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11 de agosto 2022

Mariano Schuster

EL DISCURSO DEL MÉTODO

Tiempo de lectura: 8 minutos

Están las modas, están las profesiones, están los oficios, están las éticas y está todo lo demás. Está también el carnaval en el que todo se mezcla. El periodismo es un oficio para cualquiera: si estás adelante de un micrófono, en una redacción o publicás en cualquier pasquín, estás haciendo periodismo. Te consideres ensayista, médium, intelectual o intermediario de almas. Hay periodistas ocasionales, periodistas de planta permanente, periodistas de cultura, periodistas de espectáculos, periodistas que dicen cómo debe ejercerse el oficio, periodistas que dicen cómo debe destruirse el oficio, periodistas que citan las diatribas antiperiodisticas de Karl Kraus mientras escriben en un diario, periodistas que nunca se van, periodistas que nunca debieron haber llegado. Pero el periodismo existe. Para bien o quizás para mal. Y se lo discute. Y no solo en los medios.

La reciente (y pequeña) polémica va de una entrevista de Tomás Rebord, un periodista que, según dice, no se autopercibe periodista. El caso es que Rebord, que no pasa los 30 años, conduce desde hace un tiempo su propio programa de reportajes. Sale por Youtube, se llama “El método Rebord” y reproduce un formato antiguo que algunos consideran nuevo. En apenas un par de años, Rebord entrevistó a personajes tan disímiles como Carlos Vladimiro Corach y Jorge Altamira (que no coinciden ni siquiera en el aprecio a los nombres Carlos y Vladimiro), a Mayra Arena y Jorge Asís, a Franco Rinaldi y Carlos Maslatón, a Ofelia Fernández y a Carlos Pagni. Sus entrevistas no parecen hechas para descubrir “verdades ocultas”, sino para que cada invitado relate su propia mentira. El método Rebord es, en realidad, una invitación a la autonarración. El joven no molesta ni incomoda a su entrevistado, no lo contradice y no busca ponerlo en apuros. Es más, tiende, a veces, a adularlo y a seguirle la corriente. “Contame más de la tuya”, parece pensar, mientras pregunta, a veces sin saber, como un curioso. Y el formato –bien o mal (eso es materia opinable)— funciona.

Hace pocos días, Rebord sentó a su mesa a un entrevistado peludo. Pero, fiel a su estilo, hizo lo de siempre: planteó preguntas generales, recorridas por la historia del personaje, y esbozó inquietudes sobre los procesos políticos del entrevistado. Tendió, como siempre, a asentir. El personaje en cuestión era Fernando Vaca Narvaja, uno de los líderes de la organización guerrillera Montoneros. Vaca Narvaja habló de todo: de su infancia, de la fuga de la cárcel de Rawson, del Cordobazo, de Fidel Castro y Salvador Allende, de la formación de Montoneros, de Yasser Arafat, de su clandestinidad. Y habló, sí, de “ese tema”: la Contraofensiva Montonera. Al referirse al proceso de retorno de parte de la organización del peronismo revolucionario en 1979 y 1980, Vaca Narvaja habló como suelen hablar los invitados a “El Método”: contando su verdad o su mentira. Esa es, en definitiva, la oferta de Rebord. La autonarración.

"Vaca Narvaja habló como suelen hablar los invitados a “El Método”: contando su verdad o su mentira. Esa es, en definitiva, la oferta de Rebord. La autonarración."

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El tema, que sigue provocando quemazón en parte de la sociedad –particularmente la politizada— y que, en los últimos años, ha dado materiales analíticos serios y documentados como el último libro de Hernán Confino (La Contraofensiva: el final de Montoneros) publicado por Fondo de Cultura Económica, llevó a distintas respuestas. Algunos, por derecha y por izquierda, discutieron la interpretación de Vaca Narvaja. Otros, criticaron o adularon al programa de Rebord. Y uno, el periodista Alejandro Bercovich, discutió puntualmente el rol del entrevistador. “Acá hacía falta un periodista formado y repreguntar con el conocimiento que la crítica le otorga que se pone frente a un micrófono y que sabe que Vaca Narvaja mandó al muere a sus compañeros probablemente en combinación con la dictadura militar que estaba lejos de terminarse en ese momento”, sentenció Bercovich. Además, calificó a la entrevista como “muy fallida” y aseguró: “Esto a Larraquy no le habría pasado. Esto a María O´Donnell no le habría pasado”.

