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14 de diciembre 2021

Ignacio Hutin

EL AMIGO RUSO EN LATINOAMÉRICA

Tiempo de lectura: 11 minutos

A comienzos de año, con buena parte de la población mundial sumida en la incertidumbre de una pandemia, la compra de las primeras vacunas contra el Coronavirus se convirtió en una disputa política y comercial. Pero también simbólica. La escasez y la necesidad hicieron de la crisis una oportunidad para explotar los recursos geopolíticos de las grandes potencias. “Si necesitás vacunas, yo tengo. Seamos amigos”, así, como si fuera el Facebook de hace una década. La rusa Sputnik V fue el caballito de batalla de la influencia rusa, especialmente entre los países en vías de desarrollo. No es casual que, de los 78 Estados que han aprobado el fármaco del laboratorio Gamaleia, 15 sean de América Latina y el Caribe. Es cierto que las demoras en las provisiones de segundas dosis resultaron notables. Pero a pesar de esto, la pandemia terminó siendo una buena excusa para que Moscú plantara con firmeza sus productos en Argentina y otros países de la región.

Las relaciones entre Rusia y América Latina nunca fueron tan estrechas como a partir de la segunda década del siglo XXI. Desde la asunción de Vladimir Putin en 2000, el acercamiento en materia política ha sido enorme. Se han dado numerosas visitas de Estado por parte del presidente ruso y también reuniones a nivel de altos funcionarios, así como entre Moscú y distintas organizaciones regionales latinoamericanas.

Asimismo, el crecimiento en las relaciones comerciales no es despreciable si se lo compara con los primeros años 90, aunque está claro que el aspecto económico no es lo más relevante en este contacto, al menos para la mayoría de países de la región. En cuanto a las exportaciones rusas, el rubro armamentístico está entre los que más ha crecido, especialmente en Venezuela. Este país, junto a Nicaragua y Cuba, es el principal aliado político del Kremlin a nivel regional.

Rusia intenta hoy recobrar el papel preponderante a nivel internacional que tuvo la Unión Soviética durante la Guerra Fría. La diferencia es que aquel mundo bipolar ya no existe, aunque también se ha extinto (o está cerca de hacerlo) el mundo unipolar en el que Estados Unidos se constituía como única superpotencia global. El sistema multipolar abre el juego para que Rusia vuelva a tener relevancia en distintas regiones y también para que países periféricos puedan tener un mayor peso. En ese contexto, Moscú y muchos Estados latinoamericanos parecen seguir lineamientos similares.

Bien vale entonces preguntarse qué lleva a Rusia a acercarse a Latinoamérica, pero también qué lleva a Latinoamérica a acercarse a Rusia, por qué surge esta renovada relación y qué beneficios y perjuicios trae para ambas partes.

Rusia intenta hoy recobrar el papel preponderante a nivel internacional que tuvo la Unión Soviética durante la Guerra Fría. La diferencia es que aquel mundo bipolar ya no existe, aunque también se ha extinto el mundo unipolar en el que EEUU se constituía como única superpotencia global.

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Una nueva era

Durante buena parte del siglo XX, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) apenas si tenía dos conexiones con América Latina: la Cuba postrevolucionaria, a partir de 1959, y la Nicaragua del sandinismo, desde 1979. Pueden sumarse además los años de Salvador Allende como presidente de Chile, entre 1970  y el golpe de 1973. Pero, por fuera de esos casos, las relaciones eran casi despreciables. Alguna venta de granos, no mucho más.

En 1991, la naciente Federación Rusa heredó buena parte de la cultura política de la Unión Soviética, además de la mitad de su población y dos tercios de su territorio. Y también heredó grandes dificultades económicas que se tradujeron en una menor relevancia de Rusia en el comercio internacional. En ese contexto, las relaciones con una región que le era tan lejana geográficamente perdieron aún más relevancia.

Pero el escenario comenzó a cambiar a principios de siglo, con la llegada a la presidencia de Vladimir Putin, primero en forma interina y luego a través de sucesivas elecciones: 2000, 2004, 2012 y 2018. Lentamente Rusia incrementó su peso político internacional y encontró en América Latina una buena oportunidad. En ese contexto, un punto de quiebre fue la guerra en Georgia de 2008, cuando Moscú intervino en las regiones de Abjasia y Osetia del Sur en apoyo a grupos separatistas.

