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¿CÓMO CONTAR UN MONSTRUO?: LOS MEDIOS ANTE EL 11S

Tiempo de lectura: 10 minutos
  1. Narrar lo extraordinario: una cobertura mundial

Suele decirse que el 11 de septiembre de 2001 el mundo se detuvo. A menudo esa expresión constituye un lugar común, pero en ocasión de los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono, por una vez, parecía captar el primer impacto ante los hechos mejor que cualquier otra. Los ataques parecían una suerte de reedición del “fin de la historia” y, sobre todo en el mundo occidental, contribuyeron a expandir el sentimiento de que ya nada volvería a ser igual.

Tampoco lo sería a nivel comunicacional. El planeamiento del atentado llevado adelante por Al Qaeda no solo implicó la coordinación perfecta para el secuestro y posterior choque de los aviones contra el WTC y el Pentágono, sino que fue diagramado y realizado con el objetivo de que la prensa internacional lo transmitiera a todo el mundo en tiempo real. El impacto del segundo avión —que fue la portada de todos los medios del mundo— pudo verse en vivo, así como las imágenes de las 24 personas que saltaron desde lo alto de una de las torres. Sin embargo, ningún medio estaba preparado para cubrir una tragedia de tal magnitud y con tantas consecuencias geopolíticas. 

Cuatro años antes de los atentados, en 1997, la princesa Diana de Gales murió en un accidente automovilístico. La cobertura de aquel hecho fue el antecedente más relevante de abordaje mediático de un suceso trágico dentro de un mundo hiper globalizado y dejó en evidencia que los medios de comunicación, de por sí ya muy numerosos, estaban más sincronizados, unificados y uniformizados que nunca.  Durante la cobertura de los atentados del 11 de septiembre de 2001, las principales cadenas televisivas de Estados Unidos —CNN, CBS, ABC, NBC— así como la de los principales canales europeos —BBC, TV1, TVE, RAI— utilizaron en un loop infinito las imágenes del segundo avión impactando contra una de las torres, así como las tomas de 24 personas que saltaron desde lo alto de las torres. Al poco tiempo, CBS se disculpó por transmitir las imágenes de las víctimas que se arrojaron al vacío, ya que, en ese momento, no hubo posibilidad de hacer una edición de los clips. Por su parte, la CNN esgrimió un argumento discutible: decidieron transmitir esas imágenes para ver si podían colaborar en el reconocimiento de las víctimas. Curioso, porque era casi imposible que una cámara pudiera captar detalles a tanta distancia.

La cobertura europea, por su parte, se caracterizó por tener una perspectiva más analítica tanto en la televisión como en la prensa escrita. La proximidad geográfica y la enorme cantidad de migrantes que profesan la religión musulmana en el viejo continente implica para Europa un contacto más estrecho y un conocimiento más profundo del mundo islámico. En los días posteriores al atentado, en los que se construyó “la otredad” del mundo islámico, las columnas de opinión y los paneles de debate en los programas tuvieron un denominador común: la presencia de académicos y personalidades islámicas que buscaban explicar que el islam no era lo que profesaba Al Qaeda y que la violencia no era parte de su religión.

En Estados Unidos, el enfoque analítico era más difícil de sostener, sobre todo debido a la exacerbación del sentimiento nacionalista.  La crítica de las afirmaciones de George W. Bush como “ya sea que traigamos a nuestros enemigos a la justicia o llevemos la justicia a nuestros enemigos, haremos justicia” podía ser tomada como indicio de posible antipatriotismo. Sin embargo, hubo excepciones, algunas incluso impensadas. Por ejemplo, MTV, una emisora caracterizada por emitir videos musicales, llevó adelante una cobertura analítica. Luego del atentado, el canal emitió programas de debate para lograr establecer la diferencia entre el islam y el fundamentalismo profesado por Al Qaeda. Como consecuencia de esa decisión, en esos días la audiencia del canal aumentó en un 400 por ciento. A su vez, y debido al creciente sentimiento nacionalista, muchos intelectuales del siempre heterogéneo campo progresista realizaron publicaciones en medios europeos, como el caso de Susan Sontag o Woody Allen en Il Manifesto, un diario italiano de izquierdas.

En los medios árabes, los atentados del 11 de septiembre marcaron un punto de inflexión. Al comienzo de la cobertura, hubo varias voces —principalmente provenientes de Arabia Saudita, un aliado estratégico y a la vez dificultoso de Estados Unidos— que dieron ciertas muestras de satisfacción por la tragedia. Pero al poco tiempo lograron imponerse voces más racionales, sobre todo en Al Jazeera, la cadena fundada con capitales de Qatar que había surgido en el año 1996, casi en simultáneo con la toma del poder en Afganistán por parte de los talibanes. Es a raíz de la cobertura de los atentados que Al Jazeera logró posicionarse como una fuente de información alternativa y cuasi hegemónica, causada en primera instancia por la búsqueda de una nueva manera de informarse sobre el mundo árabe. Pero, sobre todo, como consecuencia de la entrevista que realizó la cadena con Osama Bin Laden. Para poder enviarla al aire, la CNN se vio obligada a firmar un acuerdo con la cadena qatarí por los derechos de transmisión.

