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19 de diciembre 2021

Eduardo Minutella

APUNTES A VEINTE AÑOS DEL COLAPSO

Tiempo de lectura: 7 minutos

I. Veinte años es algo

Las reflexiones acerca del porqué de los aniversarios constituyen un lugar tan común como los aniversarios; los pueblos reclaman mitos, pero al final se prosternan ante la aritmética. En estos días en los que abundan los escritos y producciones radiales y televisivas sobre el colapso de 2001, este texto no es una excepción. Algunas intervenciones, como la de Pablo Stefanoni, resultan verdaderamente interesantes. Otras apuntan a una memoria emotiva a veces no exenta de morbo, —“Las postales más trágicas de una Argentina que había tocado fondo”— y vuelven a transmitir en loop la dolorosa memorabilia habitual sobre aquellos días: el rostro desencajado de Wang Zhao He con su remera de lácteos Verónica entre las ruinas de su local de Ciudadela, el helicóptero, una pedrada en contrapicado con el obelisco de fondo, la sangre derramada. Bajen las armas. Acá solo hay pibes comiendo.

II. Metáforas

Caracterizada como hecho excepcional, acontecimiento total, o suceso traumático, la crisis de 2001 ha dejado una marca en la memoria colectiva. Los modos de abordarla, no obstante, siempre parecen incompletos, como si las explicaciones causales no pudieran dar cuenta de su carácter inconmensurable. Aparece entonces el recurso a la metáfora. En la bibliografía, el 2001 es “colapso”, “terremoto”, “derrumbe”, “vendaval”, “naufragio”.

Caracterizada como hecho excepcional, acontecimiento total, o suceso traumático, la crisis de 2001 ha dejado una marca en la memoria colectiva. Los modos de abordarla, no obstante, siempre parecen incompletos, como si las explicaciones causales no pudieran dar cuenta de su carácter inconmensurable.

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Para Julián Zícari, por ejemplo, la crisis es un caleidoscopio en el cual cada observador ve una serie de elementos similares —saqueos, cacerolazos, corralito, “voto bronca”, déficit cero, default, alusión al “que se vayan todos”, renuncia de Chacho, presidencias efímeras, devaluación—, aunque organizados de forma siempre peculiar, y conformando imágenes siempre disímiles. Tal vez menos afecto a la poesía, en 2004 Ricardo López Murphy sostuvo que cualquier intento de explicación que no hiciera hincapié en la cuestión del déficit (la única a la que caracterizaba como verdaderamente “empírica” y “realista”), no era más que un intento por desviar el foco sobre lo realmente importante. Probablemente lo siga pensando.

III. Analizar la crisis

Una cohorte variopinta de investigadores ha analizado la crisis haciendo hincapié en diversos factores. En la mayoría de las interpretaciones se da cuenta del modo en que supuso, como sostuvo Maristella Svampa, un “corrimiento del límite de lo posible”. Algunos, como Mario Rapoport, la han visto como consecuencia de las políticas neoliberales implementadas durante el menemismo. Para el economista, el estallido de 2001 fue consecuencia directa de la “ilusión económica” generada en la década que lo precedió. Menos centrados en las representaciones que en los efectos concretos de esas políticas —principalmente el hambre—, Miguel Teubal y Tomás Palmisano buscaron explicarla con la lupa puesta sobre los problemas estructurales que se habrían generado en el país desde la implantación del neoliberalismo, aunque en este caso remontan su inicio a la década de 1970. Marcos Novaro, en cambio, puso el acento en cuestiones políticas: el 2001 habría sido, antes que nada, expresión de los problemas de gobernabilidad que afectaban al país.