El conflicto de 5 días entre Georgia y Rusia terminó con victoria de Moscú e independencia de facto para ambas regiones. Mientras Estados Unidos se acercaba a la ex república soviética de Georgia, Rusia envió por primera vez sus aviones de guerra y armada al Hemisferio Occidental en noviembre de 2008, en el marco de una práctica militar conjunta con Venezuela. La cooperación con Venezuela y Nicaragua creció exponencialmente a partir de entonces y los dos países fueron los primeros, después de la misma Rusia, en reconocer las independencias de Abjasia y Osetia del Sur.

Durante buena parte del siglo XX, la URSS apenas si tenía dos conexiones con América Latina: la Cuba postrevolucionaria, a partir de 1959, y la Nicaragua del sandinismo, desde 1979. Pueden sumarse además los años de Allende como presidente de Chile.

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En 2016 el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia publicó un documento titulado Concepto de política exterior de la Federación de Rusia, en el que se apunta que “Rusia continuará fortaleciendo de manera integral las relaciones con los países de América Latina y el Caribe, teniendo en cuenta el creciente papel de esta región en los asuntos mundiales”. Para eso, dice el documento, “Rusia buscará consolidar lazos con socios latinoamericanos en foros internacionales y regionales, expandir la cooperación con asociaciones multilaterales y estructuras de integración de América Latina y el Caribe”. Esta era la primera vez que el Estado ruso planteaba expresamente la voluntad y la relevancia de acercarse a Latinoamérica. Aunque el proceso había empezado antes de 2016.               

Putin debió dejar el poder entre 2008 y 2012 por el límite de dos mandatos de cuatro años que establecía la Constitución. En esa etapa presidió el país Dimitri Medvedev, su delfín. En total, los dos presidentes rusos del siglo XXI visitaron nueve países de la región: 4 veces Brasil, 3 Argentina, 2 Cuba, México y Perú, y una vez Chile, Nicaragua, Guatemala y Venezuela. Esto representa un cambio muy importante respecto a los mandatarios anteriores: Mijaíl Gorbachóv, último líder soviético, apenas visitó Cuba una vez durante sus más de 6 años en el poder, mientras que Boris Yeltsin, primer presidente de la Federación Rusa, no realizó ninguna visita a América Latina en 8 años.

Armas y negocios

Hacia fines de la primera década del siglo, uno de los rubros más importantes de exportaciones rusas a América Latina lo constituía el armamento, aunque Estados Unidos y Francia eran los principales exportadores de estos productos a la región. Las exportaciones de equipamiento militar ruso a Latinoamérica aumentaron de 1247 millones de dólares en 2005 a 6347 millones en 2012 y la región fue el destino del 4% del armamento ruso vendido entre 1992 y 2017.

Venezuela es el destino del 73% del total de armamento ruso exportado a América Latina y el Caribe, mientras que Brasil, el país más poblado de la región, apenas recibe el 3%. A modo de ejemplo, en 2007 Venezuela adquirió cien aviones de combate; y en 2013, compró a Rusia 123 vehículos blindados de transporte de personal y misiles tierra-aire.               

Más allá del aspecto militar y armamentístico, a comienzos de siglo los países latinoamericanos incrementaron sus exportaciones de productos agrícolas a Rusia. Progresivamente también comenzaron a exportar productos industriales de valor agregado, especialmente Brasil y México. Las exportaciones están generalmente ligadas a la industria petroquímica, pero también hay cada vez más productos como vino o café. Mientras tanto, Rusia se convirtió en un importante proveedor de metalurgia ferrosa, equipo energético, fertilizantes, helicópteros, productos químicos, plástico, caucho y maquinaria de construcción. Por otro lado, comenzaron tímidamente a instalarse en la región algunas empresas rusas, especialmente ligadas a los hidrocarburos.       

        

Putin wants to be Latin America's new friend | TheRecord.com

En la primera década del siglo, el intercambio comercial con Brasil creció notablemente, tanto es así que el peso de ese país en el intercambio total de Rusia con la región pasó de 11% en 1992 a más de 40% en 2008. Este crecimiento era lógico no sólo por el tamaño y potencia económica del gigante sudamericano, sino también por la proximidad en los principios básicos de la política exterior de ambos países durante los mandatos presidenciales de Lula y Dilma Rousseff, entre 2003 y 2016. Estas coincidencias incluían la idea de un futuro internacional de orden multipolar en el que brasileños y rusos tendrían una función relevante. 