Durante la cobertura de los atentados del 11 de septiembre también se puso en evidencia la disputa entre la cobertura inmediata y de último momento, frente a los reportajes y crónicas meticulosas desde el territorio. Jon Lee Anderson, por ejemplo, viajó a Afganistán a pocos días de los atentados, con el objetivo de realizar una cobertura para The New Yorker desde el país en el que, supuestamente, se refugiaba Bin Laden. Siguiendo con la tradición kapuscinskiana, Anderson y su editora vislumbraron la posibilidad de realizar un libro desde aquel país. El resultado, La tumba del león, se convirtió en un clásico del periodismo del nuevo siglo.

El planeamiento del atentado no solo implicó la coordinación perfecta para el secuestro y posterior choque de los aviones, sino que fue diagramado y realizado con el objetivo de que la prensa internacional lo transmitiera a todo el mundo en tiempo real.

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  1. ¿Y por casa cómo andamos?

En los medios gráficos argentinos, el desafío inicial no era diferente al de la mayoría de los medios internacionales: qué contar y cómo contarlo en un contexto de fuerte impacto y desconcierto. En circunstancias extraordinarias como las del 11-s, la definición de una tapa implicaba una responsabilidad aun mayor que en circunstancias ordinarias: es el “primer mensaje” que se busca transmitir a los lectores. En los medios nacionales, la primera tendencia se correspondió con lo que Michael Shudson denominó: “domesticar el caos”; poner en palabras inteligibles el acontecimiento para hacer posible algún tipo de narración.

El bajo continuo de los grandes medios nacionales fue la idea de “terror” y la certidumbre de que el ánimo mundial se había trastocado: “Conmoción mundial”, “Pánico en todo el mundo”. Tanto Clarín como La Nación sacaron ediciones especiales, como así también algunos semanarios. Para La Nación se trataba del “atentado más grave de la Historia”, aunque no ahondaba en cifras ni en datos concretos. Para Pagina/12 el ataque había “paralizado al imperio” y empezaba “un mundo nuevo”. En los medios gráficos el tema se volvió omnipresente, a tal punto que hasta la revista Caras dejó de contar por un rato la vida cotidiana de los “ricos y famosos” para publicar una edición con fuerte impronta fotográfica bajo el extraño título de “Tributo a New York. Homenaje al World Trade Center”.

Dentro de sus posibilidades, la revista progresista 3 puntos intentó una cobertura con fuerte impronta geopolítica e incorporación de reconocidos analistas internacionales. Su competidora, Veintitrés, que hasta adelantó su edición, permaneció fiel a su vocación para hacer progresismo para multitudes y buscó el título más sensacionalista posible: “Kamikazes. El mundo al borde de la tercera guerra”. Las dos notas principales de aquel número recayeron en un único periodista, Walter Goobar, algo que da cuenta de hasta qué punto aquella redacción curtida en la investigación periodística de casos de corrupción a nivel local estaba mucho menos preparada para la cobertura de noticias internacionales del calibre que proponía la hora. Casi todas las demás notas oscilaban entre lo anecdótico y lo colorístico: psicólogos que contaban cómo explicarles a los niños y niñas el horror que experimentaba el mundo (todo periodista que trabajara en la parte blanda de un medio tenía por entonces una agenda repleta de opinadores con título para cada ocasión), el clásico testimonio de “un argentino desde el lugar de los hechos”, columnas a cargo de representantes de los grandes credos monoteístas y hasta una nota sobre Tom Clancy, “el escritor que más cerca estuvo de anticipar el horror”, porque siempre, como todo lector debía saber de antemano, “la realidad supera a la ficción”. En ediciones posteriores, la revista ya se animaba a ensayar un discurso con algún ribete de antiimperialismo sui generis. Por caso, la nota de tapa del jueves 20 era “Cría cuervos. Los increíbles vínculos entre las familias de Bush y Bin Laden”, y el semanario prometía desentrañar los negocios comunes entre los villanos del momento. Acompañaba a aquel número una sección de “cartas desde el centro de la tragedia” y una compilación de opiniones de diversos intelectuales, entre ellos los entonces infaltables José Saramago y Susan Sontag, y los todavía infaltables Noam Chomsky y Mario Vargas Llosa.

