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21 de agosto 2023

Julieta Habif

ADRIANA AGUIRRE: UN CUERPO QUE MARCA SU PROPIO RITMO

Tiempo de lectura: 13 minutos

Adriana Aguirre tiene 71 años y en Instagram se la ve con un cuerpo esbelto, tatuado y tallado a la medida de la juventud. Ahora esa es su pantalla principal, su medio de exhibición, y lo domina muy bien. Tiene el andar de la vedette que fue, firme pero grácil, que despliega en bodies de encaje o vestidos ajustados, en su casa o en el back del programa de cuyo panel es parte: “El Run Run del espectáculo”, que se emite los domingos a la tarde por Crónica. Lleva 25 años casada con el mismo hombre, Ricardo García que, como ella, pertenece a la tribu denominada “mediáticos”. Adriana es, a esta altura y con más de 40 años de carrera encima, parte del cuadro de honor de esta tribu. Es una placa que lleva con orgullo y un título que con su pareja han sabido explotar. Los ejemplos abundan, se irán deshilachando a continuación, pero hay uno bien gráfico: en 2007 se pelearon en vivo en el living del Intrusos de Jorge Rial, ella −que para entonces participaba de uno de los programas de Marcelo Tinelli, el Cantando− intentaba llorar detrás de sus lentes inmensos y García estaba parado a unos metros, como pendulando entre salir y entrar al set, con una cámara que lo seguía. Discutían. Desde ahí, él le dijo en su frecuencia clásica, bien del orden del enojo: “Yo voy con vos a todos lados, te acompaño a todos lados, y muchas veces los amigos aparecen sólo cuando estás en televisión, esta es la realidad (…) Es así, Adriana, este es un mundo de mierda, es un mundo de gente interesada, y nada más”.

Hasta aquí podría ser, como se sabe que sucede, una pelea montada con el objetivo de cautivarnos a nosotros, los carneros que estamos del otro lado esperando que alguien llore, vomite, abandone el móvil, que dos o tres se caguen a trompadas. Hasta aquí podría ser parte del show, pero después García continúa y planta la duda, dice: “y si ahora nosotros estamos haciendo acá un punto, dos, tres, o cuatro más de rating, vamos a seguir, porque si no mañana te pegan una patada en el orto y se acabó, Adriana, no te llaman más”. Hace una pausa, desvía la mirada, y agrega: “Pero seguramente está explotando el rating”. Así, en una baldosa, Ricardo García no sólo deja entrever una simbiosis que pareciera sostener una vida necesariamente pública −son y serán ella y él, él y ella, contra todo−, sino que además cuenta el truco. Pero la magia, esa magia deforme y morbosa todavía está, los límites se desdibujan según qué mida y qué no y las personas que conocen este arte lo saben muy bien. Adriana Beatriz Aguirre es una de esas personas.

Nació en Santo Tomé, Santa Fe, el 16 de diciembre de 1951. Tuvo, según cuenta por audio inmediatamente después de presentarse, una crianza grata, “con mis dos hermanos, mis padres, mis abuelos y mis primos. En un principio vivíamos todos juntos en una casa antigua en Rosario, y la verdad que fue una infancia muy feliz, también en el colegio”. A los ocho años la mandaron a gimnasia artística y desde entonces nunca más abandonó ni el deporte ni un vínculo íntimo con su cuerpo. Antes de terminar la secundaria se mudó a Buenos Aires con su padre y continuó aquí sus estudios. De chica soñaba con ser artista, lo tenía decidido. Su padre lo era, era artista plástico, pintaba cuadros con diferentes materiales y ella lo miraba y veía que algo pasaba ahí, en ese enlace entre el padre y su obra, que le llamaba la atención. Supo, muy joven, que quería ser actriz. Cuando llegó a Buenos Aires empezó a trabajar como modelo y obtuvo algunos trabajos menores de actuación, y en 1960 entró a estudiar teatro. Su primera gran aparición se dio en 1972, con Palito Ortega y Libertad Lamarque en “La sonrisa de mamá”. Aún hoy, después de haber hecho más de 50 obras de teatro y haber participado en más de 20 películas, después de haber sido, en sus palabras, la gran vedette de la Calle Corrientes, recuerda aquel debut como uno de los hitos más gratificantes de su carrera: “Palito estaba en su mejor momento y a mí me eligieron para ser su novia”, apunta. El mismo año participó de “Los Campanelli” (la serie televisiva y la película) y al año siguiente se destacó en “El deseo de vivir”, film en el que pudo trabajar junto a Sandro.

