
ALGUNOS EXAGERADOS
No siempre la historia la cuentan los que ganan, a veces la cuentan algunos exagerados. La teoría y la práctica tropiezan en múltiples episodios de la vida nacional. Pero no siempre concuerdan entre los sujetos sociales que vinculan ambos espacios de la acción y entonces, surgen falencias a la hora de contar las historias. Cuando los relatos nacen de la clase obrera tienen una dimensión, que cambia al cambiar su relator social. Sobre todo, aquellas cargadas de cierto heroísmo, sacrificio, coraje, desprendimiento personal, que en general expresan actitudes individuales ajenas a un sentir colectivo o a prácticas masivas.
Entonces esas actitudes, las del que individualmente realiza el acto sacrificial de su vida, que no expresan la política, sino que la recubren con cierto barniz de valores o condiciones personales, no pueden tomarse como dato sustantivo que marque características claves para cierta etapa de la historia, ni para una generación y mucho menos para una conducta social de sujetos vitales como puede ser, la clase trabajadora argentina.

Cuando se habla de rastros visibles en las conciencias de distintas generaciones y se apela para eso desde acontecimientos importantes hasta supuestas influencias literarias y hasta debates al interior de organizaciones políticas, y se les asigna valor de masividad, en verdad se está arriesgando una interpretación histórica más que un aserto de la vida real.
La importancia de cada una de estas manifestaciones que parten de lo individual o grupal no masivo (salvo la Iglesia Católica y su proceso desde el Concilio Vaticano 2) no generó más que meneos y algunas mutaciones políticas
Por ejemplo, cuando se habla de la importancia para las luchas en la Argentina durante las décadas del 60 y el 70, es común acudir a mencionar la presencia del catolicismo post conciliar y sus variantes como el Manifiesto de Obispos del Tercer Mundo, la tarea militante de Juan García Elorrio con la revista Cristianismo y Revolución y los “Comandos Camilo Torres” en honor al sacerdote colombiano caído en combate (“donde cayó Camilo, se alzó una cruz, pero no de madera sino de luz”, cantaba el uruguayo Daniel Viglietti). Con cierta tristeza podemos decir que hoy casi nadie sabe quién fue García Elorrio. O Camilo Torres.
Otro dato tomado como trascendente para esos tiempos fue el surgimiento de la llamada “nueva izquierda”, aquella que en Argentina incluye desde rupturistas del PC tradicional hasta formaciones originales que asumen idearios sostenidos en alguna matriz con poder, desde Titoistas, Procubanos, Maoístas, hasta espacios minoritarios de sindicatos por fábrica que logran conducir durante un tiempo ese particular modelo gremial. Algunos más audaces incluyen el aparecer de los gramscianos criollos, los libros de John W. Cooke y hasta asignan importancia a escritores militantes como Ismael y David Viñas y aventuras editoriales como Pasado y Presente. Y todo esto en una serie de relaciones que historiadores, en general con tendencia de izquierda, explican que, en diversas bilateralidades, estas expresiones, unen y componen paisajes políticos con fuerte huella decisional en aquellos años.
Pues bien, me atrevo a negar algo (bastante) de todo eso. La importancia de cada una de estas manifestaciones que parten de lo individual o grupal no masivo (salvo la Iglesia Católica y su proceso desde el Concilio Vaticano 2) no generó más que meneos y algunas mutaciones políticas con señal en reducidos ámbitos, aunque sí impactó en dirigencias e intelectuales y en la escasa militancia que vivía de cerca la política más cerrada.
Incluso el episodio Conciliar del mundo católico -que comenzó en octubre de 1962 y que enfrentó a los “padres de la Iglesia” entre conservadores (apoyados por Roma) y progresistas-, y que provocó debates en tantas parroquias argentinas -sobre todo en los jóvenes-, carece de la magnitud asignada como una causa determinante, uno de los principales factores de un proceso que culmina con la lucha armada.