Pero, ¿qué es en realidad lo que pasó? Aventuro una respuesta: no pasó nada. Nada que no pase en un formato como el que propone Rebord.

La entrevista íntima y la recorrida personal por la historia de un personaje no es nada novedosa. Aunque, como dice Mariana Moyano, cada generación se cree con el derecho a descubrir el agua tibia, el formato de Rebord tiene varios antecedentes históricos. Lo que propone –una conversación abierta en la que el entrevistado practica una suerte de autonarración—tiene terminales en el peruano Guerrero Marthineitz, en El Perro Verde y, como dice Eduardo Minutella, “hasta en el Lanata de Hora 25”. Es rigurosamente cierto que esos entrevistadores tenían diferentes estilos –el de Jesús Quintero (El Perro Verde y El Loco de la Colina) más maldito y “culto”; el de Lanata de formato más íntimo y personal—, pero la estructura era básicamente esa: la de una entrevista sin complejos ni complejidades. Esas entrevistas que precisan de personajes con historias más o menos fuertes, con cierto histrionismo y cierta egolatría que los habilite no a contar su historia, sino lo que han inventado de ella. Además, precisan de un entrevistador que les otorgue confianza. Rebord apela –desconozco las razones— a la curiosidad de cualquier hijo de vecino, al muchacho que pregunta para saber. Es sintomático que Rebord muestre esas cartas. En la entrevista a Altamira, el político trotskista hace alusión a una señora de su barrio de la infancia a la que apodaban “La Tamborina”. Y le pregunta a Rebord: “¿entendés por qué, no?”. Y Rebord contesta: “no”. Y antes de explicarle quien fue Tamborini, Altamira, con una risa lejana a la soberbia, le dice: “que jovencito que sos”. Altamira no presupone que está hablando con un periodista “obligado” a saberlo todo, ni siquiera eso. Como buena parte de los entrevistados, el histórico hombre de la IV Internacional ve como un valor conversar, simplemente con un joven que, sencillamente, le permite contar la suya. A eso van a Rebord: a contar la propia. Creo que no está mal.

La crítica de Bercovich a Rebord no es, como se ha planteado, generacional. Si bien es cierto que Rebord ha construido un personaje –no tan visible en las entrevistas como en su programa MAGA y en su actividad en redes—, otros hicieron ese tipo de entrevistas antes –habiendo construido también personajes al uso—. Que hoy vuelva a consumirse un producto de ese tipo habla, en todo caso, de que era necesario reponerlo. Lo que Rebord presenta –inteligentemente, porque él sí tiene que vender novedad y antiperiodismo (ese es su personaje)— como una “conversación entre almas” es, en rigor, la clásica conversación íntima que le permite al invitado –sea cual sea— decir lo que quiera sin ser contradicho ni puesto en cuestión. Eso puede repercutir, según la crítica de Alejandro Bercovich, en el contenido de “verdad”.

La idea de la entrevista como mera búsqueda de la verdad puede ser selectiva. Entendida en su estado puro implica ubicar al periodista como guardián e interrogador desconfiado. Asume, en ese sentido, un rol fiscalizador: debe preguntar “hasta matar”, “hasta sacar la verdad” o, en su defecto, hasta evidenciar que la verdad del entrevistado puede no ser tan verdadera. Esa forma de entender la entrevista –muy válida en ciertas formas del periodismo— supone, además, que se debe preguntar por fuera de todo criterio ideológico personal. Se trata de “sacarle la verdad a Macri, a Kirchner, a Bregman”. El repetido cliché de “la BBC de Londres” lo expresa bien. ¿Nunca lo escucharon? “Si decís eso, en la BBC de Londres te preguntan hasta que les respondas la verdad”. Pero eso es mentira. Ni en la BBC ni en ningún otro medio ese criterio aplica a cualquier entrevista. Aplica, según el caso, a programas del llamado periodismo de investigación y, en algunos casos (dependiendo del entrevistador) al periodismo de política cotidiana. Un entrevistador a la Jesús Quintero no buscaba “aniquilar hasta sacar la verdad”. Buscaba, apenas, recorrer la verdad (o la mentira) del otro. A veces, creía necesarias las preguntas interrogativas fuertes. Otras veces no. Incluso en casos espinosos. Incluso en casos donde la ética podría estar invitada a la mesa.