Por entonces, su ídola era Marilyn Monroe, “la representación del glamour, de la belleza, de todo”; luego fue Madonna. Escuchaba a Madonna, a Los Beatles y a los Rolling Stones.

Lleva 25 años casada con el mismo hombre, Ricardo García que, como ella, pertenece a la tribu denominada mediáticos'. Adriana es, a esta altura y con más de 40 años de carrera encima, parte del cuadro de honor de esta tribu

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Buena parte de los ‘70 los pasó en “Porcelandia”, el show de Jorge Porcel minado de chicas divinas y semidesnudas. Luego pasó a “Polémica en el Bar”, una propuesta distinta en la que las muchachas cumplían exactamente el mismo rol: andar con poca ropa. Mientras tanto, siguió haciendo revista. Como varias otras, debió enfrentar situaciones algo más que incómodas. Hoy indica: “Sí, por supuesto que sufrí acoso, te imaginarás que a lo largo de mi carrera, siendo jovencita y la gran vedette de la Calle Corrientes, teatro, notas, televisión, cine…”. Enseguida hace una distinción llamativa: dice que violencia no (es decir, que acoso sí pero que violencia no): “jamás tuve una situación de violencia, ni de pareja ni de gente del espectáculo, nunca, pero de acoso sí, de acoso sí porque bueno, llegó un momento en que… había productores, actores, hombres que querían salir con vos sí o sí y parecía que el machismo en aquel momento imponía que debía ser así, pero yo siempre fui, desde jovencita, muy empoderada, muy segura de mí misma, muy de trabajar sola, desde lo 16 años no necesité de nadie, ni de mis padres económicamente, entonces jamás acepté: siempre dije no, y cuando dije no, fue no, sencillamente”. Una vez alguien, cuya identidad mantiene reservada, la invitó a salir una vez, dos veces, tres veces, diez veces, la acorraló en espacios del teatro, e incluso bajo esas condiciones, Aguirre cuenta que respondió “Mirá, tenés que entender que nunca vamos a salir vos y yo, porque no me gustás, porque no me interesás, porque realmente no sos el hombre de mi vida, no, no, no, no me interesa salir con vos, ni tener una relación, ni un touch and go ni nada”.

Dice que nunca se dejó cosificar. Que jamás fue parte de un sketch en que se tuviera que agachar de espaldas, ni le tuvieran que dar un chirlo, ni nada. Pero al igual que los tipos a los que debió ubicar, Aguirre es hija de esa época en la que el mote de machista sólo se daba a lo explícito, a lo que se iba notoriamente de frecuencia (quizás incluso sea una etiqueta que se puso después y no durante). Todo lo demás era considerado más o menos normal, reglas del juego, condiciones naturales de la vida mediática. Por eso, imagino, hace la distinción que hace.

Profusión de amor

A fines de 1981 compartió una nota con Diego Maradona, así −contó a La Nación− lo conoció. Él jugaba en Boca, ella jugaba para Sportivo Barracas, por lo que su admiración nace no de la fama, no del carisma, no del chamuyo sino directamente a través del fútbol. Luego de esa nota comenzaron a frecuentarse y ella, confesó después, se llegó a enamorar; pero el romance no fue vox populi sino hasta 2021, año en que se estrenó la serie “Maradona: sueño bendito” (Amazon Prime), donde se puede ver a Romina Ricci personificando a una vedette con peluca rubia y una risa finita prácticamente idéntica a la de Aguirre. Entonces tuvo que salir a dar explicaciones: “Si fue una relación transitoria, eso pertenece a mi vida privada. Yo por qué tengo que estar hablando de la década del ‘80, cuando era una mujer soltera que podía hacer su vida como quisiera. Yo no iba a besuquearme a los boliches como si fuera una puta barata. Eso no es cierto. Tampoco como me muestran, haciendo el amor vestida con las plumas (…) No tienen derecho a exhibirme de esa manera. Me hubiera gustado que lo hagan como realmente era, una señora”. En 1997, cuando ella ya estaba en pareja con García, se cruzó a alguien del círculo íntimo de Diego en un restaurante. Ella comía con su novio, una de estas personas se acercó, lo ignoró a él, la miró a ella y dijo “Diego quiere volver a verte”.