Para Rusia, Latinoamérica representaba el 1,2% de sus exportaciones totales en 2017, mientras que en 2000 representaba el 0,81%; por otro lado, un 2,8% de las importaciones totales rusas provienen de la región, lo que significa un incremento desde el 2,1% en el año 2000. El saldo comercial entre Rusia y América Latina era en 1992 de 306 millones de dólares, mientras que a 2017 superaba los 10,2 mil millones. De esta suma, 2,4 mil millones corresponden al intercambio con Brasil; 1,1 mil millones corresponden a México; y 466 mil, a Argentina.

Venezuela es el destino del 73% del total de armamento ruso exportado a América Latina y el Caribe, mientras que Brasil, el país más poblado de la región, apenas recibe el 3%. A modo de ejemplo, en 2007 Venezuela adquirió cien aviones de combate; y en 2013, compró a Rusia 123 vehículos blindados de transporte de personal y misiles tierra-aire.

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¿Por qué Latinoamérica se acerca a Rusia?

Por fuera del aspecto comercial, la relación entre las partes se materializa en forma evidente a través de la firma de acuerdos. Por ejemplo, la mayoría de países latinoamericanos ha firmado acuerdos recíprocos de liberación del régimen de visas para turistas en los últimos años. Entre ellos, Venezuela lo hizo en 2008, Argentina y Nicaragua en 2009, Brasil, Colombia, Chile y Ecuador en 2010, Uruguay en 2011, Paraguay y Panamá en 2014, Bolivia en 2016, y Costa Rica en 2018. Las grandes excepciones regionales son México, que no ha firmado este tipo de acuerdo aún, y Cuba, que mantuvo el régimen de visa libre desde la disolución de la URSS.

Mientras en Moscú asumía Putin, en América Latina aparecieron gobiernos más cercanos a la izquierda política. Hugo Chávez asumió la presidencia de Venezuela en 1999; un año más tarde Ricardo Lagos asumió en Chile; Lula da Silva se convirtió en presidente de Brasil en 2003, el mismo año en que Néstor Kirchner asumió en Argentina; en 2005 el Frente Amplio alcanzó el poder en Uruguay de la mano de Tabaré Vázquez, un año más tarde inicio su mandato en Bolivia Evo Morales, mientras que en 2007 llegó al poder en Ecuador Rafael Correa y recobró la presidencia tras 17 años el nicaragüense Daniel Ortega. Rusia vislumbró una alternativa para ampliar sus mercados y su red diplomática en esta oleada de mandatarios progresistas, dispuestos a mostrarse distantes de, por ejemplo, Estados Unidos. En ese sentido, la relación podría verse como una forma de incentivar el desarrollo de un sistema internacional cada vez más multipolar, en el que la hegemonía estadounidense se debilitara progresivamente.

Desde 2009 Brasil y Rusia forman parte del grupo BRICS junto a China, India y, a partir de 2010, Sudáfrica. Sus cumbres anuales han fortalecido el vínculo entre ambos países a lo largo de la última década. En la última década Brasil ha apoyado las posturas que apuntan a la multipolaridad del sistema internacional, y también lo han hecho otros países de la región.

En el caso de Cuba y Venezuela resulta muy simple entender la voluntad de un mayor contacto con Moscú: ambos países tienen una importante dependencia económica hacia Rusia. Para otros Estados latinoamericanos, como Argentina o Brasil, el acercamiento político (aunque no económico en igual medida) puede justificarse en relación a la asunción de nuevos líderes de izquierda. Los gobiernos progresistas pudieron presentar a la relación con Rusia (o con China) como una ruptura, al menos parcial, con los hegemones tradicionales y particularmente con Estados Unidos.

For Putin, Venezuela and Latin America Are Key to Challenging U.S. Influence

¿Por qué Rusia se acerca a Latinoamérica?

En términos económicos, la relación entre Rusia y América Latina ha crecido notablemente desde la disolución de la URSS y particularmente desde la llegada de Putin al poder. Aun así, estos intercambios están lejos de ser prioritarios para las partes y son en definitiva ínfimos comparativamente. Esto pueda explicarse teniendo en cuenta que más de la mitad de las exportaciones rusas corresponden al petróleo y productos derivados. Y en América Latina, son muchos los países con producción petrolífera, principalmente Venezuela, pero también México, Colombia, Brasil, Ecuador o Argentina. En ese sentido, tal vez el acercamiento de Rusia en especial, aunque no únicamente, a Venezuela también tenga que ver con garantizarse el acceso a estas reservas.