El caso de Vaca Narvaja, se opine lo que se opine de él, solo es delicado por un aspecto. El acuerdo tácito de la democracia implica saber la verdad sobre la dictadura y, en tanto la Contraofensiva Montonera está plagada de dudas en torno a su vinculación con los mandos militares, es lícito preguntarse si, teniendo a su principal protagonista en el piso, no se le debería repreguntar por ello. La duda es lícita, pero el rechazo a la premisa que la avala también lo es. En el periodismo puede que importe la verdad, pero no es lo único que importa. También importan las opiniones de los protagonistas. Y sus gestos. La templanza de Vaca Narvaja mientras dice “la Contraofensiva fue un éxito” puede hacer dudar al espectador tanto como una repregunta en tono solemne. Rebord evita esa repregunta (por desconocimiento, por desinterés o simplemente porque no es lo que él hace) y dice: “¿A qué precio?”. No discute la tesis de Vaca Narvaja, aunque sí pregunta por costos (humanos). Vaca Narvaja le contesta con la misma frialdad. Con Altamira o con Moreno, con Vaca Narvaja o con Carlos Pagni, Rebord siempre hace lo mismo. No contradice al entrevistado. ¿Estamos seguros de que eso le impide sacarle el jugo?

"El acuerdo tácito de la democracia implica saber la verdad sobre la dictadura y, en tanto la Contraofensiva Montonera está plagada de dudas en torno a su vinculación con los mandos militares, es lícito preguntarse si, teniendo a su principal protagonista en el piso, no se le debería repreguntar por ello."

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En cierto momento, la idea de entrevista a políticos pasó a entenderse únicamente en el modelo que propone Bercovich. Eduardo Minutella dice –y creo que acertadamente— que, en Argentina, “el lugar social que ocuparon los periodistas en la década del 90 y especialmente contra Menem, llevó a la homologación del género con el modelo del periodista watchdog”. La idea del periodista como perro guardián omite las múltiples características de un oficio diverso y juzga la entrevista intimista con las reglas de la entrevista investigativa o con los criterios del periodismo político de coyuntura. Al hacer eje en el rol investigativo o de “búsqueda de la verdad” no solo se pierden de vista aquellos estilos periodísticos que no necesariamente tienen esa vocación, sino ubica al periodista en un rol de responsabilidad que excede a la del propio oficio, Así, el periodista que cree que si devela “las corruptelas de Macri” o “los chanchullos de Kirchner” mejora la calidad de la institucionalidad democrática. El periodista cree que si pregunta por “la privatización” o “la estatización” de tal empresa, ayuda a esclarecer a la ciudadanía en los beneficios y perjuicios de tal o cual operación. No sé si esto es así –creo que es muy discutible que lo sea—, pero no toda entrevista debe estar planteada de ese modo. Por otra parte, los whatchdog son, en Argentina, “a la carta”: perros grandes cuando entrevistan a políticos a los que desprecian y perros chiquitos cuando le preguntan a aquellos con los que comparten posiciones políticas. Sí, se puede hacer buen periodismo desde la militancia y desde la ideología expresada abiertamente, pero no se puede pregonar el papel de watchdog si no se indaga de igual manera a uno que a otro. Y no todo periodista quiere ser un watchdog. Es más, no todo periodista quiere ser periodista. Aunque lo sea, a su pesar.

El ruido de las redes no es el de las preguntas sobre el oficio. Es, en esta pequeña polémica, el de los admiradores de Rebord o los de Bercovich, el de los que discuten si se trata de una tensión generacional o, simplemente, el de la preferencia de estilos. Pero por fuera de ese ruido, más construido en torno a los personajes y a sus estilos o declaraciones, está el debate por el género de la entrevista. Un género que, como mostraron Neudstadt y Lanata, Larry King y Elena Poniatowska, Quintero y Oriana Fallacci (la número uno), puede hacerse de muchas maneras. En el formato que eligió Rebord lo que prima –y esto ya se ha visto muchas veces— no es la búsqueda de la verdad, sino el relato de una historia. Y en esas entrevistas no siempre hace falta la repregunta.

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