En 1997, cuando ella ya estaba con García, se cruzó a alguien del círculo íntimo de Diego en un restaurante. Ella comía con su novio, una de estas personas se acercó, lo ignoró a ély dijo “Diego quiere volver a verte

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Pero su corazón estaba ocupado. Desde el ‘95, el año en que se dedicó al teatro nuevamente después de su paso por la TV (hizo Aquí está La Revista en el Metropolitan, y más adelante La doctora está que arde en el Provincial de Mar del Plata, por nombrar algunas), el año en que se consagró definitivamente como vedette (junto a Graciela Alfano y Alejandra Pradón, por nombrar algunas); desde el ‘95, decía, que Adriana Aguirre se encuentra en una relación −que ha tenido sus baches− con Ricardo García. El comienzo de esa relación lo recuerda así: “A mi marido lo conocí en el hotel que él tenía en la Recoleta, asociado con otra gente, el hotel de la calle Guido entre Junín y Ayacucho. Yo iba con una amiga mía que tenía por ahí un departamento, íbamos ahí a tomar café o a la cafetería de al lado, y bueno, me lo crucé un par de veces, una se acercó a donde estábamos, primero intercambiamos una conversación, luego los números de teléfono, nos empezamos a hablar a los 3 o 4 meses de ese año. Fue onda, empatía y flechazo desde el primer momento”.

En 1998 se casaron. Tuvieron una boda griega porque Ricardo, por parte de madre, es griego. Su suegra, cuenta Adriana, llegó a Argentina siendo una adolescente, y ya venía comulgando con la iglesia griega, que es cristiana, como Adriana, que también se considera católica, y aunque no es griega ortodoxa, la idea de un casamiento bajo estos preceptos la entusiasmó, así que eso hicieron. En aquel entonces la boda tuvo cobertura de Revista Pronto, en donde se contó: “Ricardo García le prometió a su madre antes de morir [de la muerte de ella] que cuando se casara lo iba a hacer observando estrictamente la tradicional ceremonia helénica. Y cumplió el miércoles a la noche. Los invitados comenzaban a llegar a la puerta de la Catedral Ortodoxa Griega, en el barrio de Villa Crespo (…) El primero en llegar fue el novio (…) Estaba vestido de impecable blanco, con un traje de crèpe italiano diseñado por Tito Samelnik, de Matices (…) ‘Creo que esta sensación de felicidad se da pocas veces en la vida’, dijo Ricardo, sonriente como nunca”. Luego el cronista se concentró en ella, que en las fotos parece una princesa: “A las nueve en punto llegó Adriana, luciendo un hermoso vestido de Rosina color blanco en seda natural como los guantes y una tiara de perlas y brillantes auténticos, además de una hermosa cola de encaje”.

Revista Pronto, 1998.

Cuando uno googlea ‘Ricardo García’, todas las entradas están asociadas a su esposa. No se puede, por ejemplo, responder de forma fácil y rápida ‘¿a qué se dedica Ricardo García?’, o ‘¿dónde ha trabajado Ricardo García?’, o ‘¿tiene hijos Ricardo García?’ (tiene uno, sí, de una relación anterior), ni su edad, ni nada. A pesar de que administró aquel hotel, trabajó en teatro, se lo vio en la televisión y más, en internet y en el imaginario colectivo este hombre es “el marido de Adriana Aguirre”. No obstante, si bien la relación continúa, en 2019 decidieron divorciarse tras una infidelidad por parte de él, que −en palabras de Aguirre− “se fue con la mucama”. Por supuesto deshicieron la convivencia, ese divorcio se apalabró, se pidió una cifra compensatoria y la carpeta llegó a un juzgado, pero hoy siguen juntos. De todos modos, en su momento la noticia implicó otra gran porción de tiempo y atención de los medios, como cada vez que discutían públicamente −discutieron muchísimo públicamente, del mismo modo que se mostraron muy enamorados públicamente− y como había sucedido con, por ejemplo: la renovación de votos en 2017; o más atrás, en 2014, su paso por el Bailando −con Ricardo de parteneur−, o más atrás, en 2011, cuando en la obra que protagonizaba, “Totalmente locos”, ella decidió salir casi desnuda al escenario y en todos lados se habló de si su cola era verdadera o falsa; o más atrás, en 2010, por la relación entre García y la travesti paraguaya Electra Duarte; o más atrás, dos años antes, por el supuesto “pedido de hombres” que Aguirre había hecho a Guido Suller; o más atrás, en 2007, cuando quedó eliminada de Cantando por un sueño y responsabilizó a su marido en el piso de Intrusos, en ese clip que abre esta nota, en que Rial aclara que la producción invitó a Adriana Aguirre porque la figura es Adriana Aguirre, y García dice todo aquello sobre el rating que no se sabe si está ensayado o se sale de libreto, y ella responde algo que planta la misma inquietud: “Ricardo es la única familia que tengo, no tengo a nadie más”.

