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17 de diciembre 2021

Lorena Álvarez

DESPUÉS DE HORA

Tiempo de lectura: 6 minutos

Hasta el 2001, “Después de hora” era el título de uno de los films más elogiados del director Martin Scorsese. Una película de 1985 que terminó siendo de culto dentro de la filmografía del gran Marty: las peripecias de un joven yuppie que al salir de su trabajo, encadenando una serie de malas decisiones, queda a merced de los peligros de una noche eterna. Dieciséis años más tarde el canal América pone al aire nuestro “Después de hora”.

Un programa periodístico conducido por Daniel Hadad. Desde entonces, y a partir del éxito del envío, el título del emblemático film pasó a ser asociado con el programa que supo mostrar al espectador televisivo en su mejor faceta: el que ama odiar.

Nuestro viaje hacia el fin de la noche ese año fue un eterno loop de secuestros express, premoniciones económicas de catástrofe, el nacimiento del Riesgo país como obsesión y un muñequito en 3D imitando a Fernando De La Rúa. Ni Scorsese imaginó noches tan agitadas como las que vivimos frente a la pantalla de América.

No puedo imaginar el 2001 sin “Después de hora”. La irrupción de ese resumen de noticias diarias en la noche de aquellos años puede ser vista como la descarga necesaria de esos convulsionados tiempos

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Loco un poco, nada más

Daniel Hadad era un periodista político devenido en empresario, que disfrutaba de las mieles del éxito: creador de AM Radio 10, boom radiofónico que vio la luz a finales de la década del 90 y de FM “La Mega”, cuya programación se basaba en pasar canciones de rock nacional de todas las épocas sin más que locutores presentando los temas. Un fogón radial para despedir el siglo XX: “una que sepamos todos” para enfrentar el desconocido siglo venidero. Pocas palabras, mucha nostalgia.

Con esas cocardas, DH desembarca en la pantalla chica con su hueste radial, logrando en poco tiempo un producto muy aceitado. El diario Clarín, a comienzos de julio del 2001, publicaba en sus páginas una crítica sobre el programa diciendo: “A poco más de dos meses de su salida al aire, Después de hora, el programa que lidera Daniel Hadad de lunes a viernes a la medianoche por América, terminó de dibujar su perfil definitivo. Más que como un periodístico neto -puesto que no tiene investigaciones propias-, se lo puede definir como un resumen de noticias distendido y cargado de opinión.”

Lo de distendido tiene que ver con el formato elegido y no precisamente con el contenido de las noticias. Alrededor de una mesa ovalada, Hadad y cuatro colaboradores mantienen una charla estilo “de café” sobre temas tales como la crisis de Aerolíneas o el riesgo país, aunque la mayor cantidad de tiempo y comentarios se lo lleva cotidianamente la información sobre asaltos, toma de rehenes, muerte de policías, o sea, lo que se ha dado en llamar genéricamente: “la inseguridad”.

Ese formato de amigos pudientes de club house o bar de barrio chic fue un sello propio. Es que los chicos del country también tenían tristezas y voces propias. Si a finales de los ’90, Jorge Lanata había logrado con sus programas en América convertirse en el tótem cool y progresista de la información periodística, Daniel Hadad aterrizó en la misma emisora decidido a demostrar que los conservadores también podían ser descontracturados y televisivos. Y lo demostró.

Es que por esos años, Bernardo Neustadt, el rey del show-periodístico, había sido eclipsado por las consecuencias de la segunda mitad de los 90: la caída del sueño neoliberal. A regañadientes ese Bernie vio cómo había llegado su trasvasamiento generacional. De la mano de Hadad los periodistas neoliberales volvían a  ser populares y prestigiosos compitiendo con sus pares progres, estrellas que habían ascendido al podio cuando las papas económicas del menemismo empezaban a quemar. Llegaba el reemplazo grupal para Neustadt. No lo dejaban solo.

Antonio Laje era quien se ocupaba de los asuntos económicos. Su clásico: pausas, tono de voz engolado antes de tirar una bomba. “Sean serios señores”, le decía a los políticos mirando a cámara

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Amamos odiar

Lo notable del éxito del envío fue la fascinación que despertaba en sus detractores. A mayor distancia con su posicionamiento político, más fan de no perderse un capítulo. Como en las mejores series, los villanos siempre se roban nuestra atención. De hecho hoy en día quienes más recuerdan el programa son aquellos que más se fastidiaban viéndolo.

