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22 de noviembre 2016

Gonzalo Bustos

YES, ICANN

Tiempo de lectura: 8 minutos

 

Es probable que el segundo martes de noviembre de 2016, día de la elección de Donald Trump como nuevo Commander in Chief de los Estados Unidos, sea recordado como un día clave en la historia de la transición post-hegemónica iniciada entre 1968 y 1973. Pero nos interesa otra fecha que pasó más desapercibida: el 1 de octubre, día oportuno como pocos para hablar de lo mismo, o por lo menos de la multipolaridad, la otra cara de la moneda. Y esto por dos motivos, uno financiero y otro informático. Por un lado, el renminbi chino finalmente se sumó a la canasta de derechos especiales de giro del FMI (junto al dólar, el euro, el yen y la libra). Por el otro, Estados Unidos cedió a la “comunidad global” el control de la Internet Corporation for Assigned Names and Numbers (ICANN), la organización que coordina el sistema de identificadores únicos de Internet y vela por su funcionamiento estable y seguro; es decir, la entidad que regula las direcciones IP, una de las áreas funcionales clave de la gobernanza digital.

El segundo hecho es más atractivo, porque a las ya complejas cuestiones de la transición post-hegemónica y de la multipolaridad reemergente les incorpora la espinosa cuestión de la gobernanza de Internet, que desde las filtraciones de Eric Snowden en mayo de 2013 ha estado en el ojo de la tormenta. En tanto inaugura la primera generación de cambios reales en la gobernanza digital tras aquel punto de quiebre, la cesión de la ICANN (con la consolidación de su carácter de multi­stakeholder organization y la supuesta garantía de una mayor net neutrality) permite extraer algunas lecciones valiosas sobre la multipolaridad que viene, aunque aquí nos queremos preguntar menos sobre las ventajas que puso en (y fuera de) juego Internet y más por el comportamiento seguido por las potencias desde entonces.

Cinco formas de absorber el golpe

Como la crisis financiera en 2007, el Wikigate de 2013 expuso una forma de precariedad sistémica del orden mundial, o al menos un aspecto central del orden venidero. Todas las potencias reaccionaron, y como era de esperarse, no fue de forma coordinada. Quizá haya que comenzar por señalar que más allá de ciertos anuncios de peso y proyecciones de grandes obras de infraestructura como el BRICS Cable -proyectado incluso algunos meses antes de las filtraciones de Snowden-, no ha habido tal cosa como una respuesta BRICS al problema de la desventaja tecnológica en relación a Estados Unidos. Desde luego, el grado de densidad estratégica de sus respuestas ha sido muy diferente, como también el modo de recalcular su relación frente al nodo Washington.

La siguiente es una simplísima comparación entre cinco ejemplos bastante distintos entre sí: China, la Unión Europea (UE), India, Rusia y Brasil. Mientras pudo (y sólo a partir de cierto momento), Brasil apostó a liderar las discusiones globales en torno a las instituciones de Internet y a canalizar las pretensiones autonomistas presentes a nivel subregional, aunque partió de una inconsistente estimación de su propia autonomía potencial; Rusia buscó que el hegemón decadente pagara costos a partir de sus excesos en el ciber-espionaje, asiló al mayor whistleblower de la historia de Estados Unidos desde ‘Garganta Profunda’, y mediante las mismas prácticas aprovechó las brechas que dejó abiertas la inteligencia norteamericana, pública o privada; India, cuya apuesta al liderazgo en los servicios informáticos y de producción audiovisual es bien conocida, buscó llenar dos brechas distintas, la de seguridad y la legal, combinando esfuerzos para generar una ciber-surveillance propia (con el Central Monitoring System) y regular sobre una materia compleja que vincula imperativos de privacidad y soberanía, a la vez que buscó mostrarse como el mercado-objetivo a conquistar por gigantes como Facebook y Google, con los cuales avanza en distintos proyectos para extender el acceso a Internet de su enorme (y creciente) población; la UE exigió revisar las regulaciones vigentes en el nivel bilateral a partir de cuestiones de seguridad económica y ciudadana, para lo cual recurrió de forma exitosa a la jurisdicción europea, a la vez que intentó mantener a salvo el diálogo privilegiado con Estados Unidos, en particular en tiempos del Brexit; y, finalmente, China profundizó su apuesta al Great Fire Wall, su muralla intangible, que escaló desde los férreos motivos de la seguridad nacional a una suerte de high complex system de sustitución-clonación de plataformas que hacen del comercio de datos su core business (a la vez que inauguró una esfera pública con 500 millones de usuarios, a la que el gobierno puede vigilar y censurar, pero no dirigir).