También habría tiempo y atención de los medios después, a veces para ella y otras para ambos: la pelea de 2020 entre Aguirre y Graciela Alfano porque una sintió que la otra le había copiado el look; o más adelante, unos meses después, la pelea entre Aguirre y Anamá Ferreira porque la vedette trató a esta última de “mono”; o más adelante, la reconvivencia con su expareja durante la cuarentena; o más adelante, la cifra, la demanda por 60 millones de pesos que Aguirre le haría a García para dar por sellado ese divorcio en 2021; o más adelante, la presunta relación con el trapero Paco Amoroso tras su participación en un videoclip de 2022; o más adelante, la reconciliación con su marido; o más adelante, el accidente que sufrió junto a él ese mismo año en la ruta a Mar del Plata; o más adelante, en mayo de este año, la denuncia que la actriz realizó después de que aparecieran fotos suyas en la página de contenido erótico Poringa.

Adriana Aguirre tiene en su haber más de 50 obras de teatro, más de 20 películas, más de 30 programas de tv. Tiene incontables escándalos televisivos. Tiene, según un estudio que se hizo a los 69, la genética de una persona de 40.

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No obstante, el momento mediático fundacional sería la conocida “Guerra de las vedettes” en la mesa de Mirtha Legrand de 1980, contra Ethel Rojo. Esa escena fue recreada por la ficción en “ATAV 2”, para Canal 13, representación que Aguirre detestó y salió a decirlo, como siempre, sin pruritos.

Pero hay un acontecimiento que, si bien tuvo su cuota de aire en los programas de espectáculos, la artista quisiera borrar completamente de su carrera y de su historia: “En el 2021, hace muy poco, en la madrugada del 25 de enero tuve una caída en el teatro La campana de Mar del Plata, en la peatonal Rivadavia. En ese teatro ni se ocuparon de mí, ni el productor, ni los dueños, nadie, el único que se ocupó de mí fue Ricardo García (así lo nombra ella, ‘Ricardo García’), mi marido actual. Me gustaría borrarlo ese momento porque fue un antes y un después en mi vida, un reinventarme de vuelta, un no puedo trabajar más bailando, me quedó mal la pierna, sufrí dos operaciones y me falta una tercera, lo recuerdo y pienso que ojalá jamás hubiese pasado”.

Como una plegaria

Dice que no quiere hablar de maternidad porque es su frustración más grande: “la verdad que el gran deseo de mi vida es haber sido madre, y no tuve esa posibilidad, Dios no me la dio. Probé mucho, intenté, hice tratamientos de fertilidad para quedar embarazada, no existía congelar óvulos como ahora, eran tratamientos con hormonas, tres hice, muy cruentos, muy difíciles, en los que engordaba unos 12 kilos, pasaba de ser flaca, que es lo que soy, a super gordita, iba de un lado para el otro y hacía cualquier sacrificio para ser madre, no se me dio, entonces prefiero ya no hablar del tema, porque asumí que no era lo que Dios quería para mí”.

Dice que no quiere hablar de maternidad porque es su frustración más grande: 'la verdad que el gran deseo de mi vida es haber sido madre, y no tuve esa posibilidad, Dios no me la dio'.

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Aguirre era muy apegada a la suya, a su madre, que murió en 2019 a los 96 años. A comienzos de 2020 la vedette dijo a Infobae: “pasaba todos los fines de semana con ella. Hay momentos en los que me viene el recuerdo y me afecta el estado de soledad en el cual quedé, familiarmente hablando. Porque tengo muchos amigos divinos, pero parientes ya no me van quedando”. Su hermano vive en el exterior, su hermana pasa buena parte de su tiempo en Rosario. Tiene algunos primos allí también. Los demás, fallecieron todos. Su familia, a pesar de tanto, es Ricardo García.

