cercano a Putin. Se siente abandonado. En 2022, y gracias a la guerra, dio el salto cualitativo desde el operar en las sombras, al frente de una organización que oficialmente no existía, hasta aparecer en todos lados como una figura relevante, fuerte y ambiciosa. El Estado ruso le cedió una importante potestad militar, pero no mayor poder de decisión.
Ahora que Wagner puede desaparecer, su influencia está en riesgo. Y, al menos hasta ahora, ha tirado mucho de la soga: ha criticado abiertamente incluso al mismo Putin. Tiene demandas y quiere ser escuchado. Se encabeza, según dice, con 25 mil hombres hacia Rostov del Don, la ciudad más grande del sur de Rusia y la más cercana a la frontera con Ucrania. No es un intento de golpe de Estado, repite. Pero hay una amenaza importante. Los meses de tensión parecen a punto de estallar en caos. No, no puede pasar. No en Rusia. No en la Rusia de Putin.
Su organización paramilitar Wagner, la misma que representa los intereses del Kremlin en no pocos países africanos pero sin que el gobierno ruso tenga que poner la cara, esa fuerza de choque logró una victoria importante en Bajmut, ahora parece en jaque
Avanzan las horas y avanza “la marcha de justicia”. Prigozhin acusa al Ministro de Defensa, Serguei Shoigu, de iniciar la guerra en Ucrania por motivos personales, dice que el gobierno oculta el número de soldados muertos, que el liderazgo militar ruso es “malvado”. Junto a sus hombres llegan a Rostov del Don, principal centro logístico ruso para las fuerzas armadas que combaten en el país vecino. Y, sin embargo, no hay suficientes militares capaces o dispuestos a detener a Prigozhin. Serguei Surovikin, comandante de las fuerzas rusas en Ucrania entre octubre y enero pasado, ahora le está reclamando a los miembros de Wagner que no sigan a Prigozhin. Se debe haber olvidado que él mismo participó del intento de golpe de 1991. Entonces fue preso y lo liberó Boris Yeltsin. Las extrañas vueltas de la historia.
Ya es la mañana del sábado en Argentina y dicen que Wagner ha tomado las sedes militares de Rostov del Don y parte del grupo se encamina hacia Moscú, urbe cada vez más cercada. Hay vehículos militares rodeando edificios del gobierno, en la Plaza Roja, junto al Kremlin, en el Ministerio de Defensa ¿Cuenta realmente Prigozhin con 25 mil hombres? ¿Tiene suficiente apoyo como para lanzar esta amenaza tan marcadamente explícita? ¿Será tan relevante esa carta de chantaje que es la victoria en Bajmut y el comandar a la que se ha convertido en principal fuerza de choque rusa en los últimos meses? Todo está por verse. El líder checheno Ramzan Kadirov, gran aliado de Putin, dice que sus hombres se encaminan a Rostov del Don para enfrentarse a Wagner. Hay quienes claman guerra civil y aparecen memes del ucraniano Volodimir Zelenski comiendo pochoclos como si estuviera viendo una película muy entretenida. Puede pasar cualquier cosa.

¿Pero puede pasar cualquier cosa? La lógica indica que un golpe de Estado en Rusia, en la Rusia de Putin, es virtualmente imposible. Aunque la lógica también marcaba que no habría invasión abierta y a gran escala a Ucrania, que esa decisión iría en contra de todo lo que había hecho el presidente ruso desde la anexión de Crimea, en 2014, y hasta el 24 de febrero de 2022, cuando comenzó la tan mentada “operación especial”.Las fuerzas de Wagner están a 300 kilómetros de Moscú y todos juegan (todos jugamos) a adivinar qué está pasando y qué puede pasar. La información es escasa y los rumores, demasiados.
Una de las lecciones de la historia rusa es que el líder debe ser y, sobre todo, debe mostrarse fuerte. La debilidad es imperdonable. Si Putin aspira a que la situación no se le vaya de las manos, tiene que ser terminante y hacer de Prigozhin un ejemplo. Colgarlo en la Plaza Roja, fusilarlo delante de todo el país. Que nadie más se atreva a intentar lo que parece estar intentando el chef. Quiere ser escuchado, quiere ser respetado. Como si actuara con una desesperación impulsiva, casi suicida.
Una de las lecciones de la historia rusa es que el líder debe ser y, sobre todo, debe mostrarse fuerte. La debilidad es imperdonable
Sábado por la tarde ¿Novedades? Acaba de pasar algo aún más extraño que todo lo visto hasta ahora. Prigozhin detuvo su avance. Dice que quiere evitar un derramamiento de sangre, aunque quizás simplemente se haya dado cuenta de que plantea un imposible y que, al paso que venía, sería fusilado o recibiría quién sabe qué castigo que pudiera ocurrírsele a Putin. El presidente ruso ni siquiera se digna a hablar con él, pero envía a esa suerte de delegado que es Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia, y hay un acuerdo: habrá garantías de seguridad para los miembros de Wagner y Prigozhin se iría a Bielorrusia con la cabeza gacha, sin levantar más polvareda. Parece que el grupo paramilitar privado será disuelto, sus miembros (50 mil en Ucrania, según el Ministerio de Defensa británico) pasarán a la órbita del Ministerio de Defensa. Aunque también parece que Wagner seguirá operando en Mali y en la República Centroafricana, en donde su accionar tiene mucha menos visibilidad que en esta guerra europea que ya ha superado el año y medio. Todos serán perdonados. Incluso el mismo Prigozhin, a quien, al menos de momento, la influencia y esa carta que fue la victoria en Bajmut le han salvado la vida.
Raro. Una movida lo suficientemente grande, una amenaza lo suficientemente explícita como para que termine en la nada. No, no puede ser. Putin no puede dejar que semejante afrenta resulte gratuita. Pero no ha habido siquiera un intento de golpe de Estado y esa posibilidad de guerra civil ha quedado lejos. Para el domingo, Rusia aparentemente recuperó un control que no llegó a perder. Eso sí, la imagen de fortaleza ha sido vulnerada. Para peor, en medio de una guerra a la que Moscú, oficialmente, ni siquiera se digna en denominar como lo que es: una guerra. No. El Kremlin insiste en hablar de “operación especial”, como si no fuera tan relevante, como si no tuviera mayor entidad. Shoigu sigue donde estaba y para el lunes ya aparece en los medios oficiales rusos. También sigue donde estaba Valeri Guerásimov, jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia y primer viceministro de Defensa, además del responsable de los combatientes en Ucrania, uno de los más criticados por Prigozhin. Aquí no ha pasado nada.
Para el domingo, Rusia aparentemente recuperó un control que no llegó a perder. Eso sí, la imagen de fortaleza ha sido vulnerada. Para peor, en medio de una guerra a la que Moscú, oficialmente, ni siquiera se digna en denominar como lo que es: una guerra
Pero esto no puede quedar así. Nadie ha salido favorecido, nadie quedó bien parado. Quizás estas líneas ya no tengan sentido en apenas minutos. Al menos así lo indican los antecedentes y la lógica: nada es gratuito en la tierra de Putin, todo se paga y a un precio alto. La tradicional fortaleza del Estado y del líder ruso fueron cuestionadas y eso no, no puede pasar. Como si fuera poco, continúa la guerra en Ucrania y mostrar debilidad en este contexto no es una opción. Algo se ha roto en los últimos tres días y difícilmente se pueda volver atrás. Resta esperar cuál será el cambio que sin lugar a dudas ocurrirá pronto.