Un mes después, en un contexto de temor generalizado a nivel mundial, el semanario ya se permitía hasta el registro tragicómico; a raíz de un anuncio fallido del ministro de salud Héctor Lombardo, el título de tapa era “Chántrax. La increíble historia de cómo un país entero creyó que era víctima de la guerra bacteriológica”. La historia se había iniciado cuando una vecina de CABA, que cobró fama pública como “Patricia de Parque Patricios”, recibió un sobre con la leyenda “sólo debe ser abierto por el destinatario”. La mujer se asustó y llevó la carta hasta la comisaría de Entre Ríos y Caseros. La seccional continuó la derivación hasta que el sobre terminó en el Instituto Malbrán. Según La Nación a la entidad llegaban diariamente decenas de sobres en esas condiciones. Un falso positivo chequeado a destiempo llevó a que el máximo funcionario nacional de Salud afirmara que había un caso de ántrax comprobado en el país y de pronto el país era víctima del bioterrorismo. Ante la desmentida, Veintitrés fue rotunda y realizó, en relación con el funcionario, una afirmación que ya comenzaba a extenderse hacia otros ámbitos de aquel gobierno: “la estupidez oficial”.

Tanto Clarín como La Nación sacaron ediciones especiales. Para La Nación se trataba del “atentado más grave de la Historia”, aunque no ahondaba en cifras ni en datos concretos. Para Pagina/12 el ataque había “paralizado al imperio” y empezaba “un mundo nuevo”.

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A poco más de un mes de los atentados ya eran posibles hasta notas con títulos como “Volver a la Bristol”, en las que se sostenía que “por los atentados y la guerra pronostican un boom del turismo en la Argentina”. Auspicioso, el Secretario de Turismo Hernán Lombardi afirmaba que los argentinos iban a dejar de veranear en el exterior y que mientras la palabra guerra siguiera apareciendo en la CNN los turistas europeos se reorientarían hacia América del Sur.

A poco más de un mes de los atentados ya eran posibles hasta notas con títulos como “Volver a la Bristol”, en las que se sostenía que “por los atentados y la guerra pronostican un boom del turismo en la Argentina”

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  1. El retorno del acontecimiento-monstruo

En su clásica novela Vida y destino, Vasili Grossman reflexiona acerca del sentimiento de su personaje Krímov ante lo inconmensurable de la batalla de Stalingrado: “tenía la impresión de que la historia había dejado de ser un libro, desembocaba en la vida, se confundía con ella”. Para el personaje, un comisario político soviético que desde las purgas del 37 se había vuelto cada vez más escéptico, Stalingrado daba por tierra con el engaño de la vida cotidiana. Allí, en el frente, cada momento se volvía verdaderamente significativo, “como en tiempos de Lenin”. Los atentados del 11-s parecían reponer la significación de los hechos en un mundo que había sido leído, en la década anterior, con las anteojeras del fin de la historia. Los ataques de Al Qaeda a objetivos estadounidenses constituyeron lo que autores como François Dosse han caracterizado como acontecimiento-monstruo: sobrerrelatados por los medios de comunicación, sujetos a interpretaciones múltiples y contradictorias, y capaces de producir un efecto de extrañamiento respecto del presente que trastoca nuestra concepción sobre el futuro. Un cambio radical en la constitución de nuestro horizonte de expectativas y, por tanto, de nosotros mismos. Para quienes transitan el medio siglo de vida, esta experiencia, que en las décadas de 1960 y 1970 se hubiera caracterizado como desectructurante, no es del todo desconocida. Ya nos hemos enfrentado con acontecimientos de este tipo más de una vez. Vimos caer el orden comunista en el este europeo y, con él, toda una concepción sobre el sentido general de la historia que todavía compensaba con estertores de certidumbre lo que ya intuíamos como exceso de teleologismo. Vimos al mundo volverse 2.0, y también 3.0 y 4, y sabemos que será para más. Con solo apretar un par de botones, incluso con una orden de voz, podemos seguir mirando en loop en nuestras pantallas como siguen colapsando las Twin Towers y el viejo nuevo orden mundial durante horas, días, semanas o hasta el resto de nuestras vidas.

Los atentados del 11-s parecían reponer la significación de los hechos en un mundo que había sido leído, en la década anterior, con las anteojeras del fin de la historia. Los ataques constituyeron lo que autores como François Dosse han caracterizado como acontecimiento-monstruo”.

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En el vigésimo aniversario del 11-s, el peso de otro acontecimiento total nos vuelve a poner de cara a la historia en el sentido referido por Grossman. La guerra bacteriológica no ha tenido lugar, pero el virus sí. El “pánico por culpa de una mentira” que obligaba a enmascararnos en octubre de 2001, finalmente trocó en pánico por culpa de una verdad: la historia a veces se repite como tragedia. Les tocará a quienes la reconstruyan en el futuro contar hasta qué punto lograremos decodificarla y hacerla hablar en modos más amables. Les espera una tarea ardua.

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