En cualquier caso las relaciones políticas entre Rusia y América Latina se han intensificado a un nivel mucho mayor que las relaciones económicas. En otras palabras, las relaciones de los latinoamericanos con Rusia son en primer lugar políticas y luego económicas. Y este acercamiento está marcado por un carácter estratégico. Rusia mantuvo una estrecha relación con los miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), particularmente con Venezuela, Cuba y Nicaragua. Incluso existía la idea de constituirse como miembro observador de la organización, pero eventualmente abandonó este plan para enfocarse en las relaciones bilaterales. En buena medida, esto se debió a la falla de Cuba, Ecuador y Bolivia a la hora de apoyar algunas de las acciones rusas en Europa, como el reconocimiento a las independencias de Abjasia y de Osetia del Sur. Ecuador abandonó la alianza en 2018, mientras que Bolivia lo hizo al año siguiente.

En términos económicos, la relación entre Rusia y América Latina ha crecido notablemente desde la disolución de la URSS y particularmente desde la llegada de Putin al poder. Aun así, estos intercambios están lejos de ser prioritarios para las partes y son en definitiva ínfimos comparativamente

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Como dice Vladimir Roulinski, Director del Centro de Investigaciones CIES de Colombia, la relación entre Rusia y el ALBA puede calificarse como un “matrimonio por conveniencia”. Ambas partes se beneficiaron de la ausencia de preguntas políticas incómodas: los latinoamericanos saben que Rusia nunca preguntaría por las violaciones de derechos humanos en Cuba, la persecución de la oposición en Venezuela, o el abuso de poder en Nicaragua. Mientras que Rusia sabe que ni Caracas, La Habana y Managua cuestionarían la represión política de Putin.

Por otro lado, el gobierno ruso encuentra en Venezuela, Cuba y Nicaragua un espejo en el que mirarse. Cabe preguntarse entonces si los regímenes autoritarios, semiautoritarios o iliberales no sólo se asemejan sino que además se retroalimentan. Si Rusia y el ALBA logran estrechar lazos gracias a que no existen entre las partes cuestionamientos incómodos sobre derechos humanos o libertades civiles, bien pueden encontrar aquí una aprobación recíproca, una forma de justificarse hacia afuera y hacia el interior de sus propias fronteras. Ese beneficio mutuo tal vez también implique redoblar la apuesta, es decir aumentar el control sobre el Estado y la represión a disidentes.

El rol de Estados Unidos

Al analizar la intensificación de relaciones resulta menos relevante la coyuntura política interna de cada país de América Latina que su cercanía geográfica con Estados Unidos. Así como Estados Unidos apoya política y militarmente a países del entorno geográfico ruso (incluso aquellos que solían pertenecer a la Unión Soviética o a su esfera de influencia, como Georgia y Ucrania), Rusia considera que su presencia en América Latina es legítima en términos geoestratégicos. Pero Moscú no quiere ni puede aumentar su presencia militar en la región, como si se tratara de una carrera armamentística de tiempos de la Guerra Fría. Esto sería poco pragmático y las preocupaciones rusas en cuanto a defensa radican en regiones de Asia y Europa, no en Latinoamérica. En ese sentido, la presencia rusa en la región tan sólo sería simbólica: para demostrar que puede hacerlo.

Estados Unidos mira con recelo la presencia rusa en su área de influencia, en su patio trasero. Aunque no necesariamente la considere una amenaza a su seguridad nacional, sí puede considerarla una amenaza a su rol como líder continental, además de una provocación. La creciente relación política de Rusia con América Latina, y en particular con Venezuela, Cuba y Nicaragua, pone al país a la vista de Estados Unidos. Washington observa con atención estos movimientos, Donald Trump los criticaba abiertamente, les daba entidad. Incluso su gobierno planteó diversas posibilidades (intervenciones, bloqueos o mayor injerencia en esos países) en base a las acciones regionales de Moscú.

Hacia afuera Rusia logra que Estados Unidos le ponga atención, que lo considere como una potencia resurgida que puede hacer pie incluso al otro lado del planeta y que puede llegar a ser un actor global más fuerte, política y económicamente, de lo que fue la URSS. Pero hacia adentro, hacia la opinión pública rusa, Putin se muestra como el líder fuerte que puede tejer alianzas y firmar tratados con casi todos los países latinoamericanos. Y que incluso es capaz de llevar armamento hasta el mismísimo patio trasero de Washington.

Esto podría interpretarse como el gesto de una potencia que expande sus redes diplomáticas, pero también como una mera bravuconada por parte de un país cuya economía no está siquiera entre las diez más grandes del mundo.

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