Un momento...

02 de mayo de 2025

02 de mayo de 2025

25 de enero de 2025

AVIDA DOLLARS

Pablo Marchetti González

Tiempo de lectura: 13 minutos

“Nos llamaban locos,

pero míranos antes quería un Rolex, ahora quiero dos.

Siempre quise todo.”

Eso canta C. Tangana en “Siempre quise todo”, tema número 10 de Avida dollars, segundo disco del artista, de 2018. El arte como negocio y el negocio como arte. El arte que sólo es arte si es negocio. El negocio como parte del arte.

Avida dollars (como toda la obra de C Tangana) está atravesada por esa tensión entre arte y negocio. Una tensión que aparece mencionada en muchas oportunidades, de formas bien distintas. A veces con la arrogancia y la jactancia propias del hip hop y el reggaetón; otras, como reflexión filosófica; otras, como destello poético.

Etimología pura: negocio es negar el ocio. Sin negocio no hay arte. Lógica pura: el arte no es ocio, es trabajo. Lleva trabajo. Parece ocio, pero es trabajo. Y trabajo es negocio.

C. Tangana incorpora el negocio desde que comienza a crear. Arte y negocio nacen de una misma intensidad, de un mismo deseo, de una misma alineación astral. Sus reflexiones poéticas tienen que ver con las condiciones de producción de lo que vende, de aquello con lo que hace negocio. Que es su arte.

El primer álbum de C. Tangana es de 2017 y se llama Ídolo. El disco comenzó a gestarse dos años antes, cuando el artista abrió su propio negocio. Así lo contó el propio C. Tangana:

“En 2015 tomé la decisión de convertir mi vida artística en mi vida profesional y usar toda mi creatividad para sobrevivir. Dejar de currar para otros y empezar a trabajar para mí mismo”.

Los hippies a los que se refiere C Tangana no soportaban la idea de negocio. En el discurso. Porque, en la realidad, nadie puede llevar una vida de puro ocio. Y menos siendo un hippie sin OSDE. Ya lo cantó Moris

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C Tangana dijo eso en una pieza audiovisual, producida por su negocio, por su empresa, por su productora. Una pieza en la que cuenta qué es Ídolo. Esa pieza audiovisual podríamos definirla como eso que en películas y series se llama tráiler. Con el sentido artístico-negocio que suelen tener, desde hace tiempo, los tráilers.

En la música, el equivalente es el videoclip, si es que se sigue llamando así. Una pieza audiovisual que originalmente se hacía para para vender el disco. Hoy todo forma parte de un mismo producto, que puede servir para vender lo que fuera. En este primer “tráiler” de su primer “disco”, C Tangana dice lo siguiente sobre Ídolo:

“Este no es el disco de un ídolo, esta es la parte de atrás. Esto habla sobre lo que piensa, lo que le preocupa, lo que le pasa a alguien que está ahí. La primera imagen que yo tuve, la primera de todas, fue la del becerro de oro. Este verano yo vi al becerro de oro, yo era el becerro de oro. Esa forma falsa de adoración, como de espectáculo. El famosillo, la imagen, el mercado. Por eso el disco no debería llamarse Ídolo, sino La construcción de un ídolo. Lo que va por dentro”.

Cuando sacó su segundo disco, C Tangana volvió a lanzar un tráiler. Que, en su caso, más bien parece ser un bonus track, un tema extra del propio disco. Que aparece con el nombre del álbum, Avida dollars, aunque en el disco no haya un tema con ese nombre. En un momento dice:

“El arte de los negocios es el paso que sigue al arte. Durante los años hippies la gente desprecia la idea de los negocios. Decía ‘el dinero es malo’, ‘trabajar es malo’. Pero hacer dinero es un arte. Trabajar es un arte. Los buenos negocios son las mejores de las artes”.

Aquí C Tangana cita textualmente a Andy Warhol. La primera y la última frase son de Warhol. Warhol fue un gran tuitero antes de tuiter. Escribió varios libros, en los que dejó un montón de frases de impacto, divertidas, explosivas. La más famosa de todas fue:

En el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos. Todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria”.

La frase se volvió tan trillada que hasta el propio Warhol se hinchó las pelotas. Y dijo:

“Estoy aburrido de esa frase de la fama. No voy a usarla nunca más. Mi nuevo lema es: En 15 minutos todo el mundo será famoso”.