No siempre la historia la cuentan los que ganan, a veces la cuentan algunos exagerados. La teoría y la práctica tropiezan en múltiples episodios de la vida nacional
Muchos menos importantes, también, para las luchas de esos tiempos fueron las polémicas entre gramscianos y Rodolfo Mondolfo, o el negocio editorial de Pasado y Presente, con cierta vocación más para la venta de volúmenes que para ser guía y foto de posiciones vanguardistas.
Y ni hablar de esos reducidísimos espacios de convocatoria que mostraban las organizaciones políticas de los hermanos Viñas. Y aún aquel episodio con cierta derivación atractiva para una mínima juventud como fue la ruptura en 1967 de la Federación Juvenil Comunista con el surgir del Partido Comunista Revolucionario. Aquello no tuvo casi alto voltaje más que para estudiantes universitarios.
De todos estos caminos no abrevó más que en mínimas dosis del principal sujeto político argentino que fue la clase trabajadora. Los millones de obreros que en su relación con los medios de producción y su entrega laboral generaron respuestas de lucha y, ahí sí, con épicas comprobadas pero surgidas de sus propias contradicciones con el modelo productivo, de sus reclamos gremiales y, desde lo político, por la condición de peronistas.
Es incierto asegurar que existieron relaciones de causa y efecto entre el peronismo como clase y la nueva izquierda, el catolicismo post conciliar, las lecturas gramscianas e incluso el conocimiento de autores como Cooke, Jorge A. Ramos, Scalabrini Ortiz. Esa influencia se dio en alguna dirigencia y no siempre esa dirigencia fue la que encabezó las luchas más recordadas por masividad y contenido popular.
Nadie puede afirmar que la “Resistencia Peronista”, la toma y lucha del Frigorífico Lisandro de la Torre, la campaña electoral de 1958, el Cordobazo, el “Luche y Vuelva”, la campaña de 1973, entre otros, haya sido consecuencia de estos mencionados orígenes, excesivamente abultados y casi categorizados como de haber parido la historia de las luchas de esas décadas.
No hago acá una reivindicación del “alpargatas sí, libros no”, frase desacertada, y solo entendible en un específico contexto de conflicto violento
O sea, poniendo respeto en todo esto que se escribió (y a lo cual considero una suerte de simulación de la historia con protagonismos individuales e intelectuales que pretenden englobar condiciones masivas y generales), digo que los pueblos y sobre todo los miembros de la clase obrera en la Argentina (pero también en muchos países) son sabios e ilustrados, por sus propias condiciones de formación que se arraigan en pedagogías nacidas de estructuras, algunas formales y otras silvestres, como la escuela pública, los clubes de barrio, la presencia de ocho o diez horas por día compartiendo una fábrica, las bibliotecas populares, la iglesia parroquial, la cultura barrial de fiestas y carnavales con su carga de integración social y cercanía física y comunitaria, las asociaciones surgidas para las fogatas de San Pedro y San Pablo, las solidaridades ante inundaciones y epidemias (poliomielitis), en fin, muchas realidades que forjan conciencia propia y que desconocen quién fue Frantz Fanon o la polémica Stalin vs Trotski o si la misa debe decirse en latín o idioma nacional, ¡o si Gramsci descubrió el concepto de hegemonía!

No hago acá una reivindicación del “alpargatas sí, libros no”, frase desacertada, y solo entendible en un específico contexto de conflicto violento. Y menos hago un menosprecio para los pensadores de filosofía y política que aportan ideas. El general Perón fue el dirigente político argentino más preparado intelectualmente. Solo marco que no son determinantes esas relaciones con la mayoría de las luchas que se vivieron en los años 60 y 70.
Una cosa es una elite influenciada por ideas y otra es una clase social y un espacio nacional organizado que se rija por esas ideas. La política y la ideología no siempre comulgan. Y en general, la política ordena la historia. A veces, una carta o una cinta grabada por un viejo general, desde Madrid, ponían en marcha mecanismos de fuerza y presencia masiva, en una forma infinitamente más importante que todo aquello que acabamos de contar.