Por izquierda, la crisis se explicó de varios modos, aunque siempre con énfasis en el crescendo de demandas originadas en la deficiente situación socioeconómica que daba cuenta de las desigualdades acumuladas en la década del 90. En el centro de aquellas explicaciones estaba la palabra “pueblo”, aunque resonaba en diferentes modulaciones.  Para Jorge Altamira, se trataba de un “argentinazo” perfilado principalmente como una “insurrección obrera revolucionaria”, aunque con participación de “la fracción revolucionaria de la pequeña burguesía”; Eduardo Sartelli, también desde el trotskismo, fue aún más explícito y privilegió el accionar de la “clase obrera revolucionaria”. Menos taxativo en la identificación de los actores, para Miguel Bonasso, autor de un exitoso best seller de época, se trataba de una “rebelión de las clases populares”. Para Luis Zamora, por entonces ya entusiasmado con las teorías autonomistas y la lectura de autores como Hardt, Negri y Holloway, el 2001 entroncaba con la emergencia de la multitud y la construcción de un contrapoder autogestivo.

Por izquierda, la crisis se explicó de varios modos, aunque siempre con énfasis en el crescendo de demandas originadas en la deficiente situación socioeconómica que daba cuenta de las desigualdades acumuladas en la década del 90 .

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Sobre aquella heterogeneidad, dice Mariano Schuster: “No sé si eso que se dijo estaba bien o estaba mal: solo sabemos que se dijo. Ahora es común reírse, dar vuelta la cara y decir: ‘la izquierda, como siempre, estaba equivocada´. Izquierdas había muchas, interpretaciones, hubo más que ellas. Pero, ¿por qué pedirles a las tradiciones de izquierda que pensaran en términos distintos a los que lo hicieron? Puede que las izquierdas estuviesen equivocadas en todo (no lo sé), pero en algo no erraban: cuando hay crisis, hay que estar. Y uno puede decirlo, veinte años después, estando en ellas o, incluso, cuando ya ni siquiera esté”.

IV. Intérpretes públicos

Los análisis académicos casi siempre prescinden de la inmediatez. Los primeros relatos que buscaban dar organicidad al porqué de la crisis, entonces, llegaron a la población a través de periodistas y ensayistas que oficiaron como intérpretes públicos. Según Sergio Visacovsky, se trataba de personalidades reconocidas socialmente como “limpias”, en tanto desvinculadas de la responsabilidad por el desastre, que contaban con la capacidad para explicar lo acontecido, y para ofrecer horizontes posibles de salida a futuro. Ante la debacle, los medios recurrieron una y otra vez a estos nombres, desde Joaquín Morales Solá y Miguel Bonasso, hasta Sandra Russo o José Pablo Feinmann.

Los análisis académicos casi siempre prescinden de la inmediatez. Los primeros relatos que buscaban dar organicidad al porqué de la crisis, entonces, llegaron a la población a través de periodistas y ensayistas que oficiaron como intérpretes públicos .

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En aquel contexto, ser convocado por un medio para explicar qué le pasaba a la Argentina otorgaba credenciales intelectuales, pero también morales. De ahí que muchas de esas explicaciones también pusieran el acento en aquel aspecto, con especial énfasis en el tópico de la corrupción, que podía encontrarse en las columnas de autores tan disímiles como Osvaldo Bayer, Marcos Aguinis o Mempo Giardinelli.

En algunos casos, aquellas intervenciones se transformaron en libros para públicos amplios, a menudo demasiado precipitados y de sobrevivida escasa. Sandra Russo, por ejemplo, vio publicadas sus columnas habituales de Página/12 en el volumen Crónicas del naufragio. Se trata de un libro finito, unas noventa páginas, publicado por Argonauta. Pueden encontrarlo en Mercado Libre a $3650, o bien en un puesto callejero frente a la estación de Haedo en el cajoncito de 1x $100 o 3x$200.