¿Qué es lo que mide un billón? Células, atomos, microbios, partículas en el espacio… y dólares que puede acumular una persona. O un grupo muy reducido de personas

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Warhol es un gran tirador de frases. A lo Charly, a lo Diego. ¿Las escribía o decía o pensaba realmente él? Quién sabe. No sabemos si escribía (ni cuánto) en sus libros, como no sabemos si pintaba (y cuánto) sus cuadros. Sí sabemos que todo eso llevaba su marca. La marca del producto. Y que dejó grandes, grandísimas frases:

“Un artista es alguien que crea cosas que la gente no necesita tener”.

 “Lo más grande que ha conseguido Estados Unidos es comenzar la noble tradición de que los ricos consuman en esencia las mismas cosas que los pobres”.

“No le hagas ningún caso a lo que la gente escribe sobre vos, sólo medilo en centímetros”.

“En mi lápida no me gustaría que hubiera nada puesto. Ni nombre ni epitafio. Bueno, sí, una cosa: la palabra ‘producto’”.

“La gente siempre se queja de que las cosas que pasan en las películas son irreales, cuando lo que pasa en sus vidas es lo realmente irreal”.

“Lo más hermoso de Florencia es el McDonald’s”.

Para Warhol, el gran inspirador como artista-producto fue Salvador Dalí. Por eso C Tangana cita a Warhol en un tema, pero llama a su disco Avida Dollars. Que es el anagrama con el que André Breton calificó a Salvador Dalí: con las letras de Salvador Dalí se puede escribir Avida Dollars.  

Breton (fundador del surrealismo y propietario de esa marca), acusaba a Dalí (el surrealista más famoso y más dispuesto a hacer con esa marca un gran negocio) de un clásico del arte, que luego se trasladaría al rock: de venderse. Que era lo que Dalí no sólo hacía, sino que además admitía y explicaba a quien quisiera escucharlo.

Los hippies a los que se refiere C Tangana no soportaban la idea de negocio. En el discurso. Porque, en la realidad, nadie puede llevar una vida de puro ocio. Y menos siendo un hippie sin OSDE. Ya lo cantó Moris, acusando en modo Emile Zola, frente a un hipotético (y necesario) caso Dreyfuss de lo careta: “Sos el burgués más corrompido que existe / y te engañás pensando que sos un hippie”.

Los hippies que aborrecían el negocio tenían que ejercerlo de alguna forma: vendiendo discos, espectáculos, artesanías, verduras orgánicas, drogas, aromas, tarot, cursos, portasahumerios hechos con resina epoxi, ropa con batik, lo que fuera.

Hace unos años, este comentario podría haber derivado en una denuncia por hippiefobia. Lo anoto entre las cosas que debo agradecerle a este tiempo con capacidades de ilusiones diferentes. El rock heredó esta tradición hippie. Y por eso “Transas”, de Charly: “Él se cansó de hacer canciones de protesta / y se vendió a Fiorucci”.

Si la izquierda nunca entendió muy bien al peronismo, mucho menos entendió a Mirtha Legrand

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(Dato curioso: dos canciones de rock argentino nombran a la marca italiana de jeans Fiorucci. Y en las dos hay cierto aire despectivo, asociándolo a lo cheto: “Transas” y “La rubia tarada”, de Sumo. Nadie puede negar que Fiorucci dejó huella.)

El anagrama de Breton es perfecto. Pero también fue perfecta la respuesta de Dalí: un cuadro de gran dimensión (4 metros por 3, a pesar de que Dalí solía trabajar formatos pequeños), titulado La apoteosis del dólar. Negocios son negocios.

Dalí apoyó abiertamente a Francisco Franco. Se reunió con el caudillo varias veces. Dalí no sólo tenía muy claro cómo era el negocio: también podía hacer del negocio un arte. Es imposible separar la persona del artista cuando hablamos de Dalí. Pero, sobre todo, es imposible separar la persona, del artista, del producto.

Apoyar a Franco era parte del negocio de Dalí. Dalí acrecienta sus simpatías con el franquismo al ritmo del Plan Marshall. Cuando Estados Unidos sale al rescate de un Franco al que Europa le daba la espalda. Franco pasa a ser sostenido por Estados Unidos y por El Vaticano.