En 2018 Adriana participó de la obra de José María Muscari Extinguidas (de cuyo detrás de escena hay también un film, “La vida sin brillos”, que cuenta con entrevistas a cada una de las artistas). La obra proponía una exposición personal e íntima de Beatriz Salomón, Patricia Dal, Adriana Aguirre, Noemí Alan, Silvia Peyrou, Sandra Smith, Naanim Timoyko, Edda Bustamante y Divina Gloria; mujeres de ese gran mundo de las plumas que evocaban su pasado y conversaban sobre aquello que las conmovía y las movilizaba. Además, cada una tenía un monólogo profundo sobre algún aspecto de su vida, o sobre un momento que hubiera calado particularmente hondo. El monólogo de Adriana Aguirre era sobre maternidad.

Cada vez que le hacen una entrevista a la pareja y surge esta pregunta sobre los hijos, responde él. Explica de forma muy sencilla, como una especie de formulita, que intentaron e intentaron y no se pudo, y que a ella le duele mucho por eso siempre prefiere contestar él. Ella se emociona detrás de lentes inmensos, mira para abajo y él la toma de la mano. En silencio, la agarra firme. Cada vez.

Vivir para contar

Adriana Aguirre tiene en su haber más de 50 obras de teatro, más de 20 películas, más de 30 programas de televisión. Tiene incontables escándalos televisivos (basta con una búsqueda en YouTube para eventualmente desistir o genuinamente perder la cuenta). Tiene, según un estudio que se hizo hace dos años −a los 69−, la genética de una persona de 40. A pesar de ese romance con Maradona, otro fugaz pero intenso con Silvio Soldán, otro para las cámaras con Paco Amoroso y alguna mención a amores anónimos (“un abogado que pasó Año Nuevo conmigo, de uno de los cinco estudios más grande del país, inteligente, de perfil bajo” dijo, por ejemplo, en 2019) tiene, a fin de cuentas, un solo hombre, que también parece, más allá de haber hecho públicas otras relaciones, tener una sola mujer. Sin embargo, y aunque muy probablemente no hubiera podido experimentarlo sin su pareja, uno puede percibir que el amor de Aguirre está entregado casi por completo a la escena.

Con 68 años, como primera vedette de “La Súper Revista De Magia y Humor” (Mar del Plata, 2020)

Hoy se considera una persona feliz. Dice que está feliz, no que lo es, porque la felicidad, para ella, constituye un estado de ánimo. Dice que vive el hoy pero trabaja para el mañana. Se mantiene jovial un poco por genética (su madre siempre ha sido flaquita, cuenta en “La vida sin brillos”), pero otro tanto por su labor actual como panelista −“hago dos horas de programa con vitalidad total”− y porque va al gimnasio y a la peluquería. También debe tener que ver con que no está enemistada con el paso del tiempo: “no se puede detener, pasa, corre, lo que hay que hacer es mantenerse siempre activa, con la mente activa y el cuerpo activo, para que el paso del tiempo ni se note. Aunque pasó, pasó y va pasando”.

Siempre que recuerda su performance en los distintos teatros y pantallas, asegura: “Es posible que la revista muera conmigo”. Pero Aguirre sigue haciendo, impulsada no sólo por su pasado sino por lo que aún puede dar. Su cuenta de instagram y su participación en “El Run Run del espectáculo” lo reflejan, pero más aún lo hace su cuerpo, un cuerpo con memoria, sí, pero un cuerpo que también expresa su presente, que lo despliega. Más allá del accidente que la alejó de las plumas y la danza, la esencia permanece. Uno la mira y ve ese andar, firme pero grácil, que despliega en bodies de encaje o vestidos ajustados. Hasta el accidente, era la única vedette de su generación que seguía mostrándose en conchero y haciendo acrobacias. El resto (Moria, la Alfano) permaneció en el medio sin perder la categoría de ícono sexual, pero tomó rumbos, digamos, menos exigidos desde la cinética. Por eso Adriana Aguirre dice que la revista muere con ella, aunque podría decir, más bien, “la revista vive conmigo” o, por qué no, “la revista vive en mí”.

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