Como si insultar a la tele fuera la descarga más efectiva contra la olla a presión que estaba por estallar en aquellos años: una economía en ruinas, la inseguridad con nuevos patrones de violencia y la inexorable debacle. El sueño de la estabilidad y la paridad entre el peso y el dólar se había convertido en una pesadilla. La soga del ahorcado que no creía que ese lazo era lo que lo estaba asfixiando.

Los amigos del café

Los muchachos que componían el grupo de opinadores liderados por Hadad eran muy poco conocidos por el gran público, aunque después del programa, un par de ellos se convirtieron en un clásico para la tele local, en especial Eduardo Feinman.

El periodista era el encargado de los temas políticos y de la seguridad. Su seriedad muchas veces impostada y su indignación exagerada noche tras noche, lo transformaron en un imprescindible de esa mesa. Le gustaba ese rol de chico malo. Papel que aún hoy desempeña con éxito.

Antonio Laje era quien se ocupaba de los asuntos económicos. Su clásico: pausas, tono de voz engolado antes de tirar una bomba. “Sean serios señores”, le decía a los políticos mirando a cámara. Pronosticar colapsos lo encendían. Y nosotros llorábamos, rezábamos… y un poco reíamos.

Pero como en un cuento circular hoy, veinte años después, es él quien llora y sufre frente a las cámaras: varias de sus ex compañeras de noticiero lo acusaron de malos tratos. En su defensa corrieron lágrimas. Al verlo todos pensamos: 2001-2021, el aniversario de las lágrimas.

A ellos se les sumaba Lito Pintos, hablando de deportes y haciendo gala, en general las canchereadas, impostando hincha de club de fútbol, y Rolo Villar, siempre en off, comandando el humor.

Si a finales de los '90, Jorge Lanata había logrado con sus programas en América convertirse en el tótem cool y progresista , Daniel Hadad aterrizó en la misma emisora decidido a demostrar que los conservadores también podían ser descontracturados y televisivos

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También había una mujer, el cupo femenino que recayó en la experimentada locutora, María Muñoz, que antes de anunciar los vaivenes meteorológicos o leer mensajes de televidentes -su módica función- era enfocada por las cámaras mientras se oía de fondo la canción “She”, en la versión Charles Aznavour. Lo notable: la banda de sonido de la película “Notting Hill”, en esos años, finalmente nos recordaba más a María que a Julia Roberts.

De traje durante la semana y con el permitido del “viernes casual”, ese equipo representó mejor que nadie a una buena parte de la clase media, que al calor del menemismo, había sofisticado sus aspiraciones. Esos periodistas, estéticamente, bien podrían parecer gerentes de alguna compañía, prósperos comerciantes, profesionales en ascenso, y hasta a alguna secretaria bilingüe muy bien paga. Al fin “gente como uno” podían pensar los que ese mismo verano intenso coparon las cacerolas. La zona norte tenía quien les hable.

Twitter los hubiera amado

Es imposible no imaginar hoy la preponderancia del programa en tiempos de redes sociales. Chistes impensados, exabruptos, mano dura, piropos a la locutora, la desilusión, la antipolítica y el germen del que se vayan todos relatado noche tras noche.

Si por entonces polemizamos frente a la pantalla hablándole a cada uno de los integrantes de esa mesa, es factible imaginar hoy la cantidad de intercambios en twitter que habría entre sus seguidores y los críticos. Cualquier productor televisivo se frota las manos pensando en ese impacto. No habría noche sin que los tuiteros convirtieran a este grupo en un TT (trending topic). Ni medio que al otro día no levantase sus polémicas.

Es de imaginar en la actualidad que ante el ataque punzante de cualquiera de los integrantes del equipo, ministros, políticos o protagonista del tema del día estuvieran ensayando una respuesta vía twitter. Padeciendo la embestida de los miembros del programa al día siguiente. Esos chicos eran bravos. Y nosotros, los televidentes, dependientes eternos del escándalo.

Conclusión: no puedo imaginar el 2001 sin “Después de hora”. La irrupción de ese resumen de noticias diarias en la noche de aquellos años puede ser vista -con la piedad que otorga el paso del tiempo- como la descarga necesaria de esos convulsionados tiempos. Es que a falta de dulces sueños en aquel 2001, nos venía bien enfrentarnos a las pesadillas. Y dormirnos tarareando:

“Cuando escuches esta canción

te va a alegrar el corazón,

hay tiempo para decidir,

vas a encontrar la solución.”

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