El negocio de Dalí era claro: si las ventas de sus productos en Nueva York iban bien, ¿por qué no fijar residencia en ese paraíso frente al Mediterráneo que es Port Lligat, y alternar con algún otro castillo de la Catalunya profunda? Esa era su tierra, su lugar en el mundo. Y allí se quedó.  

Para Franco, tener a Dalí era un muy buen negocio. Si Picasso era Messi, Dalí era Cristiano Ronaldo. Picasso era comunista, opositor total a Franco, y nunca regresó a España, porque dijo que no volvería hasta que Franco muriera. Pero Picasso se murió en 1973 y Franco en 1975.

Dalí, en realidad, no era franquista: era monárquico y católico. Llamar “franquista” a Dalí es no entender la grandeza del personaje, imposible de poner a la sombra de un ismo de un político. Ni siquiera de un político a quienes sus opositores llamaban dictador, mientras él se autopercibía caudillo o generalísimo. Es como decir que Maradona era kirchnerista. Un poco de respeto por las jerarquías. Son Maradona y Dalí.

Monárquico y católico: para Franco, con eso bastaba. Win win. Dalí era tan monárquico que cuando Franco murió, aseguró que la salida para España era la Monarquía Absoluta. Nada de elecciones. Y antes, con Franco aún vivo, Dalí se había definido como “anarco-monárquico”. Sacá del medio, anarco-capitalista. Para Franco, el negocio de tener a Dalí tenía que ver con la necesidad de abrirse al mundo. Un mundo en el que la política necesitaba del arte.

El modelo Dalí fue continuado por Andy Warhol. En la colección de Federico Klemm hay varias obras de Warhol. Entre ellas, unas flores. Una vez, Federico me contó que había comprado esas obras a fines de los 60, en Nueva York. Acá gobernaba Onganía.

Klemm quería comprar uno de los retratos de Mao de Warhol, que también estaban a la venta y valían lo mismo que las flores. Pero alguien le advirtió que las autoridades argentinas podían pensar que trataba de entrar al país un póster de propaganda del líder chino.

Durante la dictadura que comenzó en 1976, en la Argentina se prohibió el libro de física “Cuba electrolítica”, porque podía tratarse de un texto comunista vinculado a Fidel Castro. Era lógico pensar que, una dictadura antes, un retrato de Mao se viera de manera literal, y no bajo una mirada pop.

Hoy, la mirada pop sobre Mao está presente hasta en el marchandasing que producen y venden los propios chinos. Mao es para oriente lo que el Che Guevara para occidente. En aquel momento, Klemm compró las flores. Treinta años después, los retratos de Mao costaban cinco veces más que las flores.

No, Warhol no era maoísta ni tuvo ningún contacto con Otto Vargas. Al contrario, lo que pretendía Warhol con su retrato era transformar al líder de la revolución china en una mercancía. Y vaya si lo logró: Mao 5, Flores 1. Mao era, en los retratos de Warhol, un producto. Igual que las estrellas de Hollywood (Marilyn Monroe, Liz Taylor), una lata de sopa o la botella de una gaseosa.

El negocio de Warhol era la ambigüedad de la mercancía. Aquello que se movía entre la reproducción, y la reflexión (u observación; llamarlo “crítica” sería demasiado) de la sociedad de consumo. Y ese parece ser también el negocio de C Tangana, como lo fue el de Dalí.

Las cosas fueron cambiando en la relación entre arte y negocio. Y la presencia del “artista” como creador de una obra se fue desvirtuando. A Dalí se lo acusaba (con razón) de haber entregado hojas en blanco firmadas, para que otros los llenaran con “dibujos de Dalí”. A eso se lo llamaba “falsificación”.

Hoy nadie se pregunta quién hace las obras de Jeff Koons. La obra Comediante, del italiano Maurizio Catelan es una banana pegada a la pared con cinta adhesiva. Una de las tres versiones que existen de Comediante (sí, hay tres versiones) se vendió en poco más de cinco millones de dólares. Repito: una banana pegada con cinta a la pared. Las otras dos versiones se habían vendido en “apenas” 100 mil y 150 mil dólares.

Ya no importa la mano del artista, sino la marca del artista. La marca del producto del artista. Entonces, ¿qué es, finalmente, eso que llamábamos arte? Oferta y demanda. Y deseo.

La foto de los cinco fantásticos, sentados en primera fila en la asunción de Donald Trump, puede ser un buen punto de partida para entender qué lugar ocupa hoy el arte en el mundo. O qué lugar ocupa aquello que antes estaba destinado al arte y a los artistas.