Como la crisis financiera en 2007, el Wikigate de 2013 expuso una forma de precariedad sistémica del orden mundial, o al menos un aspecto central del orden venidero.

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Por ahora, con el sentido de urgencia generado por el triunfo de Donald Trump, concentrémonos en la trayectoria de Rusia y su vínculo con Washington. En un envío posterior, pondremos el foco en las respuestas de Brasil, China, India y la Unión Europea.

La lección rusa y la elección norteamericana

Quito, inicios de octubre de 2016. El autonomista Rafael Correa, quien pronto dejará la presidencia de Ecuador, le corta el suministro de Internet a Julian Assange, líder de Wikileaks, todavía asilado en la embajada ecuatoriana en Londres -y acusado por Hillary Clinton de inmiscuirse en los asuntos domésticos norteamericanos para intentar influir en el resultado de las elecciones-. Ante la prensa, Correa reconoce la decisión: “el Gobierno del Ecuador respeta el principio de no intervención en los asuntos de otros países y no se inmiscuye en procesos electorales en curso ni apoya a un candidato en especial”.

Las Vegas, finales de octubre de 2016. Tercer y último debate presidencial entre los candidatos Hillary Clinton y Donald Trump. Por ante-última vez en la campaña, Clinton debe responder por el escándalo de la filtración de correos oficiales y sensibles enviados desde su cuenta personal (es decir, desde servidores sin blindaje cibernético). Su respuesta típica tuvo tres momentos: el reconocimiento del error (no haber sido más precavida), el pedido de disculpas, y la acusación de hackers (extranjeros). La más pulida ejecución de este esquema argumentativo fue la vertida en Las Vegas: hackers rusos, bajo orden directa del presidente Vladimir Putin, estaban intentando manipular las elecciones presidencias de la primera democracia del mundo mediante la filtración regular de correos sensibles (los suyos) a Wikileaks.

Durante un tiempo pareció que Clinton podía pilotear la tormenta; en particular, entre julio y fines de octubre, es decir, entre el cierre de la primera investigación del FBI (“extremely careless handling of very sensitive, highly classified information”, pero sin delito, fue el veredicto de su Director, James B. Comey) y la apertura de la segunda. Se ha enfatizado bastante en que Trump tuvo en frente a casi todos los medios, pero también hay que decir Hillary tuvo en contra a la mayoría de los hackers. De hecho, hubo quienes, con ironía, supieron presentar las consecuencias indirectas del hecho (la total exposición de la vida privada y pública de Clinton) como una suerte de argumento a favor de la candidata. Por ejemplo, Ezra Klein, editor de The Vox, sostuvo que como resultado del accionar de hackers rusos y republicanos, Hillary se había convertido en “the most transparent presidential candidate in modern history”. Tanto, que Cesar Hidalgo, del MIT Media Lab, pudo darse el lujo de utilizar el círculo social de Clinton para probar Inmersion, una herramienta de visualización de datos.

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Un breve paréntesis para dejar abierto un interrogante en torno al asunto de los correos de Clinton: ¿cómo puede explicarse tamaño descuido por parte de la por entonces canciller de la (todavía) máxima potencia mundial? La explicación inmediata pudo ser la comodidad, pero el hecho sugiere además una inacabada comprensión o un limitado conocimiento de las ventajas tecnológicas y políticas que puso en y fuera de juego Internet. Al fin y al cabo, se trataba de la persona más preparada en el mundo para ser Presidente de los Estados Unidos, según el mantra de Obama. Y es de suponerse que la vara de Obama para medir las aptitudes de su primera Secretaria de Estado sería más alta que la dedicada al votante norteamericano promedio, la que a nuestro entender ya está bastante alta: recordemos, por ejemplo, que mientras Trump le prometía lo imposible con su “too much winning”, Obama le pedía que aceptara como fenómenos irreversibles a la globalización y a la automatización.