V. Partera de la historia (reciente)

En algunos relatos, la crisis aparece como partera de la historia (reciente). Como suele decirse, tanto el kirchnerismo como el macrismo son “hijos del 2001”. Para Camila Perochena, la crisis fue leída desde el kirchnerismo como el momento que condensaba un proceso histórico con el cual se buscaba establecer una ruptura para construir el presente y el futuro. Sergio Visacovsky sostiene que la alusión al 2001 suele ser tomada por quienes defendían las políticas posteriores a 2003 como el momento de comparación que permitía valorar los logros de los gobiernos kirchneristas. Para el investigador, esos discursos consideran a 2003 como un momento de discontinuidad radical con el pasado que condujo al colapso, incluso aunque trabajos como los de Gabriel Kessler hayan demostrado que algunos de los números de la época se parecían acaso demasiado a los de la década que el kirchnerismo supo odiar.

En algunos relatos, la crisis aparece como partera de la historia (reciente). Como suele decirse, tanto el kirchnerismo como el macrismo son ´hijos del 2001´ .

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Pero no solo desde el Frente Para la Victoria y sus sucesivas encarnaciones se abundó en esos “usos” del 2001. Para Sergio Morresi y Gabriel Vommaro, la crisis (que se inicia antes del estallido de diciembre) habilitó la oportunidad para “meterse en política” para quienes provenían del empresariado o el tercer sector. Ellos también fueron artífices y portavoces de lo que gustaban denominar como “nueva política”.

VI. Después del terremoto

Después del terremoto. El sistema político argentino a 20 años de la crisis de 2001 es un libro digital de inminente aparición y de licencia abierta que recoge una serie de trabajos sobre el 2001 y después compilados por los politólogos Facundo Cruz y Gastón Pérez Alfaro. La hipótesis general de los coordinadores del trabajo es fuerte: a pesar de los innegables déficits y tareas aún pendientes: “la Argentina está mostrando, hoy en día con pandemia y todo, signos de regularidad en sus procesos políticos, estabilidad en sus instituciones y compromiso político en sus actores. Esto resulta un dato destacado a partir del aprendizaje que tuvo la elite política sobre la toma de decisiones públicas”.

Yanina Welp retoma ese argumento en el epílogo: “Argentina será un país acostumbrado a las turbulencias, pasión tanguera, pero a dos décadas del terremoto, con media región transitando crisis institucionales de calado, muestra una rara calma. A pesar del malestar económico la política institucional sigue marchando sobre sus rieles. Pareció desvanecerse en el aire en 2001, pero las piezas volvieron a bajar y aunque no se colocaron igual, los meses y años siguientes fueron de reconfiguración de una institucionalidad que fue cualquier cosa menos revolucionaria”.

Así, el 2001 habría sido también una instancia de aprendizaje. Para Cruz y Pérez Alfaro, esto parece aún más evidente en un momento de la historia latinoamericana reciente que está viendo tambalear sus instituciones, en un contexto de creciente inestabilidad política, económica y social que pone en duda la gobernabilidad de los poderes constituidos. Y, sin embargo, los politólogos también advierten sobre los excesos de optimismo: en el balance general de estos años, los logros no parecen tan distantes de las cuentas pendientes. Y vaya que las hay.

Coda: Carthago delenda est

Abro de nuevo el librito de Sandra, el que compila sus crónicas del 2001, el que se consigue frente a la estación de Haedo, y leo:

“Fue tan lenta y brutalmente que la política se alejó de la gente, que el miércoles, cerca de la medianoche, cuando la imagen de un patético Fernando De la Rúa se esfumó de la pantalla del televisor, cuando instantáneamente el estruendo de las cacerolas empezó a hacer resonar su eco metálico en decenas de miles de balcones, cuando poco después salieron de sus casas y en cada esquina y en cada avenida los vecinos empezaron a confluir en la termita indignada que forzó la renuncia del gobierno, cada uno sintió que aquello no alcanzaba. Cada uno lleva sobre sus hombros la sensación de que hay que empezar todo de nuevo. De que hay que refundar”.

La política que se aleja de la gente. El discurso refundacional; nada (tan) nuevo bajo el sol. Veinte años es algo, pero nunca terminamos de saber qué. Al final de cuentas, tal vez tenga razón Alejandro Galliano: en la Argentina el tiempo no pasa, se acumula.

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