El arte como negocio y el negocio como arte. El arte que sólo es arte si es negocio. El negocio como parte del arte

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Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Sundar Pichai y Shou Zi Chew tienen, en total, cerca de un billón de dólares. No un billón de los que hablan los estadounidenses, que es mil millones. No, un billón de los nuestros, que es un millón de millones. Sólo Musk tiene casi medio billón. Que son 500 mil millones de dólares. Un disparate. Como la banana y los cinco palos. O más.

¿Para qué se utiliza semejante cifra? ¿Qué es lo que mide un billón? Células, atomos, microbios, partículas en el espacio… y dólares que puede acumular una persona. O un grupo muy reducido de personas. ¿Cómo no llamarlos artistas? ¿Cómo no transformarlos en objeto de deseo y de consumo? ¿Cómo no sentarlos en primera fila?

No se trata ya de mover la economía: es la vida, nuestra vida, la que gira en torno a esos personajes. La industria del like, por los inventores del like. Y quienes se hicieron mega archi millonarios a fuerza de likes. La plusvalía más grande del mundo, medida en likes y dólares, o como se llame el dinero ahora.

Entre esos cinco, los tres más famosos: Musk, Bezos y Zuckerberg. Los reyes magos del mundo criptiano. Los nuevos tres tenores, los reyes de la canción bit. Tres reggaetoneros que hacen featurings entre ellos porque saben que se necesitan, pero que en el fondo se odian. ¿O no? ¡Queremos saber!

El mundo habla del saludo nazi de Musk; o de Zukerberg mirándole las tetas a la mujer de Bezos. Las miradas, los comentarios, los análisis políticos y los memes: todo se lo llevan ellos. No hace falta ya tercerizar en micro-emprendimientos como los de Wanda e Icardi. O sí, pero a través del escenario que diseñan ellos tres.

El poder está ahí para darnos acción. Y para recordarnos que está vivo, ocupando nuestro tiempo. Para vendernos una innovación que, a juzgar por nuestro scroleo diario, es exactamente lo que necesitamos.

Un arte nuevo para un mundo sin arte.

Un viaje a marte desde una tierra plana.

Un billón de dólares, pero sólo dos sexos.

Del ciberpunk a la cibermoral: el viejo truco del negocio del ocio.

La mayor innovación tecnológica, el arte al servicio del dinero. O el arte de hacer dinero, de dominar el mundo, de terminar con los simbolismos. Curioso: el arte sin metáfora. Siempre supusimos que el arte era el ejercicio más perfecto de lo simbólico. El negocio hecho para gozar en el ocio. Pero no, nada que ver.

Metáfora, ¡afuera!

Arte, ¡afuera!

Pasan los años, pasan los gobiernos quedan los billonarios.

Desde que se inventó la fotografía, el arte se dedicó a presagiar el fin del arte. Desde hace más de un siglo, cada tanto surge algo o alguien que, por ideología, estética, política, filosofía, chamuyo o necesidad de figurar, pronostica algún fin: el fin de la pintura, el fin de la escultura, el fin del rock, el fin de la poesía, el fin de la ficción, el fin de la realidad, el fin de la metáfora, el fin de la historia, el fin del futuro.

Puede que lo que se nos anuncie hoy sea otro final cacareado para la tribuna. Sin embargo, hay algo distinto. Un cambio de piel, de hábito, de percepción. No es el fin: es el cambio, es lo nuevo. La nueva autenticidad, el nuevo arte. Un faro en la oscuridad. Un faro. Sin metáfora.

En Mar del Plata, donde termina Punta Mogotes, hay un faro. Y en el terreno donde está ese faro funciona el Faro de la Memoria, Espacio Para la Memoria y Promoción de los Derechos Humanos. Ese terreno pertenecía a la Armada y allí funcionaba la ESIM, Escuela de Suboficiales de Infantería de la Marina. El lugar, igual que la ESMA, era conocido por esa sigla. Durante la última dictadura, allí funcionó un centro clandestino de detención.

En la web del Faro de la Memoria se explica que, de acuerdo a lo documentado, pasaron por el ESIM 577 personas (detenidas y torturadas), de los cuales 301 fueron liberadas y los 276 restantes continúan desaparecidas.