Lo cierto es que, en su propio país, la candidata demócrata fue más juzgada por haberse dejado espiar que por haber mandado a espiar, y quiérase o no, eso habla de la seriedad de Estados Unidos. Sin embargo, el karma cibernético (que no conoce fronteras nacionales) iba a terminar por alcanzarla. Clinton no perdió las elecciones por sus correos, pero puede decirse que su credibilidad como futura Jefa del Estado (aun cuando se preveía inevitable) sí comenzaba dañada, al menos fuera de los Estados Unidos.

De cualquier modo, no corresponde reducir la disputa entre Estados Unidos y Rusia a la experiencia personal de Hillary Clinton. Simplemente fue ella la que pagó en carne propia la singular penitencia de una potencia: haber quedado expuesta como una funcionaria de una nación más, con una privacidad (en última instancia, fundada en una soberanía) tan frágil y vital como la de cualquier otra persona en el mundo. Al fin y al cabo, el blanco era el partido demócrata en su conjunto, como lo indica el ataque cibernético que sufrió Microsoft, que acusó del hecho a hackers vinculados con Rusia.

La victoria de Obama en 2008 y de Trump en 2016 comprobaron que Internet es una suerte de infinito donde se cruzan las paralelas aspiracionales del “futuro” y del “pasado”

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Washington DC, septiembre de 2016. En la recta final de la campaña, senadores republicanos, liderados a última hora por Ted Cruz y Marco Rubio, demandan que se postergue la cesión de la ICANN, programada desde 2014. Stop the ‘internet giveaway’, dicen, make America great again, quieren decir. En respuesta, varias de las mayores compañías de base informática norteamericanas (con las llamativas excepciones de Microsoft, Apple e IBM) presionan en el Congreso y le envían una misiva a Paul Ryan, junto a instituciones que lideran la discusión por el futuro de Internet, abogando para que se cumpla con el cambio en la gobernanza. El 1 de octubre, finalmente, ocurre el traspaso.

El episodio legislativo sirve como ejemplo de las dinámicas de poder mediante las cuales esos nuevos jugadores globales deberán adaptarse (y darle forma) a la transición Obama-Trump. Hay quienes advierten que el gobierno entrante irá por el campeón del salto con garrocha de la Great Fire Wall china, la compañía de la manzana. Por si acaso, Jeff Bezos, quien además de CEO de Amazon es dueño del The Washington Post –diario que en las elecciones apoyó a Hillary y denostó a Trump- se apuró a reconocer los nuevos tiempos y le manifestó al Presidente electo tener la “mente abierta”. Y lo hizo por Twitter, una compañía que al igual que Amazon sí firmó la carta a Ryan.

Pero si se trata de literatura epistolar, la carta más interesante es definitivamente la que la Internet Association (integrada por las principales compañías de base norteamericana dedicadas a Internet) le envió a Trump para felicitarlo por su victoria y, de paso, plantear una hoja de ruta para la regulación de la “internet economy” (responsable del 6% del PBI norteamericano). Entre los varios tópicos que menciona el documento (encriptación de datos en Estados Unidos, accesibilidad, intermediary liability, reforma de patentes y reforma de comercio global, entre otros) destacamos uno: “Support Immigration Reform”. El sistema inmigratorio de Estados Unidos debe permitir que los empleados y graduados más calificados permanezcan en el país, dice el apartado. El asunto abre un nuevo interrogante. La victoria de Obama en 2008 y de Trump en 2016 comprobaron que Internet es una suerte de infinito donde se cruzan las paralelas aspiracionales del “futuro” y del “pasado”. Pero ¿podrá la high-skilled workforce que soñó Obama fundarse con la reforma migratoria que delinea Trump?

Moscú, 9 de noviembre de 2016. Durante un acto diplomático agendado para el día posterior al “supermartes” estadounidense, Putin confirma que la tensión bilateral ha escalado durante los últimos meses al mismo tiempo que da el episodio por terminado: “Russia is ready to and seeks a return to full-format relations with the United States”. La era Trump, se dice, inaugura una nueva etapa en las relaciones bilaterales. Será el mundo árabe y no la gobernanza digital, probablemente, lo que pondrá esto más a prueba. Pero el hecho sustancial es que lo que entendemos por “mundo árabe” o “Medio Oriente” ya no podrá pensarse sin el lenguaje de la geopolítica digital. El mismo lenguaje que dio vida al algoritmo que al advertir el inesperado triunfo de Trump terminó por jubilar a las encuestas de opinión pública.

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