El Faro de la Memoria tiene la particularidad de haber sido un centro clandestino de detención situado frente al mar. Curioso, pues hay cierto fetiche con la vista al mar, que lleva a vincular esa localización con lo bello, con lo soñado, con lo paradisíaco.

Un Museo de la Memoria con vista al mar, en Mar del Plata (con el imaginario veraniego que rodea a la ciudad), puede hacernos pensar en un tipo de luchador por los derechos humanos que contiene partes iguales de Adolfo Pérez Esquivel y Juan Alberto Mateyko. O Estela de Carlotto y Mirtha Legrand. 

Suena inverosímil, sí. Pero lo inverosímil parece signar la política y nuestras vidas. Y entre lo inverosímil, Mirtha Legrand, visitó el Faro de la Memoria. Mirtha, que en un mes cumplirá 98 años, fue al Museo de la Memoria de Mar del Plata y se sacó una foto allí.

Mirtha, que hace casi 22 años, en su programa de televisión de los almuerzos, le preguntaba al presidente electo (que fue al programa con su esposa, su hijo y su hija): “¿Se viene el zurdaje?”

Mirtha, que estuvo en el Luna Park la noche en la que se conocieron Perón y Evita, en 1944. Y que por aquel entonces ya era una estrella consagrada del cine argentino, una celebridad nacional (entonces, mucho más que Eva), con apenas 17 años.

Mirtha, que lo vio todo. Que supo ser una estrella durante el peronismo sin ser peronista, pero tampoco antiperonista. Mirtha siempre fue famosa y siempre hizo lo que se le cantaba. Y si bien en términos de izquierda-derecha podemos situarla a la derecha, el asunto siempre fue bastante más complejo.

Etimología pura: negocio es negar el ocio. Sin negocio no hay arte. Lógica pura: el arte no es ocio, es trabajo. Lleva trabajo

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Si la izquierda nunca entendió muy bien al peronismo, mucho menos entendió a Mirtha Legrand. El peronismo, en cambio, fue pendular: Mirtha nunca fue tan peronista como con Menem; y el peronismo nunca entendió tanto a Mirtha como la entendió Menem. Porque si hay algo que Mirtha fue siempre (mucho más que cualquier filiación política) es artista.

Hoy la presencia de Mirtha Legrand en el Faro de la Memoria es mucho más contundente y visibiliza más la consigna Memoria, Verdad, Justicia que cualquier comunicado de Madres, Abuelas, H.I.J.O.S., S.O.B.R.I.N.O.S., C.U.Ñ.A.D.O.S., o C.O.N.O.C.I.D.O.S. L.E.J.A.N.O.S.

Mirtha es una de las pocas personas de la Argentina que no necesita apellido. Mirtha es Mirtha, una sola. No hay una Mirtha Legrand Línea Fundadora. Mirtha es una y sin internas, aunque con contradicciones. O sorpresas. O nuevos papeles que interpretar. Ella sabe, como nadie, que el público se renueva. Lo sabe porque hace 85 años que está en escena. Y entonces, como siempre, actúa.

Mirtha o Elon Musk: elige tu propia aventura. La asunción de Trump en Washington o el verano de la Me-Moria en Mar del Plata. Milei ya eligió y entendió como nadie cuál es el juego. La vio hace rato. Por eso redobla la apuesta… y el meme.

Milei fue a la asunción de Trump con un maquillaje que parecía hecho en un tanatorio. Ni siquiera es que parecía El Guasón. Llevarse ese apodo, en ese contexto, hubiera sido un gran logro. Estéticamente, tenía un aire al Pingüino de Danny de Vitto en la segunda de Batman que dirigió Burton. También se parece un poco a Bela Lugosi en Drácula, la de Tod Browning, de 1931. Ridículo.

El maquillaje, la Ferrari, la estratósfera. Desde los 90 ese humor es la síntesis de una patética ausencia de representividad y fe política. “Necesito creer en algo”, implora Lu Álvarez desde su cuenta en la red social de Elon Musk.

Creer en algo no significa reírse del maquillaje. Ni condenar un saludo nazi. Ni pisar cada una de las cáscaras de banana que nos tiran para que resbalemos y escroliemos. Bananas ordinarias pero millonarias, como la de Cattelan.

Creer o reventar criticando el maquillaje. Creer o seguir compartiendo memes que, como decía Warhol, se miden en centímetros. O en kilómetros. O en billones.

Billones.

Avida dollars.

¡Arte, arte, arte!